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Militancia gay y filosofía

Juan Duchesne WinterJuan Duchesne Winter Publicado: 19 de abril de 2013



Los años ochenta fueron horribles para cualquier forma de inteligencia y cultura, con la excepción de los medios audiovisuales, el liberalismo económico y la homosexualidad occidental.

—La mejor parte de los hombres, de Tristan Garcia

Si pensamos que es una pena que Michel Foucault no haya escrito una novela sobre la escena gay ochentista-noventista que estampó el sello de la experiencia en gran parte de su filosofía, aquí tenemos al filósofo que sopesa el impacto de esa escena en el pensamiento contemporáneo novelándola desde la perspectiva alcanzada a tres décadas de la muerte del autor de Historia de la sexualidad. Tristan Garcia escribe su nombre y apellido sin acentos, pues es francés, y muy francés es el espíritu filosófico que impregna su novela premiada (Prix de Flore 2008) y traducida al español como La mejor parte de los hombres (2011), la cual nos remite a la conocida tradición gala adornada de figuras tan brillantes como Jean-Paul Sartre, Marcel Camus, Simone de Beauvoir y Alain Badiou que narran, en clave o en directo, las glorias y los desencuentros de su militancia político-filosófica. La diferencia es que Garcia reflexiona sobre una militancia que su juventud no le permitió conocer de primera mano y desde una filosofía que no pertenece a esa experiencia aunque se beneficia mucho de ella.

La mejor parte de los hombres es una novela de ideas y afectos en la que se debaten los valores y las devaluaciones de una gran apuesta política y filosófica por nuevas maneras de vivir encarnada en dos militantes de la resistencia gay contra el biopoder, es decir, contra las estrategias del Estado para someter la respuesta ciudadana al sida a los aparatos de control y exclusión de poblaciones no convencionales. Como señala mi reseña de Mundo cruel, del puertorriqueño Luis Negrón (en Hotel Abismo # 5), la experiencia gay ha venido a ser un paradigma tan universal de la emancipación moderna como lo han sido las resistencias obreras, anticoloniales, feministas y otras. La sensibilidad emancipatoria que ha permeado a los más amplios sectores ciudadanos en los últimos tiempos ha sido la sensibilidad gay. En ella se funda la gran reflexión de Foucault sobre el biopoder. Y Tristan Garcia, como buen filósofo francés inclinado al careo intenso con su contemporaneidad, convierte su mirada retrospectiva sobre la escena inaugural de la militancia gay en el acto fundante de su propia aventura intelectual, tal como en otra época este tipo de filósofo engagé hubiese escrito una novela obrera, antibélica o anticolonial. La novela adjudica a la esplendorosa escena gay ochentista una banalidad que pese a las apariencias, alberga una encrucijada decisiva para el pensamiento y la acción:

Lo que era alegre no era solamente la música, la house nation, la discoteca, las folladas. Era también la amistad, la filosofía, la ropa, el pelo, la comida, los colores. Joder, es que todo era alegre. Y además lo decíamos, era político decirlo. Habíamos abandonado los partidos, Trotski, las discusiones y los «obreros». Era lo sexy, ¿sabes? Follábamos y eso era hacer política. Besabas a un hombre y estabas haciendo la Revolución de Octubre. […] Nos penetrábamos, nos amábamos incluso, y resultaba más político que la asamblea. Claro que todo aquello terminó en liberalismo económico, todo está privatizado, individualizado. Pero en aquellos tiempos… Hostia, ya parezco un abuelo con sus batallitas…

