Respuesta al artículo “La moral de la catástrofe”
Entre Jonathan Swift y Oscar Wilde: comentario sobre las
justificaciones de algunas propuestas universitarias
El texto de Rubén Ríos «La moral de la catástrofe» plantea un problema inmediato: ¿debe ser la huelga “tradicional” (cierre de portones, etc.) la respuesta al intento de imponer una cuota de $800? Ríos señala los peligros que puede conllevar una huelga en este momento. Indica que es necesario abrir un debate sobre diversas formas de protesta alternas.
Sobre esto no creo que haya mucho desacuerdo. Sin duda, no se debe ir a una huelga sin hacer un análisis cuidadoso de la coyuntura actual en la UPR y en el país. Ríos se pronuncia, más aún, contra la huelga en el futuro inmediato. Es una posición legítima. Merece discutirse y evaluarse. Sin embargo, Ríos acompaña este señalamiento con un análisis más amplio de la crisis del capitalismo, sus consecuencias, el tipo de reacción que ha provocado y la actitud que debemos adoptar ante ese panorama. Ese análisis general enmarca tanto su posición sobre la huelga como su propuesta de reducción voluntaria de hasta 3 por ciento en el salario de los docentes. Quisiera comentar esa propuesta y, sobre todo, la visión global que la acompaña. Se puede, como dije, considerar que una huelga no es aconsejable en este momento. No por ello se tendría que estar de acuerdo con la propuesta de Ríos o, menos aún, con el marco de análisis que propone para justificarla. Es lo que deseo abordar aquí, más que el tema de huelga sí o no. (Subrayo que estoy reaccionando al texto de Ríos y a la manera en que él formula y justifica la propuesta de reducción de salario. No estoy reaccionado a la propuesta original de David Auerbach, la cual no he tenido ocasión de examinar.)
No está de más empezar por indicar algunos acuerdos. Estoy de acuerdo con Ríos en la apreciación de que el capitalismo atraviesa por una crisis global, la más profunda y extendida desde el crash de 1929. De igual forma, coincido con la idea de que esta situación exigirá sacrificios. Igualmente estoy de acuerdo con la idea de que estos tiempos de crisis exigen una nueva moral y una “nueva radicalidad”.
Sin embargo, no estoy de acuerdo, para decirlo tibiamente, con las consecuencias que Ríos extrae del hecho, innegable, de que el capitalismo está en crisis y de que la crisis es global. Difiero igualmente sobre cuáles son los sacrificios que debemos estar dispuestos a realizar y sobre la moral y radicalidad que debemos construir ante esa crisis del capitalismo y sus consecuencias.
Una de las ideas centrales del texto de Ríos puede resumirse del siguiente modo. Podemos protestar todo lo que se quiera contra “las reducciones de salarios, de empleos, de beneficios marginales, de derechos adquiridos, de privilegios laborales”, pero esas protestas, por “intransigentes” que sean, chocarán inevitablemente contra “la pared de un hecho despiadado”: la realidad de la crisis del capitalismo global. No querer entender esto, plantea Ríos, es vivir en un “denial” de “proporciones ciclópeas”. De aquí Ríos deriva lo que él parece considerar una muy lógica conclusión: ya no podemos aferrarnos a los salarios, los empleos, los beneficios marginales, etc. del pasado. Tenemos que aprender a vivir una “vida sin encanto”. Hay que aceptar los sacrificios que la crisis del capitalismo global nos impone. Son inescapables. Cualquier otra cosa –insistir en la defensa de los “placeres conquistados” – es inscribirse en el “denial”. Es buscar salidas “facilonas”. Tiene sentido la propuesta concreta que entonces se formula: que los docentes sacrifiquen hasta 3 por ciento de su salario para ayudar a “mitigar” el golpe que la administración pretende dar a los estudiantes con la cuota de $800. Es la parte de “la vida sin encanto” que nos toca. Estamos en época de “catástrofe”: no podemos seguir amarrados a lo que nos habíamos acostumbrado.
