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Inicio » 80grados+ Columnas

La tiranía de los precios bajos

Carla Cavina MeléndezCarla Cavina Meléndez Publicado: 7 de febrero de 2014



economicsMe permitiré el atrevimiento de hacer unas reflexiones sobre economía. No es un tema que domine, pero a juzgar por los resultados, es evidente que hasta el momento ninguno de los administradores de la colonia lo ha dominado. Al menos no de la economía que nos beneficia a todos en Puerto Rico como país, estado, colonia o mejor aún, como hábitat.  Nos queda claro que en estos 60 años de “autogobierno”, la mayoría de los servidores públicos, electos o no, se ha preocupado consecuentemente por su crecimiento económico particular y el de sus pares. Los políticos administran con la filosofía “esto es para 4 años mínimo” y  las “batatas políticas” con la frase “esto es para 30 años”. La consecuencia ha sido el endeudamiento del país, el desgaste de nuestros recursos naturales, la mediocridad en el servicio público, excesiva legislación, leyes que son letra muerta y la fuga continua de nuestro capital económico y humano. Dice un proverbio que «los pueblos tienen los gobiernos que se merecen»; así que, vamos a asumir, al menos por lo que dura esta columna, que nosotros tenemos parte de la responsabilidad y parte de la solución –solo parte.  Después de todo, el pueblo es la mayoría.

Primero, debemos aceptar que estamos ante una crisis económica. Nuestro país, al igual que la mayoría de nosotros, ha vivido del crédito. Es decir, cogiendo prestado y gastando más dinero del que se produce, pagando a plazos deudas que crecen exponencialmente ante la suma constante de intereses. Segundo, deslumbrados con la promesa de “crecimiento económico” que la industrialización trajo a nuestras playas en aquellos buques de guerra, hemos asumido una posición de frágil pasividad y codependencia ante la gran corporación de Estados Unidos.  Administración tras administración hemos apostado al dinero fácil, que enriquece a los que administran y empobrece a los que trabajan. Esta economía por invitación, en la que nos ofrecemos a los extranjeros como un paraíso abierto con playas vírgenes, exenciones contributivas, incentivos salariales y todo tipo de excepciones ante el cumplimiento de la ley, para que vengan a penetrar con sus megatiendas nuestro mercado y después llevarse toda la ganancia fuera de nuestras tierras, es un mal negocio, un desfalque.  Tercero, con la excusa de los precios bajos y la ganancia rápida de la reventa, hemos renunciado a la producción de bienes para el autoconsumo local; o sea, hemos renunciado a ser autosuficientes. Cuarto, hemos internalizado el  prejuicio de nuestros colonizadores y no solo no apoyamos el producto local y al emprendedor de iniciativas originales nativas, sino que además castigamos con nuestra frustración y el “no se puede” a todo el que se sale de la manada. Quinto, la falta de visión de futuro en nuestras costas impulsa, a los que pueden, a huir y a muchos de los que se quedan a truquear y burlar la ley. Sexto, los que logran establecer grandes empresas o emporios, buscan por todos los medios mantener sus monopolios usando su poder para influenciar al gobierno de turno en la toma de decisiones, y no permitir la justa competencia; lo que se traduce en resentimiento y odio de la mayoría, en un deseo de ver caer a las pocas empresas prósperas locales –y muchas veces con razón.

Con lo que digo no propongo una “limpieza de sangre” y que saquemos a todas las grandes corporaciones que se reproducen como “gremlins” cuando les añades agua –y mira que aquí llueve,  sino que seamos inteligentes y astutos. La economía por invitación solo funciona si deja capital en Puerto Rico, paga sus propios empleados y paga contribuciones que sirvan para subvencionar una economía autóctona y diversa, que fomente al empresario local, la producción de nuestros bienes de consumo, la invención tecnológica, la cultura y la educación. En fin, que esté basada en un proyecto de país autosuficiente. O mejor dicho, en un hábitat autosustentable para nosotros los puertorriqueños por nacimiento o elección. No podemos vendernos tan fácil y tan barato, estamos regalando nuestro “cuerpo” desesperadamente, a precio de baratija y sin protección, permitiendo la degradación de nuestra salud física, social y económica.

