Opción de la razón constructiva
La oposición del líder del Labour Party de Inglaterra, Jeremy Corbyn, al intervencionismo guerrerista en Siria y Oriente Medio, sugiere algo que un análisis realista debería incluir pero últimamente se excluye bastante, a saber, que sólo el crecimiento del movimiento socialista podrá frenar la tendencia caótica de la globalización capitalista neoliberal, de la cual es parte el terrorismo de los grupos musulmanes fanáticos. La influencia socialista puede reconstituir de modos nuevos los estados modernos y buscar soluciones políticas e inteligentes en las relaciones internacionales de mayor tensión.
Veterano militante marxista de la izquierda del Labour Party, este año Corbyn ascendió al liderato del partido velozmente y con apoyo masivo, después de la aleccionadora derrota electoral que sufrió la colectividad. Su ascendencia en el partido y su hipotética —pero probable— elección como primer ministro en los próximos comicios de Gran Bretaña apuntan a las amplias simpatías que tienen las ideas socialistas o en favor de que los movimientos populares, obreros y democráticos crezcan y hagan presión contra el capital al interior de los estados capitalistas. El espectacular apoyo que ha recibido Bernie Sanders en Estados Unidos, notablemente entre gente joven, también apunta en esta dirección.
No es lejana la posibilidad de que el llamado Estado Islamista repita acciones terroristas como las del 13 de noviembre en París en otras ciudades de los países más involucrados en los bombardeos en su contra en Siria. La usual política intervencionista occidental en Oriente Medio, Asia central y en apoyo al estado de Israel puede asociarse a la codicia estratégica por el petróleo en ciertas zonas de conflicto.
El presidente Obama debió salirle al paso al clamor de políticos halcones norteamericanos para que Estados Unidos sea más agresivo y guerrerista ahora, después de los atentados de París. Obama mostró aquí sensatez. Debe saber que mayor intervencionismo militar del que Estados Unidos ha desplegado, que ya es mucho, logrará poco en Siria, agravará la inclinación al caos y la escasez de soluciones verdaderas, y podrá provocar más ataques terroristas contra civiles en Estados Unidos y Europa.
Soluciones políticas en vez de pretendidas soluciones militares es lo que Corbyn reclama, distanciándose así del establishment europeo y de su país, que incluye una fracción poderosa del liderato laborista. La lógica militar estrecha rinde pocos frutos. El Estado Islamista —cuya violencia extrema persigue instalar un califato— se nutre de la inestabilidad de los estados del Oriente Medio, que provocó la política norteamericana. Incluso recluta jóvenes europeos y estadounidenses tan desarraigados y frustrados por la insolvencia moral e intelectual del occidente capitalista, que se adhieren a esa forma de islam.
En Inglaterra, sugiere el razonamiento de Corbyn, hay que evitar deslizarse hacia el estado policiaco y el discrimen contra musulmanes e inmigrantes y, más aún, urge cambiar la sociedad para que la modernidad occidental no siga representando degradación de otros pueblos, desigualdad, egoísmo y corrupción.
Podrá convenirle electoralmente. Aunque sea por miedo a que en cualquier momento y en cualquier ciudad estallen bombas o se disparen ráfagas en discotecas, trenes, restaurantes o estadios, muchos británicos coincidirán en que lo prudente es disminuir la intervención militar y buscar una solución política al conflicto en Siria, el cual ha alimentado la actividad y propaganda del Estado Islamista. Urge reducir el enorme avispero que provocó en el mundo musulmán la guerra de Iraq que en 2003 lanzó George W. Bush y apoyó el británico Tony Blair, y que fue parte de una tradición de vandalismo geopolítico.
Causas más profundas del problema se remiten al colonialismo europeo, que marginó y humilló al mundo musulmán, y al sistema imperialista mundial, que ha incrementado la riqueza de los países más industrializados, expandido la pobreza de los países de Asia y África, y agredido al mundo árabe. Son infinitos el odio y el resentimiento de masas populares que en tantos países han cobrado conciencia de que la riqueza en los países poderosos se corresponde con su pobreza, una conciencia que en América Latina creció especialmente a partir de la Revolución Cubana.
No son socialistas, sin embargo, la teoría y la política que hoy en algunas regiones explican la opresión y enarbolan la bandera para enfrentarla. En estos sitios el lenguaje para expresar la ira y el desafío ante la injusticia heredada es el fundamentalismo musulmán, como en otras épocas lo fue el cristiano.
La corriente socialista había sido la oposición principal, y verdaderamente amenazante, al imperialismo y la explotación. Su declive se ha correspondido con el auge del extremismo religioso. En varios sitios el islam reaccionario se hizo portavoz del antimperialismo a costa de los partidos socialistas; en Irán los reprimió y destruyó. Había sido diferente durante los años después de la Revolución Bolchevique de 1917, que estimuló la influencia socialista sobre el islam para que, precisamente, no fuese presa de ideologías retrógradas.
En el presente los movimientos socialistas en general están debilitados o tratando de recomponerse, pero también es cierto que el socialismo representa la racionalización más avanzada y certera de la respuesta de los países pobres y las mayorías populares a la opresión. El fanatismo religioso se desliza fácilmente a la irracionalidad, al carecer de discusión de ideas ilustrada y de una perspectiva científica y progresista de desarrollo social.
En los estados tradicionalmente imperialistas como Estados Unidos, Inglaterra y Francia, más militarismo representará más crisis política y más violencia de grupos cuya ira les inclina a conceptos medievales. En cambio, más influencia socialista y de izquierda en el interior de los estados capitalistas poderosos ayudará a que se gestionen políticas —incluso referentes a fuentes de energía— que reduzcan la explosividad guerrerista, neutralicen la influencia del fanatismo y ofrezcan a la juventud perspectivas morales y socioeconómicas.
Es el crecimiento de las tendencias socialistas lo que puede hacer avanzar las causas antimperialistas y de las clases mayoritarias en los países subordinados, y es también lo que podría empezar —si todo va bien— a cambiar el rumbo de los estados poderosos. La postura de Corbyn ante el terror fanático y ante el militarismo imperialista, junto a su lealtad al socialismo del que proviene, puede ser signo de alguna futura superación afortunada de los desquiciamientos del presente.