Walk like an Egyptian (con Flow)
Cuando Tito Trinidad ganó su pelea milagrosa en 1999, la prensa lo asedió y él intentó hablar como siempre, como puede, como lo hace, con sus fits and starts, con su meneíto, con su particular incadencia. Pero al día siguiente de su triunfo, los que buscaban la tradicional entrevista que le hacen a los ganadores deportivos en los late night shows de la televisión estadounidense encontraron la cara ya repuesta de Oscar de la Hoya y su versión de la derrota.
No sólo contribuyó al desplante que el Golden Boy era un mimado ex-Olímpico y que Los Ángeles era su casa y que era guapo y juguetón. Oscar estaba allí porque Tito Trinidad, el flamante campeón, no podía hacer los rounds de los late shows –bromear con Letterman, reir con Leno– porque no sabía hablar inglés. Con un upper y un jab era dominante, pero no domina el español, y el inglés tampoco. Tito no tiene flow. Punto. Es la verdad.
El episodio (entrevistar al perdedor porque el ganador no puede articular su alegría) ocurrió en Estados Unidos, of course, y allí el inglés es el idioma. Aún así, esa noche con Oscar era como si se entrevistara al perdedor en la final de Wimbledon o a la primera finalista en Miss Universe. La falta de poder decir permitió que se usurpara el momento de triunfo, el showcase del campeón, la magia publicitaria, la consolidación pública de la corona. Injusto o no, así fue y así es.
Y ahora los boxeadores saben lo que Tito no sabía y hacen lo que Tito no podía. Ahora que Miguel Cotto se pule a su aire en el inglés, y contesta muy seriamente, y se le critica en algunos círculos al gobernador electo Alejandro García Padilla por no tener un Oxford accent, pausemos, examinemos. Los periodistas deportivos, los periodistas que cubren los concursos de belleza, los periodistas que cubren la Legislatura, los periodistas que entrevistan a los artistas saben quién es quién en términos lingüísticos (y no precisamente porque ellos –los periodistas– sean duchos en ese renglón). La prueba –traduzcamos literalmente esto– «está en el budín». El idioma es un desconcierto en las presentaciones de conciertos. Una derrota autoinfligida para los deportistas. Un tropezón para la Miss Universe wannabe. Un escollo para el político que se compra sus trajes y se mira al espejo y ve su aura con un brillo de poder. Así es. En español y en inglés.
Wisin (el de Yandel) dice «haiga» todavía, una y otra y otra vez, después de esa década de triunfos y Grammys y sus conciertos en el Madison Square Garden y en México y en Amsterdam y en Madrid y en Buenos Aires, y hay gente en los medios que la semana pasada –luego de otro haiga moment de Wisin– alegaba que ni siquiera se le debía tocar el tema al pobre muchacho porque Wisin hablaba así, como lo hacen muchos puertorriqueños, y que corregirlo sería una bofetada para los puertorriqueños que hablan como él. A García Padilla pocos lo defienden.
El gobernador electo, en su defensa, indica que él le pudo explicar con efectividad a Barack Obama qué era un medianoche y qué era una croqueta en su encuentro con el presidente en Kasalta, y que el presidente hasta pidió dos croquetas de jamón después que él le explicara lo que eran. La gastronomía abre las compuertas del entendimiento. Español e inglés, en feliz concubinato, el sueño de siempre, de muchos, de algunos: un país inmerso en los dos idiomas.
Si la posibilidad de que un estudiante que ha completado su escuela superior explique lo que es una croqueta en somewhat passable English es minúscula (como, de hecho, lo es), entonces de lo que se está hablando es de querer que los líderes hagan más y sean más que sus seguidores. Pero l0s resultados de elecciones recientes en Puerto Rico (Lornna Soto, el Chuchin, el Amolao, y siga por ahí) no reflejan esa búsqueda de algo mejor, de políglotas, con más educación, sofisticación, clase o ambición que el resto de los boricuas. El populismo rampante, de hecho, hace que cualquier mortal que respire, junte sus pesitos y sepa agarrarse y no caerse de un four-track sea un candidato posible. Y así, pues, debe ser, quizás, y que se decida en las urnas. Que entonces un hombre que sí entiende inglés y lo habla como puede (mejor que el Chuchin, mind you) pause por 7 segundos para buscar real y figurativamente el flow que se le había extraviado, explicar que había que esperar que mejorara el flow of information se acribille por no ser mejor que los otros es, bueno, pues, untenable. I would say it bespeaks of an ironic self-delusion, at best, and at worst a symptom of early withdrawal from every pursuit of excellence in human affairs.
Quizás es que el non-existent–flow acusa un passive-aggressive behavior de los puertorriqueños ante la cuestión del idioma: No se quiere estudiar, ni mejorar ni pulir el inglés (ni el español), y se despacha todo con un «que se joda, que me entiendan si quieren» por un lado… y con risa y riña se critica a quien lo mastica, lo pronuncia, lo espik peor que algunos pocos. La pregunta sería: ¿Un índice de qué es hablar inglés con el mejor acento posible y con la fluidez más acelerada? ¿Educación, sofisticación, clase o ambición? Wishful thinking? Statehood dreams? Globalization whispers? ¿Amor a los idiomas? ¿Necesidad? All of the above o nada de lo dicho anteriormente? ¿O es que es Walk like an Egyptian o When in Rome do as Romans do, pero que aquí respetemos el flow cuando nos da la gana y cuando no, como dice el Boricuazo, «perdonen el lucimiento, es que soy puertorriqueño»? Give me a [bleeping] break.
Nadie, nadie hasta el momento se le ha parado de frente al representante Antonio «Toñito» Silva –quien asesina el español, el inglés y hasta el Spanglish en sus presentaciones televisivas– a decirle, «Mire, compay, esa cosa larga que se come entre dos panes tiene nombre en español, y en inglés no se dice jordó«.