La larga y maravillosa vida del ventrílocuo Valero

Valero estuvo casi siempre del lado de los vencedores, y del lado de los buenos, pero extrañamente sus victorias a menudo no correspondieron a sus ideales. Fue un combatiente liberal y progresista para su época, cuya lucha, sin embargo, contribuyó a reinstalar un régimen absolutista y retrógrado en España, y luego a crear una mala copia de un gobierno imperial en México (por eso, en ambos casos, terminó conspirando contra lo que había contribuido a fundar) y que luego trabajó y guerreó por una república (la Gran Colombia) que se deshizo. Fue fiel colaborador de un Libertador, Bolívar, que en varias ocasiones lo atacó feroz e injustamente y que, hay que decirlo, no dio paso a sus planes para venir a liberar a Puerto Rico. A los sesenta años, en Venezuela, salió a pelear en una guerra civil (la llamada Guerra federal en Venezuela) de la cual su destacamento salió derrotado, para luego morir en el exilio, si es que se puede llamar exilio al séptimo territorio o estado al que su larga vida le había conducido. García Márquez debió escribir esa última parte de su vida: como personaje sacado de Cien años de soledad, Valero se encontró ya viejo (para los estándares su época) atravesando la selva de Colombia, moviéndose de pueblo en pueblo, a pie y en mula, con los escombros de su ejército liberal, dialogando con curas en pueblos perdidos en cuyas bibliotecas había encontrado los textos Rousseau, D’Alambert, Voltaire y otras «obras condenadas por la iglesia». De paso, como dije, Valero fue el autor del primer plan para lograr la separación de Puerto Rico de España y el iniciador de la colaboración entre cubanos y puertorriqueños en la gestión por la liberación de las dos Antillas. Quien desee escribir su historia como debe escribirse tendrá que estudiar historia de España, de México, de Perú, de Colombia y Venezuela y algo de Cuba y Puerto Rico. La vida de Valero se mezcla con la guerra en la península contra la invasión de Napoleón, las conspiraciones liberales contra el absolutismo reinstalado de Fernando VII, la revolución de liberal de 1820, con la independencia de México y con el breve imperio de Iturbide, con el remate en Perú del poder español en América, con el desmadejamiento del proyecto bolivariano de la Gran Colombia y con los choques entre caudillos y liberales y conservadores después de la independencia.
Quien se proponga hacer la película de su vida en escenarios históricos tendrá que filmar en Fajardo, para empezar, y en Zaragoza, en Sevilla, Veracruz, Ciudad México, La Habana, Nueva York, en Bogotá, Cartagena, Lima, Caracas y Panamá y Saint Thomas. Necesitará recios actores para representar a Iturbide en México, Bolívar en Gran Colombia, Páez en Venezuela, además de Simón Rodríguez, tutor de Bolívar, y al cubano Iznaga, entre otros personajes. Hay de todo en esta historia: varias guerras, incluyendo el legendario sitio de Zaragoza; conspiraciones e intrigas en logias masónicas en al menos dos países; pronunciamientos militares y revoluciones; cárceles y fugas; hasta piratas hay y terribles huracanes en el Pacífico y bailes de salón, también ahorros perdidos a las cartas y golpes de suerte que salvan la vida. Para colmo: muchos vacíos hay, muchas cosas que no se saben o que son dudosas (como el episodio de los piratas) o sobre las cuales las distintas fuentes ofrecen distintas versiones y que el guionista o el novelista podrá llenar como desee. Por Mariano Abril sabemos que Valero escribió unas memorias. Abril las cita extensamente, pero nadie las ha publicado, que yo sepa. El original se encuentra en Venezuela, aunque Abril tuvo una copia en Puerto Rico. Qué fue de ella, no se sabe.
