…Al ritmo de la pasión amorosa
A Armindo Núñez
Acercarnos a examinar las profundidades que matizan el devenir de la canción romántica latinoamericana, desde temprano en el siglo XX, es más que un estudio sobre patrones rítmicos, armónicos o las formas melódicas en las que se ha zurcido la copla que evoca al amor y sus desventuras.
Es, ante todo, un lenguaje tras el que se posiciona un mosaico de disquisiciones teóricas y afectivas en torno a los relatos que emanan de la experiencia amorosa. Por eso su lectura, ya venga en forma de bolero, tango o ranchera, será tan diversa como tan heterogéneo es su receptor.
Desde la perspectiva histórica, la canción romántica transfigurada en el género del bolero es netamente latinoamericana. Una forma musical que, en su creación, traza su paso en una línea triangular que va desde México, Cuba y Puerto Rico, aunque la gracia de la canción bolerística ha tomado también influencias de otros países del Continente, como Colombia, República Dominicana, Venezuela y Argentina.
Su paternidad siempre ha estado en disputa, aunque la mayoría de los estudiosos ubican su nacimiento en la provincia de Santiago, en Cuba, con la creación en 1885 del tema “Tristezas”, una composición del trovador José Viviano “Pepe” Sánchez.
La canción romántica caribeña, desde entonces, comenzó a zurcirse en una nueva estructura tonal, con rasgos y modalidades rítmicas y melódicas distintivas que se diferenciaban de, por ejemplo, el viejo danzón de origen español.
“Tristezas me dan tus quejas, mujer profundo dolor que hoy dudes de mí no hay prueba de amor que deje entrevercuánto sufro y padezco por ti”
El dato lo sustenta el historiador Cristóbal Díaz Ayala cuando, en una de sus tantas investigaciones, consigna el surgimiento, a finales del siglo XIX, de un “nuevo género (musical), el bolero, que se aparta de su origen español […] era un fenómeno del interior de la isla (Cuba)”.
Para muchos investigadores, sin embargo, no es hasta entrado el siglo XX que el bolero en Cuba alcanza su gran dimensión artística y creativa. La obra “La tarde”, que aparece registrada con fecha de 1910, con música del cubano Sindo Garay y letra de la puertorriqueña Lola Rodríguez de Tió, se señala como una de las piezas más significativas en el surgimiento del bolero, que por su estructura armónica y su letra marcará, en lo sucesivo, la pauta en la composición del género.
“La luz que en tus ojos arde si los abres amanece cuando los cierras pareceque va muriendo la tarde”
En México, mientras tanto, la versación romántica del pasado siglo estuvo muy influenciada por la canción lírica italiana, como expone Jaime Rico Salazar en su libro Cien años de boleros.
En esa línea, las composiciones del zacateca Manuel María Ponce Cuéllar, en la primera década de 1900, seguidos de la obra de Armando Villarreal Lozano y el trabajo musical de Fernando Méndez Velázquez, testimonian el punto de partida de esta nueva expresión trovadoresca que, desde ese país, abarcó rápido todo el hemisferio.
Sin embargo, no es hasta que aparecen las piezas de Guty Cárdenas y Agustín Lara, en el transcurso de 1920, que el bolero mexicano despuntó hasta consagrarse, poco después, con las obras de Roberto Cantoral, Consuelo Velázquez, Vicente Garrido, Álvaro Carrillo y Luis Demetrio.
Para Puerto Rico, en cambio, el bolero se escribe con nombre y apellido: Rafael Hernández Marín, quien además de ser un excelso poeta era un genio rítmico, armador de juegos hechiceros entre su lírica y su música y que aportó al cancionero latinoamericano el repertorio más brillante y romántico del pasado siglo. Basta escuchar “Perfume de gardenias”, “Desvelo de amor”, “Campanitas de cristal”, “Diez años” o “Qué te importa” para confirmar la grandeza del compositor aguadillano, cuyas obras, por su trascendencia, han llegado a confundirse en registros autorales como si se trataran de piezas de nacionalidad mexicana o cubana.
