Verano 2019: balances y perspectivas
Desde el 2016 indicamos que el país se debatía entre dos sentimientos encontrados: por un lado, la sensación de que su realidad política, social y económica, exigía grandes cambios; por otro, la sensación de impotencia de muchos y muchas, el sentimiento de que nada podían hacer, de que nada podía cambiarse. De ahí la esperanza de muchos de que alguien, quien fuera, hiciera los cambios necesarios. De ahí la fe inicial de algunas personas en que la Junta de Control Fiscal arreglaría las cosas, o daría una lección a los «políticos». Y planteábamos que la única Junta, que la única fuerza fiscalizadora que necesitábamos era el pueblo mismo. Los defensores, abiertos y solapados, de la realidad existente respondían: esas son frases vacías. Y ya vemos: el país se ha movilizado como nunca contra un gobernante vil y corrupto. Y ha logrado su renuncia.
No subestimemos el alcance de este momento, en el cual hemos tenido la dicha y el privilegio de participar: por primera vez en toda su historia los habitantes de esta isla remueven desde abajo, desde la calle, a través de la intensa e incesante movilización, a su gobernador.
De Trump a la Junta de Control, de los bonistas a la clase empresarial puertorriqueña (que hasta ayer veían a Rosselló como un útil representante), del Nuevo Día al PPD, intentan ahora aprovechar y secuestrar la victoria del pueblo contra Rosselló. Lo hacen llamando a la «normalidad», a la «tranquilidad», desviando la atención hacia reformas secundarias (como crear un vicegobernador), llamando a que no se «politice» la protesta y de otras maneras. Por eso hay que reflexionar con cuidado sobre lo ocurrido y sobre las tareas que tenemos por delante quienes aspiramos a la profundización de la democracia, la justicia social y la descolonización.
¿Explosión inesperada?
Algunas personas hablan de una explosión social inesperada. Ciertamente nadie podía predecir lo que iba a ocurrir en julio de 2019. Para empezar nadie o casi nadie sabía de la existencia del infame chat, que, junto al arresto de Julia Keleher, detonaron las jornadas de julio de 2019 en Puerto Rico. Sin embargo, distintos movimientos y personas señalaron desde hace tiempo la presencia del material inflamable que esperaba por una chispa que lo encendiera. Desde 2012 planteamos que Puerto Rico atraviesa por una crisis económica, una verdadera depresión, análoga a la de la década de 1930. Y planteamos que esa depresión provocó la división y el colapso de los partidos dominantes de aquella época (Liberal, Unión-Republicano y Socialista) y una crisis de legitimidad de las instituciones del estado colonial. Y señalamos que tarde o temprano la crisis actual tendría iguales resultados. La victoria del PNP con apenas 42% de los votos y las divisiones en ambos partidos dominantes ya eran indicaciones de que este proceso avanzaba. Ahora, de pronto, se ha develado el total descrédito de esos dos partidos.
No solo eso: la movilización sin precedentes en la calle ha sobrepasado la institucionalidad existente. No es una revolución, pero que no quepa duda, ha sido una acción revolucionaria: para sacar a Rosselló no se esperó al 2020, ni se esperó por el proceso de residenciamiento, ni por ningún mecanismo legal o institucional. La gente, en la calle, tomó el asunto en sus manos y logró la renuncia de Rosselló. Para los que pensamos que la gente del mismo modo debe algún día crear desde abajo una nueva institucionalidad este es un precedente extraordinario, que tenemos que valorar y atesorar en todo lo que se merece.
¿Espontaneidad o el fruto de la semilla consciente?
Las jornadas de julio 2019 en Puerto Rico no han sido una explosión espontánea. Pensar tal cosa puede conducir a errores futuros que debemos evitar. Lo ocurrido fue preparado por decenas y cientos de iniciativas conscientes, cercanas y lejanas, a menudo vistas en su momento como inútiles, pero que ahora arrojan su fruto. El trabajo del Centro de Periodismo Investigativo, por ejemplo, nada tiene de espontáneo: es una labor asumida conscientemente por un grupo reducido, mantenido contra viento y marea, que de pronto adquiere un impacto nacional e internacional. Así se podrían mencionar otros casos. Por ejemplo: la rapidez con que grandes sectores asumen el piquete en Fortaleza o el Capitolio, la marcha y la concentración como formas de manifestarse, el llamado al paro como forma de estructurar la resistencia, no pueden explicarse sin la larga educación del país sobre estas formas de resistencia y protesta, gracias a las pasadas luchas estudiantiles y universitarias, laborales, ambientales, de las mujeres y de Vieques, entre otras.