Muy preocupado por documentar la nobleza de la estirpe de Valero y sus hazañas militares, Abril se olvida de hablarnos de sus ideas. Pero, hasta que podamos leer sus memorias, podemos hacernos una idea aproximada: las ideas de Valero serían las del liberalismo español opuesto a la invasión napoleónica, pero a la vez simpático a no pocas de las ideas que llegaban de la misma Francia y de Gran Bretaña, ideas que se encarnarían en la constitución de 1812. En 1854, Carlos Marx indicaba como «Todas las guerras por la independencia dirigidas contra Francia llevan simultáneamente en sí la impronta de la regeneración mezclada con la de la reacción; pero en ninguna otra parte se presenta el fenómeno con la intensidad con lo que lo hace en España.» («España revolucionaria», New York Daily Tribune) “La… Constitución de 1812”, planteaba Marx en textos que merecen releerse, “es una reproducción de los antiguos fueros, pero leídos a la luz de la Revolución francesa y adaptados a las necesidades de la sociedad moderna.» Y añadía: «…fue un producto genuino y original, surgido de la vida intelectual, regenerador de las antiguas tradiciones populares, introductor de las medidas reformistas enérgicamente pedidas por los más célebres autores y estadistas del siglo XVIII y cargado de inevitables concesiones a los prejuicios populares.» En esa mezcla de regeneración y reacción que, según Marx, caracterizaba las guerras de resistencia a Napoleón, Valero estaba del lado de la regeneración: contra Napoleón, pero también por la superación del absolutismo español. Como diría en sus memorias, escritas cerca del final de si vida, y citadas por Abril: en España y contra los ejércitos de Napoleón peleó por «la libertad», pero no por un «gobierno ingrato.» Pero con «gobiernos ingratos» se toparía una y otra vez, luego de haber luchado por la libertad en España, en México, en Gran Colombia, en Venezuela y de haber querido luchar por la libertad de Puerto Rico.
La larga e imposible vida del ventrílocuo Valero se inició en Fajardo. Nació en 1790. Su madre era puertorriqueña y su padre un capitán del ejército español destacado en ese litoral. Su padre participó en la resistencia a la invasión inglesa de 1797. Esa primera etapa de la vida de Valero dura trece años y termina cuando en 1803 se le envía a iniciar la carrera militar a la academia regimental en Valencia. Nunca más regresaría a Puerto Rico. Pero siempre identificaría a la Isla como su país y veinte años y muchas aventuras después no dejaría de elaborar planes para lograr su separación de España e incorporación, suponemos, a la Gran Colombia.
La segunda etapa de su vida, la de los estudios militares, se extiende cinco años, de 1803 a 1808. En 1804 ya es subteniente del regimiento de Valencia y en 1808 se convierte en teniente del regimiento de Murcia.
En 1808, cuando Valero tiene dieciocho años, se inicia una tercera etapa: seis años, hasta 1814, de guerra y resistencia contra los ejércitos de Napoleón. Abundan las peripecias en la guerra: Valero es herido de bala en Tudela, participa en la defensa de Zaragoza sitiada por los franceses. Durante dos meses se pelea calle por calle, edificio por edificio. Cuando la ciudad cae, Valero es hecho prisionero y trasladado a Pamplona, pero escapa y se reincorpora al ejército. Participa en más acciones militares de las que cabe contar aquí. Al terminar la guerra, Valero, que tiene entonces 24 años, ya ostenta el rango de coronel, pero el triunfo sobre los franceses tiene un sabor agridulce. Valero, como muchos otros, ha luchado por una España renovada, liberal, más tolerante, ilustrada, pero la victoria se convierte en la antesala de la restauración del absolutismo por Fernando VII, quien rápidamente suprime la constitución de 1812 y reinstala la Inquisición.
