Luis Gutiérrez: bienvenido del exilio
Era una reunión casual; el congresista estaba en la ciudad promocionando su nueva autobiografía/memoria, No he dejado de soñar (Aguilar). Vino la concejal del Barrio, Melissa Mark-Viverito, para hacer la introducción; estaba Carmen Dolores Hernández, la traductora del libro, publicado originalmente en inglés; y unos cuantos afiliados al Centro, como académicos y activistas. Era una oportunidad rara para escuchar a Gutiérrez, que pasa la mayor parte de su tiempo en Washington, Chicago, y a veces en la isla, donde lo entrevisté en el 2011, con ocasión de un reportaje que hice para The Nation.
Escuchar a Luis Gutiérrez dar un discurso es ser testigo del consumado comunicador del puertorriqueño en el exilio (en su propia casa, en Nueva York, aunque se crió en Chicago), también del estadounidense puertorriqueño, y de los chicanos. Habla el español perfecto, pero en inglés tiene un ligero acento mexico-estadounidense. «Tengo un nieto medio mexicano, lo llamo ‘la raza cósmica,'» se rió. «Tengo relaciones fuertes con las dos comunidades, pero son distintas. Estaba hablando con mi esposa, Zoraida, sobre esto, y ella me dijo, ‘para los puertorriqueños eres un símbolo de éxito, pero para los mexicanos eres el defensor de sus derechos.'»
Es verdad que Gutiérrez es reconocido por ser el más destacado congresista que aboga por la reforma inmigratoria en los Estados Unidos. Se ha dejado arrestar varias veces frente al capitolio y ha confrontado al presidente Obama, su compañero del partido demócrata en Chicago. De hecho, los momentos más destacados de la autobiografía vienen cuando se queja de Obama por no hacer de la reforma una prioridad. Esto llegó al punto de que, en una cena en la Casa Blanca, Obama le dijo, aparte, «¿por qué no me dejas en paz?»
«No soy experto en actuar de manera sutil,» dijo Gutiérrez, mirando a todos los presentes en el salón. «Algunas veces no se puede ser sutil con los que tienen poder. Yo veo la capacidad de confrontarlos como un privilegio que no se debe desperdiciar.»
A lo largo del discurso (que consistió de leer algunos pasajes del libro y contestar preguntas de la audiencia), Gutiérrez habló en una combinación de inglés y español que representaba lo máximo del arte de comunicar en spanglish.
Planteó sus ideas fundamentales en inglés, y entonces, para enfatizar algo o para cultivar un sentido más íntimo, usó el español. Era casi como un coro de una orquesta de salsa, respondiendo al soneo, o como el narrador de un cuento picaresco, usando aquel recurso del «entre tú y yo.»
Según narra en el libro, habló del momento en la década de los 80 en que alguien (en su opinión funcionarios del partido demócrata en Chicago) lanzó una bomba en su casa, destruyéndola, y casi dando muerte a su esposa e hija —porque no quería apoyar a un candidato blanco, en contra del alcalde afroamericano, Harold Washington. «Nuestra comunidad tiene muy poca tolerancia para el maltrato de otros. Los afroamericanos se sacrificaron para que yo pudiera postularme al Congreso,» afirmó Gutiérrez. «Yo quiero honrarlos y alzar nuestro reclamo.»
Gutiérrez pasó un rato hablando de la familia de su esposa, que le parece «una familia puertorriqueña hasta más interesante que la mía». Nos invitó a ver si era algo que nosotros, los que teníamos una pareja puertorriqueña, podríamos entender. Siguió con cuentos del papá de Zoraida, Don Juan, un «bolitero» destacado de Chicago, que siempre podía conseguir todo lo que uno necesitara, incluso una botella de pitorro.
Está claro que Gutiérrez desarrolló su personalidad, única, a la luz del regreso a la isla —cuando Luis era adolescente, al mudarse su familia de Chicago a San Sebastián, «I went back to Puerto Rico y me decían gringo, me decían americanito, y tú no tienes madre because I didn’t know my mother’s maiden name,» recordó. «Gracias a los independentistas —they welcomed me. They said ‘bienvenidos del exilio’.»
De su posición sobre la política en la isla, ya se sabe que Gutiérrez «tomó unas vacaciones» de su labor por los inmigrantes para luchar contra el gasoducto y el extremismo del gobierno de Fortuño. Dijo que sabía que estaba haciendo bien las cosas, cuando dicho gobierno organizó una resolución de censura contra él. «La tengo enmarcada y colgada en mi oficina,» mencionó sonriendo.
Sobre el futuro de la isla, parece no estar enteramente de acuerdo con una política de estricta independencia, aunque reconoció a Rubén Berríos como un ídolo de su juventud. «Yo creo que hay una manera en que podemos retener nuestra identidad y, a la misma vez, mantener una relación, tener reconocimiento a nivel internacional y negociar tratos,» dijo. «Nadie en este salón va a renunciar a su ciudadanía norteamericana. Es algo que vale mucho.»
Al fin y al cabo, Gutiérrez se define como un hombre del pueblo —hijo de un taxista, él mismo conducía un taxi, con el fin de recaudar fondos para su primera campaña en Chicago. Y habló con nosotros como si estuviera hablando con su familia. «Yo prefiero estar en este salón y ganarme tu respeto, antes que estar en una cena oficial de Estado, con el Presidente de los Estados Unidos,» dijo. Por supuesto, fue uno de esos comentarios que hacen los políticos —pero por alguna razón, esta vez sonaba creíble.