Un Bufé para la literatura puertorriqueña
Se produce… un ataque frontal a los mitos patriarcales mediante una escritura deliberadamente transgresiva. Se construye… una nueva imagen de la escritora que se proyecta como sujeto activo, crítico y a veces demoledor que afirma su propia autonomía y transgrede el tabú sexual, social o lingüístico mediante un proceso desmitificador en el cual la ira, la violencia verbal, la ironía, el humor y la ridiculización ocupan un lugar céntrico. (Idem)
Yvonne Denis-Rosario se une, para dar continuidad a la tradición narrativa femenina, a Mayra Santos-Febres y Yolanda Arroyo Pizarro y de esta manera constituir la triada de escritoras, orgullosas afrodescendientes, académicas y citadinas, que cultivan el difícil género de la novela. Santos-Febres se inicia en la poesía (Anamú y manigua) e incursiona más adelante en este género con su primera novela, Sirena Selena vestida de pena (2000). Arroyo Pizarro se estrena en las letras como cuentista (Origami de letras) y pasa luego a la novela con Los documentados de 2005. Como Arroyo Pizarro, Denis-Rosario comienza su trayectoria literaria con un libro de cuentos, Capá Prieto (2009).
Luego de esta especie de aperitivo, consideremos el plato principal: la novela de Yvonne Denis. La palabra “bufé” que sirve de título a ésta sugiere varias interpretaciones. En el Diccionario de la Lengua Española bufé es “comida o mesa”, También podría referirse a la contracción en el habla cotidiana de bufete, que se define como “estudio o despacho de un abogado”; “mesa de escribir con cajones”. Es evidente la importancia que adquiere la comida dentro de la narración; de igual manera, la novela, en palabras de Vanessa Vilches “propone una detallada radiografía del mundo legal corporativo puertorriqueño”.
Pero, bufé es, además, el pretérito perfecto de la primera persona del verbo bufar que significa, refiriéndose a una persona, “manifestar su ira o enojo extremo de algún modo” ¿De qué modo manifiestan los escritores su ira? Escribiendo. El dramaturgo chileno Marco Antonio de la Parra resume en una hermosa frase esta función del escritor: “imaginar que otros sufren para no sufrir tanto nosotros”. ¿Y qué hay de la mesa de escribir con cajones? Me aventuro a afirmar que este aspecto se relaciona con la estructura de la obra a la cual me referiré más adelante.
La portada forma parte de lo que Gérard Genette en Umbrales llama el “peritexto editorial”. Acertada la selección de la pintura del artista italiano Giuseppe Arcimboldo, El jurista. La pintura anticipa la atmósfera enrarecida de ese “mundo infernal”, según Vilches “donde los sujetos están comprometidos a mantener a toda costa la jerarquía, para lograr la efectiva explotación de los sujetos”. La cara del jurista está formada con imágenes de trozos de pollo y pescado que, aparte de aludir a la comida, crean una deformación grotesca. Esta distorsión va muy a tono con algunos de los personajes que presenta la novela.
Genette se refiere a los elementos que rodean o prolongan el texto como paratextos. Entre los paratextos se encuentra el epígrafe. Una de las funciones del epígrafe, según este estudioso, “…consiste en un comentario del texto, que precisa o subraya indirectamente su significación” (134). Es precisamente esta función la que realiza el epígrafe que antecede la novela. El mismo está tomado de la obra Hamlet de Shakespeare: “¡Hay algo de podrido en Dinamarca!”. Hay mucho de podrido en Bufé: engaños, manejos turbios, fraudes, chantajes, traiciones, crímenes. Esta podredumbre moral se disfraza de gustos exquisitos, lujo, ropa elegante, autos caros. La veneración al auto que aparece en el capítulo 16 tiene reminiscencias del Benny en La guaracha del Macho Camacho de Sánchez o del Yunito en Mi mamá me ama de Díaz Valcárcel: “Escapó en su lustroso deportivo de asientos de cuero, donde no se siente siquiera la carretera…El flamante BMW blanco. Lo maneja con orgullo, se lo ganó” (120). La corrupción se materializa en las oraciones iniciales de los capítulos finales: “La descomposición había comenzado hacía mucho tiempo, era progresiva e irreversible” (138); y “La putrefacción de no sé qué, era insoportable [,] se filtraba por todos los conductos del acondicionador de aire” (140) –énfasis mío.
