¿A quién le hablamos los independentistas?
Dos interlocutores, dos discursos
(Reflexiones de una atrevida – segundo de una serie)
¿A quién le hablamos los independentistas? Me lo han preguntado varias veces. Ahora mismo a nadie. No tenemos interlocutor. Nos hablamos a nosotros mismos. La pregunta debería ser entonces: ¿con quién hay que hablar aquí?
Necesitamos dos interlocutores inmediatamente: el pueblo y la metrópolis. Dos interlocutores, dos discursos.
El primero tiene que plantear la independencia como opción conveniente. Eso requiere unas propuestas de fácil digestión. No se trata de “bajar” el nivel del discurso, se trata de llevarlo a sus elementos básicos. El famoso back to the basics que no deje lugar a dudas de que estamos hablando de una alternativa oportuna y favorable.
La metrópolis es otro interlocutor y el discurso es otro. Cuando hablamos de metrópolis todos pensamos en Washington D.C. y el Congreso de Estados Unidos como autoridad administrativa sobre su colonia Puerto Rico desde el Tratado de París. Hemos ignorado las instituciones que influyen sobre ese Congreso que son más importantes que un cuerpo de políticos, mediocres en su mayoría, que entran y salen del Capitolio Federal al ritmo que le tocan los que les pagan la carrera. Me refiero a los think tanks, me refiero a los caucus políticos, me refiero a los grupos de presión y me refiero a los medios de comunicación que nos pueden ser afines.
Cuando digo dos discursos no me refiero a decir una cosa en Puerto Rico y otra en Washington como hacen los políticos coloniales. No son dos versiones de lo mismo. Son dos discursos porque la finalidad de cada uno es distinta. En Puerto Rico para desmitificar el cuco de la soberanía y la independencia; en Estados Unidos para obligar su reconocimiento.
Hay un tercer interlocutor que voy a dejar al rescoldo por ahora y es la comunidad internacional. Ese es también otro discurso y llegaremos a él.
Esos primeros dos interlocutores lo cierto es que no los tenemos. Necesitamos llamar su atención y entablar esas dos conversaciones simultáneamente. No podemos esperar a terminar una para comenzar la otra. Porque no tienen mucho en común. Una es evolutiva y la otra es procesal.
Ubicados los interlocutores, ¿qué les decimos?
Para con el primer interlocutor, el pueblo, el reto más grande es presentar un proyecto de economía soberana convincente y concreto. A eso le sigue las propuestas también concretas para un sistema de salud igualitario y un sistema de educación que forme ciudadanos cabales. Y sin que se nos quede, plantear una gobernanza que erradique la corrupción y el amiguismo en la administración pública de un país soberano. Si cubrimos esas cosas en un diálogo donde escuchar es requisito para hablar, cumplimos con ese discurso.
Para con el segundo interlocutor, la metrópolis, tenemos que abrir y ocupar un espacio político consistente. Eso requiere de dos cosas a su vez: reconocimiento y financiamiento.
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Esta es la segunda de una serie de reflexiones en 80grados a raíz de un planteamiento público sobre el fracaso de la fórmula que hemos usado para hacer realidad la soberanía y la independencia de nuestro país.
Ese planteamiento no iba sin propuestas. Proponía reevaluar una estrategia desde tres consensos: (a) para la descolonización y la soberanía mediante un congreso soberanista que de inicio al método procesal de una asamblea constituyente desde la sociedad civil; (b) para un proyecto económico, social y educativo que podamos proponer en arroz y habichuelas; y (c) para integrar de lleno a la diáspora a esa estrategia nacional y empujar todos juntos.
El debate suscitado por este planteamiento ha sobrepasado todas mis expectativas. La discusión semántica del término “fracaso” ha sido superada por mucho por el empeño real de reactivar la lucha con estrategias revisadas.
No estaba ni estoy sola en este curso. Mucho menos me adjudico originalidad ni protagonismo. Solo aprovecho la visibilidad que me otorga mi trayectoria y la pongo a la disposición de todos los que como yo estamos inconformes con el ritmo del trabajo por la descolonización.
Son muchas las iniciativas que convergen en este esfuerzo. Mucha la gente que se reúne noche a noche, día a día. La unión de todo ese trabajo es la que perseguimos. Todas las iniciativas tienen el mismo valor en este consenso, y todos los grupos, grandes o pequeños… hasta de uno.