“Me dirán que de tanto quererte me voy a morir,que no vale por ti el sacrificio, lo podrán decir,
que no quieres saber de mi nombre, eso ya lo sé;
pero yo que te quiero de verás no sé qué diré”1
Entre los grandes boleristas puertorriqueños resaltan, además, el nombre de Pedro Flores, un maestro del canto lastimero cuya obra, aunque no tan prolífica como la de “El Jibarito”, dimensionó la “Esperanza inútil” de un “Amor perdido” capaz de llevarnos a la más alocada “Obsesión”.
En esa lista de buenos boleristas está también Bobby Capó, Plácido Acevedo, Edmundo Disdier, Héctor Flores Osuna, Sylvia Rexach –la más digna representante de nuestro filin–, Myrta Silva y Puchi Balseiro, entre otros.Datos, justificaciones y reflexiones sociológicas, etnomusicológicas e históricas que alcancen sustentar la aportación de nuestros compositores e intérpretes nacionales al romanticismo musical moderno de Lationamérica, así como el devenir del bolero y, más adelante, el filin, con consideraciones específicas de sus estructuras armónicas y sus formas de difusión, son temas para ser abordados en otro ensayo. En esta ocasión pretendemos, únicamente y como un primer acercamiento al tema, auscultar la dimensión de la fibra afectiva del bolero y ver cómo ésta alimenta algunos estadios de nuestro sentimentalismo popular.
Por eso, el ejercicio de arrimarnos en este espacio a la bolerística nos hace trascender aspectos históricos y técnicos para trazarnos una línea fina que nos confronte con vernos y sentirnos entre el alma, la conciencia y “el objeto oscuro del corazón” en un abordaje fenomenológico que conduce a indagar sobre la profundidad de la canción amorosa y las experiencias que evoca y provoca.
Se trata de apreciar el sonido lírico y melodioso del bolero para escrudiñar su efecto en el sentimiento humano y cómo en su transmutación toma prestada la voz sonora para comunicar un deseo, dar cuentas de la experiencia amorosa que transita entre la conquista, el ensueño, el desconsuelo, la huida y el desamparo.
Como bien expone Iris Zavala en su obra El bolero. Historia de un amor, “el bolero canta, murmura al oído la fábula de historias, de amores; conjura deseos, canta sin olvidar… es la insurrección romántica en clave popular y con ritmo”.
Decía Carlos Monsiváis que para comprender el bolero había que conocer bien las formas en que las sociedades latinoamericanas vivimos el romanticismo, anhelando “la liberación de los sentimientos, el anularse del Yo en la entrega del Tú, la confesión laica de endiosamiento de la pareja real o imposible”.
En esa dimensión, qué es el bolero sino el signo del respiro del alma o, citando al maestro Monsiváis, “el promotor ansioso de las relaciones amorosas o del deseo de tenerlas, el testigo, el contexto, el paisaje acústico”.
Lo cierto es que la composición bolerística está hecha a la justa medida para hacer más simple el idioma de los sentimientos que navegan al interior de un circuito ilimitado de pasiones y sin las cuales la vida dilapida su brillantez.
Por eso es común encontrar quienes sienten el bolero con sabor a catarsis. Y esto es así en la medida en que tras cada compás, cada acorde y cada verso que compone un bolero podemos hallar algún toque de angustia y desdicha. Son, como cantaría Gilberto Monroig, “los estragos de hondos pesares y un alma muerta”.
Pero más allá del desgarramiento, en el bolero también hay pasión lúdica, esencia de subversión, andanzas, ensoñación, ternura y hasta autobiografía urbana. Así se atestigua al mirar –y escuchar– el abanico de composiciones que alimentan el pentagrama romántico latinoamericano del siglo XX, que, como bien cantamos, “nos deja gratos recuerdos llenos de olvido”.
