Los nombres propios del amor
Flores nacidas de la astucia de Guillermo Rebollo-Gil
«La necesidad de este libro se sustenta en la consideración siguiente: el discurso amoroso es hoy de una extrema soledad.»
Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso
Yo a la verdad que de béisbol no sé un carajo. Guillermo sí que sabe una o dos cosas sobre el tema. Es –digamos, escribamos- un fanático. De la pelota, entre otras cosas. Esto le permite apropiarse –esto es: robarse- una cita de la Rayuela de Cortázar y convertirla en cuatro versos y medio de un poema suyo: “¿quién/estaba de vuelta de sí mismo, de la soledad/absoluta que representa no contar si quiera con/la compañía propia”. Así aparece –fragmentada- la cita de Cortazar en el poema “los Piratas de Pittsburgh”, poema que aparece en el libro Flores nacidas de la astucia, de Guillermo Rebollo-Gil. Se lee en el poema que esta cita también aparece fragmentada en Rayuela. Acá, hecha verso y entrometida en el poema de Guillermo, brilla más linda. Fanático: el que vela los templos. El obsesivo. El intenso. El entregado. El fiel hasta el extremo. El solidario. Luego: el que delira./Guillermo es un fanático.
/Guillermo es un amateur.
Un amante.
*
En la cita que hace de epígrafe en este texto, Roland Barthes expresa una queja. Una queja amorosa. Una queja que funciona como justificación del libro que se titula Fragmentos de un discurso amoroso, de ese libro hermoso que escribió Roland Barthes. Este libro es necesario, es lo necesario para subsanar esa soledad, esa ausencia del otro de la que sufre el discurso amoroso actual. La sola cosa necesaria. Ese epígrafe lo he puesto allí, allá arriba, porque pienso que sería un epígrafe perfecto para el libro de Guillermo. Y para Rayuela for that matter. Porque la cita de Cortázar de la que se apropia el poema pelotero de Guillermo expresa la misma queja que expresa la cita de Barthes. Porque “el hombre del siglo XX es un hombre solo/y la soledad duele”. Animal herido, muerto de amor (el verso es de Lorca), ecce homo. Para desplegar el amor se hace necesaria una abolición del sujeto escritural. Para acabar de una vez y por todas una y otra vez con esa soledad, baste un verso, una sola cosa necesaria (el título es de un poema de Guillermo): “Cada poeta es único o al menos se ilusiona/con la idea de serlo, demasiado, diría yo, siendo la poesía más cofradía/que profundidad” (el verso es de Guillermo).
/el libro de Roland Barthes es un libro de amor
/la novela de Julio Cortázar es un libro de amor
/Este libro de Guillermo Rebollo-Gil que se llama Flores nacidas de la astucia es un libro de amor
Amor entonces: un antídoto para la soledad.
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En un libro que escribió Jacques Derrida, que se titula Políticas de la amistad y que me regaló un amigo hace muchos años, encuentro la siguiente cita precisamente porque era la cita que estaba buscando:
“El concepto clásico del secreto pertenece a un pensamiento de la comunidad, de la solidaridad o de la secta, de la iniciación o del espacio privado que representa aquello mismo contra lo que se subleva el amigo que te habla como amigo de la soledad”. Entonces:
/secreto (deseo incontrolable de delatar, de revelar el)
/comunidad (cofradía)
/secta (fanatismo)
/espacio privado (“el chispito de propiedad que representa un poema/que se me escapa”)
/soledad (antídoto en contra de la)
Es alrededor de estas enormes palabras que gira este texto. Estas son sus palabras operacionales. ¿Acaso este libro? ¿Flores nacidas de la astucia? “de eso verdaderamente tratan mis poemas”, lee un verso de un poema que se llama there is no room for fantasy in the head except as she speaks. Un poema de amor en sí mismo, ese título. Una palabra más de la cita de Derrida. La palabra, si se quiere:
Solidaridad.
