Río Piedras como posibilidad
Tan ambicioso como tan desastroso, traigo este proyecto a colación porque ejemplifica todo lo que no debe ser un proyecto de revitalización urbana. En su afán desarrollista de borrón y cuenta nueva, el proyecto propuso eliminar manzanas completas de manera indiscriminada, es decir sin tomar en cuenta el valor histórico, arquitectónico ni memorial de los edificios y lugares. Todo para construir nuevas viviendas, comercios y oficinas para el mercado de los que puedan pagar.
Desde la primera renovación urbana de San Juan en la segunda mitad el siglo XIX, pasando por la eliminación de los arrabales del Caño de Martín Peña en las décadas de 1940 al 60 y más recientemente la destrucción de barrios como la calle Antonsanti en Santurce y Maine en Guaynabo, hemos visto hasta la saciedad cómo los proyectos demiurgos desestabilizan las comunidades para apropiar sus territorios cuando han subido de valor. Todo ello para “hacer un uso más productivo” de los terrenos, lo que en la mayor parte de los casos significa cederlos a los promotores quienes deciden y especulan con ellos sin contar con los habitantes, mostrando en demasiadas ocasiones un franco desdén hacia ellos y sus entornos.
La manera como se empujó Río2012, a la trágala, hirió una parte significativa de la fibra urbana, erosionó aún más el espacio público, causó la pérdida de población y edificios y laceró la confianza de la ciudadanía en sí misma. Las demoliciones de edificios residenciales saludables y habitados, a sabiendas que no había capital para construir otros en su lugar, ni siquiera a mediano plazo, dejaron vacíos en la trama urbana que dan una inevitable sensación de tristeza, soledad y decadencia, elementos nefastos para una ciudad y el ánimo de sus habitantes.
Aunque fungió como tal, Río2012 no era un Plan. Era en realidad un esquema de inversiones en bienes raíces, una guía para la especulación inmobiliaria que no tomó en cuenta los impactos en la infraestructura, en las comunidades de residentes y consumidores, en la estructura económica, ni en el entorno natural y construido. Tampoco consideró la viabilidad financiera. Como plan carecía de muchas respuestas, de suficientes preguntas, de una base a manera de zapata sobre la cual afincar sus ideas. Carecía del apoyo ciudadano, quienes desde el principio entendieron el impacto negativo sobre sus espacios y sus vidas, gracias al trabajo de la organizaciones comunitarias, CAUCE y los profesionales solidarios.
En apoyo a la toma de la ciudad por parte del capital privado se reconstruyó el Parque de la Convalecencia, un lugar hermoso vigilado continuamente por la Guardia Municipal, para asegurar su desuso, me imagino que para mantenerlo bonito y sin indeseables. ¿Se habrán enterado que allí ya no está la residencia de descanso del Gobernador y que desde hace muchas décadas es un espacio público? Otra pregunta se cae de la mata: ¿no se supone que los espacios públicos son de todos nosotros? ¿No se supone que sean lugares de libertad, de acceso franco, lugares para el disfrute en sociedad, plenos de oportunidades para la celebración de acciones colectivas e individuales? ¿Por qué no buscar mecanismos de manejo que incorporen a los usuarios y a las organizaciones comunitarias para sustituir a los agentes del orden público? Ya hay suficientes experiencias de ese tipo como para saber que esto puede funcionar.
Basar el desarrollo de un espacio urbano únicamente en la inversión de capital privado no promueve la construcción de espacios de convivencia, es decir lugares de, para y por la gente. Hacer ciudad supone diversidad, supone la participación de los ciudadanos y su efectiva injerencia en la planificación de la misma. Este modelo de desarrollo, donde el gobierno sirve de facilitador y el capital decide y construye ha adelantado poco la agenda ciudadana. Peor aún, ha logrado aumentar el abandono de los edificios y lugares públicos. Ha tenido como resultado el aumento en el costo de las propiedades y del régimen de los alquileres, lo que estrangula a las familias de menos ingresos así como al pequeño y mediano comerciante, actores fundamentales en el desarrollo de los centros urbanos de la Isla. Dentro de este esquema urbanístico basado en la ciudad como mercancía resulta aceptable el abandono y destrucción de edificios, mientras engordan su valor de mercado, mientras aumentan su capacidad de renta. Una ciudad sujeta a los designios de pocos no puede ser una ciudad atenta a las necesidades de la mayoría de los habitantes. Conozco muchas historias de proyectos comerciales que hubieran ayudado a animar a la ciudad universitaria pero cuya ejecución fue imposibilitada por los altos costos de los alquileres.
