[…] y Garvin Sierra,
“Entonces, muchos que eran de convicción socialista emigraron hacia el capitalismo. Pero otros como yo, tratamos de administrar lo que podemos del capitalismo, pero la solución no es el capitalismo. Hay que encontrar otra cosa, otro camino, y pertenecer a esa búsqueda. Porque en América Latina no hay soluciones, hay búsquedas”
–José (Pepe) Mujica
En términos generales, el cartel sirvió de propaganda a gobiernos como método de persuasión para animar a las masas a insertarse en luchas ideológicas o políticas. Eventualmente se convertiría, además, en un arma contestaria y denuncia, motivado por artistas disidentes organizados. La producción masiva de la gráfica se convirtió, por antonomasia, en un idóneo método de protesta. Garvin, por otro lado, en vez de reproducirlo físicamente, utiliza las redes sociales para llevar su mensaje aún más lejos. Como un epigrama o un haiku, la gráfica de Sierra parece estar confeccionada bajo una suerte de minimalismo barroco. Resueltas, literalmente, con dos o tres colores hacen parecer la imagen como un gesto estético de confección sencilla; sin embargo, la conceptualización y la tipografía como elemento composicional convierten su arte en un entramado de complejas y certeras reflexiones sociales. Garvin está consciente de un fácil y potencial plagio, o de la utilización de la imagen sin su autorización a través del internet. A pesar de estos posibles pormenores decide sacrificar el ego de artista para masificar su mensaje, promoviendo una mayor circulación pública; mucho más que si estuvieran impresas. En este sentido se me ocurre decir, sin mucho miedo a equivocarme, que Garvin Sierra ha establecido un antes y un después en la historia del cartel político en Puerto Rico, equiparables con la herencia de maestros puertorriqueños como Antonio Martorell o Rafael Rivera Rosa.
El arte político puede correr el riesgo de ser relativamente anacrónico con el pasar del tiempo, al ser elaborado en circunstancias históricas muy específicas y cerradas, disminuyendo de esta manera su potencial polisémico e interpretativo. Esto no tiene por qué ser un rasgo negativo en sí mismo. Mucha de la obra gráfica de Garvin funciona como una narración historicista cuando se aprecia en su justo contexto como un relato filosófico e ideológico conciso. Garvin nunca piensa en complacer, sino –más bien– en sacudir la inercia de un colectivo engañado por muchos (demasiados) gobiernos corruptos. Por otro lado, mientras que para muchxs artistas la tragedia de un huracán categoría 5 es sinónimo de dinero y aplauso público; pintando, por ejemplo, paisajes blandos con árboles azotados por el viento y la lluvia, o plasmando sobre un canvas una colosal fila de personas cargando envases de gasolina sin más; para Garvin es todo lo contrario. Es signo de compromiso, investigación y fiscalización. Su arte no busca acomodarse a espacios domésticos, más bien busca infiltrarse en cada hendija que la indiferencia deje desprotegida.
Importantes intelectuales del país han escrito sobre el trabajo del artista, como Lilliana Ramos, Nelson Rivera, Rubén Moreira, Laura Bravo o Teresa Tió, entre otrxs muchxs; lo que me coloca en una situación relativamente incomoda, pues no soy ni analista/especialista, ni académico. Sin embargo, lo que me mueve a escribir sobre Garvin, más allá de ser un artista indispensable en la plástica puertorriqueña contemporánea, es una amistad de 20 años. He sido testigo directo de su evolución en el tiempo, la confección de sus ideas y la ejecución de muchas de sus obras. A pesar de que tenemos nuestras inofensivas diferencias teóricas, estéticas y filosóficas, es un artista que siempre está dispuesto a escuchar, aunque termine aferrándose a la inmutabilidad de sus principios ideológicos. Garvin es uno de esos artistas que nunca descansa, buscando siempre la impecabilidad de sus ideas hasta llevarlas a la más prístina reflexión visual. Su producción es tan fértil y amplia, que no puedo imaginar cuántos espacios expositivos se necesitarán cuando se conciba una retrospectiva de su trabajo, sobre todo la obra tridimensional, que tiene tanta fuerza como su trabajo gráfico.
Algunas obras que –en lo personal– considero como ejecuciones maestras irrefutables son: Serie: Icor y humores de una vida, 2009 (Colección Museo de Arte de Puerto Rico), Juan Pantaleón Avilés de Luna Alvarado, 2010 (Colección Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico), Gentrification Glitch, 2014 (Colección Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico), Pacto de Dolor, 2016 (Colección Privada), Sin título (Trampa para oso), 2014 (Colección del artista), No a las cenizas #peñuelas, 2016 (Colección del artista), de la serie Comedor: Comedor 1, 2017 (Colección del artista), COFINA devorando a Puerto Rico, 2017 (Colección del artista), Intermezzo, la nave al garete, 20017 (Colección Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico), ¡Alto! a los crímenes de odio, 2016 (Colección del artista) y Ni una más, 2019 (Colección del artista).
No cabe duda que Garvin se ha ganado un sitial en las artes plásticas puertorriqueñas, uniéndose a demás, a la excelsa lista de algunxs de sus más distinguidos compueblanxs, como:
Miguel Pou, Horacio Castaing, María Luisa Penne, José Alicea, Ana Bassó Bruno, Olga Albizu, Rafael Ríos Rey, Epifanio “Fano” Irizarry, Elizam Escobar, Julio Micheli, Diógenes Ballester, Margarita Sastre De Balmaceda, Carlos Collazo, Wichie Torres, Carlos Rivera Villafañe y Jeannette Blasini.
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*Pueden leer más sobre el artista en 80grados:
De bebés y obras de arte por Nelson Rivera
Cuando llegue a joven por Antonio Martorell