Ante el espejo nuclear
Allí estaba de repente aquella mujer de facciones misteriosas con la que me han confundido en varias ocasiones, como una aparición en el tren subterráneo entre Manhattan y Brooklyn. Yo sabía que existía porque me la han mencionado muchas veces y durante años tuve la ilusión de encontrármela, pero pensé que eran cuentos de la gente, que a menudo exagera tanto. La reconocí de inmediato porque me pareció verme a mi misma entrando al vagón en el que ya me encontraba sentada y, por un breve instante, sentí que partí junto a una especie de alma gemela por un túnel veloz de simetrías dinámicas. Desprevenida, deslizó con ojos sonrientes unos lentes oscuros por su tabique largo y reveló un rostro esculpido en ángulos; fue entonces cuando nos clavamos una mirada de espejo, perturbadora y fascinante. Idénticas no somos, pero sí podríamos pasar por hermanas, incluso gemelas, nacidas en dos hemisferios opuestos del planeta: ella asiática y yo latinoamericana, por inconcebible que parezca. El tiempo se curvó e hizo interminable aquel túnel. Permanecimos inmóviles, como petrificadas, atisbando a la otra con el rabo del ojo. Al menos así quedó grabado el recuerdo del encuentro en mi memoria, como un silencio elocuente que se hizo eterno hasta el ding dong, la apertura de las puertas y la despresurización de la cápsula tras el cruce del East River. Mi otra mitad, perfecta como una paradoja, saltó como una liebre sin mirar atrás, y yo me despedí con una breve venia que me sacó del trance en la estación de la calle York.
No supe interpretar el signo. Pensé en nuestro encuentro por horas e incluso consigné unas breves líneas en mi diario. Pero no fue hasta que mi marido me despertó en la madrugada del sábado 12 de marzo del corriente, días después, con la noticia del terremoto en Japón, y ya luego cuando nos fuimos quedando desarmados ante las imágenes del tsunami a lo largo del fin de semana, que me percaté del carácter del suceso. Había sido una especie de premonición, una de las ocasionales entregas que me llegan desde otro lado y que rara vez logro interpretar con lógica a tiempo. Pronto se fue templando el pánico en la planta nuclear Fukushima Daiishi y se desdobló como un gran un origami la debacle. Recuerdo que salimos a comprar el iPad2 ese fin de semana, y en él vimos las noticias en tiempo real, como películas animé en la tableta de ciencia ficción. Mientras presentaban lo que parecía el reporte del fin del mundo, me preguntaba cuándo es que iban a aparecer los Transformers para salvarnos a todos.
En resumidas cuentas –y como todos saben- no aparecieron nunca. El terremoto y tsunami Tohoku desencadenó una crisis nuclear que se estima superó a Chernóbil y su efecto dominó ha dejado una larga fila de fichas que sigue y seguirá cayendo estrepitosamente. Por mucho que el gobierno japonés trató de dorar la píldora, el desastre fue de un 7, el máximo en la escala internacional de eventos nucleares, y se sabe que el proceso de limpieza se extenderá por décadas. Ante los ojos incrédulos del mundo, los japoneses demostraron que ni siquiera ellos, maestros de la tecnología, son capaces de enfriar la papa caliente de la energía nuclear.
Esta semana pasada –mientras me encontraba de nuevo en el tren- leí un reporte del New York Times que cuestiona el futuro de la energía nuclear a la luz de los acontecimientos de este año en Japón. Resulta que a raíz de la tragedia nipona en los pasados seis meses se ha dado un frenazo sin precedentes, insuficiente pero significativo: en Alemania la canciller Angela Merkel ordenó el cese de operaciones de los reactores más antiguos de su país y en Suiza ocurrió algo muy similar. China ha disminuido en una cuarta parte sus aspiraciones de producción para el 2020, pero de todos modos se prepara para producir unas cinco veces más de lo que genera hoy día. Italia se reafirmó en su postura anti nuclear, luego de que estuvo coqueteando con el tema. Y países como Venezuela e Israel, que tenían serias aspiraciones nucleares, están dando señales de un cambio radical de perspectiva. En Japón, como es obvio, la salida de carrera ocurrió de modo forzoso en los meses posteriores al desastre, con una merma de aproximadamente dos terceras partes de la capacidad nuclear. Y en Estados Unidos, el mayor productor del mundo, sólo 4 de 33 proyectos nuevos tienen luz verde en éste momento.
Sin embargo, la Asociación Nuclear Mundial (WNA, por sus siglas en inglés) predice un aumento del 30% en la capacidad generatriz mundial durante la próxima década, y de un 66% para el 2030, gracias a un incremento que ocurrirá en China, India, Corea del Sur y Rusia; y que en efecto opacará la reducción productiva de Alemania, Francia, Reino Unido y Estados Unidos.
Esta vez levanté la cara y ví mi propio reflejo en la ventana del vagón, que se movía vertiginoso por la negrura del túnel. Recordé a mi otro yo: aquella asiática inverosímil pero cierta y a las miles de almas que siendo todas distintas somos a fin de cuentas el calco de una sola, repetida infinitamente. Recordé a los vivos y a los muertos, a los que están por nacer, y me pregunté directamente: ¿Cuántas otras catástrofes hacen falta para disuadir a neófitos y veteranos de la nefasta carrera nuclear? Entonces me sentí como una hormiga.