De igual forma, no hay que olvidar que el éxito de las más grandes movilizaciones (las del 15 de julio en San Juan y del 22 de julio en Hato Rey, por ejemplo) se debe, por un lado, a la muy visible convocatoria de conocidos artistas —Residente, iLe, Bad Bunny y Ricky Martin, para mencionar a los primeros— con gran arraigo en el país, y también a la casi invisible pero crucial aportación organizativa y logística de las organizaciones obreras, que a lo largo de décadas han adquirido la experiencia y las destrezas para desarrollar este tipo de actividades. Pensemos en el auge que ha tomado el rechazo de la violencia machista y la homofobia, luego de la publicación del infame chat del gobernador y sus amigos. Pero la semilla para esa explosión fue sembrada conscientemente por la Colectiva Feminista en Construcción y otras organizaciones feministas y de la comunidad LGBTTIQ, a través de decenas de actividades e iniciativas en el pasado. Podría hablarse también de las muchas experiencias de autoorganización comunitaria antes, durante y después de María; así como las conmemoraciones que buscaban expresar el dolor y la indignación por los muertos como la iniciativa de los zapatos frente al Capitolio.
Lo mismo puede decirse de la izquierda. Se podrá plantear cuanto se quiera que este levantamiento se hizo al margen de «líneas políticas» y de organizaciones políticas o de la izquierda. La realidad es que casi todas las formas de lucha y resistencia, incluyendo las consignas más escuchadas, y las demandas formuladas (sobre la deuda, la Junta, la privatización, la continuidad de la lucha) no son nuevas: son las que la izquierda ha popularizado en Puerto Rico. No nos interesa subrayar esto. Pero nos preocupa que se ignore o se niegue, sobre todo si se usa la negación para tratar de limitar el impacto político transformador del movimiento, tema al que volveremos más adelante.
En fin, lo que ha ocurrido en julio 2019, no tiene precedente. Pero nadie debe pensar que hace obsoleta o refuta las «viejas» formas de lucha o todas las antiguas formas de organización: son el resultado de esos esfuerzos de muchas décadas, que ahora debemos actualizar, ampliar y modernizar, pero no despreciar en un errado culto de la «espontaneidad» que no es tal.
Importancia y límite de las minorías
Pero si bien las jornadas de julio 2019 no pueden atribuirse a una repentina explosión espontánea del pueblo, también ofrecen lecciones a los grupos minoritarios que desde hace tiempo estamos en la calle resistiendo y a los que en este verano se han sumado cientos de miles. Ha quedado demostrado que la clave para la victoria reside en la incorporación masiva del pueblo a la lucha: de cientos a miles (del 10 al 14 de julio en Fortaleza), a 20 o 30 mil (el 15 de julio en el Capitolio y en Fortaleza), a cerca de 400 mil (el 17 julio del Capitolio al Tótem), a cerca de un millón (el 22 de julio en Hato Rey). Así creció la resistencia. Y no se trata de lo ocurrido en San Juan únicamente: según avanzaban los días se sumaron actividades grandes y pequeñas en Ponce, Mayagüez, Dorado, Aguadilla, Lares, Guaynabo, entre otros pueblos. La ruta de la victoria no es la «radicalización» de la acción de la minoría militante «porque los piquetes y las marchas no logran nada», como a veces se plantea: la clave está en lograr que cada actividad logre que la próxima sea aún más amplia y más grande que la anterior.
No somos pacifistas
Sabemos que el Estado atacará la lucha del pueblo de manera violenta y criminal: esto también se ha comprobado. Decir, como dicen algunas personas que esta ha sido una lucha pacífica es idealizar las cosas. La gente ha exhibido una gran paciencia. Pero el Estado ha sido cualquier cosa menos pacífico: arrestos arbitrarios, registros ilegales, gases, macanas y balas de goma y metal lo atestiguan. Y reconocemos la importancia de la autodefensa y de una respuesta adecuada a esas agresiones. Las jornadas de julio demuestran que esas acciones, como las de las y los (mayormente) jóvenes que se enfrentaron a la fuerza de choque, cuando ocurren en el contexto de una lucha que ha logrado gran apoyo, adquieren un alto grado de legitimidad como una de las formas de lucha y resistencia.
Por eso es necesario preparar esa forma de resistencia, pero nunca en lugar o como sustituto, mucho menos en detrimento de la tarea de convencer a sectores cada vez más amplios de incorporarse a la lucha y a la movilización. Vimos, por ejemplo, llamados en Internet para que las personas que no estaban dispuestas a enfrentar a la fuerza de choque no fueran a San Juan. No todo el mundo estaba ni está dispuesto a responder de esa forma. Pero son también parte de la lucha. Lo otro es aspirar a la lucha de la minoría militante contra el estado. Lo cual conduce al aislamiento y la derrota. Pero que no se nos malentienda: la acción de respuesta contra la fuerza de choque fue correcta y tuvo amplio apoyo. Tan solo intentamos sacar las mejores lecciones de lo ocurrido.