El paralelo de la propuesta de Ríos (de reducción de 3%) con la Modest Proposal de Swift (de vender los niños a los ricos) es muy débil. Dice Ríos que la “proposición que traigo hoy no es ni tan truculenta ni tan teatral como la de Swift, aunque también exige un pequeño sacrificio”. Pero la propuesta de Swift no exigía ningún sacrificio, ni grande, ni pequeño… a menos que se piense que pretendía que se vendieran los niños como alimento para los ricos. La propuesta de Swift, era, como dice Ríos, un “colmillo retórico” dirigido contra la barbarie del entonces naciente capitalismo. Una propuesta, bien documentada, de cómo se podría solucionar la crisis de la UPR si los 60 mil estudiantes vendieran uno de sus riñones (o algo así) o, si no se quiere ser tan dramático, si los docentes trabajáramos sin paga, sería algo parecido a aquel “colmillo retórico” swifteano. Pero la propuesta de Ríos no es un “colmillo retórico” dirigido contra las políticas de destrucción de la UPR o contra las realidades de un capitalismo senil; es un colmillo, nada retórico, dirigido contra el salario de los docentes.
El capitalismo está en crisis y tenemos que aceptar reducciones de salario, beneficios y “privilegios laborales”, ¿acaso no es esto –pregunto– lo que dicen Sarkozy, Fortuño, etc.? Lo menos que puede decirse es que la “moral” para una “nueva radicalidad” en tiempo de “catástrofe” que Ríos propone se parece mucho, se parece demasiado, al sacrificio, a la “medicina amarga”, que nos exigen los que en la actualidad administran la crisis del capitalismo global. ¿De qué sirve ironizar –pregunto– sobre la acumulación de distinciones académicas por José Ramón de la Torre cuando, acto seguido, se hacen propuestas que él acogería feliz y alegremente, como mitigar los problemas fiscales de la UPR a costa de los salarios de los docentes?
Sin embargo, el artículo de Ríos va un poco más allá. No solo habla del “denial” de los que no quieren entender que el capitalismo está en crisis. Ríos también hace una caracterización social de los y las que no solo en Puerto Rico, sino en Francia y Estados Unidos, protagonizan una “histérica” y “visceral” resistencia, fundada en el “ciclópeo” “denial”. De los Tea Parties en Estados Unidos a las huelgas generales en Europa, se trata, plantea Ríos, del mismo grito de una “pequeña burguesía” en defensa de sus “privilegios laborales”, de su “privilegio de clase”.”En esta coyuntura”, señala Ríos, “el privilegio de clase ha terminado por trascender cualquier discrepancia ideológica y el mensaje es claro: las comodidades adquiridas de la pequeña burguesía no son negociables”. Tea Parties conservadores en Estados Unidos, huelgas generales de “izquierda” en Francia, España y Grecia son lo mismo: se trata de la pequeña burguesía alborotada, molesta, furiosa, por que el capitalismo le retira el “usufructo de goce que … le había prometido”. Parte de esa reacción es la oposición “histérica” a los gobiernos: “La reacción ante el desplome”, plantea Ríos, “parece igualmente visceral e histérica a lo largo del más variado espectro político: que se vaya el gobierno en el poder, el que sea. Y más vale que quien venga sea para devolvernos los derechos adquiridos, los placeres conquistados, el goce perdido”. Esa protesta “histérica” y “visceral” se acoge, más aún, a la “fantasía victimizante” que siempre culpa a “otros” que amenazan nuestros “derechos”. Tiene, por lo mismo, un lado hipócrita y conveniente: “Nos exonera convenientemente de la parte que nos toca en el orden de un capitalismo salvaje del que la misma clase media no puede salvarse con tanta impunidad”. Olvidamos, más aún, que hay otros, los verdaderos parias, que mientras la pequeña burguesía se arropa con “fantasías de victimización”, sí reciben golpes verdaderamente contundentes, como los inmigrantes.
