Notas al margen sobre «Tercer Mundo», relato caribepunk de Pedro Cabiya

Tercer Mundo
La más reciente novela de Cabiya, Tercer Mundo (2019) es visionaria como pocas. Nos recuerda La noche oscura del Niño Avilés (1984), de Edgardo Rodríguez Juliá, con su portentoso delirio histórico. Da gusto comparar estos dos monstruos novelescos. En La noche oscura tenemos en el Niño Avilés un monstruo profético, en Tercer Mundo estos son legión, como el demonio. En La noche oscura se camina hacia atrás, hacia el pasado histórico, pero de espaldas y mirando hacia al futuro. En Tercer Mundo se camina hacia delante, hacia el futuro, pero de espaldas y mirando al pasado. Ambas aceleran en reversa cual cangrejos tomando rutas distintas. La primera va por la circunvalar neobarroca y la segunda por el empalme neopunk.
Cuando una obra es inclasificable, como Tercer Mundo, tiene gracia probarle vestidos que parecen servirle pero no le van. Por lo tanto, uno le inventa un vestido. ¿Ciencia-ficción? ¿Fantaciencia? ¿Realismo mágico? La ciencia-ficción parecería ajustarle a esta novela, pero no le va del todo. Tercer Mundo aborda la tecnociencia como único se la puede abordar seriamente en el Caribe, como parodia. La fantaciencia parece irle, pero desentona con el enfoque punk y descreído de Cabiya. La novela puede portar el realismo mágico sin caer en el lugar común, pero su impiedad urbana lo espanta.
Tercer Mundo coincide un poco con el steampunk de la inolvidable Perdido Street Station, del británico China Mieville. Pero Mieville es demasiado fiel a la demencia maquínica, la cuida y aceita obsesivamente como un ingeniero regañón. Pedro Cabiya confluye más con el retropunk de Jorge Baradit, autor de Ygdrasil y Synco. Sin embargo, el autor chileno practica un sadismo con la historia en el cual no se apunta el puertorriqueño.
Digamos que lo de Pedro Cabiya es caribpunk. El caribpunk se arraiga al territorio como la planta, el animal, el espíritu y el robot. Es una manera de palpar el territorio que se desvía de las rutas demasiado humanas e histéricas, como la obsesión con la identidad y la cultura. El caribpunk se deja gozar.
Entre los muchos gozos futuros, pasados y presentes de Tercer Mundo obtenemos el de una zona urbana singular y por ello universal: Un Santurce plebeyo en fuga, años 80, ese lenguaje de exquisito desparpajo que lo nutría y lo devoraba, un hábitat que quizás ya no existe ni existirá jamás, pero persistirá por siempre como