Vértigo político
No hay nada nuevo bajo el sol, reza un viejo adagio con un énfasis de sentencia que dictamina que, a pesar de las proposiciones, nada cambia y todo queda igual.
Hay mucho de eso entre las líneas que arman los discursos políticos que escuchamos a diario y que prometen “grandes” transformaciones a lo realmente existente, tanto en forma como en contenido.
Nadie puede llamarse a engaño. Al repasar el cuadrilátero político que va conformándose en la víspera del evento electoral de noviembre próximo, y el que anticipa contar con más opciones partidistas de lo habitual, resaltan muchos de los viejos problemas de siempre.
Aún desconocemos con certeza el detalle de las propuestas de las nuevas agrupaciones políticas que luchan por agenciarse un espacio en la carrera electoralista. Grupos como el Partido Puertorriqueños de Trabajadores y el Movimiento Unión Soberanista dicen estar listos para debatir sus ideas.
El Partido Independentista Puertorriqueño (PIP), por su parte, ha remozado su papeleta electoral y su candidato a la gobernación, Juan Dalmau, intenta capitalizar la proyección que se ha ganado como líder joven de esa colectividad. Todavía resta, sin embargo, conocer la visión de país que promoverán y, lo más importante, examinar hasta dónde ese “nuevo” liderato pipiolo es capaz de romper las barreras que han hecho de su partido una camarilla exclusiva sostenida en la defensa de principios sacrosantos impertérritos.
Hace tiempo que el independentismo puertorriqueño, en todas sus manifestaciones, superó las fronteras del PIP –así ha quedado constatado en los eventos electorales de los últimos años– abriéndose terreno sólido en otras instancias organizativas, muchas de ellas vinculadas a experiencias sociales con raíces en luchas ambientales, estudiantiles, feministas y sindicales.
Asimismo, los procesos políticos en América latina muestran cómo la construcción de alianzas sobre objetivos estratégicos comunes, sin menoscabar principios básicos, ayudan a construir consensos en un ejercicio democrático de concertación que articula esfuerzos de integración y unidad nacional. De esa experiencia nos resta aprender para superar nuestro estancamiento.
Sobre el Partido Popular Democrático (PPD) hay poco, o nada, que esperar. Atrás ha quedado la opción soberanista que defendió ese partido para abrir paso, por imposición, a una línea de pensamiento conservadora cuyo afán no supera la simple ambición de ganar un evento electoral.
En su desorientada visión política, los pepedeístas asumen que el descontento que ha generado el mal gobierno de su contendor Partido Nuevo Progresista (PNP), implantando medidas severas que han afectado, principalmente, a sectores de clase media trabajadora y profesional, es suficiente para agenciarse un triunfo electoral.
Creen, axiomáticamente, que los electores se volcarán a endosarlos en las urnas por una mera oposición a los estilos autoritarios y al vulgar y desfachatado liderato que encara el gubernamental PNP.
El ambiente político que va develándose, en cambio, dicta mucho de la validez de esa ecuación. Todo apunta que para estas elecciones no basta con atacar al contendiente y mostrar su cara perversa; hace falta algo más que consignas y, en ese renglón, el pepedeísmo ha decaído al asumir un discurso que, frente a su principal contrincante, desvanece su diferenciación ideológica.
La muestra más contundente del vértigo político que oprime al PPD quedó cristalizada en las propuestas esbozadas recientemente por su candidato a la silla de Comisionado Residente en Wáshington.
Refugiado en un juego de sílabas afanadas en persuadir al electorado contraponiendo “el desastre de (Luis) Fortuño y (Pedro) Pierluisi” con “la mejoría y prosperidad” que, desde su guión, dice que representa su candidatura y la de su ejemplar a la gobernación, Rafael Cox Alomar se ha convertido en la antítesis del cambio político puertorriqueño. Su contraste trasluce, únicamente, al interior de su partido entre quienes han defendido la opción soberanista y el sector de conservadores colonialistas.
Cox Alomar se ha erigido como el nuevo portavoz de la subyugación colonial. Nada más senil y retardado en nuestros tiempos que echar mano al discurso de la dependencia para armar una estrategia política. Decir que trabajará para conectar a Puerto Rico con el escenario económico global con el auspicio de Wáshington es irrisible y denota que, contrario a lo que quiere proyectar, no comprende las complejidades del nuevo orden económico mundial diseñado para países competitivos y soberanos.
Olvida el neófito candidato que la soberanía política, en un mundo globalizado, es la opción que permite la inserción de un país en las redes internacionales, más en nuestros tiempos cuando presenciamos el descuartizamiento económico y el desprestigio político que sufre Estados Unidos ante la comunidad internacional.
Ante ese escenario, es burlesco plantear que la propuesta de “salvación” económica de Puerto Rico está en “usar a nuestro favor la plataforma económica global de Wáshington para conectar a Puerto Rico de forma decisiva con el resto del mundo”.
Parece que el bisoño político no ha revisado tan siquiera los informes más recientes del Fondo Monetario Internacional (FMI), en los que se anticipa, por ejemplo, cómo Estados Unidos caerá desbancado ante China, país que se vislumbra como la primera potencia económica mundial al arribo del año 2016, un hecho que ha sido ratificado hasta por la firma de inversores Goldman Sachs.
De la misma manera, clamar porque su función política se centrará en buscar exenciones contributivas para incentivar el desarrollo económico nacional es, como bien señaló el destacado economista Juan Lara en una reciente edición de 80grados, “refugiarse nuevamente en las preferencias exclusivas en un mundo que trata de caminar en la dirección opuesta”.
La dirigencia pepedeísta necesita repasar mejor la colocación de fichas que domina el tablero internacional para corregir su discurso, si es que desean sobrevivir como opción partidista. Alguien debería advertirles que para hacer frente a las necesidades del País hay que hacer mucho más que extender la mano y “exigir” al amo metropolitano paridad de fondos y exenciones.
Esas ideas fosilizadas, que no han sido rebatidas por quienes alegan defienden la soberanía desde el PPD, se confunden con el discurso de la anexión, cuya base filosófica, defendida por los penepés, está anclada en nuestra alegada incapacidad para construir y desarrollar, por nosotros mismos, una base productiva y un modelo social que nos permita avanzar al mejoramiento de nuestras condiciones de vida.
Que nada cambie para que todo quede igual. Ese parece ser el axioma con el que los pepedeístas apuestan a una victoria electoral aunque, si observamos bien el ritmo en el que avanzan las horas, esa ambición no supera el ensueño de una tarde primaveral.