¿Solidaridad o competencia ante el cambio climático?
“Societies, like people, deal with new challenges in ways that are conditioned by the traumas of their past. Thus, damaged societies, like damaged people, often respond to new crises in ways that are irrational, shortsighted, and self-destructive. In the case of climate change, the prior traumas that set the stage for bad adaptation, destructive social response, are Cold War-era militarism and economic pathologies of neoliberal capitalism…
This, I argue, inhibits society’s ability to avoid violent dislocations as climate change kicks in.”
-Christian Parenti, Tropic of Chaos, Climate Change and the New Geography of Violence
El 6 de agosto de 2012, después de un viaje de 235 días, el Curiosity amartizó. Hace un año y 2 semanas el robot todo terreno explora la superficie de Marte. Como en una película de ciencia ficción, la NASA estudia la futura colonización del 4to planeta y la posibilidad del éxodo de la Tierra. El planeta rojo, asociado en la antigüedad greco-romana al dios de la guerra, nos ofrece un desierto rojizo y pedregoso, escasa agua y en estado sólido, violentas tormentas de viento y polvo, temperaturas extremadamente frías que varían de la media de -67˚F, y una atmósfera muy tenue con muy poco oxígeno. La delgada atmosfera marciana está compuesta principalmente por dióxido de carbono, pero en cantidades muy bajas como para crear un efecto invernadero, por lo que Marte es una roca fría y sin vida. Los científicos, como si supieran que le queda poco tiempo a nuestro planeta, se afanan en encontrar rastros de vida allí, así sea microscópica. Marte, como la Tierra, y unos pocos cientos de exoplanetas -descubiertos por la mirada obsesiva de los astrónomos- ocupa la zona habitable con relación a nuestra estrella. Esta distancia estratégica del Sol es una de las principales razones para nuestra existencia.La vida, como la conocemos, depende de una serie infinita de elementos que, combinados en un equilibrio específico, hacen posible un planeta único como la Tierra. Uno de esos factores clave para nuestra existencia, es la delicada y compleja atmósfera que nos protege de la radiación ultravioleta y los rayos cósmicos, a la vez que mantiene el efecto invernadero, o sea el calor preciso para que germine la vida. Esta nuestra generosa atmósfera es una combinación de diferentes gases; el aire que respiramos contiene una proporción de 78% nitrógeno y 21% oxígeno, con el restante 1% formado por otros gases como el argón (0.9%), el dióxido de carbono (0.03%), distintas proporciones de vapor de agua, trazos de hidrógeno, ozono, metano, monóxido de carbono, helio, neón, kriptón y xenón. En fin, gases que no podemos ver, pero que le dan el característico color azul a nuestro cielo y que sin ellos este planeta no sería un hábitat acogedor, es decir, no sería tan sencillo respirar en la Tierra.
Gases como el dióxido de carbono y el metano, entre otros, son los principales responsables de crear el efecto invernadero que hace tan agradable la vida aquí. O sea, son los responsables de atrapar una parte de la radiación solar que entra en la Tierra y no dejar que todo ese calor se escape de vuelta al espacio. Hasta hace doscientos años eran los volcanes los mayores emisores de estos gases a la atmósfera; hoy somos nosotros. La Gran Niebla de 1952 en Londres, fue de uno de esos episodios extremos que han marcado la historia para mostrarnos cuan funesto puede ser el destino que construimos a nuestro alrededor. Aquel invierno, en la ya altamente contaminada ciudad, se conjuraron varios factores climatológicos que combinados con un aumento en la quema de combustibles fósiles por la industria y los transportes (principalmente carbón), provocó que la ciudad fuera cubierta por un denso humo negro. Durante los días 5 al 9 de diciembre del 1952 se estima que murieron por complicaciones respiratorias unos 12,000 londinenses, y que otros 100,000 enfermaron. Este evento fue considerado uno de los peores impactos ambientales hasta entonces.
