La Alianza y el fantasma del comunismo
La campaña anticomunista contra la Alianza se enfoca, entre otros asuntos, en el tatuaje de un puño que tiene Dalmau en su espalda, los vínculos del PIP con Nicolás Maduro, Daniel Ortega y el régimen cubano, y la supuesta relación entre la independencia y el socialismo. Este discurso recalentado de la Guerra Fría demuestra no solo la miseria del debate político electoral puertorriqueño, sino, además, la derechización del discurso político contemporáneo. A pesar de lo que expresa este discurso demagógico, no hay ninguna amenaza de comunismo en Puerto Rico. En todo caso, lo que se manifiesta aquí, al igual que en muchas partes del mundo, es el ascenso de las derechas extremas posfascistas. Este es el verdadero peligro.
Primero, lo que se llamó comunismo durante el siglo XX (que no tuvo nada que ver con lo que teorizó Karl Marx) ya no existe. Con el derrumbe del Muro de Berlín en 1989 y el triunfo del capitalismo, llegó a su fin “el socialismo realmente existente” y la Guerra Fría. Como plantea el historiador Enzo Traverso, “[e]l comunismo fracasó como proyecto ético y político. A pesar de haber proclamado la emancipación de la humanidad, creó una nueva forma de despotismo …”.[1] El colapso del “socialismo realmente existente” dejó al capitalismo sin la contraparte antagónica que lo confrontaba durante del siglo XX, en particular durante la Guerra Fría. Durante las décadas que siguieron a la caída del Muro de Berlín, el dominio global del capitalismo neoliberal no ha enfrentado resistencias efectivas ni una alternativa sistémica como lo fue el socialismo a lo largo del pasado siglo. En ausencia de opciones anticapitalistas eficaces ha sido el discurso de la extrema derecha el que avanza, mientras la izquierda, con pocas excepciones, retrocede.[2]
Entonces, el mundo contemporáneo se caracteriza por el avance de las derechas extremas, no el avance del comunismo. A partir del fracaso del comunismo se dio una transformación profunda de los imaginarios colectivos y del vocabulario político: conceptos como revolución, socialismo y comunismo dejaron de significar una aspiración de emancipación y quedaron reducidas al despotismo totalitario. Simultáneamente, conceptos como capitalismo, mercado o individualismo se deshistorizaron y constituyen los fundamentos ya naturalizados del orden neoliberal imperante. Los primeros, han quedado fijados a los horrores del siglo XX y los segundos, a la superación de estos horrores por vía de la “libertad” y la “democracia”.
El comunismo, por tanto, dejó de ser un horizonte de expectativa como lo fue para millones en el siglo XX. Su experiencia fue reducida a su dimensión totalitaria. La narrativa historiográfica que se impuso después del colapso interpreta el siglo XX en clave liberal antitotalitaria. En un primer momento, esta narrativa equiparó el fascismo y el comunismo como las dos expresiones del totalitarismo del siglo pasado. Pero luego este relato se trocó en el nuevo anticomunismo de la posguerra fría, que postula que el comunismo fue el más terrible de los regímenes del siglo XX. Y en el proceso, esta interpretación “normalizó” la historia del fascismo construyendo una relato donde este fenómeno en realidad no fue tan terrible, al menos en relación con el comunismo. El efecto paradójico de esta narrativa es que el comunismo, que no existe, se concibe como la amenaza a la “libertad” y cualquier propuesta, por moderada que sea, para reformar el capitalismo neoliberal se tilda de “comunista”. Mientras tanto, las nuevas derechas posfascistas que sí están en ascenso a nivel global y en Puerto Rico, y que son la verdadera amenaza a la “libertad”, pasan con fichas.