Valero no abandona sus ideas. Se inicia una cuarta etapa de su azarosa vida: seis años marcados por reuniones secretas, contactos y conspiraciones con otros oficiales liberales, actividades vinculadas a la organización clandestina o semiclandestina de logias masónicas. (Se entiende la obsesión de la reacción española, hasta la época de Franco y del Opus Dei, con las conspiraciones masónicas.) Valero pertenece a la logia Taller Sublime y para 1820 es ayudante, en Sevilla, del capitán general de Andalucía, el General Juan O’Donojú, igualmente liberal y masón. Allí se encuentra cuando, con el pronunciamiento de Riego y el amotinamiento de las tropas que debían trasladarse a América para suprimir el movimiento por la independencia que había estallado en Venezuela (o Nuevo Granada), se inicia la revolución de 1820, que por dos años obliga al monarca español a reconocer a regañadientes la constitución de 1812. Valero, sin duda, es parte del movimiento, cuyas ideas comparte y en el que su superior inmediato, O’Donojú, es figura importante, pero no sabemos exactamente cuáles fueron sus tareas o funciones. Uno de los ayudantes de Riego, iniciador del pronunciamiento, dicho sea de paso, también es un militar puertorriqueño, Demetrio O’Daly, bastante olvidado por la posteridad.
Aquí los acontecimientos del bienio constitucional lanzan a Valero al otro lado del océano. En México la lucha por la independencia también avanza, encabezada por Vicente Guerrero y desde España se envía a O’Donojú a tratar de salvar lo que pudiera salvarse del vínculo imperial con México. Para allá se embarca también Valero como su ayudante en mayo de 1821. El retorno al Nuevo Mundo en 1821 será definitivo: Valero ya no regresará a la Península.
Al llegar a Veracruz el 30 de julio de 1821, los enviados encuentran una situación bastante complicada, to say the least. Guerrero mantiene la lucha por la independencia, pero Agustín Iturbide, hasta entonces general realista y enemigo de los insurrectos, ha formulado lo que llama el Plan de Iguala que propone transformar a México en un reino independiente, aunque con Fernando VII o algún Borbón como monarca. Al llegar a Veracruz, O’Donojú comprueba que las fuerzas españolas son incapaces de controlar la situación. Así, el 23 de agosto de 1821 firma el Tratado de Córdova, que básicamente recoge la propuesta de Iturbide y el Plan de Iguala. En lo que se espera por la respuesta del monarca español, se nombra una junta regente para encabezar el gobierno.
El Tratado establece que los militares españoles podrán regresar a España o permanecer en México como parte del ejército del nuevo reino. Valero se acoge a esta disposición y se pasa del ejército español al ejército mexicano en formación. Debemos suponer entonces que Valero apoya la decisión de O’Donojú de dar paso a la independencia de México. A principios de 1822 llega la respuesta: España no acepta el Tratado de Córdova. Es la ceguera del imperio. Pronto ocurre lo que O’Donojú había previsto: ante la inflexibilidad del imperio, México se desliza a la independencia. Pero, ¿bajo qué gobierno? Los liberales aspiran a una república; Iturbide y el llamado partido eclesiástico, a una monarquía. En julio de 1822 los partidarios de Iturbide lo proclaman emperador: Agustín I. Mientras tanto, Valero ocupa altos puestos en el ejército y llega a ser, nos indican algunos historiadores, jefe del estado mayor del ejército mexicano. Pero la historia se repite: otra vez la lucha por la libertad terminaba con la instalación de un gobierno que la traicionaba. En España luego de la derrota de los franceses, tuvo que conspirar contra Fernando VII, ahora, luego de la independencia de México, tendría que conspirar contra Iturbide, o Agustín I, mejor dicho. Así que Valero vuelve a tomar el camino de la conspiración bajo el manto de las logias masónicas. La que ahora funda se llama El Sol. Según Lucas Alamán, historiador mexicano conservador, simpático a la figura de Iturbide, Valero decide abandonar México cuando el emperador descubre la conspiración que pretendía asesinarlo e incluso logra poner a algunos de los conspiradores contra Valero, al ascenderlo para dar la impresión de que él ha sido el delator. No podemos comprobar cuan cierto sea la versión de Don Lucas, pero lo cierto es que para verano de 1823 Valero sale de México por el puerto de Veracruz con destino a Jamaica.
