Los lugares insobornables y la UPR
Hay lugares insobornables. La dignidad es uno de ellos. Mi abuelo materno fulminaba, desde el sillón en un barrio del campo de Isabela, a quienes la entregaban, la perdían o no la habían tenido nunca. “¡Vacablancas!,” exclamaba airado. Luis Muñoz Marín era un blanco frecuente de su rabia. Un cuento del que no tengo buena memoria implicaba que mi abuelo había ayudado a organizar (¿u organizado él principalmente?) un mítin (¿o varios?) para apariciones de Muñoz Marín en barrios de Isabela. La vuelta de tuerca hacia lo que, eventualmente, se convertiría en el ELA fue, para mi abuelo, altísima traición. Nunca supe el origen del apelativo vacablanca, pero siempre me fascinó la particularidad de un insulto que operaba por vía de la blancura, en un entorno donde no faltaban dosis cotidianas de racismo contra la negritud. Las vacas tenían que ser pintas o negras. Nada de blancas. Aún hoy, cuando este presente me puede –que es casi todos los días–, mi cuerpo replica sin pensarlo la ira del abuelo.
Otro es el arte que no se rinde al mercado.
Otro es el amor y las muchas formas que adopta.
Otro es el sueño y la imaginación.
Otro es la justicia.
Otro es la economía solidaria.
Otro es la naturaleza y sus ritmos.
Otro es el uso de nuestros conocimientos, nuestros títulos, nuestras lecturas, nuestros pronunciamientos, para solidarizarnos con lxs condenadxs de la Tierra, para defender sus epistemologías.
La resistencia, la subversión, la protesta –en sus multiformes manifestaciones– se articula justamente para proteger nuestra dignidad, nuestro arte, nuestro amor, nuestro sueño, nuestra justicia, nuestro conocimiento, nuestra epistemología, nuestro lugar en el mundo. Crear y proteger los lugares insobornables del poder capitalista, colonial, patriarcal, racista, es un asunto de vida y muerte en este presente desbordado de tragedias, cuyo objetivo último es inmovilizarnos. Es nuestro sagrado secular.
Sé bien que los lugares insobornables no son impolutos, que el azar de las luchas y la masiva inequidad de condiciones con las que entramos al ruedo de oposición a un poder cada vez más “líquido” y, por lo mismo, más brutal, implica que no siempre disponemos del tiempo y los recursos que se requieren para pensar bien, para dialogar, para aunar y analizar evidencia. Sentimos confusión. Perdemos el aliento. Tememos por nuestras vidas, que pueden extinguirse aún sin morir, ante tanto asedio. Cometemos errores y nos los señalan más que nada más. Precisamente, uno de los axiomas de la inequidad de condiciones en la lucha es que el poder tiene todo el margen de acción (y de error) y nosotrxs solo un resquicio, si acaso. Aun así, resistimos, siempre, porque sabemos, en la carne, que a los lugares insobornables, no pasarán.
No pasarán.
* * *
Por estas semanas, se discute intensamente el salvaje ataque a la UPR y todo lo que dicha institución implica para el país. Se barajan propuestas desde los foros cerrados de la Junta y su cómplice gobierno local jugando el jueguito de cúcame-Pedro-que-a-mí-me-gusta; desde los foros cerrados del poder administrativo universitario que apenas se niega a recortarse, reorganizarse, ajustarse; desde los foros cerrados de colegas que defienden lo que una amiga ha dado en llamar “la mística” de la universidad;[1] y desde los foros abiertos de los movimientos estudiantiles que han sido, una vez más, los únicos capaces de articular y organizar la resistencia de lxs constituyentes más vulnerables de la institución. Y del país.
Nadie con mínima sensatez se ha negado durante los últimos años a la contundente evidencia de que la UPR debe transformarse, pero en nuestros términos. Llevamos décadas denunciando las prácticas nefastas del poder al interior de la institución y en sus contubernios con el capital neoliberal, con la lógica colonial, con la dominación patriarcal. Varios años bajo políticas de austeridad y recortes en la institución han logrado, efectivamente, transformarla, pero en los términos del capital. Y el resultado de esa transformación –que no se ventila como tal en los medios ni en las declaraciones místicas– es nefasto, como es también el caso en el resto del país y en aquellos del mundo sometidos a la máquina devoradora del neoliberalismo y de la colonización.