El fantasma del comunismo se utiliza como “cuco” contra las propuestas de cambio de la Alianza, que no son socialistas, ni implican transformaciones radicales, sino reformas moderadas dentro del marco del capitalismo (de hecho, esta es la misma estrategia anticomunista que está utilizando Trump contra Kamala Harris y los candidatos demócratas). Hasta ahora esta estrategia anticomunista ha puesto a la Alianza a la defensiva. En vez de definirse en sus propios términos, es decir, afirmar lo que representan y proponen, asumen el chantaje de la derecha y contestan: “la Alianza no es independentista”, “Dalmau no es comunista; defiende el empresarismo y el libre mercado”. Esto ha implicado que se debata en el terreno impuesto por la derecha y al hacerlo se desvía la atención de la discusión de la crisis del bipartidismo, la corrupción, y el desastre del país (LUMA, la salud, la escuelas, etc.); o, al menos, implica la utilización de mayores recursos para neutralizar el ruido. Cabe contrastar, cómo Alexandra Ocasio-Cortez ha respondido a los ataques de los republicanos de que ella es “extremista”. En un anuncio de campaña, ella enumera todas los asuntos que apoya —Desde Medicare For All hasta el Green New Deal— y luego afirma: “Si esto es lo que nos hace ‘extremos’, entonces nos enorgullecemos de esa etiqueta”.[3] Esta postura me parece que es un ejemplo de cómo definirse en términos propios de manera afirmativa y no responder al chantaje de la derecha.
En todo caso, está por verse si la estrategia de los sectores derechistas contra la Alianza tiene éxito. Uno puede suponer que el discurso anticomunista tendrá más efectividad entre los sectores conservadores de mayor edad, que no son pocos. Pero sospecho que no será una campaña efectiva entre los jóvenes universitarios y profesionales que no vivieron la Guerra Fría, para quienes el comunismo es una entelequia, a quienes se les hace cada día más insoportable la situación de país y quieren un cambio. La inscripción masiva para votar de miles de jóvenes y la campaña en las redes para movilizar la inscripción de estos electores es una señal muy positiva para la Alianza, siempre y cuando esta se traduzca en votos.
Segundo, ni el PIP, ni el MVC son socialistas y muchos menos “comunistas”. El PIP es un partido socialdemócrata cuyo programa busca reformar el capitalismo, no abolirlo. Su programa Patria Nueva compagina la democracia representativa con una economía de mercado e iniciativas estatales para reducir las desigualdades sociales. Es decir, no busca eliminar el capital privado o el mercado, sino regularlo. El MVC es una coalición progresista de diversas tendencias ideológicas. A pesar de sus diferencias con el PIP, coincide en cuestiones fundamentalmente con este partido. Ambas formaciones políticas, y, por ende, la Alianza, se oponen claramente a las políticas neoliberales de austeridad, privatización y desreglamentación que han implementado tanto el PNP como el PPD en concertación con la Junta de Control Fiscal (JCF); pero no rechazan explícitamente el capitalismo. Su orientación programática es antineoliberal, no anticapitalista.
El programa de Patria Nueva se aleja radicalmente del programa socialista democrático del PIP en 1971.[4] El PIP de los años 70 era un partido explícitamente anticapitalista, mientras que el PIP actual es propulsor de un capitalismo regulado. Hasta mediados de los setenta, Rubén Berríos defendió la noción de un “socialismo puertorriqueño”.[5] Pero, paulatinamente las alusiones a este socialismo desaparecieron del discurso del PIP. Es evidente el proceso de desradicalización del PIP, algo que, además, es característico de lo que ha acontecido con el resto de la izquierda puertorriqueña. La vinculación entre independencia y socialismo que se dio en la década del setenta y parte del ochenta ya no existe. No hay en Puerto Rico un movimiento independentista-socialista con cierto arraigo de masas como ocurrió en aquel periodo. El último partido socialista que participó en unas elecciones generales fue el Partido Socialista Puertorriqueño (PSP) en 1980. El PSP se disolvió en 1993. Esto es algo que a la demagogia derechista no le interesa reconocer.