En una reunión de convergencia, un miembro de uno de estos grupos me preguntó a quién yo representaba. A mí, le respondí. “Ah, eres una organización virtual”, declaró. No me ofendí. Para ser una organización virtual no me va mal. Es más, aspiro a que todos los compañeros que no pertenecen a una organización se consideren a sí mismo una organización virtual. Le pueden poner hasta nombre. Sería chévere.
Hoy me refiero al planteamiento del congreso soberanista para impulsar la asamblea de status desde la sociedad civil porque ha llamado la atención que eso sea posible sin la institucionalidad política colonial del país.
Lo es y quien primero lo planteó fue Pedro Albizu Campos. Ha llovido mucho desde entonces y las circunstancias son diferentes, pero hoy, como entonces, todo es posible desde la sociedad civil si esta se lo propone. Nuestro sector de esa sociedad civil es mucho más grande, más articulado y más capacitado de lo que a veces reconocemos nosotros mismos. Yo apuesto a nosotros.
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Sin duda, la soberanía y el independentismo no suenan en Washington. Y hay que ponerlos a sonar. Pero para hacerlo, tiene que hacerse evidente en Puerto Rico y evidente en la diáspora.
Hacerlo evidente en Puerto Rico va a requerir la unión de las fuerzas soberanistas en una alianza que se note. No para contar cabezas. Para usar su capacidad para articular un frente unido que haya que tener en cuenta. La dispersión de las fuerzas progresistas, en el sentido internacional del término, es la jauja para el adversario.
De ahí que el primer punto en la agenda tiene que ser llegar a un consenso para la descolonización y la soberanía mediante un congreso soberanista y el diseño de una asamblea de status desde la sociedad civil.
Los partidos coloniales nunca van a traernos la Asamblea Constitucional de Status. Cualquier proyecto encaminado a diseñar un proceso de descolonización se va a encontrar con el sabotaje tanto del anexionismo como del autonomismo del ELA. Cualquier promesa programática en esa dirección de cualquiera de esos dos sectores es una estrategia de implosión.
La última experiencia de ese engaño la proveyó el Partido Popular Democrático bajo la administración de Alejandro García Padilla. Mucha promesa de campaña pero cero voluntad política real.
Hubo sectores del independentismo que se ilusionaron con la posibilidad de que habiéndolo prometido y ganado mayoría legislativa, el PPD adelantaría la Asamblea Constitucional de Status. La decepción dejó el proyecto en un estado de pasme que prevalece y hay que sacudir.
La asamblea de status que se propone es para establecer un mecanismo procesal para la descolonización de Puerto Rico con fórmulas no coloniales y no territoriales. Ni el anexionismo ni el autonomismo del ELA son fórmulas descolonizadoras. ¿Para qué querrían entrar en un proceso que las elimina en principio como opción? Ellos lo saben, pero de una u otra manera tratarán de colarse como alternativa y llevando la mano de arriba.
Si consideraran alguna legislación al respecto, el partido colonial de turno haría lo indecible para cargar los dados a su favor en cualquier selección de delegados a una asamblea de status. Es iluso pensar que cederán sus números electorales a la equidad como proponen nuestros proyectos, en plural, porque tenemos al menos dos: el del Partido Independentista Puertorriqueño y el del Colegio de Abogados de Puerto Rico.
He leído ambos y no me parecen tan distantes. En el primer Junte Soberanista hay quienes trabajan un documento de consenso. Sí, hay gente trabajando.
Aunque todos estemos a favor de que el mecanismo de una asamblea constituyente es la única salida para resolver el status de Puerto Rico, hay los que estamos también convencidos de que no se dará de buena fe. La tendría que imponer la metrópolis o la tendrían que obligar las circunstancias.
Los que creen en hacerlo desde la institucionalidad pueden seguir haciéndolo y contar con el respeto de los que no. Que por nosotros no quede todo esfuerzo. Algo que nos falta por aprender es que la pluralidad de esfuerzos es buena. Tenemos que organizarnos desde esa pluralidad sin pretender homogenizarla o eliminar sectores.
Porque mientras las opciones coloniales están más o menos organizadas para defenderse, la opción soberanista-independentista no lo está. ¿Por qué ellos pueden organizarse a pesar de sus diferencias y nosotros no?
Aquí es donde llegamos a la necesidad de un congreso soberanista que una todas las facciones independentistas y libreasociacionistas bajo la consigna de la descolonización y la soberanía. Si lo hacemos bien, estaríamos representando la mitad del país y el americano lo sabe. El resultado del plebiscito del 2012 fue un rechazo a la colonia en el orden de un 54% y un voto por la soberanía en el orden de un 39%. Esos números no son despreciables. Mucho menos si le añadimos que el partido anexionista apenas gana la elección colonial con poco más de 40% del voto y que este mismo año apenas atrajo un 23% a un plebiscito sobre status.