La conclusión de esta dimensión del análisis de Ríos es la misma que ya indicamos: dejemos atrás las “intransigencias” pequeño burguesas y “facilonas”, que chocarán contra la realidad de las crisis del capitalismo; abandonemos las respuestas “viscerales” e “histéricas” en defensa de “privilegios de clase”; renunciemos al rol de víctimas de un “orden capitalista salvaje”, del cual, admitámoslo, también nos toca “una parte” y en el que hay otros que están mucho peor. Paguemos, cediendo algunas de nuestras “comodidades” y “privilegios laborales”, por la parte de la crisis que nos toca. No pretendamos una privilegiada impunidad: ¡no evadamos el castigo que nos toca! El mensaje, va dirigido, Ríos lo dice claramente, al ala criolla de esas “clases medias” que él retrata con evidente goce: esa capa liberal de la izquierda Bien Pensante, “que matricula a sus hijos en la Escuela del Pueblo Trabajador, la que asiste con entusiasmo a las noches de Cine del Estuario, la que escucha arrobada a Superaquello y a Rita Indiana, la que compra pan de hogaza en el mercado de los sábados en el Viejo San Juan y todavía se anima de vez en cuando a presentarse en el Festival de Claridad”. Por toda esta propuesta de nueva moral para la catástrofe revolotea un intento de movilizar cierta culpa por nuestros “placeres conquistados”, por quejarnos “histéricamente” de que se toquen nuestras “comodidades” a pesar de no estar entre los verdaderos “parias”. Una reducción de salario se convierte en ajuste de cuentas no solo necesario, sino justo con la crisis que nos rodea.
Parece ser, en fin, que si resistiéramos a que se nos reduzca el salario, estaríamos bajo sospecha de defender “privilegios de clase”, seríamos culpables de intentar escapar “impunemente” de la crisis del capitalismo, pretenderíamos aferrarnos a nuestros “placeres conquistados” (placeres, hay que suponer, como el de matricular hijos en la Escuela del Pueblo Trabajador, escuchar a Superaquello, comprar pan de hogaza …, etc.). ¿Cuánto “denial” y mezquindad, cuánta histeria y convenientes “fantasías de victimización” mezcladas, se tendría que preguntar uno, podrá acumular la Bien Pensante clase media de izquierda?
En algo estamos de acuerdo: el capitalismo está en crisis. El capitalismo es hoy incompatible con los salarios, la seguridad social, los servicios públicos que hemos logrado en el pasado. Pero, a diferencia de Ríos, no considero que esos salarios o servicios sean “privilegios de clase”. Pienso, aunque eso me convierta en candidato a “iluminado” o a “guardián de las tradiciones críticas de la modernidad”, que esas son grandes conquistas democráticas y materiales de las mayorías asalariadas en muchos países. Un empleo, ingreso mínimanente adecuado y seguro, educación pública, seguridad social, servicios de salud…. ¿serán lujos de una clase media en “denial”? Difiero respetuosamente. Creo, al contrario, que son elementos mínimos de una sociedad que se respete. Pero, como dije, no dudo que un capitalismo en crisis es incompatible con todo eso: pretende destruir y arrebatar todo eso, en Estados Unidos, en Puerto Rico, en Francia y en todas partes.
De la innegable crisis del capitalismo, Ríos concluye que debemos adaptarnos a los nuevos tiempos: debemos aprender a vivir en las ruinas del capitalismo salvaje. No hay alternativa posible a la lógica del capitalismo. De eso se trata el sacrificio y la “moral” propuesta por Ríos: es una propuesta sobre cómo mejor contribuir a sobrellevar los efectos de la crisis, renunciando a algunos de nuestros “privilegios”. Dejemos las protestas “viscerales” en defensa de “comodidades”. No pretendamos, en esta época de “catástrofe”, garantizarnos “impunidad” ante la crisis; y propongamos, eso sí, que se nos rebaje el salario 3 por ciento. Eso sí “soprenderá al enemigo”.
