Caco en un mundo que miente
“No hay peor mentira que aquel que envenena la verdad” debería ser una frase lapidaria, a no ser por su confusa o errónea construcción gramatical. Desde que la escuché, dediqué más atención a examinar si la había captado correctamente que a meditar sobre el contenido de su mensaje. Debo reconocer que muy poco contribuye saber quién es su autor, el senador Héctor Martínez, que la utilizó para minar la credibilidad de uno de los testigos de fiscalía, en el caso llevado en su contra por delitos de cuello blanco. Días después, el jurado lo declaró culpable. Así entonces, mejor comienzo este escrito con otra frase.
“El peligro ha sido parte de mi vida desde que tomé un lápiz para escribir. Nada es más amenazante que la verdad en un mundo que miente.” Su autora es Nawal El Saadawi, psiquiatra egresada de la Universidad de El Cairo, quien más tarde llegó a dirigir el Ministerio de Salud Pública de Egipto al comenzar la década del 1970. La publicación de sus libros, en los cuales denunció clara y abiertamente la opresión social y sexual de las mujeres en su país, enardeció a los grupos fundamentalistas. Estos presionaron con éxito a las autoridades gubernamentales para que destituyeran a la ministra de Salud Pública. Años después, El Saadawi terminó siendo arrestada y encarcelada debido a sus críticas al régimen del presidente Anwar Sadat. De este mundo que miente y su relación con la salud pública es que deseo escribir en esta columna.
“Más rápido se agarra a un mentiroso que a un cojo” solía escuchar en aquel colegio de monjas Carmelitas franquistas en mis grados primarios. Y con razón, pues el arte de mentir requiere de cualidades superiores que el común de los mortales no suele poseer: destrezas retóricas, una memoria infatigable y suma prudencia. Los vulgares cuentistas y farsantes corren la suerte que le ha tocado a la cuadrilla de legisladores que en este cuatrienio han tenido que abandonar sus codiciados escaños de privilegios económicos. Si vivimos en un mundo que miente, no se debe a la proliferación de embusteros y timadores difíciles de identificar. Las propias actividades comunes y rutinarias de este mundo esconden, disimulan y distorsionan la verdad, así como lo hacía el Caco de Lutero citado por Marx.
El Caco de Lutero
Sepultada en una nota al calce en el Capítulo 22 de El Capital, Marx incluye esta cita de Martín Lutero, quien menciona a Caco en una crítica a los usureros que igualmente aplica a los capitalistas:
«Los paganos pudieron llegar a la conclusión, especulando racionalmente, de que un usurero era un cuádruple ladrón y asesino. Pero nosotros los cristianos los honramos a tal punto, que casi los adoramos por su dinero… Quien chupa, roba y quita el alimento a otro, comete un asesinato tan grande (en lo que de él depende) como el que lo hace morir de hambre o lo arruina por completo. Pero eso es lo que hace un usurero, y se repantiga muy seguro en su silla, cuando más bien debería colgar de la horca y ser comido de tantos cuervos como gúldenes [florines] ha robado, si fuera posible que tuviese tanta carne como para que tantos cuervos pudieran desmenuzarla y repartírsela. Mientras, se cuelga a los ladronzuelos… A los ladrones pequeños los ponen en el cepo; los ladrones grandes se pavonean vestidos de seda y oro… De manera, pues, que no hay sobre la tierra mayor enemigo del hombre (después del diablo), que un avaro y usurero, pues éste quiere ser Dios sobre todos los hombres…. La usura es un monstruo grande y descomunal, cual un ogro que todo lo devasta, más que ningún Caco, Gerión o Anteo. Y sin embargo se acicala y quiere pasar por piadosa y que no se vea adónde van a parar los bueyes que mete a reculones en su guarida…”
Según la mitología romana, Caco era un gigante mitad humano y mitad monstruo, que botaba fuego por la boca y habitaba en una cueva en el Valle del Latio. Ocasionalmente salía de noche a robar ganado a las aldeas aledañas y para despistar a los aldeanos hacía que estos entraran a reculones en su guarida. Cuando los aldeanos pasaban cerca de la cueva buscando el ganado perdido, observaban las huellas de ganado que, por su dirección, les hacían pensar que los animales habían salido de la cueva. Dejándose llevar por este falso indicio, los aldeanos llegaban a la conclusión de que el ganado se había perdido o desaparecido en las áreas cercanas. Finalmente, Hércules pudo hallar el ganado en la cueva de Caco, luchó con este y lo venció.
