Proyecto de país vs. proyecto de Estado
Me he dado contra la pared de los “igualitos”, quienes creen que no importa quién gane, por ser el PPD y el PNP la misma cosa. Pero más que esa visión tan generalizada, me preocupa el fatalismo de los soberanistas e independentistas que ven como inevitable una victoria del PNP en el 2016. Además de la magnitud de la crisis económica, el fatalismo puede deberse a la dificultad de vislumbrar la posibilidad de alianzas triunfadoras. América Latina, sin embargo, nos ofrece sabidurías recientemente alcanzadas.
En noviembre de 2011, tuvimos el privilegio de escuchar a Jorge Brovetto, presidente del Frente Amplio del Uruguay, hablarnos sobre el maravilloso proceso político cuajado por decenas de organizaciones que, sin perder la personalidad propia, supieron unirse y ganar el poder en su país. Sobreponiéndose a diferencias que parecían insuperables, lograron llevar a la presidencia a Tabaré Vázquez en el 2005 y al legendario Pepe Mujica en el 2010, brindándoles a ambos mayorías parlamentarias que les permitirían gobernar a favor de su pueblo.
A través de gestiones gubernamentales que solo la unidad política ha hecho posible, Uruguay ha logrado importantísimos avances en el esfuerzo por mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. Para dar un solo ejemplo, es el primer país del mundo que mediante el Plan Ceibal (Conectividad Educativa de Informática Básica para el Aprendizaje en Línea) le ha facilitado a todos los niños y maestros, desde los jardines infantiles hasta las secundarias y vocacionales, una computadora con conexión inalámbrica al internet.
Repasé una hoja suelta que nos habían entregado al entrar a la sede de la conferencia, el Anfiteatro del Recinto Metropolitano de la Universidad Interamericana. Se titulaba «Convocatoria al Diálogo Social» y daba como referencia al amigo profesor Manuel Torres Márquez. Brovetto había terminado su intervención justamente con una cita de esa hoja, aludiendo a la necesidad de unir fuerzas:
“para construir un país en el que todos quepamos”.
Lo que Brovetto daba por sentado por venir de una nación independiente penetra hasta la médula del problema que la colonia nos impone a los puertorriqueños. En el Puerto Rico de hoy es imposible unirnos en torno a la meta de construir un país en el que todos quepamos. Estamos divididos sobre lo que deseamos para nuestro futuro colectivo, y la grieta del diferendo se ensancha irreconciliablemente en torno a lo que significa ser país. Casi la mitad de los votantes en nuestra isla favorece la estadidad, un régimen político que es incompatible con ser país. A nadie se le ocurriría referirse a un estado de Estados Unidos como país o como nación. Además, después de que se entra en esa federación es imposible salir. La estadidad y probablemente el territorio incorporado, equivale a meterse voluntariamente en la celda de una prisión de seguridad máxima y botar la llave para siempre, condenándonos a ser sometidos a un sistema brutal que convierte nacionalidades en minorías nacionales guetoizadas.
Es imposible saber cuántos de los puertorriqueños que votan por la estadidad entienden cabalmente las implicaciones genocidas de esta, pero para los que sí las comprenden, la frase de la Convocatoria al Diálogo Social requiere que se le cambie una sola palabra para que recoja las aspiraciones anexionistas:
“para construir un estado en el que todos quepamos”.
A los puertorriqueños nos cuesta trabajo aceptar la idea de que sea imposible ponernos de acuerdo para formular un proyecto socioeconómico que nos beneficie a todos. Pensamos que el bienestar de cualquier pueblo se basa en más o menos lo mismo y que muy bien podríamos aunar esfuerzos populares, soberanistas, independentistas y penepés para mejorar nuestras vidas, aun dentro del estatus actual. Podríamos unirnos a favor del desarrollo económico, social y cultural, la calidad de la educación, contra la criminalidad, etc. La historia nos demuestra que nada más lejos de la verdad. En todos los renglones importantes de la vida puertorriqueña, los objetivos y las estrategias de la dirección o cúpula anexionista -respaldados por la autoridades federales y por casi un millón de electores- chocan antagónicamente con los intentos sociales y patrióticos de cambiar los rumbos que ellos y el imperio han impuesto. Fortuño había prometido cambiar el idioma de la enseñanza tan pronto ganara las elecciones.