Hace 150 años se monitorea el clima y ya hace algunos años sabemos que el planeta se calienta, siendo los últimos 13 años los más calientes desde el 1850. Nuestra adicción a la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural) ha incrementado las concentraciones de dióxido de carbono (CO2) en nuestra atmósfera de 275 partes por millón (ppm) antes de la revolución industrial, a 400 ppm, al presente. Análisis hechos a la parte central de formaciones de hielo antiguo revelan que 400 ppm es la concentración más alta de CO2 en los pasados 10,000 años. Los científicos afirman que 350 ppm es el límite seguro de concentraciones de CO2 en nuestra atmósfera. La consecuencia de este aumento, según los expertos, es que mayor calor queda atrapado en la Tierra, provocando el deshielo de los polos, de los picos nevados donde nacen ríos importantes, sequías extremas en ciertas regiones, mayor evaporación de los cuerpos de agua y aumentos en la intensidad de los episodios de lluvia, además de alteraciones en los patrones del clima.
Esta verdad, como muy bien nos hizo saber Al Gore, no le conviene al capitalismo, ni a las grandes corporaciones, ni al sistema político, quienes religiosamente rinden culto al “Señor Crecimiento Económico”, mas sí al aparato militar. La religión del capitalismo, con su práctica de la industrialización como atajo efectivo para llegar al “Paraíso del Todo Poderoso Crecimiento Económico” es directamente proporcional a la venta y consumo de combustibles fósiles. Tan es así, que una de las maneras de medir el susodicho “Crecimiento Económico” es el consumo de energía. Esto genera una triste contradicción entre lo que se debe hacer y lo que se hace. Imaginemos por un instante que mañana todos los municipios, edificios gubernamentales, parques, canchas de pelota y baloncesto apagaran sus luces y aires acondicionados durante la noche, en vez de despilfarrar la energía –que por cierto, pagamos nosotros. El resultado sería positivo del lado ambiental y de justicia económica, al bajar el consumo energético y como consecuencia, reducir emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera. Contradictoriamente, del lado del capital parecería negativo, pues se registraría un decrecimiento económico, al bajar el consumo de combustibles fósiles. Por esta razón los grandes intereses han dedicado parte de sus fortunas a poner en duda el calentamiento global y a hacer lo imposible por retrasar el desarrollo y cambio a energías limpias y renovables. Hasta tanto ellos descubran cómo capitalizar sobre la venta de energías como la del Sol o el viento, que no le pertenecen a nadie, la transición permanece estancada. Aun cuando se empieza a gestar en muchos casos, esto no representa un ahorro económico para los consumidores. Si continuamos dejándonos llevar por los principios de los fanáticos del crecimiento económico y sus valores, nos consumiríamos todo el planeta, sus minerales, seres vivos, a nosotros mismos y cuando ya no quede nada, esta elite multimillonaria emigraría a otro planeta para comenzar el ciclo otra vez, como un parásito que ha matado al cuerpo que lo hospeda –como en una película de ciencia ficción.
Así que, mientras el hielo del polo norte se derrite haciéndose parte del océano y las nubes, y los osos polares mueren ahogados o de hambre, las grandes potencias y los países en desarrollo se debaten entre si comprometerse o no a reducir estos gases y cómo hacerlo sin impactar negativamente el crecimiento económico. En una economía que colapsa como colapsa el clima, para nosotros, los ciudadanos de a pie, es complicado. Abrumados por el alza en los costos de la vida, la competencia por el escaso trabajo, los pocos recursos disponibles y la constante amenaza criminal, contemplamos impotentes el debate del cambio climático como un mito apocalíptico más, mientras somos testigos incrédulos de cómo sus manifestaciones afectan nuestro bolsillo y nuestra supervivencia.
En el año 2011, mientras Rick Perry -gran detractor del asistencialismo federal- era uno de los candidatos en las primarias presidenciales del partido republicano, Texas era consumido por las llamas. A este cristiano, sin vergüenza, como decía de sí mismo, no le quedó otro remedio como gobernador de Texas que suplicar al presidente Obama por ayudas federales de emergencia. Durante el 2011, su estado fue víctima de una de las peores sequías registradas en la historia. Durante 6 meses los tejanos vieron cómo se evaporaba el 99% del agua de sus abastos (presas, lagos, pozos) y cómo el fuego consumía sus bosques y casas. Entre diciembre de 2010 y septiembre de 2011 se registraron 21,000 incendios, que quemaron 3.6 millones de acres. Solamente en los incendios de la ciudad de Austin, el fuego devoró 1,685 casas, dejando un promedio de 5,000 personas sin hogar.
