Huevos rojos y peos químicos
Si usted llega a esas recetas ya pasó por el capítulo 43 del libro y ya tuvo un ataque de risa. Le aconsejo pues que a esa altura del documento haga una pausa y entonces retome la lectura con las recetas de Gerena.
El capítulo 43 en la página 181 comienza así:
A mediados de noviembre de 1968 como a eso de las 11:30 p.m. Carmen Ventura me llamó a la casa para decirme que había atrapado otros dos ratones. Me alegré mucho y le insistí en que no podían ser muy grandes porque esos ya tienen muy desarrollado el sentido de dirección. Los necesitábamos pequeños, pues éstos se vuelven locos correteando por todos lados. Le expliqué también que los alimentara con maíz, los pusiera por el momento en la bañera y que a ésta le pasara aceite en los lados para evitar que escaparan. A la larga tenía que ponerlos en una jaula.
Si hasta aquí no se ha imaginado de qué se trata, usted no es de los nuestros. Va a tener que tomar un cursito en ingenio manifiesto, la respuesta puertorriqueña eterna al destino manifiesto de los gringos. Si el destino manifiesto de Estados Unidos ha sido ser el gran imperio americano, el ingenio manifiesto de Puerto Rico ha sido ser el epítome de la resistencia americana. Como diría Josefina Ludmer, ese es uno de los resultados posibles de las tretas del débil.
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Cada vez que escucho el lamento de que Puerto Rico está perdiendo su mejor talento en un éxodo masivo contemporáneo de jóvenes profesionales, también me río de la ignorancia que tantas veces nos lleva a borrar o desestimar nuestra propia historia.
No pretendo ofender a los jóvenes profesionales que optan por marcharse en busca de mejores oportunidades. Reconozco y lamento su exilio inevitable. Pero para mí, el éxodo del mejor talento puertorriqueño se dio en los años 40 con boricuas desguarnecidos, pero audaces, valientes, resueltos, inteligentes y sobre todo patriotas. Lo sé de primera mano porque mi madre fue una de ellos.
Los talentosos de ahora van con un título, la maleta llena de ropa adecuada para el clima que les aguarda, hablan inglés aunque sea matadito y en la cartera llevan un par de pesos para los primeros días del exilio. Van con contactos que han desarrollado profesionalmente o a través del internet. Cargan con su teléfono celular y probablemente con una computadora con el programa Skype para ver a familiares y amigos cada vez que les entre la depre. Algunos se llevan hasta el perrito. Y se van maldiciendo. Imprecando contra el país que les obliga a marcharse. Nunca responsabilizan a los verdaderos culpables de su exilio. Siempre es “este país” con el que ya no pueden el que les patea.
Los que se marcharon en los cuarenta, obligados también pero desamparados educativa y socialmente hablando, todavía bendicen la patria que los vio nacer si han vivido para contarlo. Y le enseñaron a hijos y nietos a venerarla.
A veces pienso que el rechazo de unos sectores del país a reconocer, estudiar y colocar en el lugar histórico que le corresponde a la diáspora puertorriqueña, tiene que ver con un poco de celos. Aún dentro de la boca del imperio, los puertorriqueños de allá siguen siendo más boricuas en sus cosas y más íntegros en su amor incondicional a Puerto Rico, que los de acá. Menos ilustrados y hasta más charros, si se quiere. Muchos hablan ahora matadito el español. Pero se los echo a cualquiera en puertorriqueñidad. Si Puerto Rico fuera una madre, los querría más y los de acá lo saben.
A los puertorriqueños que en una u otra medida nos consideramos parte de esa comunidad de boricuas en Estados Unidos -de Nueva York, en mi caso– también se nos acusa de ser más agresivos –Puerto Ricans with an attitude. Razones hay de sobra para esa asertividad manifiesta que también suele incomodar al puertorriqueño dulce que gusta de la comparación con el cordero del escudo. Nosotros tuvimos que aprender a sacar las garritas. Y lo hacemos con un gusto que intimida.
El libro del que les hablo es testimonio de todo eso. Se trata de las memorias de cuatro décadas de un activista social, sindicalista y político puertorriqueño que vivió para contarlas a los 94 años de edad. El título es su ficha de presentación: Soy Gilberto Gerena Valentín, memorias de un puertorriqueño en Nueva York. ¡Y qué memorias!
He seleccionado los capítulos 43 y 44 porque sirven para ilustrar lo que quiero: el ingenio y el arrojo que hemos perdido. Las ganas de seguir siendo sin desencantarnos de nosotros mismos y el sentido del humor en las circunstancias más precarias.
Espero que el profesor Carlos Rodríguez Fraticelli, recopilador y editor de las memorias de don Gilberto no se enoje conmigo por haber elegido posiblemente lo más trivial. Pero es que es sabroso.
