Audioeuforias de Félix Jiménez
0.
En una hermosa y lúcida reseña de Audioeuforia (por Félix Jiménez, Terranova, 2014), Marta Aponte escribe un párrafo que es más bien un microrrelato:Recuerdo una marcha silenciosa. Recorrimos las calles de San Juan confundiendo a los transeúntes, pues para colmo de silencio ni carteles llevábamos. Tan intervenidos estamos por el ruido que su ausencia derrumbaba paredes y reescribía callejones. La marcha pasó al olvido, no recuerdo ya contra qué protestábamos.
El breve texto de Aponte parece un guión de Kurosawa. Además, de manera paradójica, me causa una sublime sensación de bienestar. Ahí está el silencio, derrumbando paredes y reescribiendo grafittis de ausencia. No era este silencio que recorría San Juan el Día de Clamor a Dios, ese alarido divino con el que Raschke le daba la bendición o condenaba a los políticos del paisito. No era esperando a la divinidad como se espera a Godot la razón por la que protestantes recorrían las calles de la isleta. Revisen el sexto capítulo (Bríos revueltos) de este ensayo. No es mi intención refrescar la memoria. Creo que la marcha que trata de recordar nuestra amiga novelista ocurrió en 2009 como reacción al asesinato de una joven usada como escudo humano durante una redada en el VSJ. Sin embargo, aun si ese fuese el caso, ya no escuchamos esa noticia. Tan intervenidos estamos por el ruido que la ausencia del mismo podría incomodar a algunos actores en el escenario de la vida. Voy a abrumarlos con citas.
1.
En el soliloquio del acto 5, escena 5 del Macbeth de Shakespeare leemos esto:
Mañana, y mañana y mañana
Se desliza en este mezquino paso de día a día,
A la última sílaba del tiempo testimoniado:
Y todos nuestros ayeres han testimoniado a los tontos
El camino a la muerte polvorienta Muere, muere vela fugaz!
La vida no es más que una sombra andante, actor mediocre
Que apuntala y realza su hora en el escenario
Y después ya no se escucha más. Es un cuento
Relatado por un idiota, lleno de ruido y furia,
Sin significado alguno.
Macbeth, poco después de haber apuñalado al rey, se da cuenta de que ha cometido un error. Ha eliminado aquello que lo legitimaba. Va a terminar lamentándose porque la vida no significa nada. Nosotros estamos aquí para celebrar un texto que intenta arrojar luz sobre una suerte de síndrome de Macbeth. Audioeuforia insiste en cada ensayo en tratar de restituir significado al mundo que, a su vez, insiste en llegar a nuestros sentidos como furor y ruido. Quizás debí decir la isla, no el mundo. Muy tarde. Decía que, así, la escritura y la lectura, (el lector y/o el escritor) esos condenados sendos soliloquios, terminan por abrir fisuras en el monólogo del sentido de las cosas que escuchamos o frente a la idiotez de los programas de Topy y Travieso. Llamar a la puerta del sentido. Despertarlo: Whence is that knocking? (…)Wake Duncan! (II, 2, Macbeth)
Macbeth- Whence is that knocking?
How is’t with me, when every noise appals me?
What hands are here? Ha!
They pluck out mine eyes.
(…)
Lady Macbeth- I hear a knocking
at the south entry: retire we to our chamber;
a little water clear us of this deed:
How easy it is, then your constancy
hath left you unattended.
Hark! More knocking!
(…)
Macbeth- (…) Wake, Duncan with thy knocking!
I would thou couldst.
2.
¿Cómo suena el motor de la historia?
¿Acaso la historia llama a la puerta? Para algunos de nosotros, instalados en el pasado, como escuchas de oldies, el motor de la historia es la lucha de clases. Bien, sé que a algunos les suena esa frase como un bolero de los del siglo pasado, con orquestación impensable hoy día. El asunto que quiero representar es que si la lucha de clases llamara a la puerta, le abriéramos y ordenara la casa, con todo el ruido posible de los cachivaches y muebles arrastrados, se acomodaría la sociedad sin clases y la historia se detendría. Imaginen el brutal silencio después de la furia. Quizás la razón mayor para demonizar la lucha de clases o la voluntad de fracaso de quienes la interpretan sea esa, que ofrece silencio. Casi como si fuera un monasterio.