Un agente español en Veracruz informa a sus superiores que la intención de Valero era regresar a Puerto Rico con la idea de fomentar la insurrección contra España. ¿Sería ese el plan? ¿Habrá mencionado Valero a alguien esa posibilidad o deseo? ¿Lo suponía el informante por el hecho de ser Valero de Puerto Rico? Es interesante que él se vincule, o el agente lo vincule, con la Isla, dos décadas después de su partida a los trece años de edad. Y así culmina este capítulo que comprende la revolución de 1820 en la Península y el paso de Valero por México en el momento de su independencia.
Como si lo ya ocurrido en España y México no bastara, lo que sigue está hecho a la medida de Hollywood. Según el mismo Valero, el barco en que viajaba fue abordado y averiado por piratas y se vio obligado a tomar refugio en La Habana. Allí Valero fue encarcelado por las autoridades españolas. Sin embargo, logra escapar con la colaboración del mismo Gobernador, el general español Dionisio Vives, a quien Valero había conocido durante su carrera militar en España. Luego de escapar, Valero viaja a Nueva York y de allí se embarca para La Guaira, con el objetivo de unirse a los ejércitos de Bolívar en Gran Colombia. Pero ¡cuidado! Esto de los piratas, que Abril lo repite sin pestañear, quizás es demasiado rocambolesco como para ser cierto. Como han planteado algunos escépticos, si el barco iba para Jamaica desde Veracruz ¿qué hacía en las cercanías de La Habana? Más aún, el historiador cubano Jorge Quintana no ha encontrado ninguna evidencia del paso de Valero por la isla. ¿Será que a Valero le gustaba aderezar sus memorias con algunas aventuras de más? No sabemos.
Pero sí sabemos que llegó a Venezuela a mediados de 1823 y así se inicia otro capítulo que se extiende hasta 1830: el de las peripecias de Valero en la Gran Colombia bolivariana, hasta su desintegración. Al poco tiempo de llegar a Gran Colombia (que entonces incluía lo que hoy son Venezuela, Colombia y Ecuador) se pone a disposición del entonces vicepresidente y presidente en funciones, Francisco de Paula Santander (Bolívar está en Perú en la última etapa de la guerra contra España). Durante esos meses de 1823 es cuando probablemente escribe su Plan de una expedición para liberar a Puerto Rico del dominio español (a la copia que sobrevive del documento le falta precisamente el pedazo que tendría la fecha). Además, en la misma fonda que se hospeda en La Guaira llegan providencialmente José Aniceto Iznaga y otros comisionados cubanos que han viajado desde Filadelfia para presentar al gobierno de Bolívar su plan para liberar a Cuba. Valero se les une en el viaje a Bogotá. En enero de 1824 Santander les confirma lo que ya le había comunicado a Valero: ante los recursos que exige la guerra en el Perú, los planes relacionados con las Antillas tendrán que esperar.
Luego de lo que debió parecerle una larga espera, Valero es nombrado general y puesto a cargo de reclutar y entrenar una de las columnas que debía partir a la guerra en Perú. Algunos sectores de la prensa critican que a un oficial recién incorporado al ejército se le otorgue tan alto rango. En agosto, se le ordena partir hacia Perú por vía de Cartagena y Panamá. Con su equipo viaja Simón Rodríguez, tutor de Bolívar, autor y pensador ilustrado: el guionista o novelista podrá fabricar conversaciones entre Valero y Rodríguez, espíritu irreverente que no carecía de humor y a quien, sin duda, el primero habrá embromado con sus dotes de ventrílocuo. El 20 de octubre la flota que les lleva a Perú zarpa de Panamá, con la mala pata de que en alta mar los sorprende, no ya piratas sino un temporal que obliga a que una de las naves regrese al puerto de partida. El 15 de noviembre desembarcan en Guayaquil y emprenden el camino a Lima, que Bolívar ha liberado a finales de octubre. Estos viajes son lentos y tortuosos: llegan a Lima a finales de febrero de 1825. Mientras remontan, Sucre ha dado el golpe definitivo a las fuerzas españolas en la batalla de Ayacucho, en diciembre de 1824.
