Melchor Jackson
De un tiempo a esta parte, Puerto Rico parecería haberse llenado de inflables. De hecho hasta la palabra “inflable” se ha vuelto coloquial, normalita, susceptible de mención sin necesidad de definición. Los inflables son un poco como los billboards, esos carteles enormes que anuncian cosas. Hace quince años, no había casi ninguno, ahora, están por todas partes.Hace algunos años inauguré un blog, Parpadeando. El concepto del blog era, y sigue siendo, hacer de lo familiar extraño y de lo extraño familiar, mirar dos veces las cosas (ideas, artefactos) que damos por hecho. La entrada replicada aquí, escrita en diciembre del 2010, es el resultado de una mirada extrañada a un “inflable” de esos que abundan en los patios y techos boricuas durante la época navideña.—Rima Brusi
Los puertorriqueños inflamos y acomodamos esos aparatos frente a nuestras casas para conmemorar cosas como Halloween y Pascua…pero especialmente, para conmemorar la Navidad. Suelen ser Santa Closes barrigones, o personajes de Disney (Mickey, Pooh, Snoopy) vestidos como él; Duendes, venados, trineos; Muñecos de nieve; Y, tal vez en una onda un poco más criolla y más tierna, Jesuses recien nacidos junto a sus papás.
Ayer, desde mi auto, ví un inflable de los Tres Reyes Magos. Debí haberle tomado una foto, para que ustedes pudieran verlo también. Estaban juntos, abrazados, alegres, sonrientes, celebratorios y….BLANCOS. Los tres eran blancos.
«¿Y Melchor?», le pregunté en voz alta a mis amigos imaginarios, un poco indignada. «¿Dónde está Melchor? ¡Me han blanqueado a Melchor! ¡O me lo han cambiado por Mel Charles, el rey blanquito!»
Dice el antropólogo y sociólogo Chuco Quintero que la importancia y la negritud de Melchor radican probablemente en las particularidades de la historia del Caribe Hispanoparlante:
Resulta interesante, continúa Quintero, que en la tradición bíblica el rey negro sea Baltasar (y yo que siempre creí que Baltasar era el más barbudo), pero que en la nuestra sea Melchor, quien es también concebido como el más sabio-en una especie de sincretismo que sirve para aunar, mezclar y armonizar, y que se completa con el uso de caballos en lugar de camellos como modo de transporte para los Reyes Boricuas.
Los amigos imaginarios que pacientemente escuchan la articulación de mis pequeñas indignaciones cotidianas me respondieron que la blancura del Melchor del inflable obedecía probablemente a consideraciones prácticas. Tal vez, suspiraron, la homogeneidad del color hace más simple y barata la fabricación de la cosa. O quizá los/las chinos/as que diseñaron y fabricaron el inflable para vendérselo a Walmart no conocen la tradición caribeña y no saben que para nosotros es importante que uno de los tres queridos personajes sea, por lo menos, marrón. Y que preferiblemente tenga la barba rizada.
La antropóloga Isar Godreau ha descrito en varios trabajos académicos el proceso de blanqueamiento que caracteriza la historia de nuestro país – un blanqueamiento evidente en textos, discursos y prácticas, en el distanciamiento que siempre coloca al elemento negro en «otro» lugar (Loíza, Santo Domigo, África), en la asociación de lo negro con lo ignorante o supersticioso, y en el mismo lenguaje cotidiano, fugitivo, ambiguo, cambiante y evasivo cuando de caracterizaciones «raciales» se trata y en el cual preferimos decir «trigueñito», «indio», y «moreno» y cambiamos de término según el contexto y el interlocutor.
Claro que los/las que hicieron los reyes del inflable que provoca esta entrada no sabían nada de eso. Pero la ausencia de color en las caras de esos reyes de plástico me produce un rechazo, un asquito visceral. En una especie de simbólica cirugía estética que ni siquiera cuenta con las justificaciones médicas (por flojas que fuesen) del atormentado Michael Jackson, le extirpan la negritud a uno de los poquísimos espacios en donde ésta subsiste con alguna dosis de cariño, respeto, y aceptación, sin burla y sin asociaciones macabras.
Me dirá el lector que al final del día, la negritud de nuestro Melchor no es sino una concesión un poco boba a la negritud del país, y que peco de romanticona al nostalgiarlo. Y tiene razón. Pero igual, cuando busque yerba para los caballos de los Reyes con mi hijo menor, la imagen que tendré en mi cabeza (y en la pantalla de la computadora) será la de un trío lo más oscuro posible. Y será el sabio Melchor el que firme la tarjeta del regalo más deseado.
*Tomado de Parpadeando y publicado previamente en el libro “Mi Tecato Favorito y otras Crónicas”.