Bye bye Platón!
Un legislador que no asumió las responsabilidades ciudadanas de pagar sus deberes y servicios a algunas agencias de gobierno fue penalizado mediante la suspensión de su derecho a recibir dietas por unos diez o quince días. Imagino que la Legislatura no calibró el alcance monetario de tal “multa”, pues, ¿cuál sería el impacto al erario si todos los empleados de gobierno hiciéramos un trueque similar e intercambiáramos unos días –en mi caso intercambiaría varios años– de nuestras dietas por el “derecho” de no pagar CRIM, ni luz, ni agua?
Hago esta introducción, porque en cierta medida la lógica de la dieta, del centavo, de la moneda rasa parece ser la determinante en el actual sistema de gobierno. También lo hago porque imagino que solo dietas fue lo que recibieron los miembros del Comité Asesor del Gobernador sobre el Futuro de la Educación Superior en Puerto Rico, quienes en respuesta produjeron un informe de 158 páginas. Apliquemos la lógica matemática al informe de siete miembros y una cantidad no mencionada de “asesores financieros”. Ciento cincuenta y ocho entre siete son veintidós páginas por asesor. ¡Ah! Pero si de esas 158 páginas solo 59 (realmente 58, pues la página 1 es el título del informe) son de la autoría del Comité, las restantes son apéndices, el último correspondiente a 25 páginas de un artículo de Adriana Kezar y Peter D. Eckel, publicado en el Journal of Higher Education, en el 2002. Y ¡ups! en la página 15 los lectores se topan con que el informe comienza otra vez. Desde esa página a la 59 se abunda sobre lo argumentado en las primeras 13 páginas. Siete distinguidos ciudadanos produjeron un extraordinario documento de 45 páginas, menos de diez páginas por persona. Con un trabajo final como ése difícilmente los estudiantes aprueban mi clase. ¿No resultaba más lógico que uno de ellos le dijera al gobernador que se leyera el artículo del Journal of Higher Education y así nos economizábamos una buen partida de dietas?
Pero no, me resisto a mirar el documento desde una restringida lógica que no reconoce la labor y el pensamiento de tan distinguidos ciudadanos. El documento me invita a mirarlo así pues, desde su “marco filosófico” enfatiza el carácter utilitario y “pragmático” al que debe estar orientada la educación universitaria en el país. Dice ese “marco filosófico”:
Nuestros trabajadores deben ser trabajadores del conocimiento; generadores de ideas que resulten en nuevos productos, bienes y servicios que se produzcan en Puerto Rico y se vendan en los mercados globales.
Tan magnífica conclusión es derivada del primer párrafo que enmarca los estudios universitarios desde la perspectiva industrial de inversión-producción. Reza el primer párrafo del tal filosofía:
Puerto Rico está inmerso en medio de un mundo altamente competitivo que requiera optimizar los recursos que le permitan salir de la encrucijada social y económica en que se encuentra. Los países que más progreso económico han hecho en todo el mundo ya no son los que más recursos naturales tienen, sino los que dejaron de mirar al pasado y han puesto su mirada en el futuro. Son los que apostaron a la innovación y la competitividad, y producen bienes y servicios de mayor valor agregado.
¡Brillante introducción! Les felicito por tan resumida apreciación del orden económico mundial prevaleciente. Brillante la competencia y valor agregado. ¿Es esta la filosofía que debe guiar la educación o la economía? ¿Maravillosamente nada sobre los saberes sino sobre la producción de “bienes y servicios”?. El conocimiento exclusivamente necesario es el que se ajusta a esa lógica, no el que la cuestiona, ni el que proponga otras alternativas. Mucho menos se habla sobre aquel conocimiento que simplemente promueva el acto de pensar.
Ante tamaña afirmación es inútil mirar al pasado. ¡Adiós modernidad! Por ello no debo perder el tiempo pensando en los orígenes de la universidad ni de la academia: una remonta al medioevo y la otra al siglo cuarto antes de nuestra era. Debo partir del pensamiento de que ambas instituciones respondían a las lógicas estructurales de las sociedades que las establecieron –aunque no sé si Platón fundó una academia en el sentido academicista e institucional que la conocemos hoy–, las cuales están muy distantes de la lógica de nuestros tiempos. Sin embargo, las universidades del Siglo XX –por lo tanto las del Siglo XXI– se desarrollaron de manera muy distante a las de sus antecesoras y asumieron funciones dentro de los aparatos democráticos de las sociedades de estos siglos. No sólo nacieron muchas, incluyendo la Universidad de Puerto Rico, como escuelas formativas de maestros en el afán de expandir la educación formal por toda la población, sino que en la medida en que la sociedad se fue profesionalizando, las universidades crecieron en todas sus dimensiones, haciendo que las instituciones académicamente más exclusivas –como las llamadas del Ivy League– adoptaran programas para incluir estudiantes provenientes de sectores económica y socialmente desplazados. Es decir, la fantasía de democratizar el conocimiento pasó a ser parte esencial del desarrollo universitario de ese país que estos autores asumen como modelo exclusivo.