Recordando a Leopold Kohr en su libro The Duke of Buen Consejo, pienso que si algunos de los dueños de propiedades vivieran allí, en el casco de Río Piedras, experimentarían la convivencia en toda la gama de alegrías y adversidades y conocerían en carne propia las posibilidades de recuperación y renovación de esa comunidad, tal vez la historia sería otra. Al vivirla como su hogar invertirían de manera distinta en ella. Como diría el viejo Carlos, la tierra urbana cobraría un valor de uso más allá del valor de cambio.
La revitalización de Río Piedras es una tarea, lo sabemos, difícil y múltiple. Requiere muchas miradas, esfuerzos combinados, confrontaciones de ideas y propuestas y las estrategias para convertirlos en proyectos. Supone la presencia de todos y todas las que usamos, habitamos y construimos de una manera u otra con nuestra acción y presencia sus lugares e historias. Supone, según sea el caso, actuar con y sin permiso. Al decir todos y todas no pienso dejar fuera a nadie. Me refiero a niños, viejos, jóvenes y adultos, residentes, extranjeros, comerciantes, consumidores, estudiantes, propietarios, sindicalistas, masones, religiosos y deambulantes. Todos los que la sientan y la piensan. Un proceso participativo debe ofrecer oportunidades para reapropiar la ciudad de las maneras como la población requiera y necesite, poder ocupar los lugares desactivados e insuflarle vida a través de acciones creativas. ¿Por qué no ocupar solares baldíos, cortesía de Río2012, para crear allí lugares de convergencia, puntos de encuentro ciudadanos, según los defina el colectivo y los participantes? ¿Por qué no apropiarlos por medio del arte, de la actuación concertada, de la celebración y la afirmación de las nuevas o viejas identidades urbanas? ¿Por qué no animar los vacíos y construir lugares capaces de señalar cómo queremos que se desarrolle nuestra ciudad? ¿Por qué no atrevernos a construir la ciudad necesaria desde la gente? No digo esto en ánimo relevar al gobierno de su responsabilidad de hacer ciudad. Propongo, sin embargo, que sus acciones estén guiadas por la ciudadanía, que sirvan para fomentar la convivencia. Propongo que los ciudadanos tomemos nuestra ciudad a partir de los espacios públicos y desde ahí la transformemos en lo que debe ser.
Reconozco lo complejo de cualquier proceso participativo genuino. Más aún si buscamos trabajar desde miradas alternativas, sobre todo en una ciudad de un país donde los espacios de diálogo son limitados, plagados de desconfianza y en muchas ocasiones carentes de la información necesaria para tomar decisiones sabias. ¿Cómo animar y posibilitar una participación basada no solo en la experiencia, la necesidad y el deseo sino también en el conocimiento teórico fundamental y la utilización de tecnologías y herramientas innovadoras de diseño participativo? ¿Cómo alimentar la capacidad crítica para analizar propuestas? ¿Cómo ayudarlos para fundamentar y preparar sus propias propuestas de desarrollo urbano? Para lograrlo, propongo crear un taller o escuela de formación ciudadana que sirva para cimentar las bases desde las cuales le gente pueda reflexionar, mirar y proponer ideas para su ciudad. Propongo que esta educación para la participación incluya también a los infantes, usuarios también de nuestras ciudades, habitantes por derecho propio. Nos hace falta la imaginación y la curiosidad de ellos, sus opiniones atrevidas dichas sin editar. Recuerdo los talleres que ofrecimos a los niños y jóvenes estudiantes de Río Piedras sobre el espacio urbano, la historia, el arte público y las vivencias ciudadanas y el entusiasmo contagioso que generó.
