Nilita, imagen, genio y figura
Nilita Vientós Gastón murió el 10 de julio de 1989. Su fallecimiento, sin pasar desapercibido —fue sentido por muchos y comentado en la prensa del momento— no arrastró grandes multitudes. Los dolientes, en sus recuentos de esos días, calculan una asistencia de no mucho más de sesenta personas al entierro en el cementerio del Viejo San Juan. Sí convocó a su gente cercana, a sus entrañables amigos y constantes colaboradores, a figuras de la universidad, el periodismo, las artes y las letras del país.
Algunos de estos, como solían hacer en vida de la recién partida, a poco de despedirla se pusieron a trabajar, como ella misma lo hubiera dispuesto, en el esfuerzo de planificación, escritura y edición para el número especial de un suplemento cultural dedicado a su memoria. Así que, aquel verano del 89, bajo el sol de Santurce, por allí por la parada 26, se trajinaba en las oficinas del semanario Claridad, entre otras cosas, con la coordinación del En rojo que iba a salir la semana del 11 al 17 de agosto. Al mando estaba Graciela Rodríguez Martinó —como muchas veces hizo Nilita para la preparación de números de Asomante y Sin nombre, las revistas que dirigió y editó— solicitando y recibiendo los textos que aparecieron bajo el título «Este concierto de voces que Nilita ha convocado».
Las voces de Luce López Baralt, Arcadio Díaz Quiñones, José Luis González, Emilio Díaz Valcárcel, Rubén Ríos Ávila, Ana Lydia Vega, Luis Rafael Sánchez, Antonio Martorell, entre otros, recordaron los life and times de Nilita Vientós Gastón. Podría decirse que recordaron la vida y obra, expresión no tan afortunada por la operación de lectura que supone en muchos casos… pero esta frase de life and times, tan del registro literario, lleva a pensar más bien en las aventuras y en los trabajos de Nilita, en las vueltas de su fortuna, en sus peripecias, en sus luchas, reveses y persistencias, algo que puede hacer pensar en algo infinitamente más rico, más azaroso, más complejo, más frágil, más divertido; también más colindante con una experiencia diversa de la vida, del arte y, por supuesto, de la literatura y el mundo de los libros en que tanto supo deleitarse. La totalidad de su trabajo publicado como editora, como crítica y como reseñista, se trata en gran medida de compartir y diseminar esa experiencia de goce de la lectura.
Pero aquel “concierto de voces” evocaba no solo el trabajo realizado como periodista, autora y editora de crítica literaria; también recordaba el de gestora en instituciones culturales como el Ateneo Puertorriqueño, Pro Arte Musical o el Pen Club, y su trabajo como abogada y su preocupación por la aplicación de la justicia. Más que nada, en el retrato de Nilita dibujado a muchas manos, a muchas voces, despunta algo de su singular personalidad, de sus modos, de su presencia.
Precisamente, en «Ciudad de las letras: Nilita Vientós Gastón», texto de la conferencia que Mara Negrón presentó en una actividad en la Casa Biblioteca de la Calle Cordero 55 en 2003, y que se ha incluido en este dossier, Mara describe el trabajo editorial y escrito de Nilita como una vía de “dar a leer” sus lecturas, de “donarnos su biblioteca”. Pero, nos advierte, que el conjunto o corpus de las lecturas que nos permitirían conocer su obra, rebasa esa colección compuesta por las revistas, las columnas, las reseñas y la escritura autobiográfica para completarse por el relato o, más bien, “lectura” que de su persona hacen, a su vez, los que la recuerdan.
Indistintamente, el recuerdo de Nilita pasa por un lugar que no es meramente el de su hacer, ni tampoco el del elogio. Parece haber siempre una voluntad de invocarla, de recuperar su presencia. Nunca con el drama desatado del que no quiere dejar ir: es la despedida agradecida a una vida larga y llena de actividad; es duelo sin planto, sin el porqué te fuiste. Aunque no deja de haber algo como de orfandad en el sentido de la pérdida, lo que llama la atención de las “lecturas” de la figura que es Nilita es la inevitable deriva hacia la caracterización del personaje, la insistencia en el gesto, el vestido, en la voz, en las frases… la impresión… lo que es decir, la idea, el impacto, la marca o la huella dejados. Siempre a un paso del remedo (the impression o la imitación)… Cuando el investigador sobre Vientós Gastón se sienta a preguntar por ella a los que la conocieron, las más de las veces se expone a ser espectador de una imitación de Nilita… pronto se “escucha” esa voz contundente, una dicción sin afeites ni afectaciones, y una frase que es que parte insistente de las señas de identidad que afloran: el clásico ¡Qué barbaridad, crestiano!