La novela consta de veintiún capítulos. Hay alternancia entre pasado -en el que se relatan, en primera persona, momentos correspondientes a la niñez y adolescencia de Marina- y presente -en el que relata, en tercera persona, “a modo de thriller la inserción de Marina en el mundo legal corporativo” (Vilches). Marina entra a este mundo como empleada de McCormick, descrito como “un laberinto, un callejón sin salida…” (65). [Un guiño al lector: McCormick es una empresa millonaria norteamericana dedicada a la producción de especias, hierbas y aromas.] La alternancia entre pasado y presente desaparece a partir del capítulo 12 que coincide con la muerte violenta del padre.
Cuando papi murió ya yo no era una niña, el dolor lo sentía con total consciencia. Ese mortal y certero disparo en la nuca, que lo hizo rodar por un barranco fue lo que le causó la muerte. No fueron los golpes, ni el arma blanca que entraba y salía por sus costados cuando se resistió al asalto en el negocio, sino el tiro del secuestro… (99)
El padre era pescador y Marina aprende de niña a limpiar peces. “Yo era la única que lidiaba con los peces y su hálito” (12). En la novela se realiza una transposición de ese mundo marino al mundo corporativo: “Las redes que había lanzado por mucho tiempo estaban repletas de todo tipo de peces” (31), “Facturar era el eje de ese gigantesco acuario, en que todos querían formar parte, aunque fuesen un alga” (49), “El cuervo de mar sabía bien cómo pescarlos” (78).
Alejo Carpentier en su ensayo “Apología de la novela policíaca” contrasta los personajes del detective y el criminal en este género.
…el criminal tiene una superioridad filosófica sobre el detective. El criminal aparece como elemento creador, como hombre bastante hábil, desmoralizado o cruel, para ser capaz de situar la sociedad organizada ante una situación anormal. Su acto altera el equilibrio preestablecido, colocando a sus semejantes ante un hecho originado por su sola voluntad. Es acto de afirmación; equivale a la invención de un problema, más o menos intrincado, del que sólo ofrece las bases, sin indicar los medios que han de llevarnos a resolverlo. (285)
Marina, tras el encuentro de unos papeles “sospechosos” en el capítulo 5, se convierte en una especie de detective y se expone al encuentro con el criminal. “Era un pez que mordió la carnada y no tenía manera de soltarse aunque nadara contra la corriente” (67). ¿Resultará el cazador, cazado?
En el transcurso de la novela se abren los cajones de la mesa de escribir, a la que aludí al referirme al título, para intercalar otras historias: la de los vecinos La Santa en una urbanización de Villa Carolina, la del episodio en el transporte público, la de Reinita de Toro Escueto y Don Ángel, el zapatero; la de Don Miguel, el plomero. La cuentista en Yvonne Denis se resiste a desaparecer. Ejemplo de ello es el capítulo 20, único capítulo titulado “Suchi” que funciona como narración independiente.
Solo me resta invitarles a rebuscar en estos cajones o a seleccionar entre los diversos platos servidos en este bufé.
* Presentación leída en el marco de Feria Internacional del Libro, Santo Domingo, 2014.
Referencias:
Acevedo, Ramón Luis. Del silencio al estallido: Narrativa femenina puertorriqueña. San Juan: Cultural, 1991.
Carpentier, Alejo. “Apología de la novela policíaca”. Obras completas IX. México: Siglo XXI, 1986, 282-287.
Denis-Rosario, Yvonne. Bufé. San Juan: Isla Negra, 2012.
Genette, Gérard. Umbrales. Traducción Susana Lage. México: Siglo XXI, 2001.
Vilches, Vanessa. “Bufé, la primera novela de Yvonne Denis”. 80 grados, junio 2013.
http://www.80grados.net/bufe-la-primera-novela-de-ivonne-denis/