Crecí en Río Hondo, Bayamón. De adolescente caminaba hasta el centro comercial. Había tres videoclubs en la zona, uno estaba en el edificio del cine, el otro dentro del shopping y el tercero en algún lugar de la avenida Comerío que hoy no recuerdo. Cuando los visitaba jangueaba largo rato por sus pasillos llenos de carátulas, hasta quedar intrigada por una imagen, su título y la sinopsis. Cada videoclub expresaba el gusto de sus dueños, eran negocios familiares, yo alternaba de tienda dependiendo de las curiosidades que atormentaban mi mente adolescente y las relaciones con los dependientes. Video Place era el más moderno de todos, tenía animé y una gran variedad de cine extranjero. Varios de mis compañeros de clase trabajaban ahí; era divertido pasar por las tardes después del colegio. Blockbuster llegó en el 1993 y se instaló en el  Supermercado Pueblo. Lo próximo fue hacer honor a su nombre y acabar con todos los Video Clubs familiares alrededor del bloque. Solo se salvo Video Place, pues supo capitalizar en una oferta única, en un mercado nicho, y resistieron por amor al arte, y el amor de clientes fieles.

En el 2013, quizás gracias al karma, cerraron las últimas tiendas de Blockbuster en Puerto Rico, pero la compañía ya había quebrado en Estados Unidos desde el 2010. Netflix, Redbox y la piratería acabaron con su monopolio de 20 años. Admito que sentí alegría cuando leí la noticia. Sé que es un tanto cruel, pero nunca les perdoné que sacaran del mercado a aquella familia que alquilaba películas en el cine. Me gustaba pasar por allí y hablar con el muchacho de la caja. Sus recomendaciones eran excelentes, gracias a él vi Dead Poets Society, una película que me marcó profundamente. En Blockbuster los empleados eran siempre desconocidos, sus horarios erráticos y la estética homogénea de la tienda me resultaba estéril. Su selección de películas extranjeras era patética. Todavía Video Place sigue en pie, resiste los cambios del mercado a duras penas, con heroísmo y dignidad. Es el video club de los amantes del cine.

De esta anécdota nacen años de reflexión y suspicacia ante estas mega tiendas. Cada dólar invertido en una de esas es un dólar que invertimos en el “crecimiento económico” de una “familia corporativa” fuera de Puerto Rico. No puede seguir pasando que con la excusa de crear 400 empleos a tiempo parcial, al mínimo federal y sin beneficios, permitamos que cierren los pequeños negocios y salga de Puerto Rico todo el dinero que gastamos en esas tiendas. Es mejor tener 400 empleos distribuidos en 200 tiendas familiares locales, que los mismos 400 en una sola franquicia, porque el dinero, aunque sea poco, se recircula en nuestra economía. Pero para eso se necesita de la voluntad del gobierno para apostar al pequeño comerciante, la voluntad del pequeño comerciante para ofrecer calidad, ser original, educarse continuamente y administrar bien, y sobre todo, la voluntad de los consumidores en invertir su dinero en productos puertorriqueños.

Debemos dejar de enfocarnos en soluciones únicas para acelerar el “crecimiento económico”, pues estas nos han hecho vulnerables. Hay que diversificar nuestra economía. La industria del café en el 1890, luego la de la caña de azúcar en el 1900, más recientemente la construcción (2000) y la incentivación de películas extranjeras para generar empleo, nos convierten una y otra vez, en víctimas pasivas de los vaivenes del mercado global. Debemos enfocarnos en ver la economía como un ecosistema funcional y vivo, y abandonar el culto al “crecimiento económico”. La interrelación del Estado, el empresario y el consumidor debe ser orgánica, y se debe apoyar la proliferación espontanea de pequeños negocios, así como de empresas de producción de bienes materiales y culturales. En algunos casos es tan sencillo como facilitar los procesos de permisos, en otros es proveer adiestramiento y financiamiento, darle mantenimiento a la infraestructura básica, fomentar el empresarismo comunitario y protegernos de los precios bajos. Crear las condiciones y fortalecer la actividad económica  a pequeña escala para proveer empleo justo, el intercambio y la autogestión.

