Egipto entre revolución y contrarrevolución
Durante interminables y asfixiantes jornadas, en un tenso clima, Egipto ha retenido su aliento. Esperaba la proclamación de los resultados de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, retrasada hora tras hora. Bajo un sol de plomo, a pesar de las dificultades para elegir, en orden y bajo la supervisión de jueces, los electores habían depositado su papeleta en la urna, tan numerosos como en la primera vuelta. Los colegios electorales habían permanecido abiertos hasta las 22 horas del 17 de junio para permitir a todos cumplir su deber. Pocos incidentes habían sido señalados. El vencedor debía ser proclamado oficialmente el miércoles 20 y los resultados que se daban por la noche confirmaban que Mohammed Morsi, el candidato de los Hermanos Musulmanes, apoyado por numerosas fuerzas de la revolución, había ganado. La asociación independiente Jueces por Egipto, que había supervisado el escrutinio, ratificaba su victoria.
Sin embargo, rápidamente, la atmósfera se volvió más pesada. El adversario de M. Morsi, el general Ahmed Chafik, presentó recursos ante el Comité Superior para el Control de las Elecciones Presidenciales, que decidió atrasar la publicación de los resultados. Paralelamente, los medios, dirigidos por los mismos hombres que en tiempos de Mubarak, repetían rumores y desinformaciones, explicando que los Hermanos habían atiborrado las urnas, que habían perdido, ¡que preparaban una insurrección armada! En realidad, la decisión no estaba ya ni en las manos de los electores ni en las del autodenominado Comité de Control, sino solo en las del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA) que intentaba medir las consecuencias de una victoria que había intentado evitar. Había puesto todo su peso tras el general Ahmed Chafik, el último primer ministro de Mubarak y parte de la camarilla de hombres de negocios (y de oficiales) que tenía al país bajo su control desde hace dos decenios.
El 2 de marzo de 2011, en un debate que ha quedado en la memoria, entre A. Chafik, aún primer ministro, y el escritor Alaa Al-Aswani, el autor de la inolvidable El edificio Yacobián: una novela sobre un inmueble de El Cairo y las vidas de sus habitantes, este último había aportado numerosos documentos que confirmaban la corrupción de Chafik, obligándole a dimitir. Representante de lo que se llama aquí los fulul, los “restos” del antiguo régimen –los ci-devant (antiguos nobles), como se decía en tiempos de la revolución francesa–, ha reunido alrededor de él al “Estado profundo”, que había adoptado un perfil bajo tras la caída del dictador y que lucha ahora con energía por la reconquista de todos sus privilegios. A quienes no han olvidado nada, ni nada aprendido.
Finalmente, tras largas dudas, el CSFA debía plegarse el 24 de junio y M. Morsi fue proclamado vencedor; anunciaba su dimisión de la Hermandad y del Partido de la Libertad y de la Justicia (PLJ) y afirmaba su voluntad de ser el presidente de todos los egipcios. Por primera vez en la historia del Egipto republicano, un civil se convierte en presidente. Para comprender este giro, basta con pasearse por las calles de El Cairo y escuchar a los egipcios, particularmente a los jóvenes: cualquier que sea su opción, no quieren ya que el poder esté confiscado, quieren tener su palabra que decir, quieren que su opinión cuente. Es la generación de la revolución, la que se moviliza en cada ciudad e incluso en cada pueblo. La hora de las dictaduras militares ha pasado. Estos jóvenes que festejan la victoria de Morsi, llevando a veces máscaras de Anonymus, bailando ritmos endiablados, llevando en triunfo a un copto -con su gran cruz- que se felicita de la derrota del general del antiguo régimen, se parecen poco a hordas barbudas dispuestas a invadir el mundo civilizado.
Sin embargo el débil margen de la victoria de M. Morsi, a penas 1 millón de votos, frente a un candidato que representa a este orden antiguo contra el que el pueblo se levantó a comienzos de 2011, dice mucho sobre el rechazo que suscitan los Hermanos Musulmanes en una parte de la población y sobre las contradicciones de la transición en curso.
Los resultados de la primera vuelta de las presidenciales habían provocado un shock en el seno de las fuerzas revolucionarias. En el codo a codo, pero no obteniendo cada uno más que un cuarto de los votos, M. Morsi, que había llegado ligeramente a la cabeza, y el general Chafik. Luego, Hamdin Sabbahi, candidato poco conocido de tendencia nasseriana, reunía más del 20% de los sufragios -como aquí nada es sencillo, él y su partido se habían aliado a los Hermanos para las legislativas. En cuanto al cuarto, Abul Futuh, obtenía el 17,5% de los votos. Juntos, los candidatos cercanos a la revolución, Sabah, Futuh y algunos otros reunían cerca del 40% de los votos, pero se encontraban eliminados del escrutinio.
