«El senador Arango te quiere conocer…»
Mientras era estudiante de cuarto año de la escuela pública Ramón Vilá Mayo en Río Piedras, pertenecía al Consejo Asesor de Estudiantes del Secretario de Educación César Rey Hernández. Éramos un grupo de jóvenes de toda la Isla que nos reuníamos mensualmente a discutir la problemática de las escuelas y a presentar soluciones. Como parte de mis obligaciones tuve que escribir una ponencia para el Senado sobre la violencia en las escuelas, en los medios de comunicación y la criminalización de la juventud puertorriqueña.
Meses más tarde, el entonces senador Roberto Arango se apareció por la escuela con su séquito de asistentes y alcahuetes a resolver unos problemas sanitarios que llevaban meses afectando la comunidad escolar y que no habían sido atendidos por político alguno (ni siquiera por él) y mucho menos por el alcalde capitalino.
Habían pasado pocos meses después de las elecciones generales de 2004 y el senador estaba estrenando su cargo.
Recuerdo que la directora lo invitó a pasar a la oficina para hablarle del desempeño de sus estudiantes y le habló de mí, porque era la única estudiante de la escuela que pertenecía al grupo del Secretario de Educación y que había participado activamente en conferencias y reuniones con miras a mejorar el sistema público de enseñanza.
El senador, con mi ponencia en sus manos (la que seguramente no leyó) le solicitó a la directora que deseaba conocerme. Una de las secretarias fue a buscarme al salón de Inglés o de Historia (ya no me acuerdo) y me dirigí con mucha seriedad a saludar al “honorable”.
Luego de felicitarme por mi desempeño y expresarme su compromiso con la educación pública del País, el senador me invitó a recorrer el plantel con él para que le mostrara las instalaciones del mismo y las áreas que necesitaban mejoras. Finalmente llegamos a la alcantarilla desbordada frente a la avenida Gándara, motivo de su visita. Allí aparecieron las cámaras luego de pronunciar un incisivo “Graben esto. ¡Qué barbaridad!”, a alguno de sus empleados.
Mientras tanto, Arango, con mi escrito enrollado debajo del brazo e intentando hacerme sonreír, me pensaba ingenua e inocente. Yo, que me he caracterizado siempre, desde muy pequeña, por ser respetuosa, no quería incomodarlo frente a sus cámaras, súbditos, alcahuetes, estudiantes, maestras, directora y presenta’os.
Al fin se dio la oportunidad. Regresando a la escuela luego de filmar la mierda desbordándose por toda la acera para hacerse publicidad mientras “resolvía” los males que aquejaban a los estudiantes desde hacía meses, Arango no se percató que por un instante nos adelantamos al grupo y nos quedamos él y yo solos.
“Senador, yo quisiera decirle algo”, le dije. “A mí me alegra mucho que usted se preocupe por la escuela. Yo creo en la educación pública de mi país porque soy fruto de ella y conozco a mis compañeros de clase y me consta que aquí hay muchísimo potencial. Pero yo, al igual que usted, tengo familia y cuando la ofenden me siento ofendida yo también.” Aquí, la cara del senador Arango estaba totalmente desencajada y no entendía el motivo de mis palabras. Mientras seguía con su característica mueca de eterna felicidad, yo proseguí… “Resulta que para su campaña electoral usted publicó un anuncio a página completa en El Nuevo Día donde aparecía una lista de “comunistas” y “terroristas” que estaban en contra de la marina estadounidense en Vieques y que por ende eran enemigos del pueblo, y uno de esos “terroristas” que usted menciona por su nombre, es mi padre.”
Arango abrió los ojos como luna llena y con la misma ambigüedad con la que se ha referido a sus supuestas fotos desnudo, intentó consolarme. “Es que tú tienes que entender que así es la política y que aquí no hay nada personal con nadie. Es lo que le toca a los allegados de los políticos, aguantar la presión que supone ser familiar de una figura pública”.
“Sí, yo eso lo comprendo senador. Lo que sucede es que usted no puede andar por ahí atacando a la gente que no conoce para ganar una elección y luego pretender que no se trata de ataques personales porque así es la política, como usted dice. Yo sólo quería que supiera que a pesar de sentirme ofendida, esta es mi escuela y quiero lo mejor para ella y para mis compañeros. Y que de la misma forma que yo como independentista trabajo con un secretario de educación del Partido Popular sin ningún problema, también estoy dispuesta a colaborar con usted siempre y cuando se comprometa con nuestra comunidad y ayude a solucionar los problemas que nos aquejan. Que pase un buen día senador, fue un placer conocerlo. Ahora si me disculpa, debo volver a mi salón de clases.”
Con la misma mueca, pero con todas las variaciones del color rojo en el rostro, inmediatamente envió a sus ayudantes a aclararlo todo. Dos de ellos me persiguieron hasta la biblioteca repitiéndome que así era la política, casi como si estuvieran describiendo un elemento de la Tabla Periódica, que nadie pone en duda si tiene dos electrones o tres protones, y yo, con la satisfacción de haberlo confrontado, les refutaba, “lo siento, pero el senador Arango no conoce a mi papá, ni a los supuestos “terroristas” que mencionaba en su campaña y yo no podía hacer otra cosa que dejárselo saber”.
Finalmente se marcharon. Tiempo después, la directora no se atrevió a llamarme cuando en vez de Arango, nos visitó Albita Rivera.
Pasó un largo año. César Rey dejó de ser secretario. Se acabaron los esfuerzos para que los estudiantes tuviéramos aunque fuera el espacio de expresarnos. Arango nunca volvió a la escuela y la alcantarilla siguió desbordando sus aguas de albañal, hasta el sol de hoy, seguramente.
* Publicado en Facebook,28 de agosto de 2011, reproducción autorizada por la autora