Otro tanto pasa en el documental de Juan Carlos García coproducido en 2001 por la Fundación Nilita Vientós Gastón y el Canal 6 —que contó además con el apoyo de Fondo para el Quehacer Cultural del Instituto de Cultura y de Luna Films en la etapa de postproducción— y titulado justamente Las huellas de Nilita. El relato de vida y la valoración de las aportaciones de la biografiada en los ámbitos legal, periodístico, editorial y cultural, se arma con las piezas de documentos, fotografías y representaciones de Nilita hechas por artistas como Francisco Rodón, Vela Zanetti, Lorenzo Homar o Martorell; con el sonido de la música escuchada por la melómana que ella era; con los testimonios de amistades, de colaboradores y de investigadores sobre su trabajo. También por la voz de la propia Nilita, recuperada de entrevistas previas, principalmente por una realizada por sus amigos Rosa Luisa Márquez, Antonio Martorell y Graciela Rodríguez Martinó.
De la misma manera, un recurso primordial del relato visual es el espacio de Nilita. De hecho, antes de enseñarnos imágenes de Nilita, la primera secuencia del documental nos adentra en la casa, en ese momento todavía sin restaurar, de la calle Cordero 55 en Santurce. O quizás pueda decirse que la primera imagen de Nilita que nos presenta el documental, es su casa, aquella que fue casa abierta para sus amigos y allegados, tertulia vibrante, oficina perpetua de Asomante–Sin nombre, biblioteca voraz e invaluable cuarto propio.
Recurre, tanto en la imagen como en cada comentario, la observación sobre su vestir de mujer de blanco, de guantes y sombrero. Eso sí, sin escamotear las versiones extravagantes de su figura, más bien resaltándolas como metáfora, como aquella foto de una Nilita ya mayor, de bombín y traje floreado, captada in media res, en el curso del acto de decir con el índice levantado. Uno quiere haber estado ahí, haber llegado antes, haberse quedado hasta el final, uno quiere saber… Lo clásico de ese gesto como monumental, pétreo es desdicho, por toda la vida que habita al cuerpo anciano; por el sombrero que es una especie de llamada de atención, una especie de referencia al propio siglo, al arte, al cine, al clown. A lo largo de la vida de Nilita, ya en la juventud, ya en la adultez, el vestido parece muy conforme al género, al gusto, quizás hasta a una idea de clase… Mientras más pasan los años, las fotos, junto con los retratos pintados por las memorias de los amigos, componen la iconografía de un carácter, la marca de un personaje que suena irreverente, diferente, rompedor y hasta contestatario… Nilita en traje largo de corte más bien moderno frente a las paredes literalmente cubiertas de libros; Nilita en una chaqueta, gorra y grandes gafas (uno desea que la foto hubiera sido impresa a color; quisiera comprobar el violeta chillón imaginado); Nilita muerta de risa recostada en su cama en pijama de pantalones acompañada de Martorell, Rosa Luisa Márquez y Graciela… Cierto es que convive con la de encaje blanco y las perlas pero también con aquella que se presentó vestida de rojo de la cabeza a los pies en las vistas del infame House Committee on Unamerican Activities (HUAC), Comité de Actividades Antiamericanas, que tuvieron lugar en San Juan del 18 al 20 noviembre de 1959 y a las que fueron citados, entre otros, escritores, universitarios, militantes comunistas u obreros como José Enamorado Cuesta, César Andreu Iglesias, Pablo García Rodríguez, Consuelo Burgos, Juan Sáez Corrales.
Lo que resulta evidente, en esto del vestir, es que en él parecen cruzarse distintas tradiciones en un solo talante, en una sola forma de llevarlo. Esto es lo que me hace pensar… La del encaje, la de las perlas, tienta a pensar en una figuración de Nilita plantada en el salón literario decimonónico, pero algo más nos hace reconocerla en su propio tiempo. ¿Es Nilita más Stein que De Stael? Quizás no tiene del todo que ver con ninguna de la dos, o quizás haya en ella trazos de una mezcla de atributos de ambas, sin los chavos pero con el gravitas, con el poder de convocatoria ganado a fuerza de dignidad, de trabajo, de actividad.