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Por aquello de jugar a la seriedad afilándome los colmillos para practicar el rito gozoso de escribir al que me dispongo (el goce de escribir que se desborda en el secreto, que no soporta el secreto, que está loco por gritar a gritos el secreto y revelar el secreto que es en el fondo el goce de leer, ¿a quién?, escribir, ¿de quién? ¿para quién? He ahí el secreto) me planteo la escritura, esta a la que me dispongo, como si (as if) fuera un ejercicio grave, riguroso, deseoso de cumplir con unas reglas, de complacer el rigor que se me exige, que se espera, que me espera. Pero yo desespero.
El libro Flores nacidas de la astucia también oculta un secreto. Acaso más de uno pero principalmente uno. Dos. Dos nombres. Un secreto que el libro está desesperado por revelar.
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Yo escribí esas palabras allá arriba como preludio, como calistenia escritural para este texto, este que estoy escribiendo. Este que tú estás leyendo. Yo no quería revelar que yo estaba escribiendo sobre este texto que iba a tratar entonces, que va a tratar, que trata de un libro que se llama Flores nacidas de la astucia. Yo quería mantener eso en secreto pero estaba loco, delirante, me moría de ganas de revelarlo, de revelárselo a Guillermo, igualito que un amante enamorado desespera por entregar el objeto-regalo amoroso al objeto-regalo de su amor. Luego de escribir ese texto, el que está allá arriba de este, escribí este otro que acaso es el mismo que aquel, su continuación necesaria:
Manteniendo el juego de la seriedad, practico el ritual gozoso de la lectura como si (as if) fuera un crítico, un intelectual, como si dispusiera de u ostentara un grado. Desde esta impostura solemne que asumo a cabalidad, salta a mi vista docta un problema enunciable en al menos dos voluntades: «expresar» los límites de los territorios que abarca un libro, «este» libro, el que leo; «indicar» sus probabilísticas direcciones como se calcula la zona cuántica que ha de ocupar un electrón en relación al núcleo de su átomo. En esta prácticas against the grain, “contranatura”, «[…] opera lo que los matemáticos denominan una catástrofe (la descomposición de un sistema por otro)». O lo que yo denomino «un descojón». La cita es de Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso. El origen de la cita delata mi opción, mi decisión de lectura: he mandado al carajo la seriedad optando por jugar a la seriedad; me he dejado llevar/deducir/seducir solemne/amorosamente por la trampa del deseo.
Yo quería escribir una reseña. Escribir dentro de ese género, la reseña. Esto no era un secreto. El deseo me hizo traicionar mi deseo.
/la ley del deseo sí tiene trampa.
/este texto es, si se quiere, una dedicatoria
/voilá
Todo libro de amor oculta un secreto que está desesperado por revelar.
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A la verdad que comenzar a escribir la reseña de un libro, de este libro, este, el que estoy leyendo y que se llama Flores nacidas de la astucia (es un libro, ¿verdad? Eso lo estipulamos allá arriba. Hay que insistir. Eso nunca puede darse por sentado. Nunca) con el pronombre “yo” es una desfachatez que yo hago. Que yo escribo. Una impudicia. Es usar como pretexto el libro del otro, el otro libro para hablar/escribir de uno. Del libro de uno. De este libro mío. Comenzar la reseña de un libro que no es el propio, el libro propiedad de uno, con la palabra “yo” es un acto impropio. Una impropriety en inglés. Es un gesto que no le es propio al género de la reseña. Es trastear con la propiedad ajena, apropiarse de ella, robar. Reseñar como género parecería ser todo lo contrario: una invitación. O una advertencia. De buena fe. Es joder con “el chispito de propiedad que representa un poema/que se me escapa” (el verso es de Guillermo). Es trastocar la poesía –aquello de poesía- que se le escapa a la reseña inescapablemente. Este texto –este que lees– por lo tanto, no será una reseña. Será algo, querrá ser algo como este libro. Este. El que leo. El que vas a leer. Flores nacidas de la astucia. Labour of love.
Será este texto –como este libro y viceversa- una declaración de amor.