El Viejo San Juan y Santurce son ejemplos de áreas en ebullición económica con la proliferación de cafés y restaurantes, que ofrecen en sus menús una variada oferta de cafés artesanales, productos agrícolas orgánicos locales y actividad cultural, como murales, teatro, música, poesía y cine, lo que es igual a turismo cultural. Allí donde los edificios a medio construir son un homenaje al colapso anunciado de la industria de la construcción, proliferan los pequeños negocios. Como las plantitas en el cemento olvidado. Lo que se haga no debe alterar el clima, los nutrientes y las condiciones que han propiciado este “boom”; debe funcionar como fertilizante –pero no químico. Hace unos meses uno de esos cafés amaneció cerrado. Me preocupé, a la semana siguiente volví y seguía cerrado. Ya uno más arriba había quebrado y sentí tristeza. Finalmente un día pasé y estaba abierto, aunque sin aire acondicionado. Traté de comprarme un café y el dependiente me dijo que no me podía vender, que me lo regalaba. Estaban regalando todo, solo aceptaban donativos. Me encontré a la dueña y le pregunté qué pasaba. Se le hizo difícil, pero finalmente me contó que los meses de julio a septiembre son malísimos en Viejo San Juan, que se había atrasado en algunos pagos de la luz, y una deuda de $3,000 dólares se había convertido en $15,000 con las penalidades. Hablamos un rato del problema, y ella me dijo que había conseguido un préstamo de amistades, tenía claro que los meses de noviembre-diciembre en adelante la cosa mejoraba, y podría ponerse al día, sin embargo, las penalidades por poco la llevan a la quiebra.

Me quedé pensando en su caso, y el problema de las penalidades. ¿Cual es el fin de estas, atormentar al empresario? ¿Amonestar a empresas irresponsables que no cumplen con sus responsabilidades fiscales? Sin embargo, la ley no se aplica por igual a los grandes como a los pequeños y ahí como evidencia tenemos el caso de Capeco (Caribbean Petroleum Corp.), o la refinería Gulf en Cataño. Cuando explotaron sus instalaciones en el 2009, salió a relucir en los periódicos que en el 2001 tenía una deuda con el Departamento de Hacienda que ascendía a $159 millones de dólares en contribuciones y que al acogerse al tribunal federal de quiebras en el 2003 la misma le fue reducida a $32 millones, los cuales debía pagar a Hacienda en un plan de Pago. ¿Cómo sucede que una empresa como esta llegue a deber esa cantidad de dinero y siga operando? Al 2009, cuando se incendiaron sus facilidades, Capeco había incumplido con el acuerdo de pago y su deuda previamente reducida, volvía a incrementarse en penalidades.

No sé cuál es la solución, pero muchas corporaciones millonarias van por la vida no queriendo pagar contribuciones, permisos, franquicias de agua y utilidades y, sin embargo, gozan de protección, continúan sus operaciones millonarias que rinden “crecimiento económico” a sus accionistas y especuladores, y pérdidas al país y a los “consumidores”. No obstante, las pequeñas empresas cierran operaciones en un santiamén.

Compartiendo frustraciones con una amiga hace un tiempo, me contó algo que he escuchado mucho de otras amistades en el proceso de montar negocios. Me decía que estaba pagando el tercer mes de renta y todavía no conseguía el permiso de uso del Municipio de San Juan para poder instalar la luz eléctrica y el agua. Se había tenido que gastar $3,000 en un gestor de permisos, para poder conseguir todos los permisos que necesitaba y estaba a punto de perder el dinero y tener que volver a gestionarlos, porque no le daban el permiso de uso. O sea, estaba empezando su negocio con pérdidas, los tres meses de renta pagados sin operar, más los gastos de permisología que estaban próximos a caducar. Le pregunté cuál era la explicación que le daban, y me dijo que en la oficina había un solo funcionario y que este estaba sentado sobre los permisos, por no recuerdo qué coraje. Entiendo que todo el que tiene una empresa a pequeña escala en Puerto Rico es un héroe de la burocracia, y como “política externa” personal, trato de invertir el poco dinero que gano en productos y negocios locales.

Hace unos años fui a solicitar los incentivos salariales de la ley 52 del Departamento del Trabajo, como estrategia para armar un presupuesto millonario que pudiera pagar decentemente a los técnicos acostumbrados a trabajar con las tarifas de Hollywood. El proceso fue altamente controlado, teníamos que ir a una orientación con alto carácter religioso y firmar la lista de asistencia para que nos dieran los papeles de la propuesta. Hacer la propuesta y buscar los documentos requeridos nos tomó más o menos un mes. Todas las  propuestas se entregaban el mismo día, había que firmar nuevamente la lista y esperar a que llamaran. Nos encontramos allí un grupo de cineastas que fuimos a solicitar fondos para nuestras diferentes producciones, y entre chiste y chiste descubrimos con una mezcla de odio, tristeza e impotencia que empresas multimillonarias como Wallmart, Walgreens, fast foods y películas hollywodenses también estaban solicitando los fondos. ¿No se supone que la gran ventaja de que vengan aquí es porque inyectan capital y crean empleos? ¿Pero cómo inyectan capital si nosotros les pagamos los empleados y ellos se llevan las ganancias? Las matemáticas no son mi fuerte, pero creo que es bastante obvio que se llevan nuestro dinero dos veces. El de los salarios y luego el que los puertorriqueños gastan en sus tiendas. No en balde nuestra  economía colapsa, si un almuerzo decente tiene el valor de una hora de trabajo en una mega tienda. ¿Qué economía se construye con el salario mínimo? Una economía de pobreza y esclavitud. Demás está decir que a ninguno de nosotros nos dieron los fondos para nuestras películas.  Pero pagamos la nómina de la película gringa millonaria El Che con nuestros impuestos, y la nómina de los Walgreens que acaban con nuestras farmacias de la comunidad, y las nóminas de los legisladores, y servidores públicos, alcaldes, etc., etc.