El lingüista y semiólogo francés Roland Barthes, quien probablemente nunca escuchó ni bailó un bolero armonizado por el trío Los Tres Ases, ni mucho menos se deleitó con el bardo de Gilberto Monroig, Cheíto González, Lucy Fabery, Olga Guillot o Rey Arroyo, ubicó la exploración filosófica que vierte de los amoríos en la misma línea en que se construye el verso de nuestra canción romántica: el amor radical.
Para Barthes, ese amor radical, que en nuestro pentagrama se escucha como bolero “corta venas”, necesita de un locutorio constante, real o imaginado, en el que se remitan las palabras y los deseos y que sirva, a su vez, para armar un registro de las diferentes instancias que componen la dinámica discursiva del amor.
Por eso en su obra Fragmentos de un discurso amoroso, el filósofo explora la materia discursiva de algunas dimensiones del amor desde patrones semiológicos asumiendo una representación del enamorado en tanto “el sujeto amoroso que, a merced de tal o cual contingencia, se siente asaltado por el miedo a un peligro, a una herida, a un abandono, a una mudanza, sentimiento que expresa con el nombre de angustia”.
“Quédate conmigo y no te vayas vivamos lo mejor de nuestras vidas quédate sabiendo que mañanalloraré tu partida”2
Barthes se ocupa de figurar la dinámica amorosa desde un análisis textual y simbólico de las formas en que, desde su óptica, se desarrolla el amor colmado, en muchos casos, de estancias dificultosas. Su libro es un aprendizaje sobre el deseo, el amor y la soledad, razón por la que nos ofrece recursos para explorar fenomenológicamente la materia discursiva que encierra el bolero y su tangencia con la tradición semiológica que el lingüista representa.
Los despliegues discursivos del bolero no sólo exponen e interpretan algunas dimensiones del amor. Citando a Iris Zavala, “la educación sentimental que supone esta música moldea las relaciones amorosas y conmueve elevando el alma y haciéndola avergonzarse de la ruindad cotidiana”.
Por eso, al igual que las figuras de Barthes, la poética del bolero en un catálogo que resume anhelos y conflictos, al tiempo que abre las ventanas para cantarle al idilio, el placer y la desventura.
Una de las longitudes más concurridas por el bolero es aquella que arma su relato sobre el temor del enamorado a enfrentarse a la orfandad de la soledad.
“Reloj no marques las horas porque voy a enloquecer”3
“Noche no te vayas, míranos que felices nos sentimos”4
“Un poco más y a lo mejor nos comprendemos luego”5
“No quiero que te vayas, la noche está muy fría”6
La ansiedad de abrazar el tiempo para consumir y consumirnos en la experiencia del amor es una de las zonas del sentimiento más asidas por el bolero desde sus orígenes y, con sus distancias, la superficie que más explora Roland Barthes al abordar en su obra el discurso amoroso, que para él se cincela en trazos “de una extrema soledad” y que yace “abandonado por los lenguajes circundantes, o ignorado, despreciado o escarnecido por ellos”.
Por eso con el bolero, y desde el bolero, se aprende a vivir y a liberar el sufrimiento. Por la misma razón que los tonos melódicos que abrigan al género hacen sentir mejor el duelo y la melancolía de esa “soledad tan concurrida” de la que hablaba el poeta Mario Benedetti.
Igual lo vemos en el relato que nos hace Milán Kundera en su novela La inmortalidad, cuando dice que “ni siquiera un gato puede dudar de su insufrible yo”.