A diferencia de los programas tradicionales del PIP , Patria Nueva plantea que un voto por Dalmau no es un voto por la independencia, sino un voto para construir un gobierno que pueda “ejecutar la impostergable agenda de reformar nuestro país”.[6] La propuesta de Patria Nueva es la de un partido que no aspira a ganar para declarar la independencia, sino para administrar una agenda de reformas para el país dentro del contexto colonial. Al mismo tiempo, proponen un proceso democrático de autodeterminación. Muchas de estas propuestas no se diferencian en lo fundamental de las que propone la plataforma Agenda Urgente del MVC, de ahí que se haya concertado la Alianza. Lo que sí cabe destacar es que el programa de Patria Nueva se distancia del discurso histórico del PIP que ha afirmado que estos problemas no pueden atenderse adecuadamente o resolverse sin los poderes que conlleva la soberanía nacional. A partir del 2020, Dalmau declaró que las elecciones generales no tienen un carácter plebiscitario. Esto también implica un cambio fundamental con la trayectoria histórica del PIP. El problema es que este partido no ha explicado por qué ya no considera que en las elecciones ya no se vota por preferencias de estatus político. Si las elecciones no son plebiscitarias el PIP no tiene por qué permanecer como un partido que se define por una preferencia de estatus y podría convertirse en el partido socialdemocrático puertorriqueño, donde quepan todas las personas que se identifican con esa orientación ideológica independientemente de la preferencia de estatus o fusionarse con el MVC y formar un partido nuevo. Sin, embargo, la falta de explicación sobre el cambio de posición del PIP respecto a las elecciones generales le resta credibilidad al discurso de este partido y abre la puerta a los ataques dirigidos a Dalmau y a la Alianza, por supuestamente querer traer “la independencia por la cocina”.
Tercero, es innegable que el PIP ha apoyado consistentemente a los regímenes autoritarios de Cuba, Nicaragua y Venezuela (que nos son países socialistas, sino variantes del capitalismo de Estado) justificando o manteniendo silencio ante las políticas represivas, los atropellos y las matanzas en estos países. [7] Este apoyo contradice abiertamente los postulados programáticos del partido con respecto a los derechos humanos: “…el PIP ha sido históricamente un defensor visible de los derechos humanos. En esos principios normativos la gestión política del PIP encuentra su mayor vindicación”.[8] El partido adopta esta posición como un quid pro quo a cambio del apoyo de estos regímenes a la independencia de Puerto Rico. El problema no es que el PIP y el resto del independentismo busquen aliados internacionales que consideren indispensables para adelantar la independencia en los foros pertinentes, sino que a cambio de este apoyo hagan mutis ante las violaciones sistemáticas de los derechos humanos, las prácticas represivas y autoritarias de sus aliados internacionales. Esto es particularmente grave si el silencio lo hace un partido, como el PIP, cuyo programa defiende explícitamente los derechos humanos y civiles. Como expresa Patria Nueva: “en todos los sistemas, resulta esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen justo y democrático”.[9]
El liderato del PIP ha explicado una y otra vez que este partido no ha sido y nunca ha pretendido ser comunista ni marxista-leninista. Ni siquiera lo fue en su fase de radicalización entre 1968 y 1973. Pero identificarse como un partido socialdemócrata mientras apoya a estos regímenes autoritarios socava la credibilidad del PIP entre los sectores electorales no independentistas que pretende y necesita persuadir políticamente. Y abre un flaco de ataque a los sectores derechistas que se aprovechan de esta inconsistencia para convertir el anticomunismo es su bandera de lucha contra Dalmau y la Alianza. La posición que es consistente con Patria Nueva es la defensa de los derechos humanos y reconocer sin ambages el carácter autoritario de los regímenes cubano y venezolano. Lo que no puede hacer el PIP, si pretende neutralizar los ataques anticomunistas, es defender los derechos humanos y seguir apoyando a los regímenes donde estos se violan sistemáticamente.