Con el americano como interlocutor, esa baraja electoral hace sentido. Mucho más para el americano que elude el destino de Puerto Rico como estado de su unión y que nos confirma como país extranjero. Ese americano está buscando argumentos. La organización de la facción soberanista-independentista encontraría una plataforma amigable en ese americano.
No hay que ser electoralista para entender que en este discurso con el americano, sí cuenta a quién representamos. Ese es el lenguaje que entienden.
El propósito de un congreso soberanista sería establecer el método para una selección de delegados que diseñen la versión de la asamblea de status que propondría entonces un sector representativo de la mitad del país y diseñen nuestras propuestas de status no territoriales.
Con ese libreto bajo el brazo, la misión es abrir un espacio político en Washington para la discusión de la propuesta soberanista. No solamente en el Congreso de Estados Unidos, sino en los grupos que influyen en el Congreso. Una vez esta bola empiece a correr, el adversario intervendrá. Estaremos entonces caminando en una buena dirección.
En la apertura de ese espacio político en Washington entra el empuje de la facción de la diáspora que apoya la descolonización y la soberanía para Puerto Rico. Por eso su participación activa desde ya en esta coyuntura es esencial.
La diáspora –la facción progresista de la diáspora, para estar claros– hace rato que está lista para esta tarea. Hasta el momento, desde este lado de la nación hemos siempre demandado de la diáspora como si nos debiera. Recibimos su ayuda con los brazos abiertos, pero no los abrimos tanto para abrazarlos de veras como parte de la nación.
Eso tiene que cambiar. La nación ya de cerca de nueve millones de puertorriqueños está más fuera del territorio nacional –seis millones– que dentro –tres millones.
La mejor y más reciente evidencia de que el exilio sigue siendo parte integral de la nación la proveyó el Huracán María. Sin la diáspora no sobrevivimos.
El reconocimiento de una nación puertorriqueña en y fuera del territorio nacional es esencial a la lucha por la descolonización y la soberanía. Ese reconocimiento tiene que ser una avenida de carriles en ambas direcciones.
El otro día me sorprendí a mí misma. Rebuscando papeles encontré algo que había olvidado. La única vez que he acudido ante el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas lo hice como parte de la diáspora. Específicamente como parte del National Congress for Puerto Rican Rights al que pertenecía. Encontré solo una página del documento en la que le planteaba al Comité los efectos del colonialismo sobre el exilio y las comunidades puertorriqueñas en territorio continental. Tendremos que hablar de esto en algún momento en detalle. Baste decir que saber que hace más de treinta años escribí sobre ese tema me llenó de orgullo.
Nosotros, los que hemos tomado o permitido las decisiones políticas en la colonia, le debemos más a la diáspora de lo que nos debe la diáspora a nosotros.
Regreso al presente. Con un proyecto concreto de descolonización y soberanía bajo el brazo y un plan de acción definido y consistente, se obliga el debate.
Eso va a costar.
Un aspecto que se evade cuando hablamos de la lucha por la independencia es que cuesta dinero y hay que financiarla. En eso los independentistas somos malísimos. Le tenemos repelillo a hablar de dinero como si nos comprara. No nos compra, pero compra.
El empresarismo soberano tiene que empezar precisamente desde aquí. Tenemos que diseñar un aparato financiero para la lucha por la independencia que no dependa para nada del estado.
Los negocios no se divulgan antes de que se cuajen porque se malogran, o alguien los malogra. Por eso guardo reserva sobre las estrategias económicas que se discuten.
Por ahora, son muchos los compañeros dispuestos a financiarse ellos mismos su participación en algunos esfuerzos que conllevarán viajes y estadías. Otros requerirán colaboración y la pedirán. La meta, sin embargo, es llegar a un mecanismo de financiamiento público y transparente.
En resumen, aquí no hay nada nuevo y sin embargo podría ser novedoso.
Lo que trato es de volver al principio para retomar el consenso en lo esencial. Y plantear cómo podemos hacerlo sin dejar a nadie atrás. Perece elemental y básico porque lo es. Lo que no es, es simple.
En cuanto a una fecha para el congreso soberanista, creo que debemos estar celebrando uno en los primeros meses del año que entra ahora. Y que debe ser convocado por personas que no dejen lugar a dudas sobre nuestra pluralidad, pero siempre desde fórmulas descolonizadoras.
En la próxima reflexión entro de lleno en la economía soberana.