“En un sufrimiento fuerte”, precisa el escritor checo, “el mundo desaparece y cada uno de nosotros está a solas consigo mismo. El sufrimiento es la universalidad del egocentrismo”. Muy bien pudo el autor completar este pasaje de su novela con los versos de “Ausencia”:
“Cuando se apartan dos corazones cuando se dice adiós para olvidar dice la ausencia te llevo conmigopara que olvides, para que no sufras más”7
Pero no todo es desamparo. En la construcción de ese amor radical que nos abraza entre mares del Caribe hay, además, la evocación a la ternura del recuerdo, al ensueño:
“Te acuerdas, junto a una fuente nos encontramosqué alegre fue aquella tarde para los dos;
te acuerdas cuando la noche tendió su manto y el cántico de la fuente nos arrulló”8 “Allí, donde te conocí quiero verte otra vez. Allí, donde te di mi amor donde al fin nos quisimos con loca pasión,
allí, no te olvides mi bien ya sabes que te espero”9
“Volverás esta noche otra vez a encontrarte en mis sueños llegarás otra vez a brindarme un instante de ensueño y aunque sea en un sueño y te tenga por unos momentos dejarás una estela de amor
en mi pensamiento”10
El bolero, sin embargo, evangelizado como aroma del corazón, se ha creado para conquistar. Muy pocos dudan de ese valor. Por eso, en su inmensidad, se vuelca en anhelos y promesas que van dibujando las formas en que aspira calar en la más profunda intimidad del Homo sentimentalis.
“Si del calor del sol hoy me privaran yo prefiero tener el de tus manos. Si la luz de la luna me quitaran me ilumina mejor la de tus ojos. Tú eres la sensación que mi alma espera la más grande ilusión de mis anhelos y muchas veces pienso en mi locuraque si no hubiera Dios, mi Dios tú fueras”11
“Cuando podré tenerte en mis brazos junto a mi pecho, decirte cosas
que a nadie que no seas tú quiero decir”12
“Si te digo que una estrella para ti yo bajaría si te ofrezco que la luna a tus plantas yo pondría; mentiría corazón, eso nadie puede hacer, no lo puedo hacer. No te ofrezco el mundo entero, diez auroras ni luceros mucho menos que los vientos te daría por mensajero;
no me pidas eso amor, eso nunca podrá hacer, no lo puedo hacer”13
Otra de las figuraciones más afectivas del bolero se encuentra en la forma poética en que maneja y construye el reproche que surge tras la partida del ser amado y que, sumergido en el oropel de “la dulce ausencia de las miradas”, evoca al desconsuelo.
“Como yo te amé jamás te lo podrás imaginar pues fue una hermosa forma de sentir, de vivir, de morir y a tus sombras seguir, así yo te amé. Como yo te amé ni en sueños lo podrás imaginar pues todo el tiempo te pertenecí, ilusión no sentí que no fuera por ti, así es como te amé. Como yo te amé por poco o mucho tiempo que me quede por vivir es el verbo que jamás podré volver a repetir comprendo que fue una exageración, lo que yo te amé. Como yo te amé no creo que algún día lo puedas entender tendrías que enamorarte como lo hice yo de tipara así saber cuánto yo te amé”14
“Volverte a ver, hoy daría media vida por volverte a ver y recuperar el tiempo que se me escapó y decir lo siento amor, perdóname
no me sirve la razón si no estás”15
El desconsuelo de la huida también se construye en el bolero desde el desprendimiento porque, como señala el psicoanalista Jacques Lacan, hay un “amor evanescente” que es profundo y da libertad; “admite que el otro se vaya, aunque le duela”.
“Yo, que ya he luchando contra toda la maldad tengo las manos tan desechas de apretar, que ni te pueden sujetar, vete de mí. Seré en tu vida lo mejor de la neblina del ayer cuando me llegues a olvidar. Como es mejor el verso aquelque no podemos recordar”16
En el reproche de la partida del ser amado, el bolero puede sentirse desde los contornos melódicos del corazón como uno profundamente desgarrador. Esa visión lastimera, que zarandea como una de las más concurrentes señas de la composición bolerística y uno de los rasgos que marcan su indiscutible calidad, aunque haya quienes la resistan, es una de las virtudes que develó, por ejemplo, la pluma del compositor Catalino “Tite” Curet Alonso cuando escribió “Carcajada final”.