Por otro lado, Francis Fukuyama, en una novela de ciencia ficción, The End of History and the Last Man (1992), hizo su anuncio del fin de la historia, con pobre orquestación diría yo. Pero ese fin, del que esperamos una buena música final como en los créditos de una película, nos dejó con las ganas de seguir escuchando. Asistimos al regreso de ella, de la historia, a veces como un Godzilla invisible pero clamoroso o como una Guerra de los mundos narrada por epígonos de Orson Welles. Lo que quiero señalar es que la historia es la posibilidad teórica de diseñar hipótesis sobre el futuro inventando el pasado. Ahora bien, ¿dónde queda aquel rotor dialéctico que ponía a funcionar efectivamente al motor de la máquina histórica? La guerra, esa gasolina (sufre Daddy Yankee), produce esos estallidos tan preciados porque eso es lo que mueve la historia, la combustión interna binaria, aún hoy día: dos fundamentos que se enfrentan: el Este y el Oeste, el Norte y el Sur, lo Sagrado y lo Profano, Oriente y Occidente, los Buenos y el Islam, rusos y ucranianos, Putin y Obama, Maripili y Shalymar, Zuleika y JJ, Topy y Papo Brenes en fin…así suena la historia.
Si esto es así, cosa que es debatible, ¿este es el ruido que causa la catástrofe de la dialéctica? Quizás debemos prestar atención al sonido que emite el accidente. El acontecimiento sobre la estructura sobre la que flotamos como astronautas alrededor de un modelo de mundo. O mejor como una oración suelta en la narración. ¿Cómo suena una catástrofe o una voluntad de fracaso? ¿Acaso como el sonido silencioso de una trompeta de juguete en una casa de seguridad en Puerto Nuevo? El trompetista era Filiberto Ojeda Ríos y lo escuchaban agentes del FBI. El puro procedimiento, el golpe aparatoso, aviones de guerra quemados en la base Muñiz, ¿es el ruido de la ruina, de la destrucción o de lo que se voltea? Los disparos contra el Viejo en Hormigueros son la catástasis que nos narraron por la radio, que escuchamos comentada, como una repetición trágica del episodio sonoro del barbero de Albizu. El furor de la catástrofe de la dialéctica es ese lance que vuelve imposible el cálculo. Musito la palabra anástrofe, sacándola de contexto como una nota disonante: el silencioso sonido de las páginas de las carpetas, el rumoroso entierro de Filiberto Ojeda en Naguabo, son una vuelta-giro-inversión.
¿Podemos decir que el rugido del fin de la historia y su regreso with a vengeance es el Querido FBI de Calle 13? (Los remito al soundtrack número once de Audioeuforia). Quizás lo es el tsunami que vendrá según el deseo de las iglesias, el temblor que se encargaron rápidamente de atribuir a Maripili (otra vez, como un fucking eco del vacío de sentido), o la guerra de baja intensidad (again, knock, knock), o el ingreso del ejército israelí en los campos de refugiados palestinos con una estrategia en base a lecturas e interpretaciones de Deleuze y Guattari. Díganme que no hay un rugido sordo y ronco que todo lo penetra. Un enemigo rumor en prime time. Ese ruido que causa furia.
3.
He dicho Calle 13 porque lo menciona Jiménez en el libro y me causa euforia, placer, he dicho y me pregunto:
¿Una canción es revolucionaria si su letra defiende mediante citas una posición que identificamos con la izquierda? ¿Suena a izquierda todo lo que se toca/emite con esa “mano torcida”? Si una canción me suena a Manu Chao, Mano Negra, lejanamente a Bob Dylan o cercanamente a Mars Volta ¿es progresista o conservadora? El concepto de Gesamtkunstwerk wagneriano ¿es revolucionario? ¿Parsifal lo es? ¿Eran de izquierda Jefferson Airplane, The Mammas and The Pappas, America, The Beatles? ¿La Novena Sinfonía de Beethoven es menos progresista popular que La marcha de los gíbaros de Louis M. Gottschalk en la que suena el navideño “si me dan pasteles”? ¿El Conservatorio de Música puede ser progresista a pesar de su nombre? ¿Anexo Tres era más progresista que Nelly y Tony? ¿Calle 13 es más revolucionario que Plan B, Farruko, Chino Nino? ¿Usar una percusión que se parece a la plena o a la bomba y un cuatro es nacionalismo de izquierda? ¿Por qué la mayoría de los blancos de izquierda y de derecha aborrece la bachata? La música me causa preguntas.
Lo que me pregunto es si es cierto que el éxito underground de Calle 13, Querido FBI, auralizó, le proveyó sonido urbano, a la imagen de Ojeda Ríos.1 Me pregunto si Querido FBI es un buen tema para esta película pero no es algo que vaya a contestarme.
4.
