Yo es otro: los autorretratos de Adál
Uno de los primeros autorretratos que se conocen en la historia del arte es el de Alberto Durero como un gentil hombre, realizado en el año 1498. El artista no se representa a sí mismo pintando, ejerciendo su oficio, sino que se representa como un hombre guapo, vanidoso y elegante, con conciencia de su individualidad. Se trata de un retrato propio del Renacimiento donde el espectador tiene la certeza de que lo que está viendo es una imagen fidedigna del Durero, de su aspecto físico y de su trasfondo psicológico. Sin embargo, en el mundo de la representación, un autorretrato es, más que ningún otro género, un asunto de ficción, así que debería asaltarnos la duda y preguntarnos si Durero era en realidad tan guapo y tan gentil.
Durante mucho tiempo, la pintura y después la fotografía se han empeñado en hacernos creer que el retrato es una representación fiel de la realidad y cómo no, de la identidad del sujeto representado. Pero, al mismo tiempo, ha sido precisamente la fotografía y, en especial el autorretrato fotográfico, el medio que ha permitido profundizar en la idea del yo como otro, del yo como personaje.
Adál (con el acento que le regaló Lisette Model) desde muy joven descubrió que la magia de la fotografía le permitía hablar de sí mismo y de su identidad reaccionando a los clichés que se tenían en el NY de los años 70 y 80 sobre “lo puertorriqueño”. Se vistió como un dandi, con un smoking, impecablemente peinado y mostrándose como un gentilhombre contemporáneo. Son autorretratos cuya imagen se convierte en icónica y el sujeto se transforma en objeto tal y como concluía Barthes. Para realizar estos autorretratos, Adál piensa y luego dispara.
En 1974 el artista realizó uno de sus autorretratos más atractivos y enigmáticos: Memorias olvidadas. Se trata de un espejo colocado sobre una chimenea en el que se refleja una lámpara con una sola bombilla y un sombrero canotier. Encima de la chimenea unas manos escriben en la página de un cuaderno un texto y en la otra página aparece, como en un juego de cajas chinas, el mismo cuaderno dentro del cuaderno, dentro del cuaderno, dentro del cuaderno…el infinito. La presencia del espejo nos da una pista esencial sobre el dilema entre la presencia física y la existencia. La lámpara con una sola bombilla nos remite a un espacio sagrado, íntimo, en el que el artista no está físicamente, pero sí está su existencia y su memoria (el texto es un poema apasionado que escribió a los 14 años). En este espacio no hay maquillaje ni máscaras, hay una pulcritud enfatizada por el impecable blanco de las paredes y de la chimenea que nos atrapa de forma irremediable.
Los autorretratos de Adál atraen al espectador porque utiliza recursos estéticos que nos resultan inevitables y nos remiten a los maestros antiguos, como Leonardo, los artistas de las vanguardias históricas, como Magritte o el cine expresionista alemán y las películas de Frizt Lang. Leonardo, en su Libro de notas, recomienda iluminar los rostros con un mayor brillo que el que tienen naturalmente, la luz nunca debe deslumbrar y el equilibrio con las sombras debe darle a la imagen atractivo y suavidad. En Conceptual Jíbaro Art percibimos este equilibrio de luces y sombras en una representación icónica del artista, en la que el plátano adquiere una presencia irónica y surreal que nos hace recordar El hijo del hombre de Magritte, convirtiéndose en un guiño evidente sobre la identidad puertorriqueña.
Su tendencia a la narración adquiere un papel protagónico en varios autorretratos y de manera muy explícita en When Governments Engage in Cereal Murders. Estamos ante una escena de una película de cine negro en el que el asesino (“los gobiernos”) mata al protagonista en una bañera. Adál introduce las palabras –en ésta y otras fotografías- como un elemento de juego, de doble sentido, como un canal básico para comunicar al espectador el contenido de la obra. Algo en apariencia inocente, como una caja de cereales, se convierte mediante las palabras y su pronunciación en inglés (cereal/serial) en un objeto mortal.
El lenguaje cinematográfico vuelve a ser enfático en Autobiographical Art. La poderosa sombra del perfil del artista se proyecta sobre uno de los dos lienzos que lo enmarcan, como en una especie de homenaje a la pintura y a su nacimiento mítico. Recordemos que Plinio el Viejo cuenta que la pintura nació una noche a la luz de una vela: Una joven corintia, hija de un alfarero, dibujó el contorno de su amante dormido que se reflejaba en la pared. Quiso así capturar la imagen del amado antes de que éste partiera a la mañana siguiente. En este autorretrato, Adál, seduce al espectador con una imagen desasosegante en la que dos cartuchos de dinamita harán explotar su cabeza atrapada en sombras. El espacio claustrofóbico construido con luces y sombras y diagonales, como en una escena tomada de una película del expresionismo alemán, nos sumerge en un ambiente siniestro en el que hay un destino inevitable.La Satiric Mambo Dancer es un particular homenaje a un fotógrafo esencial del siglo XX, el húngaro André Kertész y a una de sus más famosas fotografías: Satiric Dancer. La cabaretera Magda Förstner se convierte en la fotografía de Adál en una bailarina de Mambo y la escultura de Beöthy pasa a ser el propio Adál convertido en maestro de baile.
Un recorrido detenido por los autorretratos de Adál es una cita ineludible para comprender la obra total del artista, ya que contienen las claves de su mirada y de su universo estético a la vez que nos conducen hacia un complejo viaje por la historia de la fotografía.