Sucede que para 1968 se iba a presentar en Broadway el musical Jimmy Shine, de Murray Schisgall, con Dustin Hoffman como protagonista acabado de lograr la fama con la película The Graduate. Jimmy Shine es la historia de la lucha de un artista por sobrevivir en el Nueva York de los años sesenta vista a través de sus relaciones con las mujeres de su vida. Entre ellas había una prostituta, por supuesto, y esa la encarnaría en el escenario… adivinaron, una puertorriqueña. La joven puertorriqueña Carla Pinza lo habría hecho muy bien y sin reparos porque era artista y sabía que para hacer aunque fuera de extra en Broadway, ser puertorriqueña no era la mejor tarjeta de identidad. Si le había caído hacer de prostituta era una suerte.
El problema surgió cuando a Carla se le exigió ser puta en y fuera del escenario y la botaron por no acceder a los reclamos de uno de los productores después de varias semanas de ensayo. Estaban a fines de septiembre y la obra estrenaba, y estrenó, en noviembre.
Carla tuvo la brillante idea de contárselo a Miriam Colón, la gran actriz ponceña – no faltaba más – que ya empezaba a ser un ícono de nuestra comunidad. Miriam a su vez, lo llevó donde lo tenía que llevar: al Congreso de los Pueblos.
Van a averiguar lo que era eso leyendo el libro, pero en resumen era una organización de líderes de la comunidad puertorriqueña que agrupaba sus miembros bajo clubes de sus pueblos de origen. Esa estrategia organizativa fue una de las más exitosas de la comunidad puertorriqueña en el exilio de mediados de siglo pasado.
El Congreso de los Pueblos asumió la defensa de Carla pero no lograron nada con la producción, que había cambiado una puta puertorriqueña por una puta griega. El Congreso decidió entonces piquetear la premier. Y aquí viene lo bueno.
… Además del comité encargado de cazar ratones, teníamos uno para preparar huevos cargados de pintura y otro de preparar peos químicos…
… Miriam Colón era la encargada de…conseguirnos quince entradas: diez de luneta y cinco de balcón… y del comité de Prensa y Relaciones Públicas que incluía reporteros de los periódicos y locutores radiales…
Obviamente los periodistas de entonces sabían bien a quiénes debían sus lealtades. Perdonen la interrupción con el comentario, pero no pude contenerme.
…Debido a que hacía un “frío pelú” creamos una brigada de café caliente. Los comerciantes (boricuas) donaron el café, la leche, el azúcar y los vasos desechables.
…Cuando fuimos a solicitar el permiso para el piquete, la Policía no nos permitió que lo hiciéramos frente al Teatro, sino al otro lado de la acera. No pusimos muchas objeciones porque sabíamos que iba a venir tanta gente que el piquete iba a cubrir la cuadra completa. Así fue…
… Llegó la noche del estreno de Jimmy Shine, que había sido programado para el 5 de diciembre. Ya a las 6:00 de la tarde, la cuadra completa estaba llena de cientos de puertorriqueños con coraje portando sus banderas monoestrelladas. Allí había personas no tan solo de Nueva York, sino de otros estados incluyendo de Nueva Jersey y Connecticut. Además de artistas nos acompañaron sacerdotes católicos y reverendos protestantes. Cuando cerraron la boletería había más de setecientas personas piqueteando. Era tanta la gente que la Policía se vio forzada a cerrar la calle 47, desde la avenida Broadway hasta la Séptima Avenida. Habíamos ocupado dos cuadras y todavía a las ocho de la noche seguían llegando puertorriqueños con sus enseñas. El Departamento de Policía movilizó agentes de casi todos los precintos de Manhattan para custodiar el perímetro porque “those crazy portoricans were mad at somebody”. Allí estaba presente la infame policía montada, lista para tirarnos encima sus enormes caballos de más de 2000 libras cada uno y abrir paso a las limosinas que traían a las damas de sociedad con sus abrigos de armiño y de visón. Estábamos preparados para esa eventualidad. Un grupo de las mujeres entrenadas por Saul Alinsky…
Uyyy, ese señor era nada menos que el papá de la organización moderna de las comunidades en Estados Unidos, autor de aquel libro que se llamaba Rules for Radicals. Otro comentario ineludible.
…llevaban puestos tremendos sombreros sujetos con dos alfilerotes. Su misión era hincar a los equinos en el anca y salir rápidamente del sitio, pues cuando el animal sintiera el puyazo, se pararía en las patas traseras y derribaría al jinete…
…Mientras se estaba llevando a cabo el piquete, 15 puertorriqueños entraron al Teatro diz que para ver la obra… Ensombreradas, perfumadas y bien equipadas, las mujeres se sentaron en luneta. Dentro de sus enormes carteras cada una cargaba dos ratoncitos y luces de bengala. Los varones fueron ubicados en balcón. Al igual que las mujeres, los hombres iban bien vestidos con chaquetas y corbatas…. En sus bolsillos llevaban siquitraques, garbanzos, luces de bengala y peos químicos.