El cruce de tradiciones del que antes hablaba se me hace igualmente presente en la voz de la reseñista y columnista. Una que lee voraz pero no avaramente, lee y da a leer como nos ha advertido Mara Negrón, a lo largo de las décadas, la literatura que se va produciendo en distintos tiempos, latitudes y ámbitos culturales; la lee con interés, con disciplina, con gusto, con ganas… Leer los cinco tomos del Índice cultural de Nilita es asistir, según se va desenvolviendo, a la historia del Puerto Rico del siglo 20 y de muchos de sus debates. Es ser testigo de la historia literaria, editorial, teatral, de la novedad, por ejemplo, de Esperando a Godot (1953) y su primera representación en Nueva York; o la publicación, a lo largo del tiempo, de libros como La peste (1947), 1984 (1949), Los condenados de la tierra (1961), Eichman en Jerusalén (1963), entre cientos de otros en una abarcadora nómina en la que no faltan libros de puertorriqueños, españoles, estadounidenses e hispanoamericanos. Su atención se detiene constantemente en la cultura editorial y en los aniversarios de publicaciones como el TLS en Londres; The Nation en Nueva York; Revista de Occidente e Ínsula en España; Sur en Buenos Aires; Marcha en Uruguay; o de casas editoras como el Fondo de Cultura Económica. La lectura pasa también por la noticia de la muerte de figuras como T.S. Elliot, Camus, Hemingway, Faulkner, al igual que la de nombres tan cercanos para ella como Luis Palés Matos.
Hay que decir también que, leer a Nilita no me deja de presentar preguntas e inquietudes como lectora. Con una visión de intelectuales, escritores y artistas como una especie de “aristocracia del talento”, como lo describe Luis Rafael Sánchez en su participación en el documental, hay en ella también un pensar orteguiano sobre el papel de la minoría selecta, que no es la minoría de los que ostentan poder y privilegios, sino la de una minoría educada y con vocación disidente, llamada a formar la opinión pública en la democracia. Sánchez apunta en dos direcciones: por un lado, destaca cómo para Nilita no valían los privilegios montados en la cuna, la clase, el sexo o la raza, sino la altura de las ideas y la excelencia en el esfuerzo creador. Por otro, parece cuestionarse, de varias maneras, algunos de los lugares asignados a diferentes sujetos en los ámbitos de la intelectualidad y la creación. Leer a Nilita hoy invita y exige, por lo tanto, preguntarse por esos lugares, por los deslindes y colindancias de nuestras definiciones de lo que es cultura y quiénes participan en su creación; por las visiones jerarquizantes entre la llamada alta cultura y la cultura popular; por quién tiene el acceso y el derecho a tomar la voz.
Iguales reflexiones invitan y reclaman su manejo, tan de su tiempo, del modelo o concepto de las “generaciones” para articular su interpretación de la literatura e, incluso, de las realidades del país o del mundo. Otro tanto pasa con su manera de hablar “del hombre” para significar la humanidad; o del intelectual, del procurador general o del crítico para referirse a sí misma. Con ojos de hoy, o desde la óptica de la lectora que soy, me llaman también la atención sus desencuentros con lo que Nilita llamaba, ya en la década del 40, crítica sobre la crítica, su creciente impaciencia de periodista cultural, y editora de revista literaria de difusión amplia, frente a las tendencias de la llamada “dificultad” en el discurso de la crítica literaria.
Vientós Gastón, casi nacida con el siglo, es hija de su tiempo sí, pero su voluntad de pensar, disentir, actuar con independencia, junto con la riqueza de su mirada y palabra ávida de conocer, de aprender, de revelar, de preguntarse, de cuestionar, denunciar, nos exige fijarnos bien y pensar con calma, con seriedad, con interés, con justicia las continuidades y las rupturas de esta mujer con los supuestos del mundo en el que vino a ser, en el que se formó, vivió, trabajó y al cual enfrentó de muchas maneras.
Las huellas de Nilita
Documental dirigido por Juan Carlos García, 2001
Juan Carlos García es productor, guionista y director. Es graduado de The New School y de la Escuela Internacional de Cine y TV (EICTV) de San Antonio de los Baños en Cuba con especialidad en guión. En el 2005 obtuvo el grado de Maestría en Medios y Cultura Contemporánea de la USC y en el 2008 cursó el seminario Cinema y Derechos Humanos auspiciado por la Fondazione La Biennale di Venezia. Entre sus trabajos se cuentan los cortometrajes La recién nacida sangre, Mutantes y Aguacero de mayo y los documentales Las huellas de Nilita, Recuerdo a Carlos y Herencia Afroboricua, entre otros.