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“El chiste es que soy muy malo con los nombres” lee un verso del poema writing about what you know (not as sound an advice as it sounds) contenido en este libro. Yeah, right, Guillermo. Déjame ayudarte. Estos son todos los nombres, apellidos, apodos y pseudónimos (nombres propios todos) que aparecen en los poemas que componen el libro Flores nacidas de la astucia en orden de aparición:
/Micha (apodo)
/Gallego (apodo)
/Mikey (apodo) Piñero
/Algarín (apellido de Miguel)
/Ramos Otero (apellidos)
/Cofre (apodo)
/Kevin A. González
/Guillermo Rebollo-Gil
/Willie (apodo)
/Neruda (hijo de Willie, the kid didn’t have a chance)
/Tato (apodo, Laviera apellido especula uno)
/Perdomo (apellido de Willie)
/Elizam (catorce veces contadas)
/Cortázar (apellido de Julio)
/Rafah
/el Indio Sierra (apodo, pelotero)
/Marina Arzola
/Wallace (un perro mudo y siniestro)
/Foster (apellido de un escritor que se ahorcó)
/Horacio (personaje literario de la novela “Rayuela” de Julio Cortázar)
/Anselm Berrigan
/Ted (padre de Anselm Berrigan)
/Alice (madre de Anselm Berrigan)
/Edmund (hermano de Anselm Berrigan)
/Alice (otra, Notley de soltera, viuda de un escritor)
/Adolfina Villanueva (cantante)
/Adolfina (otra, Storni)
Esta lista no incluye los nombres que aparecen en este libro pero que no están contenidos en los poemas (los que pueblan el prólogo, el del epígrafe, etc.). Esta lista también es conocida como el Catálogo de Locos. Esta lista de nombres será la dedicatoria de este texto. Este, el que estoy escribiendo. El que estás leyendo ahora. Pero en esta lista faltan dos nombres. Dos. ¿Se notará esa ausencia?
Amor con amor se paga.
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Para A. M.
Para J. R.
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En una entrada de su libro Fragmentos de un discurso amoroso, Roland Barthes escribe lo siguiente: “No se puede regalar el lenguaje (¿cómo hacerlo pasar de una mano a otra?) pero se lo puede dedicar –puesto que el otro es un pequeño dios. El objeto obsequiado se reabsorbe en el decir suntuoso, solemne, de la consagración, en el gesto poético de la dedicatoria”.
El poema de amor, el libro de amor es la dedicatoria. El obsequio. Suntuoso. Su propia dedicatoria. La sola cosa necesaria. “La necesidad de este libro se sustenta en la consideración siguiente: el discurso amoroso es hoy de una extrema soledad.” Para Barthes, el libro, su libro es la cosa necesaria para salvar al amor, para salvar al discurso amoroso de su extrema soledad. Guillermo es más económico. Para Guillermo, la dedicatoria es la sola cosa necesaria. El vínculo necesario entre el uno y el otro para salvar el poema. Para salvar el libro. Para salvar el amor. La dedicatoria, labour of love.
/es el poema
/es el libro
Bienvenido sea el amor, canta una banda llamada Zoé.
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Cuando las dedicatorias de los libros consisten de iniciales (son iniciadas, iniciáticas) tienden a proponerse como enigmas, adquieren trasuntos de misterio como mensajes cifrados, como declaraciones de amor más intensas por lo secretas, como soporte de la fantasía amorosa de solo tú me entiendes. Son también un aguijón para la curiosidad lectora, una invitación a la averiguación, a descifrar el enigma, a compartir cómplicemente la divulgación del secreto.
/secreto
/complicidad (iniciática)
/cofradía
Pero en Flores nacidas de la astucia el supuesto secreto de la dedicatoria -el misterio que se propone en aquellas iniciales que casi inician el libro- parece disiparse rapidito. Tan raudamente como en el primer poema del libro, que se llama los nombres del amor cambian como los días. Ese poema no es primero por casualidad. Nada en un libro lo es. Ese poema es un primer, un manual para leer este libro. A. M. J. R., leen las siglas. Ariadna Michelle. José Raúl. Spoiler Alert. ¿Anticlimático? El libro desespera por revelar el secreto. Por eso lo chotea con premura.
/voilá
Bienvenido, indeed. Conspirativo. Solidaridad.