Marx retoma el mito de Caco en otro de sus libros, Theories of Surplus Value (libro afectuosamente apodado como Volumen IV de El Capital), aduciendo que la imagen de Caco describe muy bien a los capitalistas en general. Estos toman la riqueza producida por los obreros, se adueñan de ella y la acumulan en sus guaridas; y así como como las huellas del ganado ofrecen la apariencia de salir de la cueva, los capitalistas pretenden que la riqueza acumulada emana de su propio ser, de su laboriosidad y de su ingenio.
Ofuscación metodológica
El profesor de Ciencia Política Bertell Ollman, en su libro Dance of the Dialectic, explica con más detalle el razonamiento de Marx, preguntándose qué hubiera pasado si los aldeanos hubieran tomado un curso de metodología de investigación en una universidad estadounidense. De haberlo hecho, los aldeanos hubiesen querido obtener una diversidad de medidas matemáticas frente a la cueva de Caco, midiendo el tamaño de las pisadas del ganado, calculando su dirección, determinando su profundidad y estimando su proximidad. Luego someterían estas medidas a un programa computadorizado de análisis estadístico de datos. Entonces obtendrían unos resultados muy precisos y muy confiables; sin embargo, llegarían a las mismas conclusiones a las que llegaron los aldeanos.
La metodología de investigación practicada en universidades norteamericanas suele ser hostil al pensamiento dialéctico, pues el mismo no puede reducirse a una serie de pasos específicos y secuenciales que tienen que aplicarse con todo rigor, cual receta del libro de cocina de Doña Carmen Aboy Valdejuli con su “cooking by the numbers”. Si los aldeanos hubiesen pensado dialécticamente, habrían iniciado su investigación preguntándose, ¿qué pasó el día antes de que el ganado desapareciera? De esta forma, la investigación tendría un marco histórico indispensable para entender la situación. Los aldeanos no deberían conformarse con inspeccionar la evidencia inmediata y directa que aparece ante ellos. La dialéctica los obligaría a pensar en términos más amplios y deberían preguntarse, ¿qué hay en la vecindad, qué hay dentro de la cueva? De esta forma, los aldeanos indagarían en el contexto del problema y profundizarían en el mismo. Este pensamiento dialéctico requiere entonces, entre otros asuntos, de una perspectiva histórica y profundidad teórica. Según Marx, lo común es no profundizar y dejarse llevar por la evidencia directa e inmediata cuando el llamado de la ciencia consiste precisamente en indagar más allá de las apariencias.
Usura capitalista hospitalaria
Cada vez que paso por la carretera de Humacao hacia Caguas me cuesta trabajo pensar que ese edificio en ruinas que se observa al lado opuesto del Recinto de Humacao de la Universidad de Puerto Rico fue Hospital de Área. El abandono del financiamiento público, junto con la notoria corrupción, acabó destartalando el hospital que en ocasiones luce más como un hospitalillo de víctimas de drogadicción que como una antigua facilidad de excelentes servicios de salud. Cuando este hospital estaba en funciones, la atención médica en Puerto Rico era universal, toda persona que tuviese necesidad médica tenía acceso a servicios hospitalarios públicos independiente de su condición económica. Para no romantizar el pasado, hay que aclarar que la calidad de los servicios hospitalarios era muy desigual a través de la isla y existían diferencias sustanciales en la atención entre algunos hospitales públicos y privados. Hoy, la flora tropical que crece en las grietas del desvencijado hospital nos recuerda cómo se fue fragmentando y destruyendo poco a poco un sistema planificado y regionalizado de servicios de salud. [pullshow]
Esta imagen contrasta con los planes de construcción de un nuevo hospital que hace unos años tenía de la corporación HIMA-San Pablo para el pueblo de Humacao. Con un diseño arquitectónico de aires futuristas, dicho hospital se localizaría a unos pasos de la exclusiva comunidad Palmas del Mar. Este iniciaría una nueva tendencia en el cuidado de salud al convertirse en el primer cortinitas-free hospital de Puerto Rico. Sus sobre 200 cuartos totalmente privados eliminarían en su totalidad las consabidas piezas textiles que separan a un paciente de otro en cuartos semiprivados, a pesar de que éstas fueron pensadas con el fin de facilitar la labor de los profesionales de enfermería y abaratar enormemente los costos hospitalarios. Este diseño cortinitas-free no correspondía a un anhelo caprichoso de los accionistas, ya que el hospital tenía como una de sus dos especialidades las cirugías estéticas. Supongo que los planificadores del hospital consideraron algún artículo de evidence-based medicine que aseguraba que la prognosis de los pacientes de cirugía estética mejora si no enfrentan la ansiedad de que el paciente vecino pueda accidentalmente levantar la tela de separación y averiguar su identidad y observar en cuáles áreas corporales se recortaron pellejos, se estiraron cueros y se succionó y redistribuyó grasa, sebo o manteca. Se debe añadir que dicho hospital también se especializaría en cirugía ortopédica, la que corresponde precisamente a una de las especialidades médicas más lucrativas en la isla.