Pero ¿cuál es la lógica de nuestros tiempos? ¿Podemos hablar de una? ¿O, con temor a ser despachado con una palabra por estos autores, puedo dudar y pensar que hay varias? Según el informe, el problema de gobernanza responde a que unos universitarios de izquierda quieren imponer el modelo latinoamericano de co-gobierno. O sea que estos malos ciudadanos, ajenos al pensamiento (¿la lógica?) normal (¿normativa?), significan un estorbo para la universidad, y por ende al erario público. La manera lógica es la de adoptar un modelo jerárquico de la administración para el cual la discusión ¿democrática? de sus asuntos resulta no solo un excedente sino un obstáculo. Solo de esa forma la institución puede servir a la meta social de producción de bienes de mayor valor agregado. Dentro de este esquema todo se reduce a la lógica matemática en el sentido menos científico de la disciplina, simplemente cuenta su sentido bancario.
En cierto sentido, creo que estos autores –todos al parecer del mismo tipo de pensamiento, pues no hay diferencias de opinión en el informe– tienen razón. ¿Para qué invertir en formar pensadores “inútiles” si la institución educativa puede o debe prescindir de su opinión? Si la propia universidad debe desprenderse de los pensamientos ajenos a la función que los administradores determinen, ¿para qué la sociedad los necesita? La universidad no existe para crear conocimiento, sino para aplicar conocimiento, según el informe.
Peor aún, la universidad se ve integrada a un sistema de producción muy similar al de la fábrica. Veamos:
Dentro de esa concepción, todos los subsistemas de ese continuo deben funcionar con efectividad, eficiencia y coordinación para que el efecto sea uno verdaderamente determinante en la educación de los recursos humanos con los valores, actitud, preparación y capacidad de adaptación a los distintos retos y escenarios en los que la aldea global lo habrá de ubicar y donde competir. Cualquiera de las partes que no funcione adecuadamente puede hacer colapsar este esfuerzo.
De eso se trata: de “educar” recursos humanos (no seres humanos) con los valores, actitud y capacidad de adaptación a la “aldea global”. El que no lo haga, sucumbe y el que no colabore será responsable del colapso. De acuerdo a esta lógica, el informe no puede ser discutido pues cuestionarlo significa desistir a engranarse dentro de esa cadena de subsistemas. Las cabezas han hablado, nosotros los que seremos gobernados bajo esa lógica debemos acatarlo por nuestro bien. Ellos han trazado la ruta de un dios, la cual el gobierno debe defender de los demonios de la posmodernidad que “no creen en la ciencia”.
¡Fabuloso! Nosotros, profesores de las facultades de Humanidades y las Ciencias Sociales, somos el estorbo porque no simpatizamos con la ciencia. Ellos no dicen cuál ciencia. Pienso que se refieren a las ciencias naturales, esas que asumen el estudio de entes no humanos en su condición social de conducta como principal objeto de estudio. Pienso que el informe asume las ciencias naturales como única ciencia, al enfrentarlas sin apellido frente a las otras ciencias, las humanas y sociales, a las cuales no les reconoce su método “científico”. De repente los posmodernos somos el estorbo porque no creemos en la ciencia. Recuerdo que durante mi infancia y adolescencia se decía algo similar para referirse a los socialistas y los ateos (¿a los socialistas por ser ateos o a los ateos por socialistas?, nunca sabré): ése no cree ni en la luz eléctrica. ¡Qué mucho ha evolucionado y se ha puesto al día este pensamiento!
A pie seguido, el informe habla de que en la mismas facultades, insinuando que son los mismos posmodernistas, se promueve la latinoamericanización de la universidad1; lo cual es malo porque, según el Suplemento educativo del London Times, “de las mejores 200 universidades del mundo” solo una universidad latinoamericana figura en la lista como 196. ¿Dónde está la nuestra en ese listado? Los astutos autores lo obvian y no le informan al gobernador: yo les digo que no aparece ni entre las 400, pues es esencialmente un documento sobre universidades europeas y norteamericanas. El documento solo se cita como un dato hueco que no contempla ni los criterios para tal evaluación ni las condiciones sociales y económicas de la “aldea global” en la cual no todos compiten por igual.