Considero, al contrario, que no hay razón alguna para que, con los recursos materiales con que contamos, con la capacidad productiva, técnica y científica a nuestro alcance, no dotemos a todas las personas –en Estados Unidos, en Puerto Rico y en el mundo– con las garantías mínimas para una vida digna. Por eso, no veo razón alguna para renunciar a conquistas o derechos que nos acerquen a esos objetivos, ni en Puerto Rico ni en Francia ni en Estados Unidos. Ríos nos advierte que eso que él llama “privilegios”, “goces” y “comodidades”, y que yo, ingenuamente, considero conquistas democráticas y materiales, no es compatible con un capitalismo en crisis. Por eso nos invita a que aprendamos a vivir entre las paredes de la catástrofe capitalista. Yo considero, al contrario, que si, como nos advierte Ríos, el capitalismo no es compatible con las condiciones mínimas de una sociedad comprometida con el bienestar de sus integrantes, entonces debemos no solo defender eso que Ríos llama “privilegios”, sino estar dispuestos a cuestionar las reglas del capitalismo. Favorezco, en fin, la elaboración de una moral, no para ver como nos adaptamos a y “mitigamos”, a costa nuestra, la crisis del capitalismo, como nos propone Ríos, sino, al contrario, una moral para construir, paso a pequeño paso, una salida anticapitalista a la crisis del capitalismo. Tal salida anticapitalista, me apresuro a indicar, no se construye haciendo la revolución mañana, por supuesto, ni proponiendo el socialismo como solución a los problemas de la UPR. Se construye levantando movimientos que favorezcan la creciente ingerencia pública y democrática sobre los procesos y las decisiones económicas, la creciente intervención pública en la economía del capitalismo salvaje, con el objetivo de convertir en fuente de bienestar social lo que ahora opera como mecanismo de extracción de ganancia privada.
Ríos señala que el capitalismo ha globalizado los mercados. ¿Estaremos entonces condenados, irremediablemente, a la dictadura de los “mercados”? ¿Acaso no podemos enmarcar nuestra resistencia en una perspectiva de someter los mercados y los presupuestos a prioridades adoptadas democráticamente? Ríos nos indica que hace falta una “radicalidad nueva para un mundo sin futuro, sin opciones, un mundo en el que todo amenaza con ponerse peor”. Estoy de acuerdo. Pero no puede haber radicalidad sin ir a la raíz. ¿Estamos acaso ante un fenómeno natural incontrolable? ¿Estamos ante una fatalidad impuesta por los dioses o el azar? ¿Acaso no debemos preguntarnos cuáles son las causas, las razones por las cuales “todo” está mal y amenaza con “ponerse peor”? ¿Acaso no podemos nombrar esas causas?
¿Queremos evitar la cuota? Impongamos, para empezar, un décimo de un por ciento de impuesto a los $35 mil millones en ganancias que salen del país cada año. Con eso se obtiene más de lo que se quiere recaudar con la famosa cuota. Lograr esto o cualquier otra medida similar, detener la cuota, levantar amplios movimientos de los sectores golpeados por la crisis, no es nada “facilón”. Exige grandes sacrificios, exige que le regalemos, con manos abiertas, parte de nuestro tiempo, trabajo y hasta salario.