Recuerdo con igual alegría el mural de cerámica que con textos e imágenes sobre la ciudad que vivían y la que deseaban prepararon los estudiantes de quinto grado de la Escuela Luis Muñoz Rivera. Esta obra de arte fue parte del proyecto Re-Crear Río Piedras, que presento como otra referencia de participación ciudadana creativa en la construcción de espacios urbanos. El mismo fue llevado a cabo hace ya poco más de una década desde el recientemente eliminado Taller de Diseño Comunitario de la Escuela de Arquitectura. Durante todo un semestre un grupo de niños y jóvenes de las escuelas de Río Piedras, junto a estudiantes de la Escuela de Arquitectura caminaron por la ciudad, traspasando las barreras del miedo y la desconfianza, para apalabrarla y buscar sus imágenes y metáforas. Tomaron fotos, conversaron, escribieron sus experiencias y describieron su mirada. Estas, para ellos nuevas, maneras de acercarse al centro urbano para conocer su gente y sus entornos sirvieron luego de inspiración para la construcción de 15 instalaciones artísticas que emplazaron por todo Río Piedras.
La pintura de murales y poemas en la acera, la construcción de esculturas, mosaicos e instalaciones, el montaje de una obra de teatro Una de cal y una de arena por el grupo Agua, Sol y Sereno fueron algunas de las creaciones, dirigidas todas a motivar en la ciudadanía la mirada crítica y a aportar propuestas para animar, mejorar y reapropiar el casco de la ciudad universitaria. Re-Crear Río Piedras fue una apuesta al arte como arma ciudadana para provocar la acción creativa y provocar nuevos encuentros con la ciudad universitaria.
Una de las instalaciones consistió de la reconstrucción de una sala que tenía un televisor sin pantalla. El objetivo de esta obra de arte era doble. Por un lado sirvió de comentario sobre la ciudad como un lugar de estar en público. Por otro, el televisor sin pantalla con la cara de un estudiante dentro del aparato actuó como detonador para conversar con los transeúntes sobre los problemas y posibilidades para renovar la ciudad universitaria. Un poema de Marigloria Palma escrito en el pavimento urgiendo a caminar sin prisa para mirar alrededor, el mosaico de 20 pies por 8 mostrando una cara de Río Piedras y su río sepultado por el asfalto, muchos cometas colgados sobre la Plaza, el móvil colgado de la columna del Paseo de Diego, bautizada por un residente como el ‘Monumento a Toño Bicicleta’, los murales e instalaciones, convirtieron de pronto a la ciudad en un inmenso espacio lúdico y creativo. A manera de inauguración, el montaje de una obra de teatro Una de cal y una de arena por el grupo Agua, Sol y Sereno sirvió de comentario sobre la necesidad de participación ciudadana en el proceso de reconstrucción de Río Piedras. Re-Crear Río Piedras fue una apuesta al arte como arma para estimular el pensamiento y la acción creativa y provocar nuevos encuentros con el entorno urbano.
Las ciudades necesitan de capital para construirse y reconstruirse, para convertir el hierro, cemento, madera y cristal en espacios útiles. Eso lo sabemos. También sabemos que ese capital no es solo el de las cuentas bancarias, préstamos, y certificados de ahorro. Es también, y muchas veces más aún, el capital social. Es la capacidad de la gente para pensar y hacer proyectos y cosas. Es la capacidad para construir comunidad, para desarrollar ideas convertibles en proyectos y acciones comunes, para convertir lo útil en habitable.
Río Piedras parece que se nos muere en las manos. Pero no. Hay mucha corriente subterránea, como el río Piedras y sus tributarios, gente que se mantiene en vela para que el cuerpo siga latiendo, como si sus vidas dependieran de ello. Las ciudades se renuevan, reciclan y cambian con los tiempos. Todo es cuestión de saber cómo tocarlas, reanimarlas y escucharlas. Es cuestión de darles un segundo aliento a través de acciones individuales y colectivas que contribuyan a reclamar y crear espacios de solidaridad, sociabilidad y convivencia donde intercambiar, ya lo dijo Calvino, “gestos, muecas y miradas”.
Y, añado yo, intercambiar también ideas y acciones renovadoras, curiosas y atrevidas, dar pasos en direcciones no probadas anteriormente y asumir una mayor responsabilidad por los destinos del lugar que habitamos. Sea con o sin permiso.