La clase dominante se reagrupa
Las jornadas de julio han dejado a las clases gobernantes en pánico. Sus dos partidos están más desprestigiados que nunca. Buena parte de la prensa ha quedado al descubierto como fotuto de esos partidos. Ahora viene la campaña para salvar el orden existente. Esto no puede hacerse atacando la movilización directamente. Tienen que retirarse y hacer concesiones. La estrategia de desmovilización tendrá varios elementos.
Primero se reconocerá que la lucha fue justificada. Se reconocerá que hacen falta reformas. Pero se limitará todo a plantear que hay que hacer ajustes al sistema político, a las disposiciones electorales, etc. Se hablará ad nauseam de «crisis de representatividad». Es decir, se pretende divorciar la caída del gobierno de Rosselló de los demás problemas fundamentales que afectan al país: la crisis económica, la crisis de la deuda, las políticas de la Junta, la condición colonial. Se pretenderá reducir el problema a la corrupción e incompetencia de Rosselló y se intentará separarlo de la clase social que Rosselló representa. Se desviará la atención para hablar de crear un puesto de vicegobernador o cambios parecidos, que no tocan nada esencial.
Lo cierto es que a la mayoría de los que han participado en las movilizaciones contra Rosselló les han motivado las revelaciones de corrupción y el infame chat. El chat les ha develado la cara real de las clases gobernantes: su desprecio por el pueblo, su machismo, su racismo. La frase «cogemos de pendejo hasta a los nuestros» ha derribado la credibilidad que los sectores gobernantes retenían en amplios sectores de la población. Ahora tienen que buscar la manera de rescatar su credibilidad: esa frase no podemos dejar que pase al olvido. Es un arma inestimable que Rosselló nos ha regalado para luchar contra una clase que es inevitablemente hipócrita: que tiene que presentarse como amiga y comprometida con el pueblo a la vez que vive de explotarlo y desvalijarlo.
Pero la mayoría de los participantes en las protestas aún no hacen la conexión entre Rosselló y sus amigotes en el chat y sus ataques al pueblo trabajador con la reforma laboral, las escuelas chárter, las políticas de austeridad, los recortes a las pensiones y a la Universidad de Puerto Rico. La clase gobernante, desde el PNP y el PPD, al Nuevo Día y Manuel Cidre no quieren que hagan esa conexión. Es tarea nuestra lograr que un número cada vez más amplio la haga. Hay que recordar una consigna en las movilizaciones de julio: «Ricky renuncia y llévate a la Junta». Tenemos que trasladar lo más posible la lucha contra Rosselló a la resistencia contra la Junta y sus políticas.
Sobre esto hasta ahora se nos decía que contra la Junta nada se podía hacer: ahora sabemos que sí se puede. Muchas veces planteamos la necesidad de movilizarnos contra la Junta y la prensa nos decía: a la Junta y al Congreso no le importa lo que hagamos en Puerto Rico. La protesta es inútil. Ahora vemos la fuerza potencial del pueblo cuando se activa. Las movilizaciones en Puerto Rico han impactado al mundo. Han levantado simpatía en todo el planeta, incluyendo Estados Unidos. Con esa fuerza podemos derrotar a la Junta y a los bonistas, podemos obtener las reparaciones a las que tenemos derecho de parte del Congreso y podemos también lograr la descolonización. Pero para eso no podemos permitir que se desvíe la atención a meras reformas secundarias.
La gente necesita programa y organización
La lucha que hemos vivido tenía un objetivo importante pero sencillo: lograr la renuncia del gobernador. Con eso bastaba para la movilización y como fin inmediato. Ahora que sale Rosselló, se enfila la campaña contra su posible sustituta Wanda Vázquez. Es bueno que así sea, aunque la movilización quizás no sea por ahora tan grande como la generada en la lucha contra Rosselló (ojalá que nos equivoquemos en esto). Pero como indicamos arriba: tales actividades son importantes, aunque sus frutos no se vean inmediatamente.
Sin embargo, pronto se hace evidente que no basta con rechazar a Rosselló o a Vázquez o al sucesor o sucesora que acaba por entrar en Fortaleza. El movimiento necesita un programa. Es decir, un conjunto de propuestas sobre desarrollo económico, política contributiva, política de incentivos, sobre los servicios públicos y la privatización y sobre muchos otros temas. Para empezar: una auditoría ciudadana de la deuda; moratoria a todo pago de la deuda y acuerdo sobre la misma hasta que se complete esa auditoría; aportación adecuada del Congreso para la reconstrucción económica de Puerto Rico; restablecimiento de los derechos laborales eliminados por el gobierno de Rosselló; reforma contributiva progresiva; recuperación de una parte mayor de las ganancias que hoy se fugan del país; reforma gubernamental democrática y cero privatización de servicios esenciales; revocación de PROMESA y la de la Junta de Control fiscal neoliberal, antidemocrática y colonial, entre otras medidas; convocatoria de una asamblea constitucional de status para resolver de una vez el problema colonial.
