Universidad (:) febrero y 2017
Algo que perseguías,
el silencio hacia el cual lanzar palabras,
ahora te da frío.
Fueron palabras para encontrar un sitio,
Acabadas y dichas no sabes dónde estar.
[…]
Antonio José Ponte, “A la salida de una conferencia”
En estos días la “comunidad universitaria” palparía su potencialidad democrática, su inclinación por un experimentar el “hábito democrático”, ensayar un estilo, un habitar por transeúnte que sea y trataría de habituarse a otras maneras y modos de la conversación y la transformación. Quisiera precisar y por supuesto matizar. Con esto me refiero a orquestar otro tipo de conversación, abrirse a otro modo del intercambiar que sobre todo rebase las personas y los discursos de sectores y organizaciones que tienden a protagonizar estas “movilizaciones ciudadanas”. Se trataría de verdaderos actos de escucha y diálogo. Creo que, más o menos, logradas la convocatoria y la movilización en apoyo a la Universidad de Puerto Rico, lo que estaría en juego es qué tipo de experiencia universitaria o post-universitaria es posible en Puerto Rico, al menos qué tipo de imaginario y, por supuesto, convivencia institucional pueden abrirse sean “hallados, devueltos, perdonados” los 300 millones que de manera obscena se le demandan a la universidad.
De esta capacidad coral, polémica, para imaginar otra vida y existencia para el pensamiento, me parece, depende la sostenida solidaridad y futura empatía de todos aquellos que ven en la “crisis” universitaria o en el futuro de la institución un asunto medular para la vida democrática puertorriqueña. No es poca cosa y lo que se juega es algo más importante que el Legado o el Valor de la universidad. En el cruce de estos días pulsa la posibilidad de constituir prácticas que autoricen, reconozcan y legitimen públicamente modos críticos, anti-neoliberales, anti-corporatistas y que estos puedan compartir e incluso usar el espacio institucional con otros, no a costa de ellos, ni a pesar de ellos.
En estos días la “comunidad universitaria” se expone o se ha expuesto (de nuevo). Ante los “demás”, ante todos, ante “todos nosotros”. Insisto, lo que está en juego, ganada —quizá— por un breve momento una empatía que parece rebasar el perímetro interno de la universidad o de las organizaciones movilizadas, es qué tipo experiencia política, en la institución, puede darse en relación con su último avatar de destrucción. Me parece una oportunidad estupenda para des-obrar, para acabar con todo aquello que ha postrado, no sirve y que, para colmo ha facilitado, en más de una instancia, el cálculo —en cualquier acepción—, las maquinaciones que hallamos en incontables debacles éticas y en las penurias tanto administrativas como intelectuales que han postrado a la universidad. Pensar y usar esta última crisis a favor de un uso-otro de lo universitario, no ponerse a editar la enésima “re-conceptualización” de algo que sospechamos o sabemos ya no existe.
¿Puede la movilización mantener a raya la actual sujeción y transformación del pensamiento/saber universitario en moneda de cambio en el actual orden de cosas? ¿Puede el cierre o la apertura sempiternas transformar el actual orden de cosas? ¿Qué tipo de experiencia administrativa, profesional y responsable, piensan y especifican los defensores de la universidad? La responsabilidad sin condición que supone demostrar la universidad que sería posible, no la que debe ser restaurada o encerrada en alguna condición a-histórica.
¿Qué tipo de sociabilidad democrática exhibiría esta “comunidad universitaria” en la universidad, incluida, por supuesto, su administración? Contestar esta pregunta supone, por igual, mirarle la cara a las actuales maniobras del Estado y del capital para “maximizar” la rentabilidad de la universidad (proceso que no es de ayer), como responsabilizarse de los fracasos, alianzas y complicidades del discurso universitario con esta desertización de larga duración que ya pide caída del telón. Me parece un reto formidable. En o contra la universidad real, no la idealizada o santificada, hacer democracia antes o nunca después de hacer política.
¿De qué manera podemos exhibir y experimentar otro tipo de universidad, otro tiempo para lo universitario (quizás en sus afueras o sobre sus ruinas) que estimule otra vida para el pensamiento y sobre todo que nos evite las instrumentalizaciones de todo tipo que todavía pasan por resistencias o protecciones de lo universitario? Creo que este momento puede aprovecharse para pensar un practicar democrático que rebase el imaginario de recintos, campos o claustros, indignos o indignados.
Un ejercicio crítico sobre lo universitario que no aspire a devenir modélico o profético y que no sea sustituto de una operatividad institucional apta y equitativa. Para esto se necesita cierta distancia del toma y dame de la política, y de los eventuales pagarés de remesas y deudas contraídas (reales o simbólicas). Estos días tampoco tendrían que ser vividos como la antesala de alguna gran aurora que acabará, de un plumazo, con esta época de subsunción total de la vida en el principio de equivalencia general que define nuestra existencia bajo el capitalismo tal y como hoy la padecemos.
¿Cómo se va usar la universidad, lo que hay o lo que quede? ¿Es posible generar otra experiencia post-universitaria en la universidad? Tiempo podría ser para actualizar, experimentar modos específicos de rebasar los modos disciplinarios, sectarios, partidistas, ideológicos, hegemónicos de aparecer en la arena política y modestamente construir un más allá político necesario que desfonde premisas, presupuestos, consensos.
Para que se entienda mejor no creo, ni digo, que este es el momento de exhibir otra re-invención de la universidad sino escapar de ahí y aprovechar ese abierto deseo de destrucción. En verdad finiquitar la universidad real tal y como la conocemos y que sea la “comunidad universitaria” la que imagine y experimente con otro tipo de destrucción. Sí, que sean los universitarios que saben que recorren una universidad destruida aquellos que la piensen y propongan qué debe ser destruido y cómo. Sugiero que se haga ante todos y con los demás. Evitar, tal vez, que la destrucción sea aniquilamiento, demolición o hambreo: una suerte de aplanadora totalizante, absoluta que añora la tabula rasa, comenzar sin nada, sin nadie, desde cero.
Hay una universidad que ya no existe hace mucho tiempo, por lo tanto, lo que queda no necesita restauraciones, ni reinvenciones de cara a un tiempo y a unos retos otros. ¿Qué puede generar la destrucción, sí la destrucción, de todo eso que sabemos ha socavado y arruinado el “proyecto universitario” por décadas? Por qué no comenzar una experiencia (experimentar e imaginar) de existencia en la universidad, mediante la creación de desvíos, fugas de esa plantilla empresarial que regentea la universidad, como también acabar con la naturalización de la ineptitud, la conformidad y las sandeces de las mejores intenciones anti-intelectuales que casi siempre vienen adheridas a “planes” tanto políticos como universitarios.
¿Por qué no ensayar modos otros de relacionarnos y concertar una conversación y un actuar político que ni expulse ni fetichice el conflicto? El conflicto reciente en torno a la Universidad de Puerto Rico y las discusiones que ha generado afortunadamente transportan preocupaciones que rebasan los partidos, los grupúsculos o las feligresías. Este sería el tenor “comunal” de lo que se juega si se desea un apoyo sostenido y transformador del estado de cosas universitario en este momento.
Abandonar el registro moral, identitario y toda estrategia que no lidie con el principio de equivalencia que decide el sentido de realidad hoy para llevar esta crisis y esta polémica al menos, a otro sitio, a otro lugar.
7 de marzo de 2017, Silver Spring, Maryland.
*Fragmentos escritos a partir de grabaciones en caminatas efectuadas los días 24 y 28 de febrero de 2017. Quiero agradecer públicamente a Carlos Pabón sus sugerencias y comentarios durante la escritura de estas notas.