En Lima, Valero se entrevista con Bolívar. En su correspondencia, Bolívar señala la buena impresión que le causa el nuevo oficial y lo pone a cargo de una de las divisiones que, bajo la dirección del general Bartolomé Salom, mantienen sitiada a la ciudad del Callao, último reducto del ejército español en Perú. Pero pronto estalla un agrio enfrentamiento entre Salom y Valero y, como consecuencia de ello, entre Bolívar y Valero. De la historia, como de otros momentos de la vida de Valero, hay versiones y valoraciones distintas. Según lo relata Abril, cuando las autoridades españoles expulsan o permiten que mujeres salgan de la ciudad sitiada, Salom ordena que no se les deje pasar al lado bolivariano. Valero, al ver que se encuentran sin refugio y en peligro, las acoge. Salom lo acusa de insubordinación. Bolívar, que considera que la indisciplina era una de las amenazas que bien podía desarticular ejércitos a duras penas integrados, propone que se le envíe a Bogotá para someterlo a juicio. En lo que se decide qué hacer, Valero va y viene varias veces a Panamá, quizás como castigo. Para agosto, el mismo Salom intercede con Bolívar para que no se continúe con el proceso en su contra. Bolívar accede y Valero participa en otras acciones ante la ciudad sitiada, aunque no está allí cuando las tropas españolas se rinden en enero de 1826.
En febrero Valero recibe una carta de Bolívar en la cual reconoce su aportación a la campaña recién terminada: es una especie de desagravio o reconciliación. Pero todavía vendrá otra desavenencia. Antes de eso, en marzo, Valero escribe una vez más al vicepresidente Santander pidiendo que no se olvide de él, en caso de que se esté planteando una expedición a las Antillas. Wishful thinking de Valero, pues tal cosa no está ni estará en los planes del gobierno. Peor aún, Valero que está destacado en Panamá, es acusado de ser agente español, ya que aparentemente había recomendado a alguien que resultó serlo. En junio, Bolívar se entera de la situación. Señala ahora que nunca ha confiado en Valero y la emprende contra él en su correspondencia, a pesar de que otras figuras del gobierno salen en defensa del primero. A todo esto, Valero no está enterado de lo que sobre él se escribe: en julio, cuando se entera de la situación, es él quien exige un juicio formal para poder defenderse. El cruce de cartas y documentos continúa hasta que Bolívar entiende que las sospechas se han disipado y propone, y logra, que no se inicie ningún proceso formal. A todo esto, Valero mantendrá una gran admiración por Bolívar, con quien, por otro lado, su relación, como puede verse, fue cualquier cosa menos fácil. Irónicamente, su relación con Bolívar se estrecha entre 1827 y 1830: momento del ocaso de Bolívar y de la desintegración del estado que quiso fundar.
Hagamos un recuento rápido de ese ocaso y desintegración. A principios de 1827 Bolívar viaja a Venezuela, intentando desarmar las tendencias a la separación de Venezuela de Gran Colombia a la vez que choca con el presidente en funciones Santander. En septiembre regresa a Bogotá y asume la presidencia, con fuerte oposición de los partidarios de Santander. Parece ser que Valero se une a Bolívar en Panamá, camino de Bogotá. Bajo su presidencia Valero se convierte en subjefe del estado mayor del ejército colombiano. En abril de 1828 se celebra la llamada Convención de Ocaña, con el objetivo de refundar el gobierno y unificar las facciones encontradas (bolivaristas y santanderistas). Al fracasar la Convención, Bolívar asume poderes dictatoriales y elimina la vicepresidencia, hasta entonces ocupada por Santander. Santander organiza la conspiración contra Bolívar, que incluye el intento de asesinarlo: al fallar, Santander se exilia en Europa. Mientras, crecen las fuerzas, dirigidas por José Antonio Páez, que impulsan la separación de Venezuela.
