Tendencias, activismo curatorial y conceptos museológicos del siglo XXI

No obstante, hacer selecciones sobre tendencias estéticas o artísticas corre el riesgo de dejar fuera a algún grupo de artistas o creadorxs, y ser, de cierta manera, excluyente. En principio, las tendencias son procesos sociológicos naturales, pero resulta imposible que todos los artistas del país participen o hayan participado de una sola necesidad creadora o estética, en un mismo momento histórico, sobre todo en el siglo XX y lo que va del XXI. Las razones trascienden cuestiones de preferencias y gustos, y a veces, sino siempre, se acomodan a necesidades muy individuales y polisémicas. Un sinnúmero de factores sociales regula las tendencias, incluso como metáforas temporales. Tomemos como ejemplo a José Campeche, que dependía de ilustraciones de libros importados para hacer sus obras, y luego la notoria coincidencia con el pintor español Luis Paret, quien en sus tres años de estadía en la isla consolidó la educación autodidacta de Campeche.
Por otro lado, las tendencias actuales más dominantes en la mayoría de las sociedades orbitan en torno a las tecnologías y las redes sociales. Pero, si las analizamos con detenimiento, podríamos declarar que se trata de dos ejemplos constatables de la contradicción natural del ser humano. En primer lugar, los llamados “teléfonos inteligentes” son el perfecto ejemplo que nos facilita descubrir nueva información pero no necesariamente produce conocimiento fáctico. Desde su nacimiento, han sumado, progresivamente, sus funciones, entre las que encontramos ver películas, escuchar y descargar música, controlar aparatos caseros, navegar en Internet y jugar, entre otras facilitadoras y a veces complicadas novedades sutilizadas.
Ahora bien, debemos tener sumo cuidado cuando hablamos de las tendencias artísticas comparadas con las nuevas tecnologías, que suelen mostrarse al mundo con mayor ofuscación, y con un mensaje que juzga de anticuados o aburridos a quienes no les interesa seguirlas. Tomando este ejemplo, se podría decir que, si una persona no le interesa ver películas o navegar la Red en una pantalla de cinco o seis pulgadas, intentar divertirse con juegos y transitar horas exhibiéndose frente a personas que no estarán, necesariamente presentes cuando se les solicite físicamente, entonces han ¿caducado? como individuos participantes en un mundo constantemente actualizado. ¿Sucede lo mismo con las artes, con quienes lo producen y quienes lo observan?
En las artes sucede un fenómeno análogo, pero no necesariamente equivalente. Las tendencias artísticas están plagadas de metáforas rodeadas de contextos históricos precisos. En este sentido, podemos entender la metáfora como una tensión estética o discursiva entre dos términos a contra punto. También debemos entender, como dice Paul Ricœur, que: “La metáfora no existe por sí misma, sino dentro y a través de una interpretación […]. La metáfora, por lo tanto, es más resolución de un enigma que una simple asociación basada en la semejanza; está constituida por la resolución de una disonancia semántica”. Entonces, esta tensión, podría verse contrapunteada en una exhibición permanente, “digamos” como un ejercicio de participación activa, tomando en cuenta, por supuesto, al visitante. Un visitante que logre participar, al entender y reconocer en la obra o imagen expuesta la autenticidad de su propia vivencia y su contexto histórico. En este sentido, no será la obra de arte lo que determine qué elementos serán visibles, más allá de lo evidentemente representado. El visitante (quien observa) será quien determine, en el sentido de producir una terminología fáctica y adecuadamente denominativa el síntoma exegético de lo que piensa para sí sobre lo observado. Según George Didi-Huberman:
“El acto de dar a ver no es acto de dar evidencias visibles a unos pares de ojos que se apoderan unilateralmente del “don visual” para satisfacerse unilateralmente con él. Dar a ver es siempre inquietar el ver, en su acto, en su sujeto. Ver es siempre una operación de sujeto, por lo tanto, una operación hendida, inquieta, agitada, abierta”.
El asunto de las curadurías temáticas o cronológicas, a contra punto con el concepto de las “tendencias”, flexibilizaría (aunque paradójica y agraciadamente aumentaría la complejidad conceptual) la toma de decisiones curatoriales; fusionando con sutileza lo cronológico, lo temático, lo polisémico y lo interpretativo/hermenéutico. No es que lo temático o cronológico sean posturas curatoriales anticuadas. Se trata también, de ver otras posibilidades que integren (hablando en términos generales) las actualizaciones culturales de las sociedades, que prácticamente cambian casi al instante. Una curaduría activista que cuestione las posturas clásicas, enlazando las actividades socioculturales del momento para integrarlas a los programas expositivos de los museos. Un excelente libro que podemos consultar es Curatorial Activism: Towars an Ethics of Curating, de Maura Reilly. Por ahí va la cosa…