En diciembre de 1997, los países industrializados firmaron el Protocolo de Kioto. En él, los firmantes se comprometían a reducir, entre el 2008-2012, un promedio de 5% de las emisiones de gases de invernadero a nivel global. En noviembre de 2009, 187 países ratificaron el protocolo, Estados Unidos, el mayor emisor de gases de invernadero a nivel mundial, no lo ratificó. El 2012 pasó hace 8 meses y hace 37 días una onda de calor con temperaturas por encima de los 95˚F, azota ciertas provincias de China. El día 9 de agosto de este año, el periódico Noticel retrasmitía la siguiente noticia: “Las altas temperaturas registradas en el sureste de China, por encima incluso de 104˚ grados, impidieron hoy que un avión despegara, después de que sus ruedas se hundieran en el asfalto de una pista del aeropuerto, deteriorada por el calor” (EFE, publicado: 09/08/2013). Una onda de calor nada usual en China y que cobró 31 vidas hasta el pasado 9 de agosto de 2013.
El mantra de los “profetas” del cambio climático es mitigación y adaptación. Mitigación: es decir, modificar nuestro estilo de vida-económico para detener las emisiones de dióxido de carbono, metano y clorofluorocarbono como desechos de la metabolización industrial del crecimiento económico. O sea, cambiar a energías limpias como la solar, de viento, geotermal y de las corrientes marinas, para no seguir empeorando la situación. Adaptación: asumir que ciertos daños son irremediables e irreversibles y vamos a tener, querámoslo o no, que adaptar nuestra forma de vida para sobrevivir a las consecuencias del cambio en el clima. (Parenti, Tropic of Chaos, p.10) Pero ¿adaptarnos exactamente a qué? Como sociedad frente a una crisis severa tenemos dos maneras básicas y opuestas de reaccionar: solidaridad o competencia.
Christian Parenti, en su libro Tropic of Chaos, Climate Change and the New Geography of Violence, reflexiona sobre esta necesidad de adaptación a dos niveles. Por un lado la necesaria adaptación técnica, que significa transformar nuestra relación con la naturaleza según esta cambia: adaptar la infraestructura tomando en consideración los cambios; mudar o proteger ciudades y pueblos costeros vulnerables al aumento del nivel del mar; devolver tierras a los manglares, humedales y pantanos, para que puedan servir de rompeolas durante tormentas gigantes; abrir corredores de vida silvestre para salvaguardar la integridad de los ecosistemas y la posibilidad de migración, así como la absorción de agua durante lluvias súper intensas; desarrollar formas de agricultura sostenible adaptadas a los cambios en el clima, que puedan garantizar la seguridad alimentaria y a la vez la salud del ecosistema; cosechar agua de lluvia o de la humedad del aire; y acabar la guerra contra los árboles. (op.cit.)
Por otro lado, Parenti plantea que es de vital importancia la adaptación política, es decir, “transformar la relación de la humanidad consigo misma, transformar las relaciones sociales entre la gente. Una adaptación política exitosa al cambio climático significa desarrollar nuevas formas de contener, evitar y reducir la intensidad de la violencia ya existente y que con el cambio climático se disparará.» Esto requiere, dice él, “la redistribución económica de la riqueza. Además de una nueva diplomacia de creación de paz.” (op.cit.)
