The Apprentice (Fine Arts)
Dirigida por Ali Abbasi, con un guion de Gabriel Sherman, en un estilo caótico (a propósito) de imágenes superpuestas y de colores estridentes que ha usado genialmente el cinematógrafo Kasper Tuxen para adentrarnos en el Nueva York de los tardíos años 70. Es 1973, y un joven Donald Trump (Sebastian Stan) está en un restaurante exclusivo, del que recientemente se ha hecho “miembro”. Le está señalando a la mujer que lo acompaña las varias personas ricas que están en el lugar cuando recibe una invitación para ir a la mesa del abogado Roy Cohn (Jeremy Strong). En esa época, y mientras estuvo vivo Cohn, era un terror para cualquiera que le llevara la contraria. Había sido abogado del infame comité de la Cámara de Representantes de actividades “antiamericanas” (HUAC) y, en los juicios de los que robaron secretos de la bomba atómica, no solo procesó a Julius y Ethel Rosenberg, sino que se aseguró que los acusaran de espionaje y fueran a la silla eléctrica. El problema era que muchos creían que Ethel era inocente. De todos modos tenía amigos en las más altas esferas.
Trump se queja de que el gobierno federal está investigando a su padre, el magnate inmobiliario Fred Trump Sr. (Martin Donovan), por discriminación contra inquilinos afroamericanos. Después de hacerse rogar, Cohn finalmente se ofrece a ayudar. Por supuesto, una vez le paguen. Aunque el filme evita toda sugerencia de que Trump tenga algún rasgo gay (Cohn lo era) es obvio que el abogado lo encuentra atractivo y se lo deja saber.
Cohn, cuyas habilidades incluían el chantaje, le presenta al fiscal principal fotos de él teniendo sexo con un hombre joven, y amenaza con enviarle copias a su esposa y familia. El fiscal resuelve el caso a favor de Trump Sr., a pesar de la evidencia sólida de discriminación racial contra el magnate. Donald se convierte en un pupilo, un aprendiz de Cohn (de ahí el título de la cinta) y se acerca aún más a Cohn, viéndolo como un mejor mentor que su padre.
Cohn le enseña a Trump cómo vestirse bien y la mejor forma de relacionarse con los medios. Además, le ofrece sus «tres reglas»: atacar siempre, nunca admitir las malas acciones y siempre reclamar la victoria, incluso si es derrotado. En otras palabras lo que lo hemos visto hacer en TV durante los últimos ocho años. De hecho, es tan así que el filme parece cinema verité.
La supuesta “inocencia” del Trump joven es tal que no es hasta meses después que lo conoce, que asiste a una fiesta decadente de Cohn, sube a su habitación y lo descubre en una orgía homosexual. Esta parte de la película tienta contra la credulidad, pero es posible que se haya estado ablandando la malicia de Trump, para que la cinta no rayara en revelaciones que podrían inducir casos legales.
Trump quiere convertir el abandonado Commodore Hotel, cerca de Grand Central Terminal, en un Hyatt y Cohn se da a la tarea. Usando grabaciones que denuncian las debilidades sexuales y financiera de los funcionarios, ayuda a que se le dé a Trump una reducción de impuestos de 160 millones de dólares para el proyecto. Trump no le pidió permiso a su padre Fred, con quien tiene una relación tensa, para construir. Trump luego construye la lujosa Trump Tower, menospreciando los logros menores de Fred. Ahora los medios comienzan a tratar a Trump como un magnate exitoso y el tipo, como vemos a cada rato en TV, se llena de ínfulas. De paso, pero al punto: insiste que tiene 68 pisos cuando lo que tiene es ¡58!
La película triunfa porque no es un ataque descabellado contra Donald Trump ni tampoco una apología del magnate que ha sufrido más bancarrotas que cualquier otro desarrollador neoyorquino, y ha sido encontrado culpable de felonías. La película termina mucho antes de sus hazañas políticas. De hecho, en un instante, muestra que hubo una vez que el hombre de negocios repudiaba la idea de entrar a la política. Una pena para el mundo que no siguió en esa línea.
Lo otro del filme que es estupendo son las actuaciones de todos, pero se destacan los dos principales. Sebastian Stan ha captado muy bien los gestos faciales del expresidente y su tendencia a hablar con las manos. Pero es Jeremy Strong como el siniestro Roy Cohn, quien murió de AIDS, negándolo hasta el último momento, quien se destaca. Es sencillamente una maravilla. Veremos si, como debe de ser, cuando llegue el momento, lo nominen para un Oscar.