“Sé que guardaste tu carcajada más brutal para reírte de mí para decirme que por el suelo iba a rodar y mira tú, si no rodaste más que yo mírate hoy quién eres tú y quién soy yo. Si al fin la vida es una caja de sorpresas, ya lo ves que de repente llega el día donde termina tu reinado cada vez. Sé que guardaste tu carcajada más brutal para anunciarle al mundo entero mi final recibe ahora la gran noticia que no acabe porque una luz de buena suerte sigue alumbrando mi camino más que ayer. Veo tus ojos, como a mi puerta son mendigos de un perdón entra si quieres aquí hay de todo más con una condición que no te guardo rencor, más por la misma razóntampoco te tengo amor”17
Mas cuando se mezcla el desconsuelo con la huida, como antídoto para exorcizar el alma dolida por desengaños, el bolero se crece en su más fuerte esplendor.
“Me voy ahora y te deseo mil felicidades vas a gozar de tantas libertadesy al fin descansarás de mí.
Me voy ahora para salvar el resto de mi vidadebe existir otro camino otra salida
o voy a enloquecer de tanto amor.
Me voy ahora y no me importa el fin que tenga un díava a ser mejor, mucho mejor que esta agonía
que estar aquí muriéndome de amor”18
“Yo tengo que decirte la verdad aunque me duela el alma no quiero que después me juzgues mal por pretender callarla. Yo sé que es imposible nuestro amor porque el destino manda y tú sabrás un día perdonar
esta verdad amarga”19
Cierto es que, como precisa Iris Zavala, “no hay nada estático ni codificado en el bolero. Las aventuras de las letras pueden seguirse en la efusión de las entonaciones, inflexiones y caprichos”. Lo lamentable, en cambio, es su notoria ausencia.
Hace algunos años que el bolero salió de los contornos mediáticos para ubicarse en escenas de mayor intimidad. Para conocerlo hay que buscarlo, ir tras él, localizarlo y raptarlo. Es difícil encontrarlo si no tenemos las señas de dónde sobrevive, más allá de los archivos discográficos o de los vídeos colgados en portales cibernéticos.
Esta pérdida es la consecuencia de la configuración que, desde el mercado, se ha labrado para entender la forma de concebir el amor sostenido desde patrones de consumo de asfixie publicitario que, en la mayoría de las ocasiones, sólo pretende posicionar lo simple, erótico y la banal sexualidad.
Poco nos ocupamos hoy de rescatar la esencia de ese amor radical y subversivo que, desde el bolero, tiene inmensas profundidades y que matizan su naturaleza y la hacen trascender. Es la razón por la que las nuevas generaciones desconocen muchas de estas versaciones amorosas que ya son clásicos de la canción romántica universal.
Y es que parece que las canciones, como el amor, sufren los efectos de un cambio de época y construyen los afectos desde otra óptica y con otras formas de sentirse, carentes de sentido poético y sin dedicarse tiempo a cultivar el romanticismo que se hilvana desde adentro del alma.
“Canta mi corazón abrazado a la luz de un recuerdoevocando dulcemente un instante que tuvo algo de eterno”20
Quienes atrapan el bolero, en cambio, comienzan a experimentar una nueva sensación de vivir las figuraciones del amorío entre melodías que, al evocarse, sellan ese sentimiento con lazos de eternidad aunque no se tenga, necesariamente, presente.