Es indispensable comprender que la crisis del cambio climático trae consigo una presión sobre los recursos agua y alimento, además de la pérdida de tierras y hogares ante desastres naturales, y diversos problemas de salud pública, que en regiones pobres, sin educación y socialmente destruidas por la violencia, pueden resultar y ya están resultando, en un aumento de la violencia. Es importante que, de cara al cambio climático, modifiquemos y fortalezcamos el tejido social que promueve y fomenta las redes de solidaridad entre los individuos en tiempos de crisis. Tristemente, según documenta Parenti en su libro, “otro tipo de adaptación política ya se ha puesto en marcha, una que podría llamarse politics of the armed lifeboat y que responde al cambio climático armando, excluyendo, olvidando, reprimiendo, vigilando y matando.” (Parenti, Tropic of Chaos, p.10-11)
Mientras gobiernos de muchos países aparentan estar escépticos y se pasan la papa caliente de la mitigación y la adaptación, los aparatos militares de las grandes potencias, en especial Estados Unidos, ponen en marcha la adaptación militar basada en los informes presentados por diferentes fuerzas militares, agencias de seguridad, públicas y privadas, que viven de la guerra. El reporte de 2007 sobre clima y seguridad presentado por el consejo asesor del CNA Corporation, compuesto por oficiales de alto rango del US Army, US Marines y US Pacific Command, entre otros cuerpos militares de Estados Unidos, plantea un estado de contrainsurgencia permanente a nivel global:
Climate change acts as a threat multiplier for instability in some of the most volatile regions of the world. Many goverments in Asia, Africa, and the Middle East are already on the edge in terms of their ability to provide basic needs: food, water, shelter, and stability. Projected climate change will exacerbate the problems in these regions and add to the problem of effective governance… When government can no longer deliver services to its people, ensure domestic order, and protect the nation’s borders from invasion, conditions are ripe for turmoil, extremism and terrorism to fill the vacuum… the greatest concern will be movement of asylum seekers and refugees who due to ecological devastation become settlers.1
Tristemente, muchos de los países que confrontan problemas de gobernanza ya viven los estragos de un clima en esteroides. Muchos son las “repúblicas bananeras” intervenidas por los Estados Unidos,2 las ex colonias británicas,3 y los países usados, armados y destruidos por la Guerra Fría y las tácticas de contrainsurgencia que los Estados Unidos y la Unión Soviética pusieron en marcha por la hegemonía de sus respectivos regímenes político-económicos.4 “Quizás los primeros refugiados climáticos de la era moderna fueron los 500,000 bangladeshis que quedaron sin hogar cuando la mitad de la isla de Bhola se inundó en el 2005. Se proyecta que para el año 2050, 22 millones de personas se verán forzadas a abandonar sus casas en Bangladesh a consecuencia del cambio climático.” Para ese año, de estar viva, tendría 75 años, y mi primito, que nació el 7 de agosto de 2012, tendría 38 años, mi edad el día de hoy. “Al presente, India ya comenzó la construcción de 2,500 millas de una verja militarizada para proteger su frontera de los futuros inmigrantes de Bangladesh.” (Parenti, Tropic of Chaos, p7)
Kenia, dentro del continente africano, es uno de los países más estables; el 70% de sus pobladores son agricultores, pastores, o trabajan en sectores relacionados. La subsistencia de estos depende de dos estaciones de lluvia durante el año, una en primavera y otra en otoño. Lamentablemente, con el aumento en las temperaturas globales, este patrón de lluvias ha perdido el ritmo y Kenia ha sufrido sus mayores sequías en las últimas décadas; irónicamente, a su vez, ha recibido mayor cantidad de precipitación. El problema es que ahora, en vez de ser una lluvia gradual distribuida durante toda la estación, llega toda de cantazo en aguaceros súbitos, de fuerza e intensidades extremas que terminan erosionando la tierra fértil, y son seguidos por periodos de sequía. El origen está en la desforestación de los bosques en la cuenca del Congo en el centro y oeste de África, al igual que en otros países al este del continente. Sin árboles, la capacidad de almacenamiento de agua disminuye, con ella la evaporación, la condensación y la precipitación. El subsiguiente aumento en las temperaturas de la región, provoca a su vez menos nieve en los picos del Kilimanjaro, Kenia y Elgon, lo que significa escorrentías repentinas, inundaciones y niveles más bajos en los ríos durante la estación seca. Este drama climatológico tiene consecuencias humanas: la violencia entre las tribus de los Turkana y los Pokot. Con la sequía extrema que asola el noroeste de Kenia, los grupos de pastores Turkana se han visto forzados a emigrar hacia el sur cerca de la frontera con Uganda, donde hay pozos y pastos. El problema es que esa es una región ocupada por los Pokot, una tribu dentro de un grupo más grande de dudosa coherencia étnica, los llamados Kalenjin, agrupados por los europeos a raíz de la segunda guerra mundial. Los Pokot se pasean entre la frontera de Kenia, donde asaltan a los Turkana para robarles el ganado y los niños, y la frontera de Uganda, donde venden el ganado para subsistir y comprar armas para continuar los asaltos mortales a los Turkana, convirtiendo a sus hijos en parte de este ejército mercenario. (Parenti, Tropic of Chaos, p.39-65.)
