El pato que nos libera
¿Es la escritura de Manuel Ramos Otero escritura queer o gay? Para mí es más que eso. Es el mejor escritor de su generación en términos generales. Esto es así porque se inventó un modo de contar historias –en diálogo con Julio Cortázar y el bolero– que hablaban del tema pero no eran sobre el tema sino sobre otra cosa. Nada en el mundo se da en un contexto de absoluto aislamiento y los modos de percibir de la gente tienen sus razones histórico-culturales. Será por eso que me gustó tanto La abolición del pato, de Larry La Fontain-Stokes.
El libro se puede leer como un diálogo feliz con La patografía, que Ángel Lozada publicara en los años 90. Comencé a leer el libro y me gustó tanto que me lo llevé a mi clase de Introducción a la literatura latinoamericana II, y les leí el primer capítulo, titulado “Preludio en boricua patas-atrás (pequeño cuento de hadas)”. No se me ocurría que hubiera algo mejor para resumir lo que se cubre durante el primer semestre, hasta el modernismo. El tono está perfecto para mantener el interés del estudiante, para que se entere que leer y escribir es divertirse, que los temas que discutimos no son viejeras inmamables sino asuntos que tienen la mayor vigencia. Así me sentía yo performera, igual que Larry, porque el libro es una colección de cuentos que a su vez se puede leer como una colección de performances que ha hecho Larry en distintas ocasiones, luego coleccionados con asuntos añadidos en forma de libro. No sé si fue así que nació el libro. Lo que estoy diciendo es que el libro, siendo Larry, además de escritor, académico y, además de académico, performero, está montado sobre una erudición que no es arrogante, sino más bien información útil desde la cual trata el tema tan serio de la violencia en la escritura, los conceptos, las palabras dichas y pensadas y estudiadas y leídas, la violencia de las palabras en la historia de cualquier isla caribeña. Desde ese contexto habla La Fontain. Por ejemplo, “Preludio en boricua” es una cita al primer poema de Tun tún de pasa y grifería de Luis Palés Matos. En ese texto, más allá de “Calabó y bambú” Palés propone una mirada de la explotación colonial de las islas a partir del estereotipo que se vende para el turismo, que incluye también la venta de productos como el café y el azúcar al extranjero, en islas que además tienen entre sus componentes culturales-raciales. Todo esto está dicho desde la parodia y la caricatura. Larry aprende. No se queda atrás y comienza su Abolición del pato con un recuento de las violencias históricas, contadas desde la convención del cuento de hadas, (Había una vez, hace muuuuuuucho, pero que muuuuuucho, muchísimo, réquete muchísimo tiempo–recreo, no copio), que sirve para asumir una máscara de inocencia o para plantear la ironía de que lo que se cuenta en la historia es siempre un cuento para niños.
En el segundo cuento performance titulado “Abolición del pato. (Todo por la letra A)” habla de la A de forma coherente con lo ya dicho, puesto que lo que está detrás de eso es mucho. La A es el aleph de Borges, es una condensación del universo entero. Es la primera letra del alfabeto. La implicación es que las violencias que vivimos son un asunto de vocabulario, de alfabeto. ¿Y si escribiéramos “solidaridad en vez de guerra”? La propuesta es que si le prestamos atención al pato, este nos puede ayudar a abolir. ¿Abolir qué? El juego está ahí, porque “–Pero no es al patito al que hay que abolir, ¡El pato la abolición! ¡Aplauso!” (31). Si en el primer capítulo le presta atención a la historia de la esclavitud en el Caribe y sus consecuencias en términos de exclusión y violencia en el Caribe, en el dos el performance lo hace acompañado de la Dra. Rigoberta Quetzal y de Isabel Chimpu Ocllo, llamando la atención sobre la otra de las violencias mayores en el proceso de colonización y conquista en las Américas.
Los cuentos que siguen son más cuento y menos performance. Cuento de un padre y un hijo cuenta, un tema común en la literatura gay, esta relación, pero luego aclara que: “Este cuento no tiene ni principio ni final, principio tal vez sí, pero habría que remontarse a ciertos parajes remotos allá por el Canadá francés, ciertas partes abandonadas de España, ciertos lugares recónditos del África, cierto lugar indescifrable de la China, cierto libro mal catalogado en una Biblioteca de Babel, cierto escondite en un árbol de algarrobo, cierta pepa, cierta semilla, cierta raíz” (65). Se trata de lo que está escondido en la gran historia que ni nos imaginamos que nos concierne y lo que está escondido en la pequeña historia, que tal vez escondimos nosotros mismos. Es poética esta frase y dice mucho, como la mejor literatura.
Los próximos dos cuentos se proponen como diccionarios que comienzan por la letra A, luego la f. Las definiciones forman un cuento. Ingenioso. De eso se trata la literatura, de reescribir las letras, forzarlas en sus infinitas combinaciones, como un aleph, a decir otras realidades.
En el cuento “Junior, el reggaetón tropical” habla sobre un reggaetonero gay. Me recuerda el personaje –¿De mismo nombre?– en la novela de Pedro Cabiya titulada Trance. En ella un maleante con toda su hombría performativa y machismo, está enamorado de otro hombre de forma obsesiva. Acá se habla de cómo sería si el tan homofóbico género contara con un exponente gay.
En fin, este libro tiene parodia, literatura, clases de historia, poesía, y más. Léanlo.