Sobre «Breve resumen de la hipótesis comunista», de Héctor Meléndez
En su libro Breve resumen de la hipótesis comunista (Ediciones Callejón, San Juan, 2015), Héctor Meléndez plantea que la sociedad comunista (una sociedad sin clases, basada en la propiedad social de los medios de producción y en la cual no habría necesidad del Estado) no es una promesa; es una hipótesis, un resultado posible si fuese exitosa la acción política (auto-organización de las clases trabajadoras a escala internacional) que transformara ciertas condiciones socio-históricas. Según la teoría comunista, este objetivo de largo plazo requiere una fase inicial de construcción socialista en la cual los trabajadores se apropian de los medios de producción, finanzas y comercio, y se establece un Estado controlado por la clase trabajadora para defender las nuevas relaciones socioeconómicas.
La comunista, dice el libro, es la teoría revolucionaria más elaborada sobre el capitalismo y cómo derrocarlo y crear un orden donde prevalezca el interés social. Formulada en principio por Karl Marx y Friedrich Engels, la concepción materialista de la historia es un conjunto de contribuciones de movimientos políticos, pensadores y estudiosos de todos los continentes.
En un lenguaje accesible, el libro de Meléndez consiste de veintiún segmentos breves sobre diversos temas pertinentes a debates políticos contemporáneos. Se refiere frecuentemente a la particularidad del contexto de Puerto Rico. Siendo un profesor universitario, el autor dedica este trabajo a los estudiantes. Pero, dado que en última instancia esa categoría incluye a todo aquel que quiere aprender, el libro puede serle útil a profesores y a profesionales no formados en las ciencias humanas y a personas de clase trabajadora en general.
En sus primeros capítulos expone cómo la opresión y violencia capitalista engendra malestar, incluso ira; y que a partir de esto surgen críticas políticas y propuestas de cambio social que tienden a cuestionar el poder capitalista, a la socialización de la riqueza y de los medios de producirla, y a democratizar las decisiones políticas. Dificultades de los proyectos socialistas han sido la gran represión y guerra que el capitalismo y el imperialismo han desatado en su contra, y que, en ocasiones, han sido tomados y tergiversados por castas aristocráticas y burocráticas (Corea del Norte por ejemplo). En países pobres los proyectos socialistas muestran la necesidad de una base material para la nueva distribución de riqueza.
El autor describe el abrumador poder del capitalismo y sugiere que es un sistema todavía históricamente joven. El estado-nación, un fruto de la modernidad capitalista, se hace terreno de luchas de clases. La implantación de medidas capitalistas neoliberales desde la década de 1990 provocó que las clases subalternas produjeran movimientos anti-neoliberales y progresistas que han hecho avances significativos en gobiernos de algunas “naciones jóvenes”, por ejemplo Uruguay, Brasil, Venezuela, Ecuador y Bolivia.
La relación entre tecnologías digitales, subjetividad y política es otro asunto interesante presentado en este libro. Meléndez expone cómo las tecnologías virtuales de comunicación (Internet, Facebook, Twitter) propician una expansión del yo. La sociedad burguesa banaliza este desarrollo cultural; al hacer que socave la vida pública, se debilita la acción política alternativa.
Distante de algún reduccionismo economicista y de limitar la política al control del Estado, Meléndez discute la importancia de la vida cotidiana a partir de ideas planteadas por Antonio Gramsci. Breve resumen de la hipótesis comunista apuesta a la transformación del conjunto de la cultura centrándose en valores cooperativos que sustituyan los valores burgueses de competencia y agresión. En la medida en que en la sociedad civil se generaliza una cosmovisión basada en la solidaridad, la clase trabajadora gana hegemonía, lo que crea condiciones para la toma del poder estatal y la transformación comunista de la sociedad. Para este proceso es imprescindible la formación de intelectuales de la clase trabajadora, y que ganen espacios en las relaciones sociales.
En la sección “Ascenso de la vida cívica”, el autor critica la degradación burguesa del término democracia, que muchas veces asume una forma hueca. Sin un desarrollo intelectual entre las clases trabajadoras, la democracia se hace inservible o tiene efectos negativos. Una cultura intelectualmente rica desarrollaría el criterio propio, elevaría el debate político y fortalecería la democracia. Añadiríamos que la extinción del Estado sería la cúspide de dicha democratización.