Afganistán es uno de esos países de los que en realidad no sabemos nada; todo lo que escuchamos es de la lucha de Estados Unidos en contra de Al Qaeda y de las “barbaridades” de los extremistas talibanes. Por consenso silencioso somos cómplices de su destrucción. Su historia política es muy compleja para comentarla en esta columna, pero su historia ambiental es reveladora. Los récords de temperatura desde el 1960 muestran que las temperaturas en Afganistán han subido 0.6˚C (33˚F) mientras que la lluvia ha decrecido en un 2% por década. Finalmente, en 1972, la noticia de la inescapable hambruna que cobraba la vida de miles llegó a los medios de comunicación. El Times lo reportó acompañado de las estremecedoras imágenes de niños desnutridos y abandonados y cadáveres descomponiéndose en las calles. En Afganistán, una ex colonia británica, el 80% de la población depende de la agricultura, pero hace unos 4 años, según la sequía se fue haciendo la norma, los afganos, en aras de sobrevivir, abandonaron los cultivos tradicionales, como el trigo, cereales, uvas, manzanas y cebollas, para dedicarse a la siembra de amapola (poppy seed). Una planta económica, que necesita una sexta parte del agua que necesita el trigo para vivir, y sus semillas se consiguen baratas en los bazares. La savia de esta planta se extrae raspando las semillas, se deja espesar durante el día, luego se cosecha, se junta en una bola, se seca y tienes opio. Un agricultor vende 28 kg de opio por hasta $5,000 dólares, mientras la misma cantidad de trigo vale solo $100 dólares -claro, siempre que sobreviva la sequía. Los “peligrosos” talibanes, imponen impuestos sobre el cultivo del opio y a su vez, protegen a los agricultores del ineficiente gobierno; y por otra parte, de los soldados de la OTAN que amenazan con destruir sus cosechas en aras de la guerra contra las drogas.
Estas son solo algunas de las historias de los países sumidos en lo que Christian Parenti llama la convergencia catastrófica de la pobreza, la violencia y el cambio climático. Una columna no es espacio suficiente para mirar a profundidad las manifestaciones del cambio en el clima a través del mundo, así como las circunstancias políticas y sociales que lo exacerban.
El pasado 18 de julio de este año trabajaba desde mi casa cuando se vino abajo el cielo. Calculé que llovió a cántaros por lo menos 6 horas continuas en el Viejo San Juan. Contemplé impotente cómo la cocina se inundaba y mis gatos, enloquecidos por los truenos de la tormenta eléctrica, saltaban por encima de mi escritorio desesperados. Más tarde en la noche vi las fotos de los estragos de la lluvia. La avenida Baldorioty de Castro parecía un río canalizado, con boyas anaranjadas flotantes; una crecida de un río amenazaba con arrastrar los carros en un estacionamiento; 12 aviones tuvieron que aterrizar en el aeropuerto de Aguadilla pues el aeropuerto Internacional Luis Muñoz Marín estaba inundado; y la panadería Kasalta en Ocean Park no se sabía si flotaba o se hundía en la Mc Leary. Tanto llovió, que se rompió el récord histórico de cantidad de precipitación en un tiempo menor de 24 horas. Cayeron, solo en San Juan, 9.20 pulgadas de lluvia en un periodo aproximado de 6 horas. Uno de los varios reportajes periodísticos adjudicaba lo extremo de la inundación a que durante la intensidad de la lluvia, hubo una avería en el sistema eléctrico y las bombas que extraen el agua de Llorens Torres y Ocean Park bajaron su capacidad de bombeo a casi la mitad. No sabemos a ciencia cierta si este episodio de lluvia es una manifestación del cambio climático; lo que si sabemos es que Ocean Park, Llorens Torres y la Baldorioty son zonas inundables, por eso hay bombas allí. En principio nunca se debió haber construido ahí, sin embargo, gran parte de nuestras costas y playas están ocupadas por casas, edificios, hoteles, inclusive el aeropuerto internacional. Manglares y humedales fueron rellenados en lo que es hoy la avenida Kennedy, Cataño, Toa Alta y Bayamón. Todas zonas inundables. El Consejo de Cambio Climático de Puerto Rico presentó, a principios de año, su evaluación de nuestras vulnerabilidades frente a un clima cambiante. En esta evaluación se proyecta un incremento en el nivel del mar de entre 0.5 y 1 metro para los próximos cien años. Algo no muy prometedor para el aeropuerto internacional y algunas comunidades costeras. Entre nuestras vulnerabilidades y proyecciones se destaca nuestra dependencia de los puertos para importar alimentos, el aumento en el calor y una reducción en la precipitación que pone en riesgo nuestros abastos de agua.