Desconozco en qué quedó la construcción de este hospital, reseñada en números del semanario Caribbean Business del 2007 y 2008, el cual abriría operaciones en el 2010. Si el departamento de nutrición del hospital fuese una división del Country Club de Palmas del Mar, el cual cerró a pesar de los múltiples lloriqueos, pataletas y exigencias de préstamos adicionales ante el Banco Gubernamental de Fomento (Cercano el cierre del Country Club de Palmas del Mar, Primera Hora), podemos imaginarnos por qué el cortinitas-free hospital no se ha construido, o si se construyó, por qué no ha abierto.
Un mundo que miente
A Martín Lutero y a Carlos Marx no se les quebrantaría la voz al acusar a los accionistas del futurista hospital de Humacao, así como a sus colaboradores y a todos aquellos que contribuyeron a socavar y destruir nuestro sistema regionalizado de salud, como usureros y capitalistas, como dobles o cuádruples ladrones y también como asesinos. Más allá de los méritos o deméritos de esta imputación, se hace imperativo rumbear con la danza de la dialéctica para poder entender una de las formas en las que nuestro mundo miente. Si guiamos nuestra atención sobre la evidencia directa e inmediata, podríamos identificar a usureros y capitalistas, cual horda de legisladores corruptos, pero pasaríamos por alto la evidencia menos fastuosa que esconden las pisadas del ganado frente a la cueva donde se acumula lo robado.
Nuestro anterior sistema regionalizado de salud desde su mera concepción estaba conscientemente espacializado. Esto permitía la planificación territorial de los servicios en base a las necesidades de la población en determinadas áreas. La distribución de recursos humanos, financieros, hospitalarios y tecnológicos en salud podía asignarse de acuerdo a criterios que respondieran a las necesidades demográficas y epidemiológicas de las regiones geográficas del país. Quienes destruyeron el sistema regionalizado y lo sustituyeron por un sistema individualizado de acceso a servicios de salud creyeron y perpetuaron la mentira fundamental del sistema de bienestar social estadounidense: con dinero en el bolsillo de los individuos (o en una tarjeta) se eliminan las diferencias de clase social en el acceso a servicios.Pero las diferencias de clase social también se proyectan territorialmente y los indigentes no pueden comprar servicios de salud de emergencia que no estén geográficamente accesibles. Peor aún, el dinero en el bolsillo de los individuos (o en una tarjeta) facilita que algunas instituciones acumulen grandes beneficios económicos con un uso imprudente de altas tecnologías y procedimientos médicos sin tener que recurrir a un esquema de corrupción. Esta imprudencia, o busconería boricua para llamarla por su nombre, hace cada vez más difícil convertir nuestro sistema de salud en uno permita la planificación y que esté enfocado en el cuidado primario y en la prevención.
[pullthis]El gigante Caco está en nuestra isla, roba y constantemente se esconde, despista, disimula y distorsiona la verdad. En algún momento su imprudencia lo delatará.[/pullthis] Será entonces identificado y, aunque tome la fuerza de un combate de titanes, podrá ser vencido. Su derrota no marcará el final de la batalla sino a duras penas su comienzo. Igual de ciclópea deberá ser la acometida contra un mundo que miente. Mientras no se descubran, se desenmascaren y se denuncien los mecanismos de la mentira, la glotonería de otros boricuas suplantará al Caco derrotado, perpetuando desde otra cueva el constante despojo al que estamos sometidos.