El texto discute, a partir de la teoría de Lenin, la unidad de opuestos que forman el partido y el Estado obreros. Aún el Estado socialista cumple un rol burgués de gerente, comerciante y agente represivo; aunque este Estado logre ser más democrático que el Estado burgués, es inevitablemente un organismo de burocracia y represión, y síntoma de la existencia de clases sociales y de lucha entre éstas. Lenin postuló que el comunismo no advendría desde el Estado socialista sino mediante el camino que abra el partido de los trabajadores, que debía abordar el conjunto de la cultura. Todo Estado, incluido uno de la clase obrera, está articulado al sistema mundial capitalista, y a relaciones de mercado, dinero y jerarquía, que el comunismo aspira a dejar atrás. Sin embargo es necesario que un Estado bajo hegemonía de la clase trabajadora se abra paso en el mundo capitalista, desarrolle la economía del país y eleve la condición del pueblo.
El partido revolucionario, en cambio, critica las relaciones de mercado que el Estado socialista necesariamente debe asumir; persigue reorganizar la sociedad a base de la cooperación en vez de la competencia. Desde la postura comunista, un partido, o sea el movimiento de cambio, es la entidad que dirige la transformación de la sociedad que llevaría a la extinción del Estado. La clase trabajadora debe generar sus propias instituciones y «medios de producción política», como periódicos, consejos de trabajadores, escuelas y otros espacios de debate y desarrollo intelectual. Que la clase obrera forme su propio partido político es indispensable para que los intereses populares tengan voz en los debates sociales y les impartan dirección.
En el proceso soviético el partido se fusionó con el Estado. Lenin, León Trotsky y otros participaron resignadamente de esa fusión, como un mal necesario; pero José Stalin presentó esta fusión como inmanente al socialismo, pues le era útil a su proyecto autoritario de consolidación del poder burocrático. El estalinismo no fue sólo el régimen de Stalin, sino una cultura política que se expandió a través del mundo. Causas del fenómeno estalinista fueron, entre otras, la ausencia de tradición democrática en Rusia previo a la Revolución de 1917 y la devastadora guerra civil, necesaria para vencer la contrarrevolución de ejércitos aristocráticos y burgueses apoyados por intervenciones militares británicas, estadounidenses, alemanas y japonesas. El autoritarismo cobró terreno en la desolación resultante de la guerra civil.
El estalinismo tuvo su pináculo en las brutales represiones y campos de trabajo forzado de los años treinta; canceló el entusiasmo que hubiera surgido a partir de una experiencia de poder político colectivo. También en los años treinta Stalin revocó legislación vanguardista sobre relaciones sexuales que había implantado la Revolución, que incluía derechos a la homosexualidad, reproductivos de las mujeres, y al divorcio. El modelo de fusión partido-Estado ha debilitado el socialismo y el potencial transformador de las clases populares, pues limita el rol revolucionario e internacionalista del movimiento y de la teoría comunista; además fortalece el rol burgués del Estado socialista.
Meléndez califica los sistemas socialistas hasta el presente (URSS, Europa oriental, Cuba) como “socialismo de Estado”: se han basado en la propiedad estatal de los medios de producción, más que en la sociedad civil o en el poder de los trabajadores de forma directa. Indica que Marx y Lenin jamás propusieron una sociedad de partido único. En la Unión Soviética las clases trabajadoras no estaban al mando. Además de la dirección burocrática, las nuevas expansiones del mercado global capitalista, especialmente de tecnologías electrónicas, fueron cruciales para la crisis y desaparición de dicho proyecto en 1991.
Pero la URSS, dice al autor, fue la fuerza que principalmente derrotó el fascismo alemán, hizo contrapeso al imperialismo estadounidense, realizó grandes desarrollos científico-tecnológicos y socioeconómicos, y apoyó luchas anticoloniales, anti-racistas y democratizantes en diversos lugares del planeta. Distinto al muñeco de paja proyectado por la prensa burguesa, y a la idealización construida por las burocracias estalinianas, el análisis del autor es uno balanceado.
