Alejandro Tapia y Rivera: el historiador
El Power de la biografía laudatoria de Tapia y Rivera fue determinante para la canonización de aquella personalidad apenas recordada hoy. La retórica del historiador apostaba por su afirmación como un signo colectivo legítimo. El texto llamaba la atención en torno a las características que lo convertían en un icono moderno, es decir, válido para su presente y, por tanto, vanguardia o modelo de un futuro probable. Los días que sucedieron la “Revolución Gloriosa” llenaron de esperanza al Liberalismo Reformista emergente en la colonia. El Power de Tapia y Rivera era, sin embargo, inventado como una síntesis de la Hispanidad y la Puertorriqueñidad: fiel a Fernando VII pero, a la vez, voz de los puertorriqueños. Aquel argumento representaba en sí mismo una contradicción
Tapia y Rivera y la historiografía en 1850
El Tapia y Rivera de la “Sociedad Recolectora de Documentos Históricos de la isla de San Juan Bautista de Puerto Rico” (1851) es otro. Figura con diafanidad la imagen que la tradición denominó “Padre de la Historia Puertorriqueña”. El que se llame también “Padre de la Literatura Puertorriqueña”, lo convierte en un icono inescapable de la Nacionalidad. La Identidad Puertorriqueña ha sido apropiada como un producto neto del trabajo intelectual. La politización de la misma también. Hijo de un militar y de una criolla, representaba bien una clase media profesional ascendente que resentía la situación crítica que minaba sus bases sociales desde 1848.
La “Sociedad…” fue una organización estudiantil fundada en la Universidad Central de Madrid cuya historia íntima ha terminado por poseer rasgos épicos. Animada por Román Baldorioty de Castro, intelectual mulato y autonomista radical, y articulada por Tapia y Rivera, estudiante de química y física de ideas liberales reformistas, la organización involucró una diversidad de figuras. Declarados separatistas como Segundo Ruiz Belvis y Ramón E. Betances; y el enigmático del “traidor” de 1868, Calixto Romero Togores, se movieron alrededor del proyecto. De un modo u otro, la “Sociedad…” sirvió para conectar a una exigua “diáspora” puertorriqueña que se movía entre Madrid, Paris, Londres y Berlín.
La trasformación de la obra de la “Sociedad…” en un libro, la Biblioteca Histórica de Puerto Rico( 1854), consagró aquel esfuerzo. El “libro” llenaba una de las mayores ansiedades intelectuales del siglo 19 en una colonia donde esa experiencia escaseaba. El valor que posee la Biblioteca… es que funda un imaginario histórico coherente desde una perspectiva puertorriqueña. Se trata de un volumen que está más allá de la obra de Agustín Iñigo Abbad y Lasierra y ello, a pesar de que la Biblioteca… no posea la forma de la narración-exposición que caracterizó el trabajo del monje español.
La relación entre la Historia geográfica, civil y natural…de Abad y Lasierra y la Biblioteca…es más profunda. El hecho de que un miembro de la “Sociedad…”, José Julián Acosta y Calbo, se ocupara en 1866 de producir unas “Notas” a la obra del monje benedictino lo ratifica. La versión de Acosta y Calbo superó el trabajo de Pedro Tomás de Córdova, el modelo de Historiador Oficial, quien había reproducido la Historia… en el tomo I de sus Memorias geográficas, históricas, económicas y estadísticas… impresas en la Imprenta del Gobierno entre 1831 y 1833.
Por otro lado, el hecho de que otro miembro de la “Sociedad…”, Segundo Ruiz Belvis, produjera con Acosta y Francisco Mariano Quiñones el Proyecto para la abolición de la esclavitud en Puerto Rico, habla del impacto que aquella asociación de jóvenes curiosos tuvo en las ideas de las elites durante aquel periodo. La obra de los recolectores de 1851 es uno de los momentos decisivos para la conciencia liberal. La Identidad Puertorriqueña, lo mismo en sus aspectos culturales que en los políticos, tuvo en La “Sociedad…” una de sus claves.
