No: ¡Viva Chile!
Cuando murió, bajo arresto domiciliario, el dictador militar Augusto Pinochet tenía más de 300 cargos criminales en su contra, incluyendo muchos de violación de derechos humanos, defalco, y evasión de impuestos. Su largo control de Chile vio al país sobrepasar las alzas y bajas económicas mundiales, abrazado a las políticas neoliberales aprendidas por los asesores del general en la escuela de economía de la Universidad de Chicago. Junto a los asesinatos, las desapariciones y las torturas, las movidas económicas favorecieron a los ricos y fueron separando la brecha entre los pobres y los ricos, como ha sucedido en el mundo desarrollado que sucumbió a esas doctrinas, al thatcherismo y al reaganismo.
A pesar de todo esto, este dictador inmisericorde y profanador de la democracia, permitió un plebiscito constitucional en 1988 dirigido a dejarlo ejercer la presidencia del país por ocho años adicionales. Lo hizo, no por su inclinación a consentir que el pueblo manifestara su sentir, sino porque había manipulado la política nacional de tal forma, que no había una oposición organizada. Su victoria, pensó, estaba asegurada. Sobre ese referendo se basa la película de Pablo Larraín, quien dirige un guión de Pedro Peirano basado en una obra de teatro inédita de Antonio Skármeta.
René Saavadera (Gael García Bernal) es un publicista que ha estado exiliado por un tiempo y ha regresado a Santiago donde trabaja en una agencia de publicidad, cuyo dueño Luis “Lucho” Guzmán reconoce su talento. Guzmán es conservador. René no le dice que ha de asesorar a los opositores de Pinochet en la campaña contra el Sí.
El plebiscito ofrece dos opciones, el Sí, que significa que Pinochet se queda ocho años más, y el No, que lo remueve de la presidencia. La película nos va mostrando las ideas desplegadas por cada lado y nos educa sobre el modo de pensar de los publicistas para ayudar a los segmentos opositores. Se presentan los distintos argumentos para elegir la táctica más propicia y la cinta tiene el efecto de involucrar a uno como espectador en una decisión que fue tomada hace mucho tiempo y cuyo resultado conocemos, y ya es histórico.
Es en eso que se muestran sus talentos el guionista y el director para mantenernos interesados en algo que cuyo resultado no ha de cambiar. No faltan, como es de imaginarse, los juegos de terror volcados contra los opositores del Sí, y los intentos de desprestigiar a las personas llamándoles homosexuales, marxistas, socialistas y comunistas, o todos juntos, tácticas que conocemos demasiado bien desde la guerra fría, y que no han mermado en el mundo occidental aún después de la caída del muro de Berlín y del régimen soviético.
El filme resulta ser un híbrido interesante de documental ficcionalizado en el que pietaje real se funde con la trama que relata las relaciones entre René, su jefe Lucho, su exmujer, Verónica y su hijo, y de cómo funciona la publicidad, algo que se ha popularizado con el éxito de la estupenda serie de televisión “Mad Men”. Me pareció curiosa la relación entre Lucho y René, que existe en un abismo ideológico y, sin embargo, permite una asociación entre los dos hombres que es tirante y peligrosa, parcialmente cortés y, simultáneamente, de una profesionalidad que no parece afectar la estima que comparten los dos por sus talentos.
Según las campaña de ambos bandos se va manifestando e intensificando nos percatamos de la similitud entre lo que sucede en la película con lo que transcurrió aquí en el referendo entre el Sí y el No para suprimir el derecho a la fianza. Las redes sociales no existían en 1988, pero entonces la campaña de boca en boca y el apego a la televisión eran sus equivalentes para un país amedrentado por la tortura y la muerte violenta. La efectividad de la campaña promocional bien llevada contrasta con los excesos endulzados de la oficialidad. La película también nos recuerda los gastos excesivos en los que se incurre en campañas políticas de parte de los poderosos contra los deseos y el sentido de justicia de la mayoría, tratando de comprar un resultado que favorezca a un grupo privilegiado.
Gael García Bernal ya ha demostrado antes su capacidad de apoderarse de personajes cuya forma de pensar es liberal, pero contenida por la razón y la lógica. Su capacidad para hacernos ver diáfanamente el pensamiento complejo de caracteres profundos, estuvo a la vista tanto en “También la lluvia” como en “Diarios de Motocicleta”. Pequeño, de frente amplísima, creemos en él como René porque vemos su inteligencia y su perspicacia en los momentos en que piensa en la decisión que ha de tomar, y entendemos su estatura moral y ética.
Técnicamente el filme tiene momentos en que el intento de fundir la narrativa real con el drama artístico es flojo. La iluminación es a veces pobre y la continuidad de escenas en muchas ocasiones abrupta y torpe. Me pareció también que se pudo haber reducido la cinta como por media hora (dura casi dos) cortando muchas escenas que me parecieron repetitivas. Pero, en general, el filme nos mantiene interesados y cautivados con la valentía de los chilenos que le hicieron frente a un régimen autoritario y sangriento. La película es un canto a la libertad y a la democracia. En eso nunca flaquea ni se sale de límites creíbles. No hay momentos ficticios de apoderamiento físico de parte del héroe, que es el pueblo. La realidad de la lucha a favor de la libre expresión y el deseo de justicia y libertad están siempre a la vista y mantienen nuestros ojos en la pantalla. No hay duda de que este logro del pueblo chileno ha sido uno de sus grandes momentos.