Cuando te mataron
[El 28 de abril se cumplieron 32 años del asesinato de Carlos Muñiz Varela, uno de los jóvenes cubanos que en ese entonces encabezaba un movimiento de solidaridad y reencuentro con Cuba. Su hijo pronunció estas palabras a propósito de su aniversario.]
Cuando te mataron yo tenía cinco años. Y, según me cuentan, porque no lo recuerdo, te dirigías hacia casa de abuela en Guaynabo para recogerme. No recuerdo qué cuentos me contabas de pequeño, ni a qué parques me llevabas para jugar. Como tan poco recuerdo cómo te eché de menos. No sé quién, ni cómo me dijeron que ya no estabas, peor aún, que no vendrías. Solo recuerdo la imagen de haber sacado la cabeza por la ventana del pasajero, en el carro que viajaba, y mirar una gran caravana fúnebre de autos que viajaban a poca velocidad unos detrás de otros. Recuerdo el viento que golpeaba mi cara. Solo recuerdo eso.
A lo largo de mis treinta y siete años te he venido conociendo. Cada foto tuya y cada historia contada por los artículos de prensa, por la familia y, en especial, por tus amigos, fueron develando tu presencia en mi vida. Hasta conocerte. Y aunque sé que es poco lo que conozco de tu vida, sé que fue una vida intensamente vivida y sé que cuando te mataron, estabas completamente vivo. Tu muerte abrió una cicatriz en nuestra familia y en tus amigos que aún permanece abierta.
En este proceso aprendí quién eras y por qué luchabas. No recuerdo darme cuenta de la pérdida irremediable que había sufrido. No recuerdo sentirte ausente. Siempre has estado ahí, de alguna u otra forma. Mis viajes a Cuba desde pequeño fueron una experiencia paralela a tu infancia, fueron conocer de dónde venías. La casa de tu primo, la escuela que lleva tu nombre en San Antonio de los Baños, el pueblo que te vio nacer y la familia que aún te recuerda con mucho cariño, son lugares y personas que mantienen viva tu presencia en mi memoria. En este proceso conocí de tu enorme generosidad y por qué la Biblioteca de la Cooperativa de Vivienda que me vio crecer, lleva tu nombre. Di cuenta de tu gran inteligencia, tu capacidad para el análisis político y crítico, tu sensibilidad humana y tu facilidad para inspirar confianza y generar una gran amistad con quienes te conocieron.
Cuando te mataron hace más de treinta años pensaron que el terror nos callaría. Pensaron que cesarían los viajes a Cuba y que el poder les daría impunidad. Pero se equivocaron. A treinta y dos años de tu asesinato, pero no de tu “muerte”; con tu sonrisa, tus manos y tu mirada profunda cada vez más viva en nuestra memoria, no descansaremos hasta devolverte la paz, hasta que se haga justicia y hasta que se cierre la herida; la tuya, la de nosotros, la del País.