La suprema definición
Aparte de reafirmar el consabido atesoramiento de la ciudadanía americana, la Cumbre de La Concha optó por pasarle la papa caliente a un comité integrado por cuatro figuras icónicas del estadolibrismo impenitente: dos expresidentes del Partido y dos exgobernadores del País.
Titánica misión la de los ilustrísimos señores (señoras no hay en el corillo). Antes que nada, tendrían que empezar por convencerse de la necesidad de definir. No olvidemos que estos monjes del culto muñocista nacieron, crecieron y reinaron abrazados a los cuatro pilares del ELA. Por otro lado, como buenos zorros veteranos, seguramente olfatean sin tregua el curso de los vientos. De sobra saben que la versatilidad del camaleón es atributo indispensable del político exitoso.
Dos bandos peleados no hacen un partido. ¡Horror, hasta pudieran poner en peligro el Santo Grial electoral! La definición, entonces, tendría que ser lo suficientemente elástica y ambigua como para complacer a todo el mundo. En eso el liderato popular tiene vasta experiencia. Sus resbalosas metáforas y estrambóticas paradojas han logrado mantener por décadas, entre su feligresía, una mezcla funcional de confianza y confusión.
Más difícil resulta el otro imperativo del asunto. Washington ha puesto dos requisitos: que las definiciones propuestas sean constitucionalmente viables y que cumplan con las normas legales y la política pública de los Estados Unidos. Así pues, el fruto de las sesudas deliberaciones del Comité deberá someterse al escrutinio escrupuloso del Procurador General de la Metrópoli.
Fascinante sería poder escuchar las discusiones bizantinas que habrán de sostener a puerta cerrada los cuatro definidores. ¿Se atreverán a reciclar el ELA vigente cuando la mayor parte del electorado le dio limpiol en el último plebiscito? ¿Le harán minúsculas modificaciones insustanciales para aplacar los ánimos soberanistas? ¿Cuál flamante fórmula estrenarán para devolverle algo de su antiguo lustre a la desgastada sigla de sus tormentos?
Queda la interrogante mayor. ¿Esperará el selecto cuarteto que Papito Holder les apruebe cualquier peregrino invento con tal de que sirva como detente protector contra la embestida anexionista? Después de todo, los americanos no han dicho todavía si las definiciones de estatus deben ser “no territoriales”, ni tampoco si la próxima consulta sería “vinculante”. ¿Y si se tratara de otra maniobra para revalidar, con alguna que otra modesta concesión, la inocua eternidad del ELA de museo?
Ante tanta incógnita, sólo resta imaginar las complejas disquisiciones que surgirán en el seno del Comité Definitorio. A falta de un buzón de sugerencias, supongo que dedicarán la primera sesión a un maratónico “brainstorming” filosófico a cuatro voces. De esa febril actividad cerebral, saldrá al menos una lista preliminar de alternativas explorables. Se me ocurren algunos ejemplos.
1. ELA “hard-core”, mejor conocido como asquerosa colonia entre la oposición irreverente. Léase ELA “as is”, para robarle un término elegante a la jerga de los bienes raíces.
2. ELA culminado (¿o mejorado?). Versión “soft” del ELA puro y duro. Sería algo así como un ELA original con combo agrandado. El agrandamiento consistiría en la exclusión de Puerto Rico de la Ley de Cabotaje y el permiso para firmar tratados internacionales previamente aprobados por Tío Sam. Añádase de ñapa el voto presidencial en caso de que los americanos, en su misericordia infinita, estuvieran gentilmente dispuestos a enmendar su constitución.
3. ELA soberano con atesoramiento “full”. Lo distingue de la colonia bocabajo la delegación “voluntaria” de poderes. Lo distancia de la independencia “plain” la conservación a perpetuidad de la ciudadanía americana, ya sea por legislación irrevocable, por nacimiento criollo o por transmisión sexual.
4. ELA desembrollado con “deep freeze” garantizado. Propone a nuestros socios asociados un tentador cambalache financiero. Ellos se echarían al lomo nuestra deuda astronómica a cambio de la congelación, a la tasa actual, de los millones federales venideros.
5. ELA “hard-core” rebautizado. Remodelación semántica de la marca registrada “Estado Libre Asociado”. Se resuelve con un adjetivo adicional que proyecte una impresión de renovación profunda sin ceder ni un pelo a las presiones y jorobaciones del sector disidente.
La quinta parece bastante sencilla. En principio, sólo exigiría un dominio competente del idioma y una cierta sofisticación maquiavélica. Aun así, presenta sus complicaciones. ¿Cómo rebautizar sin precisar? ¿Cómo insinuar sin delatar? Y la peor: ¿Cómo lucir anticolonialista sin realmente serlo?
Buena suerte, caballeros. Los tendré en mis oraciones. Les ha tocado una empresa digna de los Siete Sabios de Grecia.
* Publicado originalmente en El Nuevo Día, reproducido aquí con el permiso de la autora.