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El libro de Ariadna. Ese es el título de un poema en el que no aparecen más rastros de ese libro nada hipotético que una mención enigmática (esto es: secreto compartido, inside joke) que trata sobre la hipotética profesión de fe que hizo esa autora llamada Ariadna después de todo: Todo (NY, el taxi, el aeropuerto río piedras ramos otero el concierto de metal para un recuerdo un colegio la avenida A ¿o era la B?) vino “antes de decidirte a escribir full time/sobre la ciudad”. ¿Antes de decidirte a escribir full time? ¿Antes de decidirte a escribir full? ¿Antes de decidirte a escribir, Ariadna? ¿De advenir a la palabra? ¿Todo antes de este libro que tú escribiste? Porque broder, a coger de pendejo a otro. El libro de Ariadna es el título de este libro. Este que estoy leyendo. Flores nacidas de la astucia. ¿No lo dije? ¿No lo escribí? Una declaración de amor.
Eso es hermoso.
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“Eso y no huir en medio de la séptima entrada” pone en boca de un tal Rafah un verso del poema Desacelerar hasta el cansancio, incluido en este libro. He aquí una hermosa, acertada e insuperable definición del amor. Rafah -un amigo de Guillermo, un escritor también, un poeta también, todas esas cosas y otras también- es fan de los cangrejeros. También.
/Rafah es también un fanático
/Rafah es también un amateur
/Parece que sabe par de cosas de pelota, el Rafah ese.
Y del amor también.
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“Mi escritor favorito se suicidó” lee el primer verso de otro poema incluido en este libro.
Hey broder, hold your horses.
/Ariadna no se ha suicidado (si descartamos la acepción “de la risa” de ese término)
/Gallego no se ha suicidado (aunque escribes de su ausencia con una ternura tan cabrona que cualquiera diría)
/Bruno Soreno/Juan Carlos Quiñones no se ha suicidado (si descartamos las acepciones intelectuales y políticas de ese término)
/Wallace aún tiene el hocico frío y no le han salido alas
/There’s treasure everywhere
Please do not Foster such thoughts.
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Dámele alas a otras cosas, Guillermo. Son cosas bien sencillas, broder. Cosas que hasta una micha, un rafah, un willie o un gallego cualquiera saben. Cosas que hasta esos apodos dicen. Escriben. Saben. Treasure everywhere.
/ “la poesía o eriza la piel o no la eriza”
/ “aún guardo la radiografía de tu mamá/humanamente”
/ “en [mi] bloque todo el mundo/ tenía un sobrenombre”
/ “los escritores hacen tan poco,/que no exigen nada”
Uf.
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Guillermo me escribe broder (así con de) y juanka (así con ka). Me dice juanca, creo. O Juan Carlos. Me dice Bruno solo en ocasiones solemnes. Esto no ha ocurrido nunca. Ah, y a micha no le gusta que Guillermo le diga Micha. Él le puede decir hasta bebé si le da la gana (Guillermo a micha), pero no Micha. Porque ella (micha) se le presentó como Ariadna (a Guillermo) cuando se conocieron. Gallego la llama Ariadna (a micha) también. ¿Quién carajo le dice micha a Ariadna? A saber. Pero Micha (¿Ariadna?) le dice José Raúl a Gallego. Yo a Gallego le digo Gallego cuando hablo de él con otra gente y le digo Gallo cuando hablo con él. Sí. Gallo como el animal o como el moto. Le digo José Raúl (a Gallego) solo en ocasiones solemnes. Esto no ha sucedido nunca. A Guillermo le digo broder, así con de, o Guillermo y me reprimo de decirle Guille o pescao o bacalao o Gil o colina o agalla o branquia de pescao no vaya a ser que se encojone. Ah, y el otro día chateando con Guille (no le digo Guille cuando hablo con él pero a veces se me zafa sin querer cuando hablo/escribo sobre él y meto la pata) escribí Adriana en vez de Ariadna sin querer (metí la pata) y por aquello de arreglarlo escribí Andrómeda por Ariadna después a modo de chiste, no fuera que Guille o Micha o Gallego o Gallo o hasta la misma Ariadna se fueran a encojonar. “ok, mal chiste” (el verso es de Guillermo). Nunca le he dicho puta a ninguna de estas personas. “ok. mal chiste” . Recientemente, Ariadna ha cogido la mala costumbre de escribirle gulk a Guillermo. Ok, Andrómeda. Mal chiste. What’s in a name, anyway?
Si total, todo el mundo sabe que los nombres del amor cambian como los días.