El documento tampoco analiza los presupuestos, las economías de los países; en fin, no considera que “el orden” de las universidades del mundo guarda una estrecha relación con acaparar bienes y las desigualdades sociales que el orden mundial ampara. Simplemente valga la verdad: latinoamericanizar y posmodernizar es malo, nos lanza al colapso. ¡Y los escépticos y cínicos somos nosotros!
No extrañaría que se propusiera un proyecto de nueva ley universitaria, basada en tan científico informe. Dada la práctica legislativa, tampoco extrañaría que sea sometido a votación bajo el democratísimo sistema del fast track con que comúnmente ahora se aprueban leyes en dicho cuerpo. Y repito: ¡los cínicos somos nosotros! Ellos no. Ellos simplemente se pasan por el fuero la opinión diferente en nombre de la democracia.
Para los que piensen que propongo detener toda reforma a nombre de una modernidad coja y ortodoxa, lamento no complacerlos. Tampoco se trata de ampararnos en lo que existe como prueba de lo bueno. La Universidad confronta muchísimos problemas y el económico y de gobernanza solo son dos. Los programas deben ajustarse al Siglo XXI, pero no exclusivamente en cuanto a la incorporación de tecnología, sino en cuanto a revisión de las disciplinas. Aceptemos que muchas veces somos nosotros mismos quienes laceramos la universidad de más de una forma. Por nosotros me refiero a los que compartimos labores dentro de un espacio universitario, funjamos o no de administradores de turno.
Nuestros programas deben estar sujetos a continuas evaluaciones y revisiones, pero de manera universitaria. Es decir, no deben estar regidos exclusivamente por la lógica matemática, así como tampoco actuar indiferentes a ésta. Lo necesario muchas veces no es popular, y por eso no obtiene mucha matrícula. Por lo que es necesaria la Universidad no es por producir bienes de alto valor en el intercambio del mercado global sino por producir pensamiento, no conocimiento. El conocimiento puede ser cuantificable, el pensamiento debe remitir a lo infinito. “Pensar es siempre un ejercicio radical”, nos revela Mara Negrón.
Reconozco que hay que contemplar el arroz y las habichuelas de cómo sostener la educación en Puerto Rico. Claro, no soy de los que piensa que americanizar es similarmente malo, distinto a cómo ven estos autores la latinoamericanización. Algo que ni mencionan esos señores en su informe es que el presupuesto de las universidades con que ellos nos quieren comparar no se asemeja al de la nuestra; que dentro del territorio económico estadounidense, somos los más pobres y que tenemos, me atrevo a decir, uno de los índices de dependencia de ayuda económica federal más alto de todos las instituciones de ese sistema. Mientras tanto, los políticos le tiran la toalla al colega que evade sus responsabilidades con el fisco.
El informe de estos asesores, cuyo monto de dietas desconozco, pudo haberse producido por un grupo de universitarios más allá de Manuel Gómez y José Saldaña. No obstante lo que piensan los universitarios parece no interesarle al gobernador. Parece que sin mediar estudio previo, ya el gobernador sabía, como concluyen estos asesores sabiondos, que la universidad está dominada por la izquierda y ese constituye precisamente uno de sus problemas. Si ya lo sabía, bien pudo ahorrarle a los ciudadanos el excedente de este informe.
En algo concurro con estos autores: la democracia es problemática. Lo es porque hay que considerar la opinión del otro de una manera similar a como Platón construía su filosofía: el diálogo. Y lo que en el caso del filósofo griego era una valiosa construcción retórica, en el ejercicio de la política debe ser una herramienta indescartable, por más pesada que parezca. Si el gobierno, en nombre del pueblo, adopta la “filosofía” de este informe nos corremos el riesgo de que el pensamiento diferente sea desplazado en nombre de la democracia y de la productividad; que no sea la filosofía platónica ni la aristotélica, con todas sus corrientes medievales, premodernas, modernas y posmodernas, las que orienten sus ciencias sino el discurso de los cínicos. No harán falta las disciplinas inútiles como la historia, la filosofía, la literatura, el teatro, las bellas artes y la música; la antropología y la sociología tendrán también su avatar.
¡Aurevoir Aristóteles! ¡Arrivederci Shakespeare! ¡Adeus Bach! ¡Auf Widerhesen Cervantes! ¡Adiós Da Vinci! ¡Bye bye Platón!
- Algo que resulta una inexplicable contradicción, pues si “desconfiamos en la ciencia” y en la modernidad cómo podemos promover un proyecto tan moderno como el concepto de América latina. [↩]