La vida toda en el planeta es muy compleja, sin duda. Pero, llega siempre el momento en que el lugar insobornable es tremendamente sencillo, en que se dividen las aguas, y cada quien tiene que responder: “La cuestión clave anti-relativista y anti-populista es ¿de qué lado estás?”
La interrupción de la “normalidad” de cosas hoy, en la universidad, en el país, en el mundo, es un imperativo político, precisamente, porque la normalidad de cosas supone nuestra propia aniquilación en función del flujo sin tropiezos de la acumulación de capital a toda, toda costa. Esta interrupción política requiere, de todo, todito el mundo, asumir un lado. Aconteció el momento. La UPR transformada a la imagen del neoliberalismo colonial aún está a tiempo de líneas de fuga.
Cuando lxs profesores de plantilla apelan, en la coyuntura actual, a una “universidad abierta” en múltiples publicaciones y entrevistas recientes, asumen un lado. Quiéranlo o no, lo asumen. No tengo duda que algunxs de ellxs tienen nobles intenciones; temen por la imprevisibilidad de lo que suceda; les importan mucho, muchísimo, lxs estudiantes y la universidad. Pero, en el momento que nos acontece, la frase “universidad abierta” carga una potencia que es preciso reconocer y usar con extremo cuidado. Se vuelve, ay, tan fácilmente, equivalente al lado de quienes atacan –ya desde una posición paternalista, ya desde una políticamente conservadora, o ya desde otra que aduce mayor rigurosidad intelectual–a un sector que ha sido capaz de resistir, casi milagrosamente y con una trayectoria de logros significativos, el destrozo de un país y su universidad.
Si queremos otras estrategias de resistencia, además de las históricamente probadas de paros y huelgas, porque las condiciones del presente –estoy de acuerdo– son inéditas, ¡armémoslas en conjunto con lxs estudiantes y lxs más vulnerables en la universidad! Si en lugar de ello, les responsabilizamos del “cierre” de la universidad (que lleva siglos cerrada en muchos sentidos, negándose a ser lo que debe: un lugar insobornable) y exigimos que se proteja a lxs vulnerables no porque lo son, sino por las implicaciones que tendría perderles, no podemos esperar puentes de solidaria construcción. Lxs estudiantes que luchan no merecen docentes –ni administradorxs, ni otrxs estudiantes, ni madres y padres, ni gente cualquiera– que les regañen desde el lugar de quien no está a la intemperie. Lxs estudiantes y lxs vulnerables –por ejemplo, el altísimo porciento de facultad adjunta[2] y lxs miles de estudiantes para quienes, sencillamente, la UPR no es siquiera una opción– luchan por un futuro que no les asegura nada, sino que, más bien, les devora las ganas y los sueños; les golpea contra un muro de pánico; les vomita hechos guiñapos. Este momento requiere de extrema sensibilidad generacional. Vivir aterrorizadas por la imposibilidad de proyectar al futuro una vida digna es la condición de la juventud en el Puerto Rico de hoy. No podemos, no debemos, olvidarlo.
¿Cómo lxs docentes de plantilla han armado su resistencia mientras la universidad ha estado “abierta”? Quisiera, en toda honestidad y con el mejor ánimo, conocer la evidencia de una colectiva movilización docente con características imaginativas que atiendan las particularidades del presente en Puerto Rico. Quisiera no mirar con los ojos nublados de lágrimas, con el desconsuelo a cuestas y con un contrato que expira en tres meses, una universidad “abierta” que está cada vez más privatizada y corporatizada. A las reuniones de docentes administradorxs, tanto a nivel de recintos como de administración central, jamás hemos podido llegar todxs y discutir lo que acontece. Sencillamente, no somos convocadxs. Esa evidencia es innegable. A un portón tomado como irrupción política sí, aun a expensas de los peligros de persecución de todxs conocidos. Allí, hemos tenido asambleas, reuniones, salones de clase, encuentros cuerpo a cuerpo, amor. ¿Qué está abierto y qué cerrado? ¿Por qué la administración universitaria –repleta de docentes, muchxs de los cuales tienen una posición económica segura, estable y en extremo privilegiada, en comparación con el resto del país– no ha articulado y lidereado un robusto movimiento político de oposición a la Junta y sus atroces exigencias, abriendo las oficinas desde el día uno, convocando a asambleas universitarias nacionales donde discutir nuestras propuestas de transformación, articulando fuerzas entre los diversos sectores de la universidad, haciendo la información fácilmente accesible, saliendo a la calle en demostración fehaciente de solidaridad con el resto del país?