Por otro lado, no sólo me preocupa cómo responder a la cuota. ¿Qué haremos si se intenta eliminar el plan médico grupal y lanzarnos a la búsqueda individual de un plan, con una aportación patronal reducida a $300, como se ha planteado en la mesa de negociación? ¿Qué haremos ante una política de congelación y reducción de plazas que, entre otros males, reduce las aportaciones al fondo del cual depende nuestro retiro? No creo que una práctica de concesiones nuestras sea la respuesta adecuada. Aún reconociendo las diferencias, no está de más recordar que desde hace décadas los sindicatos en EUA han hecho concesiones para “salvar” sus empleos y las empresas en que laboran. La experiencia demuestra que lo que se concede no se recupera, y que nos deja más débiles para resistir nuevos golpes. La renuncia al “realismo” que se nos quiere imponer es, dicho sea de paso, un aspecto central de las grandes huelgas en Europa. Esas movilizaciones, a diferencia de lo que dice Ríos, no son el equivalente de los Tea Parties en Estados Unidos. No son la defensa de “privilegios de clase” ni se nutren de una negación de la realidad de la crisis. Reconocen plenamente que el capitalismo está en crisis, pero añaden, a diferencia de Ríos, que no están dispuestos a renunciar a sus conquistas sociales para “mitigar” esa crisis: nuestras vidas, dice una consigna popular en Francia, valen más que sus ganancias. Si el sistema de la ganancia privada no es capaz de respetar nuestras vidas, entonces será necesario cambiar lo que haya que cambiar del sistema, no sacrificar las vidas. Y no se trata de una orientación para un futuro cambio apocalíptico: se trata de una posición que se se inicia con nuestro rechazo hoy a solucionar la crisis del capitalismo salvaje a costa nuestra. Como decía Rick Swope del Departamento de Inglés en una reciente reunión de facultad: en ocasiones, la forma de responder positivamente a una situación es empezando por decir “¡no!”.
Sorprende que se pueda equiparar los Tea Parties con estas huelgas. Aquellas defienden el sector público y en ellas participan grandes contingentes de trabajadores inmigrantes. Los Tea Parties consideran a Obama “socialista” y representan un sentimiento nativista y claramente racista. Ríos dice que ambos son resultado de la crisis del capitalismo. Es cierto, pero esto no los hace gemelos. Sería como decir que en la década de 1930 el ascenso del movimento obrero en Estados Unidos (el CIO, etc.) era lo mismo que el ascenso del fascismo en Alemania, pues ambos respondían a la crisis de aquel momento. Un trabajador golpeado por la crisis puede aprender a culpar a los inmigrantes y entrar en un grupo de extrema derecha; otro trabajador, golpeado por la misma crisis, puede ingresar en un sindicato y exigir empleo para todos: que sean respuestas a la misma crisis no convierte a uno y otro en lo mismo. Pero, en su empeño por convencernos de que hay que adaptarse a la realidad de la crisis, Ríos convierte a unos y otros en iguales ejemplos de las “histéricas” protestas de la pequeña burguesía.
Oscar Wilde podía ser tan salvajemente irónico como Swift. Pero en su cruel hipérbole había una dosis de verdad. Lo voy a citar no como acusación, sino como advertencia. Wilde reconocía las buenas intenciones, pero señalaba la importancia de determinar cuál es la perspectiva más amplia que anima nuestras propuestas inmediatas. Refiriéndose a los que proponían algunos auxilios ante la pobreza, escribía sin piedad en “The Soul of Man Under Socialism”: “They find themselves surrounded by hideous poverty, … It is inevitable that they should be strongly moved by all this… Accordingly, with admirable though misdirected intentions, they … set themselves to the task of remedying the evils that they see. But their remedies do not cure the disease: they merely prolong it. Indeed, their remedies are part of the disease. They try to solve the problem of poverty, for instance, by keeping the poor alive … But this is not a solution: it is an aggravation of the difficulty. The proper aim is to try and reconstruct society on such a basis that poverty will be impossible … in the present state of things in England, the people who do most harm are the people who try to do most good…” Como dije, no cito a Wilde como acusación, sino más bien como advertencia solidaria: asegurémonos de que, a pesar de nuestras admirables intenciones, los remedios que propongamos no se conviertan en parte del problema, de que, tratando de ayudar lo más posible, hagamos más daño que bien. Me parece, por todo lo que he dicho, que sería el caso de ofrecimientos de reducción voluntaria de nuestro salario.
(Este texto fue publicado también en Indymedia)