¿Cómo reaccionar? ¿Qué hacer en la segunda vuelta? Para el escritor Al Aswani, un crítico virulento de los integristas, la opción estaba clara: “No estamos con Morsi, apoyamos la revolución”. Una posición que explicitaba el editorial de Mostafa Ali:
“De forma trágica, ciertas fuerzas favorables a la revolución describen de forma errónea una organización conservadora y vacilante como los Hermanos Musulmanes, que han traicionado más de una vez los objetivos de la revolución (y podrán hacerlo de nuevo en el futuro) como fascistas religiosos. Y asimilan así a esta fuerza que se ha comprometido de forma oportunista con el antiguo régimen al actual régimen que intenta destruir el conjunto de la revolución”.
El espectro de un Estado teocrático impuesto por los Hermanos acosa a algunos. Sin embargo, para la mayoría de las fuerzas revolucionarias, el ejército y el antiguo régimen, que guardan el control de lo esencial de las palancas del poder, son las fuerzas que hay que derrotar, contra las que se ha creado un frente común el 22 de junio. M. Morsi, rodeado de partidos implicados en la revolución, de figuras simbólicas como Wael Ghonim o Al-Aswani, se han implicado en una plataforma común de lucha contra el CSFA y en particular sus decisiones de las semanas que han precedido a las elecciones.
“Hemos cometido un error grave tras la caída del presidente Mubarak: aceptar dejar el poder en manos del CSFA”. Estamos a 14 de junio y Abul Futuh, candidato desgraciado a la elección presidencial, acaba de aprenderlo: la alta corte constitucional ha declarado ilegal la ley que había permitido las elecciones del Parlamento, lo que conlleva su disolución. Además, acaba de abolir la ley que prohíbe a las personalidades del antiguo régimen presentarse a las elecciones, y ha autorizado al general Chafik a concurrir para la segunda vuelta de las presidenciales, los días 16 y 17 de junio.
En Egipto, se ha dicho, nada es sencillo. Durante esos días de crisis. Sabbahi efectúa el (pequeño) peregrinaje (omra) a La Meca y se mantiene en un prudente silencio, no tomando posición por ninguno de los dos candidatos que han quedado en liza. Marcado por su ideología nasseriana, le repugna criticar al ejército.
En cambio, Abul Futuh, un antiguo dirigente de los Hermanos Musulmanes, intenta edificar un amplio frente contra los militares. En sus sesentas (un “junior” en el contexto político local), carismático, desprende una energía desbordante. Mucho tiempo presidente del sindicato de médicos, ha sido encarcelado en numerosas ocasiones, durante largos años. Marginado por la Hermandad que le consideraba demasiado liberal, ha participado de forma activa en toda la epopeya de Tahrir y ha adquirido allí una gran autoridad, particularmente entre los jóvenes de la Hermandad. Muy pronto, anunciaba que se presentaría a las elecciones presidenciales y se comprometía en un programa de reformas democráticas del país, de un estado civil, de igualdad entre hombres y mujeres, de una igualdad de los ciudadanos que autorice en particular que un copto sea elegido presidente de la República. Ha unido a su alrededor a una amplia coalición de tendencias y de personalidades -una de sus consejeras económicas es marxista-, y obtenido también el sorprendente apoyo para la primera vuelta de las presidenciales de los salafistas, inquietos de una hegemonía de los Hermanos Musulmanes en la escena política. En Egipto, nada es sencillo.
Para Abul Futuh, como para muchas otras fuerzas, la opción de la segunda vuelta estaba clara: bien la vuelta del antiguo régimen con el general Chafik, bien un paso adelante con la elección de un candidato civil y en la lucha por “la caída del poder militar”.
En las semanas precedentes a las elecciones presidenciales, el CSFA había lanzado una ofensiva para consolidar su control institucional. El 4 de junio, el ministerio de justicia ha ratificado el derecho de los militares a detener y juzgar a civiles. Tras el sobreseimiento, durante el proceso de Mubarak, de importantes cuadros del ministerio del interior, responsables de la muerte de centenares de manifestantes, numerosos policías acusados de haber disparado sobre manifestantes han sido blanqueados.
Tras el veredicto del 14 de junio, el CSFA ha retomado en sus manos el poder legislativo que había cedido al Parlamento y ha adoptado una declaración constitucional adicional que pone al ejército al abrigo de toda “injerencia” de los civiles y limita el poder del futuro presidente. Se ha arrogado también un derecho a fiscalizar la redacción de la futura constitución.