Meléndez dedica dos capítulos al proceso socialista de Cuba. No se abstiene de criticar las limitaciones del modelo estalinista, que era el que predominaba al momento de la Revolución Cubana. El asedio del imperialismo norteamericano en parte ha determinado la cultura política cubana; ha incluido un largo bloqueo comercial, amenaza militar permanente, repetidas agresiones y financiar disidentes; ha tenido la consecuencia de una militarización de la vida en Cuba. Pero la cultura política que se ha formado en la antilla incluye una participación popular y democrática mayor que en ningún otro país del hemisferio, junto a la unidad entre partido y Estado.
Añadiríamos que algunos logros de la Revolución son un sistema de salud con cobertura universal y gratuita, educación de alta calidad, bajísimas tasas de desempleo, altos desempeños en las artes, música y deportes, significativos niveles de participación popular en la política, cultura de solidaridad, bajos niveles de criminalidad, una relación relativamente armónica con el medioambiente y, en relación al resto del hemisferio, mayor liberación de la sexualidad y mayores niveles de libertad y participación política y social de los pobres, las mujeres y los afrocubanos.
El autor se pregunta si una normalización de relaciones entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos fortalecería el ordenamiento socialista o lo debilitaría en tanto las relaciones de mercado aumentaran, y si el socialismo en Cuba es ya una cultura orgánica o es sólo una estructura impuesta desde el gobierno. El socialismo cubano necesitaría “hacerse vanguardia del pueblo a partir de lo civil, más que desde el Estado”, nos dice el libro, y añade: “el reto más importante de Cuba es liberar el marxismo del estalinismo”.
Señala que el auge industrial a partir del siglo 19 «le produjo al movimiento obrero la revelación de rebelarse e imponerse». La revolución, sin embargo, puede ser una apariencia engañosa. «Produce la imagen de que el cambio radical será permanente, pero la sociedad camina a un ritmo muy distinto al de la vida personal.» Las revoluciones «no impiden necesariamente que la vieja cultura regrese y se reafirme de formas nuevas»; superar el pasado requiere tiempo.
El capítulo “Cooperación y riqueza” explica la hipótesis de la sociedad sin clases. La socialización de los medios de producción, que actualmente son propiedad privada de los capitalistas, generaría una mayor productividad, pues las fuerzas productivas (ciencia, maquinaria, técnicas) se encuentran hoy encarceladas en las formas burguesas de propiedad: los capitalistas las usan para su estrecho objetivo de generar ganancias y competir en el mercado, mientras hay desempleo, pobreza y devastación ecológica. Un régimen de los trabajadores usaría las fuerzas productivas para satisfacer las necesidades sociales de empleo, alimento, vivienda, salud, educación, artes, música, ejercicio y una relación armónica con el medioambiente. La propiedad colectiva promovería nuevas tecnologías y por tanto un gran aumento en la productividad, con lo cual habría condiciones materiales y riqueza suficiente para que cada cual pudiera desarrollar su individualidad. La cooperación y solidaridad inmanentes al proyecto comunista podrían prevalecer y perdería sentido la existencia del Estado, al menos como se le ha conocido, un instrumento de represión y estratos privilegiados.
Nos provoca curiosidad cómo será la recepción de este libro por parte del público en Puerto Rico; también algún pesimismo. Como el autor reconoce, la cultura contemporánea construye sujetos poco lectores, abocados a la gratificación inmediata y distantes de la pasión por el pensamiento; esto es un reto para cualquier producción literaria. Otro obstáculo que podemos atisbar es la ausencia de un movimiento masivo de la clase trabajadora: el Partido del Pueblo Trabajador es muy pequeño, el Movimiento Socialista de Trabajadores y el Partido Comunista son aún más diminutos y el sindicalismo es muy reducido y poco clasista. Si este movimiento fuera masivo, brindaría un contexto de potenciales lectores interesados en la transformación social, aún si dicho movimiento tendiera al reformismo.
Sin embargo, es precisamente esta debilidad, junto con la necesidad de formar un espacio de una cultura política nueva, lo que hace imperativa la redacción y la lectura de obras como ésta. Apostamos con Meléndez al intelecto y a la transformación promovida en su texto.