Criaturas gelatinosas de Chiara Merino
Es inevitable leer Criaturas gelatinosas (2011) de Chiara Merino y no pensar que tiende puentes entre la palabra y la inefable cotidianidad de “este montón de cosas, todo esto”1. En el poemario, su primer libro, no hay un juego maniqueo de opuestos, hay entraña, intimidad, supervivencia y arte. Hay también oscuridad, hay un todos los días, hay muerte, desgarre y silencio anotado en un relato breve, casi a modo de microhistorias.
“Las criaturas gelatinosas son criaturas que viven en los fondos del mar y son de las especies más resistentes y adaptadas que existen. Sobreviven. Y sobreviven con belleza”, sostiene la autora.
Lo más terrible responde con belleza y el sentimiento se transfigura en palabra, por más apretada o incómoda que ésta le sea. Precisamente así nos deja el poemario, extrañados -o para estar más acorde con su título- con la boca llena de medusas sin cocer, con una sensación clara de ahogo.
“hermanito, el amor viene antes que la muerte(…)
el amor anterior a una falta de palabra
a una muerte que no ocurre mientras ocurre
el amor es un aeroplano de muerte
que hace su clavada confusa al mar y trae muerte
y devela cuerpos que arrastran las mareas
y esconde cuerpos que arrastran las muertes”.
El mar termina siendo el lugar común del dolor: su vista desde la ventana de un hospital, su mancha azul esparcida y su enigma de cuerpos confundidos. Aunque el día a día vivo y seco se torna igualmente oceánico y violento:
“Los muertos se van amontonando como escarcha de arena por las esquinas de los cuartos…Heme aquí, otra vez, en la labor minuciosa de memorizarlos al dedillo y luego redactar los informes habituales que suceden las tragedias. ¿Quién diría que a estas alturas del partido, cuando caen los años y los meses y se sientan conmigo en el balcón donde tomo el café cada mañana, quién diría que semejante escena me haría regresivamente frágil?”
De franqueza abrumadora, entiendo que su poesía mejor lograda, que más roe, va hablando de lo más cercano:
“Que soy un cable de tensión a punto de reventar. Tú no estás sola en ese cuarto oscuro y frío. Yo me asomé a esa tumba y te entiendo, no te lo niego. Pero nada me quita las ganas caníbales de morder pieles y de probar de esa sangre que no es tan espesa como la nuestra. Todo lo hemos compartido. Hasta esto”.
Criaturas gelatinosas es una obra de espejos, de mirarse biseladamente en otros, en sí y en fantasmas. Es también una celebración de lo diminuto: un tablero, una niña perdida, unas abejas que le visitan al piso 10, un rasponcito que arde.
“Me embeleso tanto con los detalles que no encuentro forma de recordar más allá de ellos”, expresa casi a modo de confesión.
El libro, compuesto por 31 poemas y publicado bajo el sello de La colección Maravilla, no es un acto supervivencia netamente, es un modus vivendi
que busca incesantemente dar con la belleza. Y se hace de la caída, del golpe, de la transparencia, para asirla violentamente y con gran tino. Entonces, lo logra.
- Del poema ¿Será la rosa?, de Ángelamaria Dávila [↩]