Sobre la vejez
A Elena Poniatowska Amor
Pienso en la vejez, en el modo en que el tiempo abre surcos en la piel al ritmo lento en que crea deslumbrantes esculturas de calcita o vertiginosos despeñaderos. Esa es la belleza, y no tiene nada de proporción o simetría.
Me preocupa la vejez, el modo en que la hemos tornado asqueante, repulsiva, indeseable, como hacemos con todo aquello cuya manifestación no responde a la demoledora velocidad del capital. ¿Acaso lo asqueante no es una inyección de toxina y bacteria para ocasionar, deliberadamente, una parálisis muscular?
Me conmueve la vejez, el modo en que el cuerpo se trastoca, y cuelga como una hermosa cortina de piel con pliegues cual acreciones que las mareas crean en la arena. El modo en que las expresiones inmateriales –esas de los ojos, de los músculos alrededor de la boca, de las pinturas que construyen en el aire las manos al hablar– cambian, ay, tan sutilmente, mientras permanecen iguales. El modo en que el mundo, por su causa, gana más literatura, sueños y miedos, deseos y fracasos, iluminaciones y tristezas.
Siento la vejez, el modo en que los goznes del cuerpo comienzan levemente a fallar, a recordar algo que, ¿por qué?, llamamos “el fin.” No hace falta el espejo, ¿por qué me miro? Las redes de historias se tienden más ampliamente, y crecen, sustentan y viabilizan la vida, en la vejez. ¿Algún espejo será capaz de reflejarlo?
¿Por qué no la queremos? Ya sé que la vejez, con todas sus implicaciones, es más anti-capitalista que cualquier ideología de izquierdas. Esa seguramente cubre un amplio espectro de la respuesta, y me pone a pensar que quizá aquello que tantos economistas (capitalistas) deploran –un mundo de viejas y viejos, donde Lisístrata habría prevalecido– sería el más radical proyecto político. (Nunca he tenido mucha paciencia para el argumento por lo no nacido, como cuando la gente justifica un matrimonio miserable con los y las hijas, también rotas, que de esa relación nacieron. A no ser por un muy arrogante sentido de ego, no concibo por qué se nos hace tan inhóspita la posibilidad de no haber nacido. Capaz y nos habría ido mucho mejor en otro tipo de (in)existencia…) Pero, ¿acaso no hay más que conteste la pregunta? Algo más inmaterial, invisible. Por ejemplo, un asco incontenible contra el deshecho. Un violento rechazo al humano como animal modesto, sencillamente, sin dominio ni superpoderes. Una recalcitrante negación de la vida en el paradójico nombre de una lucha por ella y contra la muerte.
Quisiera escribirle a la vejez una oda.