Hace falta una asamblea de movimientos que permita asumir este programa (o algo parecido) e impulsarlo a través de la movilización constante. Debe ser una estructura sencilla y flexible. Un lugar de reunión y discusión. Deberá impulsar las convocatorias que tengan apoyo abrumador y cada cual debe seguir tomando las iniciativas que considere apropiadas. En la lucha contra la privatización de la Telefónica funcionó durante un año (agosto 1997 a agosto 1998) el Comité Amplio de Organizaciones Sociales y Sindicales (CAOSS) integrado por organizaciones laborales, estudiantiles, de mujeres, religiosas, ambientales y políticas, entre otras. Es un modelo que podemos adaptar a la situación actual. Pero debe quedar claro: las acciones en el presente no deben subordinarse o esperar por el nacimiento de tal estructura. Sin embargo, en algún momento, un organismo coordinador será necesario.
La participación de los artistas ha tenido un rol central en este proceso. Esto hay que reconocerlo. Sin embargo, no podemos depender permanentemente de esta capacidad de convocatoria. No podemos pretender que los artistas asuman el rol que claramente han reiterado le corresponde al país. Ni podemos pretender que remplacen lo que solo la organización y la elaboración de un programa pueden suplir. Tampoco lo puede suplir ningún líder supremo. Esto hay que subrayarlo: a pesar de la presencia de celebridades, este movimiento no ha tenido ningún o ninguna líder identificable. Ha sido realmente un movimiento colectivo. Tenemos la oportunidad de seguir desarrollándolo con estructuras colectivas y con lideratos colectivos.
Representación política
Pero este movimiento también necesita representación política. Y este es uno de los problemas más espinosos que tenemos que abordar sin rodeos. Existe una posición que plantea que la lucha contra Rosselló no debía «politizarse». Que rechaza la presencia de organizaciones, banderas, partidos y organizaciones políticas en la lucha. Que plantea que solo se traigan banderas de Puerto Rico a las actividades y tal vez otras banderas nacionales, pero no banderas políticas. Que objeta que en las actividades de protesta se recojan endosos para inscribir un movimiento para las elecciones de 2020.
Entendemos perfectamente el sentido liberador y progresista que subyace esta posición: el rechazo de los «políticos» tradicionales, de los «partidos» de siempre, de la sucia política a la que nos tienen acostumbrados. Ese sentimiento de rechazo lo compartimos. Pero precisamente porque queremos acabar con el control de esos partidos corruptos, rechazamos la censura y la prohibición de expresiones políticas en las actividades de protesta.
La rechazamos porque rechazamos la censura venga de quien venga. Porque no confundimos unidad con uniformidad o unanimidad. Porque pensamos que la unidad se da en la diversidad. Porque pensamos que cada cual debe tener la libertad de participar con la bandera nacional, sindical o política con la cual se identifique: la de Puerto Rico, la dominicana, la del arcoíris, la morada del feminismo, la roja de la clase obrera, le negra del anarquismo, y también la de su partido si lo desea.
Y rechazamos la censura porque dificulta el crecimiento, organización e inscripción de nuevas opciones y tiene el efecto real de ayudar a perpetuar el control de los partidos existentes. Si no inscribimos algo nuevo ¿qué opciones tendrá el pueblo en 2020? El PNP y el PPD. Lo mismo de siempre. ¿Es eso lo que queremos? Claro que no. Entonces hay que dejar de celebrar la unidad por encima de colores y sin partidos: eso es lo que quieren oír los que ahora gobiernan. Saben perfectamente que mientras no nos organicemos políticamente ellos seguirán gobernando, ellos seguirán monopolizando la política. Nosotros no solo queremos protestar, queremos gobernar. Y para eso necesitamos organización política.
Los autores de este texto participamos de la inscripción de uno de esos esfuerzos. Quizás el lector o lectora no está de acuerdo con ese proyecto. Eso es legítimo. No es este el lugar para debatirlo. Pero en ese caso hay que crear otros proyectos políticos. Lo que no podemos hacer es darle la espalda a esa tarea. No basta con sacar a Rosselló. Sin construir nuestra alternativa política nos quedamos a mitad del camino, bajo el gobierno de la Junta y la misma clase patronal. Las jornadas de julio han iniciado una nueva época en la historia del país. Aprovechemos las posibilidades que nos brinda.