Les Miserables
Esta es la cuarta versión del opus de Victor Hugo que veo. La primera la aprecié con gran fervor y temor en el cine Paz en Roosevelt, hace muchos años. El dueño del teatro (según recuerdo, un tal T. Llamas) era dado a estas respuestas maravillosas que siempre, excepto los domingos, eran parte de un doble programa. Creo que fue en ese filme del 1935 (no lo vi entonces, ¡Ok!) en el que por primera vez odié a Charles Laughton, que es para mi el Javert definitivo, por ser (su personaje) tan cruel y obstinado y por irrumpir en la nueva vida idílica de Jean Valjean (el gran Frederic March) hasta perseguirlo por las cloacas de París. Puedo decir que el hecho principal que comienza la historia es el robo de un pan que envía a Valjean a la cárcel donde se entrecruza con el policía Javert. Esto le augura años de persecución, una vez sale de la cárcel y viola su libertad condicional.
No fue hasta que vi la versión de 1952 (ya era adolescente) dirigida por Lewis Milestone que me di cuenta del dilema moral que motivaba los actos de los dos protagonistas, Valjean (Michael Rennie) y Javert (Robert Newton), aunque no creo que lo entendiera del todo. De todos modos, la película no fue muy buena y me pareció demasiado sentimental.
En los años 80 comenzó el musical que ha dado paso a esta nueva versión cinemática y, para mi sorpresa, aunque la producción fue extraordinaria, la obra me aburrió de forma bochornosa. La película que ahora circula en los teatros en Puerto Rico ha tenido el mismo efecto sobre este espectador.
¿Qué me pasa con esta versión de la monumental novela? Creo que el problema es que, a pesar del éxito que ha tenido en teatros alrededor del mundo, no se presta para ser una especie de opera en que todo es cantado. La novela de Hugo es una de las más largas que jamás se haya escrito, y está repleta no solo de personajes sino de los múltiples giros que tomaban las novelas decimonónicas a través de tramas complicadas y tortuosas. También presenta una serie de planteamientos ideológicos contra la monarquía y la inequidad de las riquezas, y situaciones políticas que la gente ya no recuerda.
Se dice que Hugo se inspiró en el breve levante (un poco más de veinticuatro horas) de 1832 cuando un grupo de estudiantes republicanos se alzó contra el Segundo Imperio francés, algo que hasta para los franceses de hoy día puede que sea una nota al calce de su historia. Peor aún es que el espectador promedio no tiene idea de quién era el general Lamarque y qué significó en ese momento. Es distinto cuando uno entra al teatro a ver el musical y se entera por las notas del programa de qué se trata esta revolución (muchos que salían del cine en que vi la versión que reseño creían que era LA revolución francesa, que ocurrió 43 años antes; otros comentaban que no entendían “lo de los soldados”) y cuál es la época en la que está situada la trama. Así es fácil saber qué es lo que motiva a Marius (Eddie Redmayne) y a sus compañeros a poner sus vidas en la línea. Aunque hay un intento de explicar la oposición al reinado de Luis-Felipe por Lamarque y sus acólitos, a muchos se les dificulta seguir el hilo del diálogo cantado, máxime cuando tienen que leer los subtítulos.
Para los que no conocen la historia de Les Miserables no diré más nada sobre la trama, excepto que Marius, un estudiante, se ha enamorado de Cosette (la hija adoptiva de Valjean, algo demasiado del Romanticismo para mí) y Valjean se une a las barricadas tratando de protegerlo y, en uno de los caminos que toma la trama, se encuentra con Javert, a quien han condenado a muerte los revolucionarios. Esta parte de la película me pareció la más ágil y efectiva y, una de las pocas, en que se facilita entender el diálogo cantado porque está acompañada de acción.
La música de la película no es memorable y es otra razón para que, en vez de ayudarnos a seguir la trama, lo impide. Es monótona y poco atractiva, y aunque los actores cantan bien, me pareció que cantar interfirió con sus actuaciones, aunque no en el caso de Hugh Jackman (Jean Valjean) y Anne Hathaway (Fantine), quienes cantan bien y actúan mejor. Pero el Javert de Russell Crowe se queda corto por mucho de hacernos ver la intensidad con la que ha dedicado su vida a hacer cumplir la ley y no nos convence de que un imperioso mandato moral lo impulsa a su insistente persecución de Valjean, mucho menos nos explica el dilema que reta su estado psíquico. Si quieren entender qué motiva a Javert y cuáles son los demonios que lleva por dentro busquen la actuación de Laughton, o la de John Malkovich en la miniserie para la TV francesa de 2000 (está en Netflix).
La producción en sí es magnífica y la dirección de Tom Hooper buena. Hay momentos buenísimos cuando Helena Bonham-Carter (Madame Thénardier) y Sacha Baron Cohen (Thénardier) están escena. Es fácil entender quienes son y que representan estos dos personajes cómicos, a pesar del sentimentalismo excesivo que los rodea y que algo más que rechazo de esta película y de versiones anteriores. Como las versiones fílmicas, por lo general, siguen bastante de cerca la novela, hay que culpar a Victor Hugo quien, no importa lo que se diga, vive en la gloria en el Panteón Nacional en Paris.