¿No es mejor gastarse ese dinero en capacitación en nuestros empresarios? ¿No es mejor gastarse ese dinero en fomentar empleos en empresas puertorriqueñas?

Por otro lado, escucho constantemente a mis amigos afirmar, que no compran productos locales porque son muy caros. Y sí es cierto en algunos casos, pero en otros no, por ejemplo, en el caso de Office Max. Todo el mundo piensa que sus precios en copias son mejores, lo que es falso pues están a 8 centavos, versus negocios puertorriqueños como Printing Boutique o M.A.S. Corp., donde tienen las copias a 3 centavos y un servicio personalizado. Pero es cierto que hay productos que sí son más caros. Yo no tengo hijos, me puedo dar el lujo de pasar el mes con $14 en la cuenta después de pagar mis deudas, comprar alimentos a agricultores locales y orgánicos. Una bolsa de café artesanal, de una pequeña hacienda de café de sombra de las que han proliferado por el centro de la isla, cuesta entre $12 y $20 dólares, para mí ese café es oro y me paso probando las diferentes variedades. Una barrita de chocolate hecho en Puerto Rico, con Cacao sembrado y cosechado en Loíza cuesta $5 dólares, una jalea de guayaba, tamaño mediano cuesta $6, una cartera diseñada por una artista y confeccionada por una cooperativa de mujeres en Utuado empieza en los $45 dólares. Sin duda son productos caros, comparados con los precios de Marshalls o Kmart, o Sam’s. Pero hay profundas diferencias entre estos productos, y la raíz de estas diferencias radica en su precio.

La tiranía de los precios bajos está acabando con los recursos naturales del planeta, contaminando la tierra, el agua y el aire, aniquilando nuestro ecosistema económico, además de hacernos cómplices de la nueva esclavitud mundial. Sus empleados, que en su mayoría son niños y mujeres, reciben pagas miserables y trabajan en condiciones infrahumanas. Mientras escribía hice el ejercicio de mirar la ropa que tengo puesta y otras piezas en el armario. La mayoría dice made in China, Pakistán, Indonesia, Bangladesh, India, Vietnam, Egipto, Rep. Dominicana… Lugares donde continuamente mueren aplastados los trabajadores porque se derrumba un edificio, o donde mueren calcinados porque no hay salidas de emergencia apropiadas. O que por el exceso de “smog” se tiene que salir a la calle con mascarilla, donde la gente vive en espacios tan pequeños que solo cabe un catre.  El índice de suicidios en muchas de las fábricas de tecnología es altísimo. Nuestros preciados teléfonos y computadoras inteligentes, son una de las industrias que más dependen de la explotación del medio ambiente con minas de cielo abierto en África y China, y condiciones de trabajo insalubres, con horarios de sol a sol. Querámoslo o no, somos parte de la cadena del “crecimiento económico”; nosotros también somos esclavos, nos llaman “los consumidores” de nosotros depende que la economía mundial se sostenga. Para las grandes corporaciones somos un mal necesario, hay sangre en nuestras manos.

Por eso cada vez que escucho la palabra “crecimiento económico”, me sube la sangre a la cabeza. ¿El crecimiento económico de quién? La rabia es tal, que quisiera renunciar a la especie humana y exigir traslado a otra galaxia con la esperanza de encontrar formas de vida menos caníbales (es decir, no capitalistas), con tecnologías de vanguardia (es decir, que no usen combustibles fósiles), un código moral basado en la equidad (es decir, que respete la naturaleza como un ser vivo y la vida en general, sin las supersticiones diabólicas de los cristianos de la edad media).