Bolívar sabe que la Gran Colombia se está desintegrando. En los inicios de 1829 nombra a Valero jefe militar de Puerto Cabello, en Venezuela. A principios de 1830 Bolívar convoca otra convención, conocida como el Congreso admirable y renuncia a la presidencia. El Congreso selecciona a Joaquín Mosquera como nuevo presidente, a la vez que Bolívar emprende su último viaje hacia la costa que terminará con su muerte en Santa Marta en diciembre de 1830. En junio Bolívar recibe la terrible noticia del asesinato de Sucre, a quien consideraba su más hábil colaborador y sucesor. Los golpes no cesan. En agosto, en Venezuela, Páez había convocado la Convención de Valencia, que se pronuncia contra Bolívar y abre paso a la separación definitiva de Venezuela. Valero asume brevemente un puesto en el gobierno de Páez (Secretario de Estado para Guerra y Marina), pero renuncia ante los violentos ataques a Bolívar. Sabemos que Valero se traslada entonces a Saint Thomas, lo más cerca que estuvo de regresar a Puerto Rico y a Fajardo, aunque sobre las circunstancias de ese exilio y su duración hay distintas versiones. En Saint Thomas recibe la noticia de la muerte de Bolívar en diciembre de 1830. Y así termina el capítulo bolivariano y gran-colombiano en la vida de Valero.
El próximo y penúltimo capítulo (todavía falta, estimado lector o lectora, una última guerra, peregrinaje y exilio) comprende dieciocho años o catorce, de 1831 (o 1835, según algunas fuentes) cuando Valero regresa a Venezuela, hasta 1859. Es un periodo de paz, por lo que sabemos. Valero se retira de la vida política y pública. No está claro si continuó ocupando puestos militares. Se casa con Trinidad Lara Martínez (en segundas nupcias, dicen algunas fuentes, sobre las primeras no sabemos poco o nada) y tiene varios hijos. Lo poco que sabemos nos permite especular que quizás Valero compartiera en parte el mismo hastío y cansancio que Bolívar resumiera en las famosas frases escritas a un amigo, luego de tanta guerra interna y conflicto: «América es ingobernable para nosotros» y que «aquel que hace una revolución labra la mar», entre otras reflexiones no muy alentadoras.
Directa o indirectamente, Páez gobierna Venezuela entre 1831 y 1847. Es la figura más influyente, aunque no siempre es el presidente. En 1847 coloca en la presidencia a José Tadeo Monagas, a quien espera controlar. Cuando Monagas demuestra tener más independencia de la esperada, Páez intenta derrocarlo en 1849 y, al fallar la invasión, se exilia en Estados Unidos. Valero reaparece como figura pública bajo el gobierno de Monagas y de su hermano José Gregorio Monagas, quien también pasa por la presidencia. Los Monagas son liberales, aunque no deja de arrimar la brasita de puestos y presupuestos a sus panas y demás. Valero ocupa puestos militares y en 1858 se convierte en ministro de Guerra y Marina. Poco después, un golpe de estado coloca a un presidente conservador en la presidencia, detrás del cual se vislumbra la figura del omnipresente Páez. En 1859 se inicia la rebelión liberal contra el nuevo gobierno: Valero, al principio se retira a su hogar, pero luego, al borde los sesenta años vuelve al campo de batalla. Según sus memorias, que describen al General Ezequiel Zamora como «alma de la revolución», la ineptitud de algunos comandantes (incluyendo el futuro presidente Juan Crisóstomo Falcón), provoca la derrota del frente en el que se desempeñaba. Valero y otros sobrevivientes deciden internarse en Colombia y abrirse camino durante meses por ríos, bosques, selvas y pequeños pueblos, camino de Bogotá. Es durante ese viaje, que recuerda los del coronel Aureliano Buendía, que se encuentra con el cura ilustrado que menciona en sus memorias, según los pasajes citados por Mariano Abril. Podemos imaginar interesantes debates entre el militar en fuga y el cura del pueblo sobre los enciclopedistas o Voltaire. Mientras tanto, Páez ha regresado a Venezuela de Estados Unidos. Valero, que ha sido bien recibido por las fuerzas liberales en Colombia, también enfrentadas a los conservadores, intenta regresar a Venezuela, pero Páez impide su regreso o, según otras fuentes, el mismo Valero desiste ante el clima hostil que encuentra. Valero dirá en sus memorias que se había equivocado con Páez al pensar que su estadía en Estados Unidos había moderado sus tendencias autoritarias. Valero murió en 1863, en Colombia, sin poder reunirse con su familia. Páez esta vez no duró mucho en el gobierno y, luego de la victoria liberal, asume la presidencia Falcón, de cuyas habilidades militares Valero había escrito duras palabras en sus memorias.
