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Una ráfaga solidaria

Mariana Reyes AngleróMariana Reyes Angleró Publicado: 8 de junio de 2018



Pocos días después del paso del huracán María Helen Ceballos tuvo que ir al hospital. Allí se topó con la precariedad de la emergencia. Hacía falta de todo. Su condición que no era grave fue tratada al poco tiempo y regresó a su casa. Se llevó consigo la imagen de los viejitos en camillas por el pasillo esperando atención, solos. Pensó en cuántos estarían pasando penurias en distintos puntos del País. Se preguntó qué podía hacer y se tiró a la calle con un grupo de amigos artistas: músicos, teatreros, embelequeros de distintas denominaciones.

Salieron de San Juan como una ráfaga que llegaba a centros de ancianos y a comunidades buscando cómo ayudar. Ayudar a limpiar los remanentes del fenómeno que de algún modo u otro dejó rastro en todas las casas. Ayudar a conseguir alimento. Hablar. «A veces lo que quieren es compañía, porque están muy solos», dice la performera.

La Ráfaga Solidaria se solidificó luego como un esfuerzo que incluye la repartición de bienes: desde comida y agua hasta ropa, plantas eléctricas y materiales de construcción, con la ayuda del fondo creado por Acacia Network en la ciudad  de Nueva York.

Helen Ceballos

Han visitado a más de 2,000 personas mayores en 54 municipios. Todavía sigue la ruta porque la emergencia no se ha acabado. Llegan en grupo. Cargan consigo comida y otros suministros. Ofrecen talleres de arte de diferente índole. A veces se incluye una bohemia. En ocasiones han visitado un mismo lugar más de una vez y ya conocen a los residentes. Se saludan con cordialidad. Es como la visita de una nieta.

«Muchas veces lo que quieren es hablar con alguien», cuenta Ceballos mientras acomoda los sándwiches que va a repartir en el salón de reuniones de la Egida La Merced en Hato Rey. «¿Qué vamos a tener aquí hoy», le pregunta Leida Cintrón Cordero, de 83 años, una de las residentes de la égida. «Un taller de autocuido y uno de bomba», le dice la artista que llegó acompañada de Luis Bonnet y de Lío Villahermosa, cómplices de gran parte de la ruta solidaria.

A Bonnet le tocó primero. Unas quince personas mayores, residentes de la égida, se sentaron en las sillas organizadas en un círculo en el centro del salón. Allí, sentados, estiraron brazos, piernas, cuello. Siguieron las instrucciones del tallerista con atención. «Es muy bueno para poder ejercitarse cuando uno está en un espacio pequeño, como pasó después del huracán», dijo más adelante Cintrón justo antes de contar que pasó el huracán en su apartamento en el primer piso de la égida y que en medio del fenómeno una ventana se desprendió de la pared y voló. Allí se mantuvo hundida en tres pies de agua hasta que pasó todo y pudo empezar a limpiar.

«Muévanse como ustedes quieran, como se sientan», le decía luego Villahermosa a los participantes del taller de bomba después de explicarle el concepto del baile. «El tambor lo va a seguir a usted», les dijo y acto seguido mostró algunos piquetes sencillos para que los estudiantes adquiriesen algún vocabulario corporal.

Cuando el proyecto comenzó, Ceballos, al igual que el resto del equipo, pasaba por las mismas condiciones que el resto del País: no tenía luz, su casa sufrió daños y no tenía trabajo. Había mucha incertidumbre. Pero el trabajo solidario le sirvió de aliciente.

Al poco tiempo de comenzar recibió el apoyo de la empresa sin fines de lucro Acacia Network con sede en Nueva York y de Comité Noviembre que han sido desde entonces aliados del proyecto. Desde allá recibió plantas eléctricas, comida enlatada, productos médicos y de higiene personal, ropa y dinero para llevar a cabo el proyecto que sigue su curso con una ruta que cubre todo el 2018 haciendo paradas en diversos puntos de la Isla.

* La autora colaboró con este proyecto justo después del paso del huracán María.

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