A los universitarios de la clase 2020
Durante el 2016, muchos de los hoy graduandos y graduandas estaban culminando sus estudios escolares con miras a comenzar su vida universitaria. Gran parte de este grupo eran los primeros y primeras personas en su familia que tendrían la experiencia de ser universitarios y universitarias. Durante ese mismo año fue aprobada por el congreso federal la muy mal llamada ley PROMESA. Muy poco podría este grupo que se está graduando imaginar lo que eso significaría para sus carreras universitarias.
Como sabemos, la ley PROMESA creó la Junta de Supervisión Fiscal. Dicho cuerpo antidemocrático ha pretendido, desde una perspectiva sumamente enajenada de la realidad, correr y dirigir los destinos de Puerto Rico. Como parte de ese proceso, ha exigido unos recortes draconianos al presupuesto del sistema de la UPR que han encarecido los costos y hecho más difícil el acceso a la educación universitaria de gran parte de la juventud puertorriqueña. Esto a pesar de que la principal razón para la existencia de la UPR es precisamente, facilitarle el acceso a una educación de excelencia a aquellas personas y grupos que normalmente no la podrían acceder y, de esa manera, lograr una sociedad mejor educada y, por lo tanto, más despierta, más consciente y más crítica. Una sociedad que atienda seriamente nuestras necesidades como un colectivo.
Este grupo de estudiantes decidió enfrentar este primer obstáculo y lo hizo manteniéndose firme en sus deseos de continuar estudiando, pero a la vez convencidos de la necesidad de mantener una universidad accesible para futuras generaciones. Y, estos hoy graduandos, se fueron a la calle en su primer o segundo año de estudios a defender su UPR, su educación y su futuro. Y en el 2017, fueron parte de una huelga estudiantil sistémica que se extendió por dos meses y no solo tuvieron que enfrentar a la Junta de Control Fiscal sino a una administración universitaria que no los defendió y que todavía hoy le sigue el juego a esa junta en vez de hacerle frente con dignidad.
Y como eso no fue suficiente, en septiembre de 2017 estos jóvenes tuvieron que vivir el desastre que nos dejaron las huracanas de Irma y María. Y a pesar de no contar con servicios confiables de energía eléctrica ni agua potable, literalmente sobrevivieron y cuando se les hizo posible regresaron a continuar sus estudios. Y regresaron a una universidad con una administración que no siempre tuvo la empatía necesaria para hacerles saber que son los estudiantes la razón de existir de esta institución. Donde algunos rectores y rectoras, por consideraciones estéticas y/o de contabilidad, tardaron meses en proveerle servicios básicos como una lavandería y centros de recargar baterías, teléfonos y computadoras. Servicios que, todavía hoy, son esenciales para que el estudiantado pueda tener una mejor experiencia universitaria.
Y todo para que, en el 2018, volviera la Junta a empujar recortes presupuestarios tan absurdos que amenazan la misma existencia del sistema y de muchos recintos universitarios. Una junta que no debe, y en mi opinión no tiene el poder de estar inmiscuyéndose en asuntos universitarios. Recortes que ni la administración universitaria ni el gobierno intentaron detener. Ese mismo gobierno que nos mantuvo viviendo en condiciones precarias por su ineficiencia y corrupción. Condiciones que hasta le costó la vida a muchos puertorriqueños y puertorriqueñas. Y sin embargo, estos jóvenes continuaron con su sueño universitario.
Ese sueño no los detuvo cuando decidieron usar parte de su periodo de verano para participar de las protestas y movilizaciones a través de las cuales se logró expulsar al gobernador quien fue el líder de la ineficiencia y corrupción que tanto daño nos ha hecho. El verano del 2019 vio a mucha gente defendiendo y reclamando sus derechos. Gran parte de la movilización la llevaron a cabo estos jóvenes que pusieron en pausa sus vacaciones y trabajos para dejarse escuchar y ser parte central de la historia y de la resistencia.
Con todo ese historial, esta clase comenzó su último semestre con un temblor de tierra que amenazó con la cancelación de clases. Con esa incertidumbre y ansiedad ante la posibilidad de perder su hogar o su vida durante un próximo temblor, este estudiantado decidió continuar y ver el final del camino. Particularmente los estudiantes del sur de la isla, de donde son casi todos mis estudiantes, y donde todavía hoy sigue temblando, ellos y ellas han batallado contra esa incertidumbre y esa ansiedad.
Y no es suficiente con que les hayan movido el suelo y que se haya repetido la historia de la ineficiencia y corrupción que ha impedido que aquellos y aquellas que han perdido sus hogares reciban la ayuda necesaria. Ahora tienen que culminar su camino distanciados de sus compañeros y amistades universitarias. Un distanciamiento que ha trastocado la experiencia educativa a todos niveles y ha hecho más visible las desigualdades sociales que día a día hay que enfrentar y que hace más difícil la experiencia universitaria para aquellos estudiantes con dificultades económicas. Entre la pandemia y las fallas estratégicas del estado en lograr manejar esta crisis actual, la clase del 2020 ni siquiera sabe cuándo podrán celebrar sus logros académicos. El viernes 13 de marzo de 2020 fue el último día que pisaron los salones universitarios y no se dieron cuenta que la pandemia los mantendría fuera del aula. Ni siquiera pudieron tener un último día en la universidad para despedirse de su alma mater. Ni siquiera saben si algún día se pondrán una toga y tirarán un birrete al aire. Pero continúan esforzándose y buscando aprender.
Y es en este contexto socio-espacial que la clase del 2020 va a graduarse. Parafraseando a uno de esos estudiantes, su bachillerato es casi un BA en crisis. Esta clase ha tenido que poner toda su energía en sus cursos y obligaciones universitarias para luego buscar energías adicionales para defender la universidad, defender el acceso a la educación, combatir la corrupción, ayudar a sus familiares, amigos y compañeros, batallar las injusticias sociales, y sobrevivir. A este grupo de graduandos y graduandas les ha tocado salir de crisis fiscales, gubernamentales, políticas, naturales, constitucionales y educativas. Solamente espero que no guarden esas energías en una gaveta. Puerto Rico necesita esas energías para combatir la crisis en la cual nos encontramos. Puerto Rico los necesita, no solo para que demuestren la excelencia de la educación que obtuvieron, sino para que continúen usando sus energías para cambiar y para mejorar, nuestra universidad y nuestra sociedad.
Vaya un fuerte abrazo solidario a los graduandos y las graduandas de la UPR. Sigan demostrando su fuerza y su energía. Continúen resistiendo la corrupción, la ineficiencia y la injusticia. Eso es lo que el mundo necesita, ahora más que nunca. A mis estudiantes graduandos de la UPR-Ponce, gracias por darme la oportunidad de haberlos conocido y de haber podido contribuir a su formación académica y social. Gracias por su alegría, por su entusiasmo y por su irreverencia. Les deseo lo mejor.