Nuestra Escuela: Escuela alternativa
En un artículo previo titulado “Nuestra Escuela, una alternativa a la tradición”, discutí cómo Nuestra Escuela y sus escuelas hermanas de la Alianza para la Educación Alternativa apoyan a todos esos estudiantes que no encajan con el sistema público, los cuales eventualmente se convierten en los denominados «desertores escolares», término que no apoyamos. La palabra desertor proviene del vocabulario de la guerra y el castigo es la pena de muerte. Preferimos llamarlos estudiantes a los cuales la escuela les falló.
En el artículo planteo cómo la Alianza trabaja y defiende a estos estudiantes que el sistema público no logra atender, pero en el proceso de defender la Educación Alternativa olvidé defender, no sólo al maestro del sistema público, sino al mismo sistema público, el que recibe tantos ataques, en algunos casos promoviendo su privatización.
Llevo siete años trabajando en Nuestra Escuela, y la realidad es que nuestras relaciones con las escuelas públicas cercanas siempre han sido positivas. Formamos una especie de simbiosis; estudiantes que no funcionan allá los mandan acá y nosotros los atendemos, a veces ayudando a mejorar el ambiente de la escuela pública. Aunque en el artículo anterior sólo menciono y alabo la Educación Alternativa y sus estudiantes, reflexionando sobre ello, pensé que era injusto no mencionar nuestra relación con las escuelas públicas de la comunidad ni el apoyo que Nuestra Escuela ofrece al sistema público.
En el transcurso del tiempo, comencé a darme cuenta de que los factores que ayudan a que Nuestra Escuela tenga un ambiente positivo no están presentes en las escuelas del sistema público. Por ende, decidí que no sólo hay que defender a la educación alternativa, la cual es un apoyo al sistema público, sino que también es necesario defender al propio sistema público de Puerto Rico.
Y es que la base de Nuestra Escuela es el amor, pero como sabe cualquier persona o grupo de personas que lo ha experimentado, aunque haya amor, si las condiciones de esas dos personas o grupos de personas que se aman no son muy favorables, comienzan a aflorar las dificultades. Entonces fue que empecé a hacer la conexión; Nuestra Escuela tiene un ambiente muy favorable, donde puede aflorar el amor, mientras que en muchos casos en la Escuela Pública no se da este ambiente. En Nuestra Escuela tenemos doce estudiantes por salón de clase, lo que nos permite conocer al estudiante, sus talentos y sus formas de aprendizaje; así podemos darle una educación personalizada. También, tenemos un trabajador social por cada 40 estudiantes; cada estudiante tiene un mentor con el cual se reúne dos veces en semana y al que se tiene que reportar todos los días, ya sea en persona o por teléfono.
Por otra parte, cada estudiante participa en un vivencial llamado Esencia Vital, donde se fijan metas a la vez que se trabaja con sus laceraciones emocionales, entre ellas, el dejar el estigma de desertor escolar y de que “tú no vales ná”. Se trabaja con la sanación de viejas heridas, compartiendo las historias de dolor entre todos: directores, administración, maestros y, más importante aún, entre los mismos estudiantes. Esto crea un lazo que hace que los que antes peleaban, ahora se identifican y entienden que tienen experiencias en común. Dos estudiantes de Loíza expresaron este sentir cuando uno dijo sobre el otro: “…él en la calle no puede ser mi amigo, en nuestros barrios esperan que, de encontrarnos, uno de los dos tiene que matar al otro”. Al preguntarle por qué son enemigos, su respuesta fue: “nacimos siendo enemigos”. Y esto lo dicen mientras cada uno está sentado al lado del otro como compañeros de clases, pero en Loíza el que nace en Villa Cañona es por «default» enemigo del que nació en Villa Santos.
En el sistema público no se dan estas condiciones. Los maestros están solos en un salón con 20, 25 y hasta 30 estudiantes. Están con un trabajador social para toda la escuela; y en ocasiones sin ninguno porque no tienen fondos (así lo expresó la Directora de La Gautier Benítez en Caguas en el 2010). Estas condiciones limitan al maestro para poder conocer a cada uno de sus estudiantes o sus situaciones de vida, para poder entender situaciones que van a ocurrir constantemente en la escuela o entender por qué el estudiante se ausenta. A esto se le suma que las condiciones económicas del maestro en Puerto Rico no son muy favorables. Esto lleva a que los índices de ingreso en la Facultad de Educación estén entre los más bajos, convirtiéndose así en un puente por donde los estudiantes en la UPR entran para luego cambiarse a otra concentración, como si la del maestro no tuviese ningún prestigio. Los que por vocación estudian educación luego se encuentran con un sueldo que no les da para mantener a una familia. En un artículo que escribió Amado Martínez Lebrón (2012), llamado “Enseñar desde el Chinchorro”, nos dice que el salario de un maestro está entre los $1,500 a los $1,750. Recuerdo que cuando estaba en la UHS, mi otra casa era la de mi amigo Ale. Y aunque en aquel momento me parecía normal, la mamá de Ale, Becky, salía de trabajar en la escuela para irse a trabajar en un “counter” de Sears, para llegar a su casa a las 11:00 pm y para, tarde o temprano, tener que tomar terapias de la espalada y de la mano. Y esto era con dos hijos y una pareja que tomaba el papel de padrastro muy en serio. Así, el maestro deja el pellejo en el salón de clase, gana un salario que no le da para vivir y para colmo se le echa la culpa de que el estudiante no aprenda. En vez de echar culpas entre maestros, directores y padres, lo que debería existir es una educación en comunidad. Si en Nuestra Escuela ha funcionado, con el apoyo de todos se podría crear un ambiente de tranquilidad, donde el maestro tenga la oportunidad de conocer a todos sus estudiantes, con el apoyo del trabajador social, del mentor de los familiares. En un salón de clase con un grupo pequeño de estudiantes, el trabajo sería manejable tanto para el maestro como para el estudiante. Se podría crear un ambiente donde en vez de estar quejándonos porque no hay dinero, la comunidad podría ayudar a pintar, a recoger dinero para materiales, a crear salones de clases fuera del plantel escolar; donde los pequeños negocios de la comunidad sean apoyo a la escuela, en vez de quedarnos estancados sin hacer nada. Entonces lo haríamos por los niños, no por el dinero, sino por el bienestar de los niños.
Esta inquietud del tan criticado sistema público me ha venido rondando en la mente hace unos meses y, justamente, este pasado junio, hablando con la comunidad de Nuestra Escuela (Caguas, Loíza y Vieques), el director Justo Méndez nos consultó sobre nuestra postura como organización respecto al sistema público. Para mi tranquilidad, todos en comunidad decidimos que Nuestra Escuela apoya y va apoyar al sistema público de educación de Puerto Rico. Los padres, comunidades, negocios y en general, la sociedad civil, al igual que Nuestra Escuela, debe cambiar su actitud e ir de la queja a la acción. Colaborar juntos para buscar alternativas y mejorar el sistema público de Puerto Rico.