Si el PIP quiere defender a estos regímenes por convicción ideológica o por conveniencia está en su perfecto derecho de hacerlo. Lo que es incongruente es que lo haga presumiendo que este apoyo no contradice lo que afirma su programa sobre los derechos humanos. Tarde o temprano el PIP tendrá que decidir cómo resolver este dilema. Mientras tanto, esta será una contradicción fundamental en la concepción política del partido, que seguirá siendo explotada por los sectores derechistas y conservadores en Puerto Rico. La pregunta entonces es: ¿por qué el PIP no rompe políticamente con estos regímenes autoritarios que contravienen su concepción política y que le facilita a la derecha sus ataques demagógicos contra Dalmau y la Alianza? Todavía más, si el PIP ha relegado el objetivo de la independencia a favor de la posibilidad de “un turno para gobernar”, porque insiste en el quid pro quo con estos regímenes.
En las elecciones de 2024, ni la independencia ni el socialismo están en la papeleta. Lo que sí está son las reformas propuestas por el PIP y el MVC para derrotar el bipartidismo, combatir la corrupción y atender los problemas urgentes del país. Aun si Dalmau fuera electo gobernador no está asegurado que pueda implementar todas esta reformas pues la Alianza tendría que obtener la mayoría legislativa en el Senado y en la Cámara. Además, tendría que desarrollar un estrategia efectiva para imponerse a la JCF. El que la denuncia anticomunista sea la estrategia del PNP y de otros conservadores contra la Alianza demuestra que la derecha no tiene propuestas para enfrentar la crisis que no sean las mismas políticas que nos trajeron hasta aquí. Pero también ilustra cómo el discurso político puertorriqueño se ha achatado y se ha desplazado tanto a la derecha que defender unas reformas como las que plantea la Alianza se considera hoy una postura de “izquierda radical”. Este es el sentido común neoliberal. ¿Se podrá quebrar este sentido común?
*El autor es catedrático jubilado de la Universidad de Puerto Rico. Trabaja actualmente en una historia intelectual de la nueva izquierda puertorriqueña que será publicada próximamente por Ediciones Laberinto.
[1] Enzo Traverso, Melancolía de izquierda. Marxismo, historia y memoria (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2018), 75.
[2] Para una elaboración de este planteamiento ver, Carlos Pabón Ortega, Después del “fin de la historia”. Ensayos sobre los tiempos presentes (San Juan, Ediciones Laberinto, 2020).
[3]Traducción mía. Ver el anuncio en la página de la campaña de Alexandra Ocasio-Cortez en Facebook: https://www.facebook.com/100044177872343/posts/768663214616267/?mibextid=ox5AEW&rdid=02GC0RPBaAPfUUHh
[4] Ver “Independencia, socialismo, democracia”, Programa del Partido Independentista Puertorriqueño, 1971. Aprobado en la Asamblea de Programa en San Juan, Puerto Rico, 29 y 30 de mayo de 1971. (En adelante: Programa del PIP, 1971).
[5] Rubén Berríos Martínez, Hacia el socialismo puertorriqueño (San Juan: Cooperativa de Artes Gráficas
- Real, 1975).
[6] Partido Independentista Puertorriqueño, Patria Nueva, Programa de Gobierno, 2020, 3.
[7] No fue hasta agosto de 2023, que el PIP finalmente criticó públicamente la actitud “autoritaria y arbitraria” del régimen de Daniel Ortega, tras la disolución y expropiación de los bienes de la Compañía de Jesús (los jesuitas) en Nicaragua. Ver, José A. Delgado, “El Partido Independentista Puertorriqueño se distancia de Daniel Ortega y censura el autoritarismo en Nicaragua”, El Nuevo Día, 24 de agosto de 2023
[8] PIP, Patria Nueva, 3.
[9] PIP, Patria Nueva, 3.
*El autor es catedrático jubilado de la Universidad de Puerto Rico. Trabaja actualmente en una historia intelectual de la nueva izquierda puertorriqueña que será publicada próximamente por Ediciones Laberinto.