Cuentas del Alma
Cuentas del alma, no se acaban nunca de pagar, ¡no se acaban nunca de pagar!
–Rubén Blades
3 de septiembre de 1992 (Fort de France, Martinica)
La Sala Grand Carbet, repleta, hizo silencio, un taco se atravesaba en cada garganta de los allí presentes. Rubén restregaba con fuerza una toalla en su cara, intentaba hablar y las más impertinentes lágrimas lo impedían. Se retiraba, respiraba hondo… regresaba al micrófono, “Cuentas al Alma es una canción dedicada a mi madre”, explicaba con la voz entrecortada a una concurrencia que apenas entendía español. El público respondió, por instinto del alma, con un emocionado aplauso, y se hizo la música.
6 de octubre de 1992 (Buenos Aires, Argentina)
Blades está enfermo, le diagnosticaron angina roja y ordenaron silencio y reposo, nada de hablar, menos aún cantar. Con su garganta inflamada me pide que atienda a unos amigos de Mercedes Sosa que vinieron de la provincia de Córdoba solo para verle.
Conozco al cordobés en el lounge del hotel bonaerense. Es flaco, de barba desaliñada y tez de indio pampero, debe rondar por los cuarenta y anda con dos muchachos con pinta de estudiantes universitarios. Todos tienen la misma mirada inofensiva y noble que revela que no le han hecho daño ni a su sombra.
Las mesitas de la sala hotelera son del tamaño justo para dos tragos, así que pegamos tres y pedimos cuatro cafés. Me dirijo al cordobés y le doy la mala noticia, “mira, Rubén está enfermo y me ha pedido que les atienda porque sabe que tienen un viaje largo por delante. ¿Desean tomar otra cosa, algo de comer?”
Los tres argentinos sacudieron las cabezas al unísono mirando al piso, como si les hubiera ofrecido algo ilegal. El cordobés me dio una palmada en el hombro y respondió, “no hermano gracias”, se movió inquieto en la silla, se acercó y continúo preocupado, “¿cómo está el hombre, anda muy mal? Solo queríamos hablar de su música, sabés, soy maestro de percusión y estos son estudiantes de música. Para nosotros Rubén y su música son una inspiración”.
¡Esa fue la señal para que aquellos tres personajes con mirada de ángeles dispararan toda clase de preguntas! ¿Cómo compone Rubén, la música primero y la letra después o al revés; porqué hace esto o aquello, qué es un jai-bol, qué quiere decir en esta o aquella canción… Cada tema los animaba, los empujaba a continuar un intenso interrogatorio con el principal sospechoso ausente.
Como en otras entrevistas había oído a Rubén contestar el 90% de los asuntos, los iba respondiendo en automático, como el autor.
Uno de los muchachos aprovechó una pausa y preguntó, “¿por qué en Cuentas del Alma, dice que su papá le abandonó, si en el concierto de hoy lo mencionó con cariño, como si nunca se hubiera marchado?”
Comienzo la respuesta en automático… mira, Rubén no compone sobre alguien en particular sino sobre situaciones. Los personajes de sus canciones no son un sujeto en específico, sino gente que vemos todos los días, que no tienen un nombre peculiar, pero que pueden condensar una experiencia. Cuentas del Alma es una canción dedicada a su mamá, quien por cierto falleció hace casi un año. Lo que trata de comunicar, además del retrato del abandono de una mujer con sus hijos, es todo lo que le debemos a nuestros padres y no nos percatamos hasta muy tarde. Entonces tratamos de recuperar ese tiempo, de pagar esas cuentas… y hasta ahí llegué, porque perdí la voz ¡No podía hablar!
El cordobés me ofreció una servilleta y solo entonces me percaté de que lloraba a lágrima tendida.
¡No lo puedo creer! ¿Qué estoy haciendo?, ¡Esto es un espectáculo, qué vergüenza! Me seco el lagrimaje y me excuso con los tres argentinos que también estaban a punto de echarse a llorar. El más joven me pide perdón por la pregunta y le respondo que no tiene que excusarse, que me perdonen a mí por hacerlos sentir mal. Y así estuvimos un rato, intercambiando excusas por algo que no podía explicar.
Cada vez que intentaba hablar, las lágrimas saltaban, me enmudecían, Cuentas del Alma son…
Sentí un golpe en la sien, un escalofrío súbito y fugaz. Mi voz regresó y apenas pude mascullar con claridad: “es que mis padres ya murieron y son muchas mis cuentas con ellos.”
Ya no ofrecía resistencia al llanto ni me importaba que hotel entero descubriera mi descontrol. El cordobés me pasó con discreción y pena otra servilleta, mientras los muchachos seguían mirando al piso.
Tenía que recomponerme y lo hice. Repetí mil excusas y me regañé hasta convencerme de que ya era suficiente, no podía cagarla más.
Entonces, adopté la pose de road manager interesado y les pregunté si habían disfrutado el concierto de esa noche. Los argentinos levantaron la vista y comenzaron a hablar de su provincia y así establecimos un acuerdo no pactado… no mencionamos más el tema de la canción.
Rubén llegó de imprevisto y pidió un café. Los cordobeses lo mataron a preguntas y Blades les respondió a tres por una, como acostumbra. La palabra “cuentas” no se mencionó ni para pagar lo que debíamos.
Ya era tiempo de tomar el autobús de regreso a Córdoba, y los provincianos se marcharon con sus caras de serafines satisfechos, con autógrafos y dedicatorias en cada uno de sus 20 cassettes. Acompañé a Rubén al ascensor y nos despedimos sin hablar.
De regreso a mi cuarto tomé el camino largo, por la acera que bordeaba el hotel. Iba pensando en la buenura de los cordobeses, quienes de seguro comentarían mi escena en el lounge durante su largo viaje de retorno.
El viento del agonizante invierno porteño hacía que agachara la cabeza, que el mentón buscara refugio tibio en algún rinconcito de mi abrigo. Fue entonces que sentí un frío intenso en las mejillas y descubrí que otra vez lloraba, pero ahora –¡por fin!—sabía por qué. “Son las cuentas del alma… mis cuentas del alma”.
*Versión reeditada, de la publicada En Rojo, diciembre de 1992.
Hay varios vídeos musicales de Cuentas del Alma, pero este está exquisito, en vivo, buen sonido con un solo memorable de Oscar Hernández en el piano, Robbie Ameen inspirado en la batería y un afinque brutal de los Seis del Solar. Rubén canta muy emocionado y termina gritando ¡Vieja!