Referencias Barthes, Roland (1982). Fragmentos de un discurso amoroso. Argentina: Siglo XXI. Castillo Zapata, Rafael (1991). Fenomenología del bolero. Venezuela: Monte Ávila Editores. Kundera, Milan (1993). La inmortalidad. Barcelona: RBA Editores. Monsiváis, Carlos (2004). Introducción en Claves del corazón de Francisco García Marañón. México: Fundación Ingeniero Alejo Peralta y Díaz Ceballos, IBP. Rico Salazar, Jaime (1993). Cien años de boleros. Colombia: Centro Editorial de Estudios Musicales. Zavala, Iris M. (2000) El bolero. Historia de un amor. Madrid: Celeste Ediciones.- Versos del tema “Qué te importa” de la inspiración de Rafael Hernández Marín. [↩]
- Bolero “Quédate”, una composición del cagüeño Héctor Flores Osuna. [↩]
- Esta composición, “Reloj”, es una de las más famosas inspiraciones del mexicano Roberto Cantoral y ha sido grabado por casi todos los intérpretes del bolero. Es una pieza obligada en cualquier bohemia. [↩]
- “Noche no te vayas” es un tema que se hizo famoso en voz del trío Los Tres Caballeros, en el que participó su autor, Roberto Cantoral, junto a Chemín Correa y Leonel Gálvez. [↩]
- La composición “Un poco más” es de la pluma de Álvaro Carrillo, uno de los más destacados boleristas mexicanos cuya obra catapultó a finales de los años 1970 en voz del cantante José José. [↩]
- “Regálame esta noche” de Roberto Cantoral. [↩]
- Uno de los boleros más hermosos de nuestro Rafael Hernández: “Ausencia”. [↩]
- En el amplio pentagrama de Rafael Hernández también se encuentra “Diez años”, una pieza difundida ampliamente por conjuntos de voces y cuerdas en los años 70. [↩]
- Del gran Héctor Flores Osuna, “Allí”, un bolero de mucho arraigo en Cuba y que ha sido grabado por los principales exponentes de la canción romántica de ese país [↩]
- La reina del filin puertorriqueño, Sylvia Rexach, curtió un hermoso cancionero aunque no muy amplio. Una de sus grandes inspiraciones fue “En mis sueños”. [↩]
- “Eres todo para mí” del mexicano Luis Demetrio. Un éxito en voz del trío Los Tres Ases, en su primera versión de Juan Neri, Héctor González y Marco Antonio Muñiz. [↩]
- “Realidad y fantasía” pertenece al archivo musical de César Portillo de la Luz, fundador del filin cubano junto a José Antonio Méndez, Isolina Carrillo y Frank Domínguez. [↩]
- El bolero “Sólo te quiero” es de la inspiración de Armando Manzanero. Su interpretación no ha sido consignada en ninguna grabación discográfica comercial. En Puerto Rico, el Trío Bahía de Rafael Disdier la incluyó en su repertorio y la sacó de una película mexicana, producida a principios de 1980 y protagonizada por el argentino Palito Ortega. [↩]
- Del notable compositor yucateco, Armando Manzanero, “Como yo te amé”. Recomendamos las interpretaciones de Eugenia León y Luis Miguel. [↩]
- “Volverte a ver” es un bolero de Ray Girado y Amado Jaén. [↩]
- Este tema es el bolero más famoso que creó el compositor de tangos Homero Expósito. [↩]
- Entre su extenso almanaque de canciones curtida por Catalino “Tite” Curet Alonso se destaca, en la línea bolerística, “Carcajada final”, que desató furor en voz de la espectacular cantante cubana La Lupe. [↩]
- Además de ser uno de los más importantes intérpretes del movimiento salsero, Ismael Miranda es también compositor. Su tema “Me voy ahora” es una de sus piezas más importantes, sobre todo si escuchamos la vocalización de la peruana Eva Ayllón. [↩]
- De todas las joyas musicales que nos obsequió la mexicana Consuelo Velázquez, “Verdad amarga” es una de sus más grandes elaboraciones. [↩]
- Otra melodía espléndida de nuestra Sylvia Rexach: “Matiz de amor”. [↩]