No apto para gallinas
Más allá de la escasez de recursos económicos, la Universidad de Puerto Rico enfrenta un peligro mucho más grave: la falta de estudiantes. En este momento histórico, son varias las posibles causas de que nuestra universidad pública esté luchando para sobrevivir: 1) el creado conflicto entre estudio y lucha estudiantil; 2) la falta de preparación académica durante los años escolares; 3) la pérdida de prestigio de los estudios universitarios; y 4) la percepción de que terminar un grado universitario en la UPR va a requerir de esfuerzos particulares que no se requieren al asistir a otras instituciones, para mencionar algunas de las que más me preocupan. Ante muchas de estas, es muy poco lo que la UPR puede hacer desde su interior, pues se trata de ideologías, creencias y hasta deficiencias de otras instituciones. Ante esta realidad, ya existen importantes proyectos como el Centro Universitario para el Acceso, que tratan de atraer, motivar y preparar para la vida universitaria a estudiantes de poblaciones desventajadas tanto económica como académicamente.
Aparte de estos problemas ya reconocidos por muchos en la academia, el rector Carlos Severino indicó recientemente en una entrevista que “hay un problema que nadie se está planteando”: la “asimetría de género”. [El Nuevo Día, 6 de julio, 2014] Nos alertó a que la tendencia en la UPR es que pronto nuestra población estudiantil será de 80% mujeres y 20% varones, por lo que se propone crear las condiciones para revertirla, puesto que esta “asimetría de género” crearía una “disfuncionalidad social enorme”. Propone crear actividades —como los deportes— “para comunicarse con los varones”. En específico, indicó que se podría reinstaurar en la UPR-RP el club de baloncesto de hace unos 40 o 50 años, Los Gallitos, para acercarse a estudiantes desde el séptimo grado, y ofrecerles tutorías y consejerías para atraerlos a la Universidad.
Confieso que yo soy una de las que nunca se había planteado este problema que el Rector ha identificado como “asimetría de género”. Sí estaba consciente de que nuestro estudiantado [y creo que el del sistema de educación en general] se compone de más hembras que varones. Pero siempre lo reconocí como una situación ligada al hecho demográfico de Puerto Rico ofrecido por el censo del 2010 de que por cada 100 mujeres hay 91.9 hombres, mientras que en el 1950 la proporción era 100 mujeres por cada 101 varones. Me había creído las proyecciones demográficas que indican que tendremos una disminución de un 20% de población menor de 20 años durante la década del 2010-2020. [Presentación de Raúl Figueroa Rodríguez ante Asamblea de Economistas, 2012]. Además, había elucubrado que ciertas ideologías y prácticas sociales machistas tenían un peso significativo en el desinterés de los jóvenes varones hacia la práctica intelectual y sedentaria de los libros, ejercicio que les puede parecer muy alejado de los músculos y los deportes.
Así que me sentí en la obligación moral de atender este asunto de la “asimetría de género” porque, siendo la equidad de género uno de mis temas de interés y activismo social, no puedo excusarme el no haberme percatado de esta situación. De otra parte, me parecieron muy importantes las expresiones del Sr. Rector, toda vez que el Programa de Estudios de la Mujer y el Género ha estado luchando por lograr que la perspectiva de género se incorpore en todas las áreas del saber académico riopedrense. De hecho, se me ocurre que en el curso “Introducción a los estudios de masculinidad”, que se ofrecerá en agosto, muy bien podría atenderse este asunto. Pero divago. Escribo esta nota más bien para expresar mis preocupaciones ante las expresiones del Sr. Rector que aquí señalo sin ánimo de profundizar extensamente.
Imagino que el Club de baloncesto Los Gallitos —de hace unos 40 o 50 años— fue parte de un momento histórico en el cual las mujeres no tenían acceso a los deportes masculinos. De hecho, hace unos 38 años más o menos, allá para el 1976-77, yo tuve que exigir que se me permitiera tomar la clase de Baloncesto y Pista y campo porque era solo para varones. Las chicas solo podíamos tomar baile, gimnasia y volibol, deportes femeninos. La masculinización del deporte es un fenómeno con el que todavía tienen que vivir todas las atletas. Así que la propuesta de atraer estudiantes varones dándoles la oportunidad de “hacer lo que les gusta”, me parece muy peligrosa en un momento histórico que busca desarticular ciertos paradigmas que nos han llevado a la inequidad que much@s combatimos diariamente.
Asimismo la aseveración de que una población 80%-20% “crea[ría] una disfuncionalidad social enorme” pareciera partir de un reconocimiento de que la equidad se debe dar igualmente en el acceso a la universidad, algo que en los ’90 propuso el “affirmative action”, ya desautorizado por la corte federal. Confieso, sin embargo, que mi lectura ha sido más recelosa. En la sociología se habla de disfunción social cuando hay una irrupción de actores que atentan contra el sistema y no le permiten el funcionamiento correcto. Por eso, se suelen reconocer como elementos de disfunción social a los grupos minoritarios violentos, a los fundamentalistas o a la delincuencia en general.
Viviendo en una sociedad en la que el hombre ha sido y sigue siendo la norma, quien, aun en minoría numérica, sigue teniendo más y mejores accesos a puestos, salarios y reconocimientos, no puedo menos que leer la frase “disfuncionalidad social” como una defensa de la primacía que el varón ha tenido y quiere seguir teniendo en nuestra sociedad. No se trata de buscar la equidad, sino de perpetuar el espacio de privilegio que ha tenido el varón en nuestra sociedad y que, sin duda, se subvertiría si las mujeres somos las que mayoritariamente nos educamos y, Dios los libre, desplazamos a los varones de esos espacios que han mantenido y defendido con uñas y dientes.
Imaginemos por un momento que en unos diez años se cumple el pronóstico y la UPR tiene una población estudiantil 80%-20%. Imaginemos que esa fuera la proporción de graduad@s. Imaginemos que las egresadas de la UPR no tenemos que llamarnos más Jerezanas, y podemos usar el nombre de Gallinas sin que ello conlleve valores peyorativos femeninos. Imaginemos esa desproporción de Gallas y Gallitas caminando por el Recinto. Imaginemos esa disfunción social.