Paralelamente, el “Estado profundo” ha proseguido su acción a favor del general Chafik, movilizando todo lo que le queda como medios, y son numerosos: medios a sus órdenes -incluyendo a menudo los calificados como independientes, en manos de hombres de negocios ligados a los círculos del poder-, intelectuales del antiguo régimen, pensadores “liberales” movilizados contra la dictadura islámica, pero silenciosos en lo referido a la de los militares. Todas las mentiras, incluso las más estrafalarias, han sido buenas para desacreditar a los islamistas: en el parlamento tunecino, habrían hecho adoptar el restablecimiento de la poligamia; Morsi habría decidido privatizar la compañía del canal de Suez, símbolo desde su nacionalización por el presidente Gamal Abdel Nasser en 1956, de la independencia de Egipto; los Hermanos habrían acumulado armas, querrían transformar el ejército según el modelo iraní, iban a restablecer el impuesto especial (jaziya) sobre los coptos, iban a cerrar los cines y los teatros, etc. Una de las fábulas más espectaculares, y que ha dado la vuelta al mundo: el Parlamento habría contemplado una ley que permitiera a un hombre tener relaciones sexuales con su mujer en las seis horas que siguen a su defunción. Como en tiempos de Mubarak, o de los otros dictadores árabes, “Nosotros o los islamistas” sigue siendo la consigna de todos los del antiguo régimen, que buscan el mantenimiento del orden establecido.
Hay que reconocerlo, esta propaganda ha dado sus frutos: más de doce millones de egipcios han votado, en la segunda vuelta, por un candidato del antiguo régimen, cuando no son todos, lejos de ello, favorables a una marcha atrás. Los Hermanos Musulmanes tienen su parte de responsabilidad, como testimonian sus resultados electorales: mientras que Morsi había obtenido en la primera vuelta 5,7 millones de sufragios, su partido había conseguido casi el doble en las elecciones legislativas de finales de 2011 y comienzos de 2012.
La Hermandad paga sus errores y sus tergiversaciones entre la revolución y el ejército. Fuertemente reprimidos bajo el régimen de Mubarak, los Hermanos solo comenzaron a participar en las manifestaciones el 28 de enero de 2011, tres días después del comienzo de éstas, aunque sus militantes más jóvenes estuvieran en las barricadas desde las primeras horas. Jugaron un papel activo durante el pulso que opuso la calle a Mubarak y contribuyeron en gran medida, por su organización, a la resistencia frente a las ofensivas de la policía.
Tras la caída del rais, esta organización fundamentalmente conservadora en sus orientaciones, ha buscado un terreno de acuerdo con el CSFA. Se ha disociado de los jóvenes manifestantes, particularmente en noviembre de 2011, cuando los enfrentamientos con el ejército en El Cairo provocaron una cuarentena de muertos. Los Hermanos, deseosos de que las elecciones legislativas se celebraran a cualquier precio, denunciaron “actuaciones irresponsables”, lo que numerosos jóvenes no les han perdonado.
Habiendo logrado una amplia mayoría en el Parlamento, han dado pruebas de una voluntad hegemónica que les ha hecho perder muchas simpatías. Y la decisión, a pesar de sus compromisos anteriores, de participar directamente en las elecciones presidenciales ha avivado los temores. Fahmi Howeidy, un editorialista respetado de tendencia islamista, cuyos artículos son difundidos por todo el mundo árabe, ha criticado severamente esta entrada en la batalla presidencial. Pero piensa que las responsabilidades de los callejones sin salida del período precedente son compartidas: “En el Parlamento, los liberales y los demás partidos han rechazado toda propuesta de los Hermanos de presidir comisiones. Han jugado al fracaso, cuando la asamblea ha tomado medidas positivas: reforma del bachiller, transformación del estatuto de 700.000 trabajadores en precario, salario máximo, etc.”. Para él, la batalla en Egipto no opone a laicos y religiosos, sino a partidarios del antiguo régimen y de la democracia.
Aceptando, el 22 de junio, la creación de un frente con las fuerzas revolucionarias, los Hermanos han tomado nota de su aislamiento. Se han comprometido a combatir al poder militar, en particular demandando la derogación de la declaración constitucional adicional y la vuelta del parlamento elegido. Ahora que su candidato es presidente, ¿no buscarán entenderse de nuevo con el CSFA? ¿Cuáles serán las modalidades de redacción de la nueva constitución? Las preguntas siguen planteadas, pero el 24 de junio marcará, en cualquier caso, una etapa importante en la historia de Egipto y de la liquidación del orden antiguo, particularmente del dominio sobre la economía de una camarilla corrupta.
*Original publicado en Le Monde Diplomatique
Traducción: Faustino Eguberri