…Afuera teníamos un ataúd pintado de negro que pesaba como 200 libras. Lo cargaban varios artistas puertorriqueños, incluyendo a Bobby Capó, Daniel Santos, Raúl Juliá, Miriam Colón…
…Mientras tanto, al lado opuesto al Teatro colocamos estratégicamente a varios compañeros. Sus instrumentos de protesta eran huevos rellenos con pintura roja…
… Cuando empezaron a apagarse las luces y a abrirse el telón, uno de los nuestros gritó: “!Que viva Puerto Rico!” Acto seguido las mujeres soltaron los ratones y prendieron sus luces de bengala. Los caballeros del balcón lanzaron sus peos químicos, los siquitraques y los garbanzos. El público comenzó a abandonar el teatro mientras varias de las mujeres de sociedad trepaban en las butacas huyendo de los ratones. Desde afuera, los compañeros comenzaron a lanzar los huevos con pintura roja contra el edificio. Algunos se estrellaron contra el letrero luminoso que anunciaba la obra salpicando a los que salían…
… Mientras tanto, según habíamos acordado, Carmen Colón, la secretaria del Congreso, se arrojó al suelo, la arropamos con nuestra enseña y entonamos el himno de Puerto Rico en su versión oficial. “Te vi cuando la empujaste”, gritó alguien a un agente de la policía que se había acercado para dispersar la gente. Las mujeres del grupo le decían a Carmen que se quejara más duro para que pareciera que se había lastimado mucho. Yo demandé que trajeran una ambulancia para llevar a doña Carmen al hospital, mientras le exigíamos al policía, que estaba rodeado por un grupo de nosotros, que nos diera su nombre y número de placa, pues era una práctica de los llamados agentes del orden público quitase la placa en actividades de protesta para no ser identificados cuando cometían sus desmanes…
¡No jodas! ¿De verdad? Otro comentario inevitable. Entonces vinieron los arrestos. Seguimos.
… estábamos preparados para el fichaje. Cuando le comenzaron a hacer las preguntas a los detenidos todos dijeron” “I dont spic inglish”… Finalmente llegó un intérprete. Cuando se comenzó el fichaje, una de las mujeres dijo llamarse María Bracetti y otra Blanca Canales. Los varones… se identificaron como Pedro Albizu Campos y José de Diego.
…Mientras todo esto ocurría, Carmen Ventura que era la changa Maximina, le dijo a uno de los policías: “Amigo, mi pipi”. El entendió que le estaba diciendo que se llamaba Pipi, y le dijo: “So, you speak English”. Doña Carmen me dijo: “Mr. Gerena, dígale a este zángano que lo que yo quiero es ir al baño”. El Policía, que sabía algunas palabras en español, brincó para arriba como ofendido y proclamó: “Me no zángano”…
El resto lo van a tener que leer ustedes. Pero díganme si no es un adelanto sabroso.
He buscado en Google todo lo referente al estreno de Jimmy Shine en Broadway en diciembre de 1968. No debe sorprendernos que no aparece nada de este episodio. Los boricuas que lo vivieron no lo olvidan. Como lo van a olvidar si estuvieron años riéndose del mismo chiste como lo harán ustedes con el rescate de este pedazo de nuestra historia.
Dejando lo divertido a un lado, debo decir que este libro es el tomo perfecto para completar una trilogía necesaria a todo estudio de la diáspora puertorriqueña y que comienza con el libro del periodista y escritor socialista negro Jesús Colón, Un puertorriqueño en Nueva York (1961) y continúa con Las Memorias de Bernardo Vega (1977). Bernardo Vega era un tabacalero de una ola migratoria anterior (1916), pero sus memorias no fueron publicadas hasta 1977.
Me ha tocado el privilegio de traer y presentar en Puerto Rico el libro de don Gilberto, a quien tuve el gusto de conocer en los ochenta cuando mi propio exilio.
Lo publica el Centro de Estudios Puertorriqueños que fue fundado en Hunter College, Nueva York, en 1973 precisamente investigar e interpretar la experiencia puertorriqueña en Estados Unidos.
Espero que muy pronto esté en las librerías. Mientras tanto, confórmense con este adelanto y la viñeta con las recetas de los huevos rojos y los peos químicos que le acompaña.
Las recetas
…Hay que preparar los huevos la noche antes porque si no se hienden. Se sumergen los huevos en vinagre blanco, o cualquier otra clase de vinagre hasta que el cascarón se ponga bien blandito. Con una jeringuilla, se saca la clara y la yema. Enseguida con otra jeringuilla se le echa al huevo la pintura del color que se quiera usar. La de aceite es mejor, pero hay que tener cuidado pues es más pesada que el agua y el huevo se puede romper. Se sella el rotito hecho en el cascarón y se coloca el “huevo” en la nevera. Al rto hay que retirarlo y colocarlo en el cartoncito en que vino empacado el huevo original. Ahí puedes poner una docena de esos huevitos, y listo.
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…Sólo se necesita ácido sulfúrico, zinc y bicarbonato de soda. Se mezclan los ingredientes y se vierte el líquido en una probeta. Aprendí a hacerlos en la clase de química en la escuela superior en Lares. La primera vez que los usé como instrumento de lucha fue durante una protesta estudiantil… Lo usamos para interrumpir una conferencia convocada por el principal de la escuela para anunciar una nueva política escolar. No recuerdo cuál era el motivo específico por el cual estábamos protestando. Solo se que funcionó.