Un prólogo de Tapia y Rivera (1854)
Las palabras iniciales de la Biblioteca… presentan unos rasgos únicos. El que se pronuncia primero es un naturalista: describe y celebra el paisaje por medio de un acercamiento acelerado que ubica el territorio en el contexto de las Antillas. La celebración naturalista del paisaje le sirve de apoyo para llamar la atención la contradictoria situación del país. Un territorio que amerita “una página en la cartera del viajero y un recuerdo en el corazón del poeta”, ha pasado inadvertido para ambos. La invitación a la lectura está servida. Entonces se pronuncia el historiador.
Al contrastar la escasez de fuentes primarias respecto a Puerto Rico y contrastarla con el resto de Hispanoamérica, Tapia y Rivera lo achaca al hecho de que nuestros conquistadores fuesen “más dados a las armas que a las letras”. Para el autor la escasez de fuentes documentales es suficiente para comprender la invisibilidad. La ausencia de conocimiento positivo limita las posibilidades del saber histórico.
La argumentación permitirá a lector comprender la imagen de Puerto Rico que se mueve en el pensamiento de Tapia y Rivera: la nación de los orígenes se consolida en la metáfora de la “raza de Agueynaba” (sic).El indianismo fue uno de los rasgos distintivos de parte de aquella generación que se había formado en el nicho de Romanticismo y caminaba hacia el Positivismo. Se trata de un “indio” reducido a textos, vacío de materialidad y arqueología. El historiador lamenta, eso sí, la ausencia de una “versión de los vencidos” capaz de darle voz al conquistado y concluye que, “careciendo del conocimiento de la escritura, no pudieron aquellos legarnos la menor reseña de su primitiva historia”. Sin “monumentos”, sin “artes”, sin “arqueología”, la “raza de Agueynaba” (sic) era una ficción incomprensible.
El otro elemento valioso de este breve texto es el boceto de una crítica a la interpretación dominante en las fuentes que evalúa. Tapia y Rivera las caracterizaba como de “pueril candidez”, “credulidad rústica”, y como discursos en los que la “pasión individual” excede el “sentimiento de justicia…innato en cada hombre”. Las observaciones son las de un Racionalista y un Iusnaturalista Ilustrado maduro.
En ese contexto, elabora unas observaciones de método en las cuales el poeta y el clasicista se imponen. La indagación es un “laberinto” casi como una búsqueda azarosa. La metáfora de la historiografía como una búsqueda en el interior de un recinto se impone. El “laberinto” es el Archivo Histórico, un espacio en el cual los tropiezos del investigador le dejan con un producto irregular: un “hilo cortado a trechos”. El sueño del historiador moderno, el relato continuo y limpio del pasado, no aparece por ninguna parte. Todo se reduce a pistas y posibilidades, como el papel que cumplió el hilo en el mito de Ariadna, Teseo y el Minotauro.
La justificación de una publicación como la Biblioteca… destaca la conciencia que poseía Tapia y Rivera de su condición de intelectual ciudadano. Reconoce su esfuerzo como continuación de la de sus antecedentes pero toma distancia aquellos. Resalta el papel de Oviedo y de Abad (de la Mota) -probablemente Abbad y Lasierra-, pero asegura que su trabajo, aunque “no exento de errores”, poseía el valor de que habían vivido “próximo a la época en que pasaron los sucesos”.
El observador social se manifiesta cuando Tapia y Rivera llama la atención sobre el hecho de que algunas de la obras son “costosas”, y que buena parte de las mismas se hallaban “inéditas hasta el día” y “diseminados aquí y allá” o mal clasificados en los fondos documentales “con asignaturas muy ajenas a Puerto Rico”.
Por último, la conciencia ciudadana lo forzaba a mirar hacia un lugar social. El destinatario de su esfuerzo era “la juventud estudiosa de la nación y la provincia”, es decir, de España y Puerto Rico, en ese orden. La invención de la Historiografía Liberal Puertorriqueña estaba completa.