El futuro de nuestro país depende en gran medida de que aprendamos a percibir en cada pliegue de nuestra realidad las manifestaciones de este conflicto entre el ser y el no ser, entre la nación y el gueto, entre los designios del imperialismo y sus agentes en Puerto Rico y los anhelos de los que llevamos, con diversos matices y firmezas, el ADN de nuestra nacionalidad y del amor por nuestro pueblo, aunque sea como pichón de país.
Es en la economía donde podemos percibir con mayor nitidez la intención de la cúpula anexionista de sabotear el desarrollo de Puerto Rico. Pedro Pierluisi se ha vanagloriado de que Ferré comenzó durante su gobernación (1968-1972) la “lucha” por la aplicación a Puerto Rico del salario mínimo federal, “lucha” que finalmente ganó Romero Barceló. Así desmantelaron una de las herramientas que los países del tercer mundo utilizan para tratar de salir del subdesarrollo. La aplicación del salario mínimo federal en Puerto Rico no tuvo nada que ver con las necesidades de nuestra economía ni menos con mejorar las condiciones de vida de los trabajadores/as, sino con la intención del PNP de cortarle las patas al ELA eliminando lo que nos diferencia de los estados, aunque causara la pérdida de miles de empleos. Lo mismo ocurrió con las 936.
Estos golpes contra la economía del país han profundizado la dependencia en los fondos federales de centenares de miles de puertorriqueñas/os y han ampliado la economía informal, incluyendo el narcotráfico.
Otra vertiente del desmantelamiento económico de nuestro país ha sido el endeudamiento catastrófico que despegó con la llamada reforma de salud y otros proyectos de Rosselló. Por su parte, mientra hablaba de austeridad y de reducir el déficit, Fortuño aumentó durante su cuatrienio en 30% la deuda pública, dejando al país sin capacidad de amortizarla.
Fortuño agudizó la crisis económica que comenzó en el 2006, provocada en gran medida por el terrorismo económico del PNP contra Aníbal Acevedo Vilá, mediante la aplicación de políticas neoliberales como el despido de decenas de miles de empleados públicos y la continuación del desmantelamiento del gobierno.
Por suerte –milagro dirían algunas/os- la distribución geográfica de una minúscula mayoría de 11,285 votos (.6%) le dio al Partido Popular Democrático el control del ejecutivo y la legislatura. Los 896,060 puertorriqueños/as que votaron por García Padilla, más los votos mixtos que hayan contribuido a la victoria legislativa, han detenido al menos por cuatro años el socavamiento genocida de nuestra nacionalidad que el liderato anexionista planeaba acelerar durante el próximo cuatrienio. De haber triunfado, tendrían ahora en su arsenal el repudio plebiscitario al ELA y el supuesto mandato a favor de la estadidad.
Ahora tenemos un gobierno aparentemente comprometido con un programa electoral que contiene componentes culturales, socioeconómicos e internacionales sin los cuales no se puede forjar un Proyecto de País. El programa definitivamente no incluye la soberanía, pero presenta objetivos esenciales para la formación de una nación soberana e independiente.
Lo más importante y lo más difícil del programa –raya en lo imposible, seamos francos- es la construcción de una economía nacional sobre la cada vez más endeble zapata de la existente. El gobierno plantea la conservación y el fortalecimiento de las empresas que han sobrevivido y la creación de nuevas empresas utilizando las ventajas competitivas que ya tenemos. La visión abarca desde revertir el absurdo debilitamiento de la agricultura, la manufactura y el sector comercial al detal, hasta impulsar la inversión de capital nacional en la manufactura y exportación de productos y servicios de alta tecnología.