Tristemente, sé que es una fantasía, y espero algún día convertirla en película 2d o en literatura -esto sería menos costoso. Tomando mis 38 años de experiencia empírica sobre la tierra, no importa qué filosofía practicas, “jipie”, comunista  o cristiano, me queda muy claro que en la mayoría de los casos, basta que cualquiera de nuestra especie tenga más dinero que los demás, poder, o la oportunidad de “truquear”, para que sus privilegios lo conviertan en tirano – salvo contadísimas excepciones.

Sin embargo, ya que no hay a dónde huir que sea mejor que la Tierra, y la idea de emigrar al imperio del consumismo me parece vomitiva -con todo y que se puede aprender mucho de ellos, escojo quedarme en mi islita tropical, 100×35, rodeada de mar y una temperatura en general agradable. Pese a lo que digan los periódicos día tras día, Puerto Rico me parece el mejor lugar del planeta –y no por falta de viaje. Así que me quedo voluntariamente, y por eso ejerzo todos los días mi derecho a hacer de mi hábitat un ecosistema autosustentable, saludable para la vida de todos por igual. No sé mucho de economía, salvo que el dinero en nuestra sociedad nos sirve a nosotros los mortales para comprar cachitos de libertad, mientras que a los otros, ese 10% de la especie humana, les sirve para esclavizarnos a su maldito “crecimiento económico”. Y es que cuando se habla de crecimiento económico, no se mide la calidad de vida o la erradicación de la pobreza. Cuando se mide el índice de desempleo, la preocupación no es cómo esa gente sobrevive, dónde vive o qué come; lo que preocupa es que esa gente dejó de consumir y por lo tanto de dejó de contribuir al “crecimiento económico” de las grandes corporaciones que controlan el mundo.

Desde el 2006 nos atormentan con la crisis económica de Puerto Rico. La crisis existe, es hora de abrazarla y hacer las cosas diferentes, fomentar la solidaridad y una economía a pequeña escala pero autosustentable. Donde el enfoque no sea crear empleos, y productos de exportación, sino crear empresarios, ideas, inventos, arte, tecnología y productos para el consumo local. Yo trabajo por cuenta propia, no tengo días de enfermedad, vacaciones, desempleo, seguro médico o retiro. La incertidumbre es una realidad diaria, cotidiana; la crisis toca a mi puerta cada cierto tiempo y me enseña muchas cosas. Me enseñó sobre todo que la mayor riqueza está en la familia y los amigos, que el conocimiento es la mejor herramienta de subsistencia, que nuestra tierra es generosa, que la felicidad no está en las cosas y que la mejor inversión económica que uno hace es el dinero que uno se gasta en los puertorriqueños.

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Bayamóncarla cavinacrisis económicaEconomía de Puerto Rico


Carla Cavina Meléndez
Autores

Carla Cavina Meléndez

Tiene un bachillerato en artes plásticas/fotografía de la Universidad de Puerto Rico; estudió dramaturgia y actuación en el Teatro Rodante de la UPR, los talleres Bread & Puppet Theater (Vermont, USA) y Mala Yerba (Quito, Ecuador), y guión en los talleres de la Universidad del Sagrado Corazón y Scene 51. Es Cofundadora de las organizaciones Creando Espacios para Aprender (CEPA, 2000), El Taller Cinemático (2002), y la Asociación de Documentalistas de Puerto Rico (ADOCPR, 2012), de la cual es vocal. Fue instructora de cine para el Proyecto de Comunicaición del Canal 6 y coordinadora de Prensa Comunitaria. Escribió, dirigió y editó los cortometrajes "¿Tienes Fuego?" (2007), el video arte "Ming I o El oscurecimiento de la luz" (2008), y "El cielo de los ratones" (2009), que se ha presentado en más de 17 festivales nacionales e internacionales y fue ganador del primer premio del Film Slam de NALIP (2009); escribió el mediometraje "El viaje de Tortuga" (2010); escribió, dirigió y editó los documentales "Eco Cantera, Rompiendo el silencio" (2010) y "Testimonios de Cambio Climático en Puerto Rico" (2013); fue editora del documental "La Aguja" (2011) de los directores Carmen Oquendo-Villar y José Correa-Viguier; documentó y montó el videoreportaje "El impuesto secreto del alcalde Santini" (2012), investigación del periodista Eliván Martínez premiada por la Asociación de Periodistas como mejor reportaje multimedios. En el 2008 escribió su primer largometraje de ficción, "Extraterrestres", que gana las becas para los talleres de desarrollo de proyectos cinematográficos Iberoamericanos de la Fundación Carolina en Madrid, España (2009) y de Ibermedia en San José, Costa Rica (2012). Espera dirigir este largometraje a finales del 2013. Es columnista para la revista 80grados.

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