Según uno de los protagonistas de la novela citada, esa escena de la supuesta «vida loca» es la que provee la energía principal, el germen de rebeldía que alimenta la subsiguiente resistencia contra las manipulaciones homofóbicas del sida implementadas por el Estado. Según el otro protagonista de la novela, el movimiento gay debe negar dicha escena, es decir, superar su locura inaugural, para colaborar con la tarea sanitaria del Estado en la lucha contra el sida. Los dos militantes que protagonizan La mejor parte de los hombres son Willie y Dominique. La periodista cultural del diario Libération, Elizabeth, provee la voz narrativa y sirve de mediadora entre ambos personajes, y el profesor Leibowitz, amante de ella, provee el contrapeso cínico a todos ellos. Elizabeth le presentó Willie a Dominique, propiciando el amor a primera vista entre ambos. Ella y su amante son amigos de los dos, pero ella favorece más a Willie mientras Leibowitz favorece sin ambages a Dominique. Así, la tranquila y rutinaria relación extramarital de una pareja heterosexual típica le presta un conveniente juego de palancas narrativas al antagonismo olímpico y espectacular en que desemboca la relación entre Willie y Dominique. Willie es un joven provinciano con formación cultural desigual y expediente familiar disfuncional que deslumbra al París fiestero, discotequero, underground y contraculturero light de los 80 con su belleza y su intelecto silvestres. Es una mezcla de genio idiota y de adorable incordio que repele tan pronto como atrae a todos, y que Elizabeth no puede evitar querer como no ha querido a ningún amigo ni a ninguna otra persona. (Empleo aquí la palabra «idiota» en su sentido antiguo griego, no necesariamente despectivo: idiota es alguien que habla una lengua que nadie entiende.) Dominique es bastante mayor que Willie; es un destacado organizador de la resistencia gay con múltiples contactos políticos y un buen sentido de las estrategias mediáticas y civilistas adecuadas al sensorium neoliberal consumista que se consolidó tras la caída del muro de Berlín. Dominique encarna, en suma, al nuevo intelectual orgánico de los llamados movimientos sociales. Willie actúa como su lugarteniente y también como su sideshow social.

La gran pelea entre ellos surge cuando Willie comienza a detectar que la política de Dominique de negociar con el Estado estrictas medidas de control e higienización de las actividades de la comunidad gay conduce realmente a la cancelación de la postura emancipatoria, es decir a cancelar el desafío gay a las convenciones burguesas de la sexualidad y a los códigos patriarcales de la afectividad. Willie no puede aceptar que el sida sea meramente un flagelo natural del cual no tienen culpa los poderes burgueses, y en aras de cuya eliminación la comunidad homoerótica deba renunciar a sus posturas emancipadoras y ajustarse al régimen higiénico de los cuerpos que diluye la singularidad radical de la experiencia gay. Dominique ve a Willie como un izquierdista infantil e irresponsable. Estalla entonces una espectacular lucha entre los dos abanderados de la causa gay que conduce al sisma y a la guerra de guerrillas del chisme público, en vivo y a todo color, toda vez que ellos mezclan el despecho amoroso y el debate político de la manera más escandalosa posible. Willie interrumpe todas las actividades de Dominique con turbas de jovenzuelos que invitan a tener sexo sin condón y a intensificar la radicalidad gay mediante la proliferación de las orgías. Insultan a Dominique frente al público y frente a las cámaras llamándole cosas como «maricona fascista». Willie se convierte en un agitador extremista a los ojos de Dominique, pues para horror suyo y de sus compañeros bienpensantes, quien fuera el inseparable parejo del líder ahora aboga por el bareback. ¿Qué es eso? Quien mejor lo explica es el propio Willie en respuesta al cuestionamiento de Elizabeth:

—Montar a pelo, montártelo sin nada. Montar un buen semental. Significa follar libremente. Bareback horse-riding.

—Quieres decir sin condón.

—Eso es.

—Y le pasas la enfermedad a la gente?

—Pues sí. Es la guerra, mujer, ¡la guerra! Es el amor. Es como un don, es un límite místico, desde luego. Spinoza. Los fecundo. Estoy montando unas conversion parties, en París, ¿vale?, es un poco underground, orgías con seropositivos, y vienen los seronegativos para ser fecundados. Los preñamos…

Claro, esta postura conduce al bello genio de la insensatez por un camino calamitoso. Willie es patéticamente dañino e irrazonable. Por otro lado, tras la sensatez bienpensante de Dominique se oculta una renuncia a la militancia emancipadora no menos patética. La genial idiotez de Willie le impide explicar(se) que su postura constituye un último estertor, un paroxismo trágico de la militancia emancipadora que inspiró el amplio abanico de las resistencias modernas desde la revolución francesa. La postura de Dominique, en cambio, anuncia la militancia instrumental que caracteriza los tiempos posmodernos de los movimientos sociales y del liberacionismo hegemonista representados en nuestro lado del Atlántico por la «marea rosa»: Chávez, Morales, Correa, Fernández-Kirchner, Lula. (Debo la distinción entre militancia emancipatoria y militancia instrumental a Jaime Donoso.)

Sirve de trasfondo a esta pugna entre los dos avatares de la militancia política contemporánea la evolución de Leibovitz, igualmente depresiva, desde el izquierdismo intelectual tradicional hacia una intelectualidad mediática que adecúa los pensamientos y las posturas a los ratings de las ideas.

Los afectos de Elizabeth quizá nos señalen cuál es «la mejor parte de los hombres.» Ella es la única que nunca abandona a Willie. Y apunta a su corazón.