Quisiera regresar atrás en el libro. Volver a la primera página, de color elegante, ese little black dress que es la primerísima página, en el que la cita cita un oldie de la historia.
Pedro Albizu Campos es un oldie en el hit parade de la historia: pero que esté claro que para ser oldies tienen que haber sido éxitos que han resistido el paso de generaciones. Albizu me suena, con su voz aguda de reverendo pentecostal, a un abuelo admirado. Creo que le sucede a cualquiera con una cierta sensibilidad musical bolerística, una peculiar estética y lectura histórica. Escuchar los tiros de Albizu o contra Albizu es aceptar lo arbitrario, lo accidental, lo catastrófico, y anotarlo en tu lista de éxitos. Un riguroso ejercicio lúdico. Una cierta disciplina distendida. Digo que ver y escucharse leyendo esa cita en un libro que se titula Audioeuforia es poner un disco de pasta en el plato y escuchar el delicioso scratch de la aguja como quien asiste a la descodificación de un goce perdido. Entonces este disco, perdón, este libro me lleva a repensar y a releer como quien vuelve a escuchar aquellos sonidos de los discos guardados por décadas en un closet aromado de olvido.2
Esta necesidad de hacerse escuchar me hace recordar un discurso del 21 de marzo de 1949, que llega a nuestros días gracias a la gentileza del detective taquígrafo, Carmelo Gloró:
Por eso a nosotros los puertorriqueños y a todas las grandes colonias del mundo se les ha venido negando ese derecho y son los Estados Unidos, oigan bien los señores portavoces de la democracia, son los yanquis los que insisten en que no se oiga a nadie en las Naciones Unidas, en que se mantenga a todo el mundo bajo una campana de silencio hasta dejar de existir.
Tendríamos que recordar que se trata de la plena vigencia de la ley 53, la ley de la mordaza, el instrumento silenciador. El 23 de septiembre de ese mismo año la metáfora de la campana: “los yanquis a Puerto Rico lo mantienen debajo de una campana, bajo una campana pesada, y cuando los nacionalistas tocan esa campana por dentro, nos quieren estrangular, nos quieren ahogar y nos quieren asesinar”. Campana=silencio. Y el hijo del huracán usa la metáfora de la campana, símbolo de la libertad de los yanquis, que se coloca sobre las voces para hacer silencio. Por eso escuchar las grabaciones de los discursos de Albizu causan una incomodidad, una suerte de sensación ominosa, siniestra, melancólica.
5.
Aprendí a escuchar como escribo y como leo en algún momento que desaparece en el lejano siglo pasado. Cuando un reguetonero se enorgullece de su mentira y dice “a mí no me escriben las canciones”, me causa risa. A mí lo que me pasa es que nunca me las aprendo. No puedo oir un disco, o un CD, completo. Planear jugar con la nostalgia al oir música no me pasa por la cabeza. Simplemente ocurre a veces. Prefiero escuchar hasta encontrar y descubrir enojándome, o entusiasmándome súbitamente al descubrir a Rodríguez, o La copa rota cantada por Felipe Rodríguez, ese Elvis criollo antes de Elvis, o América o The Mammas and the Pappas, o Roy Brown cantando con acento aregntino en Yo protesto.
Así leo. Y este libro propone, entre otras cosas, que “ Se trata del ser como resonancia, el ser implicado en la furia del ruido. Somos los hijos del sonido”.3
6.
«El silencio es el comienzo de la sabiduría.» (Pitágoras)
No hay lenguaje sin silencio. basta escuchar con los ojos una película de Tarkovski. O mejor aún, no hay modo de asumir una relación con el otro sino en ese espacio que separa las palabras con las que está hecho cierto lenguaje, y nos callamos, y estamos como ausentes para escuchar. De repente, en el silencio, los demás aparecen como lo que germina. Dado que el silencio es algo que se deja caer, como la semilla, es una especie de cultivo: es culto el que hace silencio y descubre que el otro le fascina, lo abruma, lo deja más frío que un susto. Puede interpretarse de manera peregrina la máxima “de lo que no se puede hablar hay que callar”. Hay quien piensa entonces que no hay nada de qué hablar. Quizás Wittgenstein propone el silencio como demostración, como algo que se muestra, que se pone a la vista para detener el ruido y escuchar el rumor o esa otra voz que no es una palabra. Entonces aprovecho y hago silencio para mostrarles este libro.
- Leer 226-227 de Audioeuforia. [↩]
- Leer primera página de Audioeuforia. [↩]
- Leer páginas 15-16 de Audioeuforia. [↩]