Aunque no es soberanista, repito, el programa de gobierno se basa sobre premisas autonómicas indispensables para la soberanía y la independencia. Además del fortalecimiento de la autonomía fiscal, requiere la expansión de esferas autonómicas para propiciar la sustitución de importaciones, el trato preferencial a los productos del país en las subastas gubernamentales, la ampliación de las relaciones comerciales de país a país y multilaterales, la participación en organismos regionales y mundiales, y tanto más.
Sin embargo, aunque Alejandro García Padilla y la legislatura popular tengan las mejores intenciones de cumplir con su programa de gobierno y recluten personas honestas y comprometidas con el bienestar del pueblo puertorriqueño, la terrible situación económica generada por el gobierno de Luis Fortuño, hace casi inevitable la derrota del Partido Popular en el 2016. La situación se complica particularmente por no haber señales significativas de fortalecimiento económico en Estados Unidos, Europa y el resto del mundo.
Para poder triunfar, el PPD y los aliados naturales en esta etapa de la lucha por la liberación nacional tendrían que generar una mística creativa y liberadora que aglutinara a los sectores socioeconómicos afines, abriendo el camino hacia acuerdos preliminares sobre un Proyecto de País. Tendrían que formarse alianzas formales o informales entre populares, soberanistas e independentistas, y con estadistas decentes y sabios. Son inmensos los obstáculos en el camino. Además de la terrible crisis económica y fiscal, cunden los sembrados del gobierno penepé propagadores de la lepra corruptora, posiblemente confrontaremos acciones represivas de las agencias federales y decisiones funestas del Tribunal federal del patio…
Solo el pueblo de Puerto Rico, organizado de innumerables maneras y cada vez más conciente de lo que está sobre el tapete, puede hacer posible que atravesemos exitosamente estos campos saturados de minas. Parecería que los populares han comenzado a aprender del pasado los rumbos del futuro. Tal vez a quienes más nos cueste ponernos a la altura de los tiempos es a muchos independentistas que nos aferramos al pasado y se nos escapa el futuro.
El reto para todos es aprender lo que Uruguay aprendió. La unidad que triunfa tiene que montarse sobre los denominadores comunes en cada momento de la historia, sobre el derecho a mantener la identidad organizativa e ideológica y sobre la subordinación de todos/as a las decisiones y acciones necesarias para ganar la batalla. Nuestro común denominador en este muy particular momento de nuestra historia, parecería ser el desarrollo de la economía del país posibilitado por los espacios autonomistas indispensables.
Mantengamos una actitud fiscalizadora hacia el gobierno, pero no cometamos el error de que por estar enfocados en lo negativo dejemos de respaldar lo positivo. No nos arriesguemos a quedarnos piqueteando en el andén mientras pasa el tren de la historia.
No depende del gobierno, sin embargo, el desenlace de nuestra lucha. Los gobiernos suelen ser débiles, vulnerables y transitorios. Es únicamente el pueblo organizado y movilizado el que puede mantener a los gobiernos en rumbo o declararle la guerra a los flojos o traidores.
Deben diseñarse y utilizarse los métodos de lucha más apropiados para cada momento. Si el campo de batalla va a ser la economía, se debe golpear directamente a quienes se están quedando con la nuestra. Como Puerto Rico es el paraíso de las supercadenas y las megatiendas, podría ser el boicot, bien diseñado y con metas claras, una de las principales herramientas para comenzar a secar las cataratas de dinero que exprimen diariamente de los bolsillos de los consumidores y envían a la velocidad de la luz a Estados Unidos, dejando muy poco en Puerto Rico. De gastarse parte de ese dinero en los negocios del país no solo se ampliaría el capital disponible para el mejoramiento y expansión de nuestras empresas, sino que aumentaría el poder de los trabajadores/as para luchar por mejorar las condiciones de trabajo y los salarios. TAL VEZ ESTEMOS ENTRADO EN LA ERA DE LOS BOICOTS.
Hagamos todo lo posible para que evitar que una victoria del Partido Nuevo Progresista en el 2016 descarrile el tren antes de que alcance la próxima parada en la ruta del desarrollo de la economía nacional que es también la ruta de la liberación nacional.