El destino de Willie tiene un profundo significado para la filosofía de Tristan Garcia. A sus breves 32 años Garcia ha publicado unos ocho libros, cuatro de ellos de filosofía. Su obra filosófica más ambiciosa hasta el momento se llama «Forma y objeto: un tratado sobre las cosas» (todavía sin traducir: Forme et objet. Un traité des choses, 2012). Dejo para otra ocasión mi comentario a este mamotreto, pero cabe señalar cómo esta novela sobre el fin de la militancia emancipatoria nos guía hacia una labor filosófica que reconduce a la metafísica, aprovechando el desmontaje de la metafísica de la presencia y la ontología del sujeto realizado por predecesores como Heidegger y Derrida. Willie gustaba de afirmar en sus locos pero intuitivos argumentos que nos recuerdan a los personajes límite de Samuel Beckett, que cuando ya nada importa, cualquier cosa ya es algo. La filosofía de Tristan Garcia comienza por tomarle la palabra a la ontología plana postulada por Deleuze y acentuada por Manuel de Landa, según la cual todos los entes se pueden colocar sobre un plano de inmanencia donde se realizan composiciones sin atenerse a jerarquía ni filiación alguna del ser o la sustancia. Solo las distancias, intensidades y perspectivas establecen la diferencia irreductible de los seres entre sí. Willie tuvo que pasar por ser «cualquier cosa» para llegar a ofrecer su «mejor parte». La filosofía de Garcia nos invita a acoger todas las cosas en el mismo nivel reconociéndoles la capacidad de ser, no importa qué: personas, animales, trastos, unicornios, temperaturas, remolinos de viento, palabras, imágenes del sueño o la poesía, estrellas, polvo, veleidades imaginarias o inexistentes: todo tiene la misma potencia y el mismo rango de ser. A diferencia de la crítica moderna de la reificación según la cual la «cosa» y la «cosificación» constituyen la némesis del ser, Garcia va al rescate del valor de todas las cosas por igual. Y a diferencia de la fenomenología moderna que se enfoca enteramente sobre el acceso al conocimiento de las cosas, que se limita a estudiar la afección de las cosas sobre el sujeto (humano), Garcia se enfila directo al reino igualitario de las cosas donde el sujeto es una cosa más en relación con otras, es decir, un objeto. Es a partir de ese grado cero que su filosofía empieza a articular los modos concretos del ser, basados estrictamente en las relaciones entre las cosas, a partir de las cuales se configuran los objetos y los afectos entre los objetos. El pensamiento de Garcia se relaciona estrechamente con la Ontología Orientada al Objeto (OOO) del filósofo norteamericano residente en el Cairo, Graham Harman y menos estrechamente con la «democracia de las cosas» postulada por Bruno Latour. Son corrientes del pensamiento que confieren igual peso ontológico a todos los seres, sean humanos, animales, vegetales, minerales, físicos, espirituales o imaginarios y comparten un punto de partida para la reflexión que posee una genealogía milenaria en la historia del pensamiento, reflexión que como casi todo lo nuevo, es más vieja que el frío.

Volviendo a la novela, se nos ocurre decir que tal vez la reivindicación de Willie en conjunción con la reivindicación filosófica del ser indiscriminado de todas las cosas que son, tiene su escenario histórico idóneamente propicio en la lucha de la comunidad gay contra la instrumentación del sida por el biopoder, en esas enigmáticas asociaciones y desasociaciones entre moléculas, genes, microorganismos, órganos, laboratorios, investigadores, activistas, burócratas, políticos, represores, hombres, discotecas, mujeres, deseos, creaciones, y acontecimientos que muchas personas sintieron de manera tan explícita en carne viva hasta el punto de morir, casi morir o casi resucitar.

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Juan Duchesne Winter
Autores

Juan Duchesne Winter

Columnista / Obtuvo su BA en la Universidad de Puerto Rico, su MA en la Universidad de Londres y se doctoró en Stony Brook, Universidad del Estado de Nueva York. Ha publicado los libros "Narraciones de testimonio en América Latina" (1992), "Politica de la caricia" (1995), "Ciudadano insano" (2000), "Fugas incomunistas" (2005), "Equilibrio encimita del infierno: Andres Caicedo y la utopía del trance" (2007), "Del principe moderno al señor barroco en Paradiso, de José Lezama Lima" (2008), "Comunismo literario" (2009), "La guerrilla narrada" (2010). Ejerció la cátedra por 20 años en la UPR y actualmente es profesor en la Universidad de Pittsburgh, donde dirige el Departamento de Estudios Hispánicos y la Revista Iberoamericana.

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