El otro día recibí un mensaje por email donde se alertaba a los vecinos del Viejo San Juan de que dos ex confinados merodeaban nuestras calles y que habían sido vistos tratando de robarse un carro la noche anterior. Miré la foto y tuve la certeza de haber visto a uno de ellos pidiendo dinero a la sombra de la alcaldía. Yo cruzaba desde la Plaza de Armas buscando la sombra para refugiarme del implacable sol –cada día está más insoportable. Al verlo, alto y robusto, de mirada sombría, con ropa limpia, me alejé un poco asustada. No compartí mi dinero con él, en realidad no tenía cash. Al leer el mensaje pensé, debe ser terrible salir de la cárcel y no tener padres que te apoyen a donde ir, ni carro con que moverte, ni lugar donde bañarte, ni dinero pa’ comer, ni un amigo que te quiera bien. Es una sociedad muy cruel aquella que desecha a sus ciudadanos sin dinero a un sálvese quien pueda, como si fueran perros callejeros, mientras a los ricos se les permite asesinar y burlarse de la ley. Puerto Rico no es una de las colonias más violentas del planeta, tampoco es un paraíso escondido de bondad. Todos sabemos y Carlos Pabón muy bien lo señala en su ensayo publicado en 80grados, que vivimos Una Guerra Social (In)visible; vernos los unos a los otros como amenaza no nos llevará muy lejos; hay mucho trabajo por hacer. Como sociedad debemos reconocer nuestras vulnerabilidades ante el cambio climático y poner en marcha no solo la mitigación, sino la adaptación. Pero esta adaptación debe incluir reparar el tejido social que está roto, para poder enfrentar desde la solidaridad esta crisis que se avecina. Después de todo, la Tierra es mucho mejor planeta que Marte.
- CNA Corporation, National Security and the Threat of Climate Change, p.44 y 16. [↩]
- Christian Parenti, Tropic of Chaos, Climate Change and the New Geography of Violence, p30-31: “For American forces, small-war tactics matured considerably with the rise of the so-called banana wars. Between the late 1890s and the late 1930s, US military forces intervened in Chile, Haiti, Hawaii, Nicaragua, China, Panama, the Philippines, Cuba, Puerto Rico, Dominican Republic, and many other places. All of these confilcts were more or less irregular and asymmetrical and entailed controlling civilian population rather tan annhilating a conventional force.” … “I spent most of my time being a high-class muscle man for big business, for Wall Street and the bankers. Tn short I was a racketeer for capilalism… I helped in the raping of a half dozen Central American republics for the benefit of Wall Street.” Major General Smedley Darlington Butler. [↩]
- Christian Parenti, Tropic of Chaos, Climate Change and the New Geography of Violence, p29: “…never trust the locals; detain them, burn their farms, and starve them out, the woman and the children included. Attack their social fabric, for that is what the guerrillas depend on.” Major General Sir Ernest Swinton, The Defense of Duffer’s Drift [↩]
- Christian Parenti, Tropic of Chaos, Climate Change and the New Geography of Violence, p30: “Central to victory was the creation and training of local auxiliary forces. When the Marines pulled out, they wanted to count on the local constabulary, guardia civil, or gendarmerie to repress any reformist politicians, trade unionist, nationalist, or socialist who might seek to upset the existing order by taxing foreign business and redistributing wealth.” [↩]