Párese una donde se pare en Puerto Rico, las quejas no dan tregua. Pero, cuando alguien dice, toma mi mano y no pasarán, demasiadxs huimos a la seguridad de quien vigila y analiza, falsa seguridad si alguna vez hubo alguna porque quien vigila hoy está siempre vigilada. Y será, junto con lxs demás, aniquilada cuando haga falta.
Nos necesitamos de la mano. No podemos soltarnos.
* * *
En la reciente entrevista en Nicaragua antes citada, Boaventura de Sousa Santos lanza una convocatoria a lxs intelectuales, que es también para nosotrxs, hoy:
En los últimos diez años he llegado a la conclusión de que a lo largo del siglo pasado construimos mucho pensamiento crítico en América Latina cuyo objetivo era desarrollar el potencial emancipador de las Ciencias Sociales. Los resultados no son brillantes cuando los confrontamos con las realidades vividas por las grandes mayorías del continente. Pienso que no necesitamos de otra teoría de la revolución. Necesitamos, eso sí, revolucionar la teoría, lo que no se logra sin una interrupción epistemológica.
Toda la ciencia moderna es eurocéntrica y por eso también las Ciencias Sociales parten de un privilegio epistemológico que les concede el monopolio del conocimiento riguroso. Ese monopolio ha tenido dos consecuencias negativas. Por un lado, nos convertimos fácilmente en intelectuales y teóricos de vanguardia. Y cuando la teoría fracasó la culpa se atribuyó siempre a la práctica y no a la teoría.
Por otro lado, ocurrió un masivo desperdicio de la experiencia social, que resultó en un menosprecio o en un desprecio total de los saberes que circulan en la sociedad, sobre todo en las comunidades, en las clases populares, en los movimientos y organizaciones sociales que luchan contra la exclusión, la discriminación y el sufrimiento injusto causados por el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado y contra todos los otros modos de dominación satélites que se articulan con ellos (a veces, la religión o la generación…).
Lo peor es que cuando ese conocimiento popular artesanal fue considerado, no lo fue por su valor epistemológico propio, sino como información con base en la que nosotros, científicos sociales, creamos el conocimiento científico. Por eso, nuestras metodologías son generalmente una forma más de extractivismo, no mucho más diferente del extractivismo de los bienes naturales.
Propongo otra relación más equilibrada entre conocimiento científico y conocimiento artesanal, que es lo que llamo las epistemologías del Sur, que nos permiten construir ecologías de saberes más eficaces en la lucha contra la opresión. Las epistemologías del Sur convocan a los científicos sociales a ser intelectuales de retaguardia y no intelectuales de vanguardia.
Revolucionar la teoría.
Epistemologías del Sur.
Intelectuales de retaguardia.
¡Esos también son lugares insobornables!
[1] Esta incluye, por ejemplo: repetir y repetir y repetir que la universidad es una noblísima, excelentísima, altísima, distinguidísima, purísima institución; que sus características requieren distancia respecto de lo que le pasa al resto del país; que lxs docentes son prácticamente perfectxs; que la universidad hace aportaciones imprescindibles, tales como investigaciones auspiciadas por industrias privadas, corporaciones del capitalismo salvaje y estructuras del poder imperial como la NSA y las fuerzas armadas; que sus egresadxs aportan al desarrollo económico del país yéndose a trabajar, en un conveniente revolving door, en esas mismas instancias y corporaciones; y cosas por el estilo.
[2] Escribo desde mi punto de acción. He sido, desde que completé mi grado doctoral, profesora adjunta en dos recintos de la UPR. Sobre esa experiencia, he hecho pronunciamientos en múltiples esferas universitarias y también aquí.
* Publicado originalmente en el blog Ahora la turba, republicado aquí con permiso de la autora.