Si alguien inventara un personaje que saliera de Fajardo para pelear en la guerra contra Napoleón en la Península, conspirar contra Fernando VII, participar en la revolución de 1820, embarcarse para México y participar en la consolidación de su independencia para luego conspirar contra Iturbide, escapar para ser atacado por piratas y encarcelado en Cuba y luego escapar con ayuda del gobernador y llegar a Gran Colombia para unirse a las últimas batallas del ejército bolivariano y acompañar a Bolívar en los últimos recodos de su laberinto y terminar en otra guerra a los sesenta años; si alguien nos ofreciera tal ficción, y además añadiera que el personaje era notorio ventrílocuo, diríamos que está rebasando lo verosímil. Tal figura no puede existir. Pero existió. Otra prueba de que la realidad no tiene que ser creíble, sino que, como dijo alguien, puede darse el lujo de copiar sin vergüenza a la mala literatura. Y lo que no es el menor mérito de esta historia: la lucha por las mismas ideas, en tierras distintas.
Nota al calce obligada para quien lleva mi apellido: el nombre completo de Valero era Antonio Valero de Bernabé, aunque me surge la duda, a partir de mi experiencia, de si él usaba el acento o se lo añadieron otros en su época o después.
Algún día, si tengo tiempo, quisiera escribir un libro de biografías de boricuas bestiales que son ejemplo de lo dicho: de Juan Tizol que viajó por muchos mundos geográficos, sociales, raciales y musicales, como trombonista de la orquesta de Duke Ellington o de Emilio R. Delgado que fue sucesivamente: joven poeta integrante de las vanguardias de la década de 1920 en Puerto Rico, peregrino en los círculos literarios y revolucionarios en Cuba de principios de los treinta, partidario de la república, militante y editor de periódicos del Partido Comunista durante la guerra civil española, prisionero en los campos de refugiados en Francia, corresponsal en Estados Unidos de la agencia de noticias soviética Tass durante la década del macartismo y la década del sesenta…, para dar dos ejemplos.
No olvidemos la última peripecia de la larga y maravillosa vida del ventrílocuo Valero. Cuando el General Guzmán Blanco, presidente Venezuela, determinó que los restos de Valero se trasladaran de Colombia para colocarse en el Panteón Nacional en Caracas, junto a Bolívar y a otros líderes de la independencia, el proyecto no pudo cumplirse. Sin familia en Bogotá y sin que nadie se ocupara, nadie tomó debida nota de la ubicación de la tumba de Valero. No se pudo dar con sus restos. Nadie sabía, nadie sabe, dónde está enterrado.
Nota: Además de la biografía de Abril de 1929, la lectora o lector interesado en las demás fuentes existentes puede consultar: Héctor R. Feliciano Ramos, ed., Antonio Valero de Bernabé. Soldador de la libertad (1790-1863) (San Germán: Universidad Interamericana, 1992)