Caminando por el corazón de Puerto Rico
La primera vez que escuché el crujir de las bambúas llevaba dos horas caminando por la carretera que cruza el bosque de Toro Negro. Tenía como única compañía un viento frío que se mantuvo conmigo hasta el final del trayecto que debía completar esa mañana. Caminaba sin parar mientras la brisa me entretenía meciendo los bambús, revolcando los olores de la tierra húmeda, sacudiendo el dulce de las flores que crecen a través de todo el camino como si presumiera de un tesoro que le pertenece.
Ese día caminé 18 kilómetros. Fue la primera vez en mi vida que caminé tanto sin parar en un solo día (seis horas) y era la segunda vez que recorría a pie uno de los tramos de la caminata que auspicia anualmente el Fondo de Mejoramiento y que cruza nuestra isla por el mismo centro, de este a oeste.
Comenzamos en Maunabo y concluimos un mes más tarde en Mayagüez. Quienes completan los 16 tramos caminan 248.6 kilómetros, de los que caminé la mitad. El próximo año intentaré completarlos, pero de no lograrlo poco importaría porque se trata de divertirse y conocer de cerca un país que se nos escapa a la vista cuando vamos en automóvil. Lo de Ruta Panorámica no es un eufemismo, lo que sí podría serlo es pensar que lo vemos todo si la transitamos en carro haciendo una que otra parada en algún punto que llame nuestra atención.
Comencé a caminar a invitación de unos grandes amigos a quienes difícilmente le podemos decir que no. Este era el segundo año que ellos hacían el trayecto y para ser honesta, eso de madrugar sábado y domingo luego de levantarme toda la semana a trabajar a las cuatro de la mañana no me daba mucha gracia. Pero una vez hicimos la primera caminata no pudimos parar, sólo compromisos previos y el cansancio pudo en ocasiones más que las ganas de seguir.
Vivir en el área metropolitana toda la vida no sólo llega a ser asfixiante, también puede limitarnos las fronteras de nuestro país. Podemos pensar, con mucha razón, que esto está perdido, que mejor hacemos la maleta y nos buscamos otro lugar donde vivir. Pero hay que ponerse los tenis y echar a andar. ¡Después del peaje de Caguas hay un Puerto Rico distinto, extraordinario, exuberante y solidario!
Lo primero con lo que se va a topar es con un grupo de personas llenas de energía (y la edad no tiene nada que ver, porque algunos pasan de los 70) dispuestas a disfrutar de ese otro Puerto Rico que se mantiene calladito y oculto en el centro de nuestra isla.
Esta es “la escoba”
Aunque no es una cuestión de principio, para muchos de estos caminantes “escobarse” no es una alternativa. La “escoba” es una guagua de apoyo que asiste a los participantes durante toda la ruta y recoge a las y los que deciden que no suben otra ladera o que no caminan más. Yo la monté en ocasiones, sobretodo en algunas de esas cuestas que parecen retar la ley de gravedad, sin que mi orgullo saliera herido. El escobeo está a cargo de Eddie quien además de asegurarnos botellitas de agua para mantenernos hidratados nos rociaba con una que otra mentirita piadosa como, “Dale, que la cuestita no es muy alta”, o “detrás de ti viene un montón de gente, ¡no eres la última!”.
Aunque en cada tramo el grupo sale al mismo tiempo, poco a poco, se van abriendo distancias y al final quedan los que lo cogen más suave o se dedican a tomar fotos, que era mi caso. De manera que si no era la última, estaba entre ellos, lo que me dio la oportunidad de documentar con fotos aquello que llamaba mi atención. ¡Que era casi todo!
En la ruta me topé con una familia que ofrecía a los caminantes jugos de china y toronja recién exprimidas acompañadas de batatas asadas. Lo primero que pensé fue que no tenía dinero para pagarles pero algunos que ya disfrutaban de estas delicias me advirtieron que no podía desairarlos no aceptando la bebida. ¡¿Puede creerse?! Se levantan temprano todos los años para obsequiar al grupo con los manjares que cultivan en su patio. Paso a paso me fui acostumbrando a esa generosidad de los vecinos con los que nos encontramos. Algunos nos ofrecían frutas, otros nos daban agua, todos nos saludaban con los buenos días y algunos para animarnos nos juraban que ya estábamos llegando a la meta. ¡Le falta poco, eso está a la vueltita! Muy lindo el gesto, pero la vueltita de ellos siempre era mucho más corta que la nuestra. Con toda probabilidad nos faltaban varias horas para llegar al punto de encuentro que siempre era un cafetín de la montaña donde nos aguardaba una buena comida criolla (lechón, arroz, habichuelas, viandas, como ven nada apto para Jenny Craig) y mucha cerveza fría.
Descubrí que, además del café, en Puerto Rico se pierden por falta de manos para recogerlos las chinas y los plátanos que abundan en todo el camino. Además, rebosan las flores más hermosas que crecen libres y silvestres. Una vecina me comentó que las que adornaban su patio las había plantado el viento que “las trae desde lejos y las deja por ahí”. También hay muchas pascuas florecidas que crecen tan altas como un árbol de chinas y no en una canasta como siempre las había visto.
Paramos en un negocito cuya especialidad es el caldo de gallina “vieja” y comimos los mejores limbers del país en casa de doña Carmen, una doñita que hace “unos chavitos extra” vendiendo a los caminantes los mismos pastelillos que prepara con amor para su familia y que nos atendió en la cocina de su casa como si se tratara de la nuestra.
Algunos alcaldes apoyan al Fondo y ponen a su gente a repartir frutas y agua durante algunos trayectos. Pero son los menos, cosa que no sorprende. ¿Por qué será que los políticos siempre tienen extraviadas sus prioridades? Uno de esos empleados resultó ser además un agricultor de café. Su principal actividad en estos días es eliminar el cafetal que tiene sembrado en ocho de las veinte cuerdas de terreno que posee. “Me voy a dedicar a los cítricos y los plátanos porque el café se me pierde”. Mientras tanto se gana la vida como chofer del municipio. “Es más trabajoso pero por lo menos tengo unos chavitos seguros”.
Era la primera vez que escuchaba algo de las caminatas del Fondo y me preguntó si a nosotros nos pagaban por “hacer eso”. “Pues no, lo hacemos para conocer mejor nuestro país y por gusto”, le respondí”. ¡¿Por gusto?!”, me contestó con ojos de incredulidad y continuó como si mirara a una extraterrestre “¿y de dónde son ustedes?”
“De San Juan”, le respondí con una sonrisa.
“Ah, ya veo”, respondió sin entusiasmo, poniendo fin a la conversación.
La vigésimaoctava Caminata Panorámica del Fondo de Mejoramiento culmina en Mayagüez donde su alcalde agasaja a los caminantes y les entrega un pergamino que sólo reciben los que se escobearon en no más de cuatro ocasiones. Yo no cualifico, pero igual me siento tan orgullosa de haber participado como los que lo recibirán.
Y lo mejor es que nadie me quita lo caminado, pues me quedan mis fotos, las amistades y la certeza de que amo a mi país profundamente porque ahora, además, le conozco en la intimidad de su montañoso corazón.
FOTOGALERÍA DE LA CAMINATA PANORÁMICA 2012