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De forma universitaria

Juan Otero GarabísJuan Otero Garabís Publicado: 1 de marzo de 2013



No sé bien por qué se me figura que la Universidad de Puerto Rico (UPR) debe estar entre las instituciones de educación superior con mayor número de reformas. Pero no se equivoquen, no es el espíritu renovador lo que guía estas “reformas” continuas, sino los cambios de administración gubernamental. Es que —como dijera Juan Carlos Quintero Herencia— la UPR es la universidad menos autónoma del mundo: con cada cambio de gobierno se presenta un cambio de administración, una nueva asignación presupuestaria y nuevas leyes con el alegado fin de “enderezar la educación universitaria del país”. Así han venido reformando la Universidad cada cuatro u ocho años desde Hernández Colón y Romero Barceló hasta el presente. Tanto estamos acostumbrados a estos cambios, que hasta el actual Presidente pensó que tenía que renunciar a su puesto como cualquier otro director de agencia gubernamental.

Y entonces la prensa y algunos universitarios (incluso Senados Académicos) solicitan la intervención gubernamental: que si se quite la cuota, que se enmiende la ley o se derogue la que aumentó el número de síndicos, que se investiguen los fondos NSF. En fin, que la forma universitaria ha pasado a ser la de aceptar la ausencia de autonomía y esperar del Gobierno los cambios que se desean en la Administración universitaria.

Humildemente opino que el mejor favor que le hacen a la Universidad los partidos que se turnan el Gobierno es ponerse de acuerdo en que la educación debe estar fuera de los derroteros electorales y no ser otro botín más de la contienda pública. Ese debe ser el fin primordial de cualquier reforma universitaria: que obtenga el compromiso de rojos, azules, verdes, violetas, anaranjados y turquesas de que no la van a cambiar si ganan las próximas elecciones. Es de las mejoras cosas que un Gobierno le puede regalar al país: que la educación esté por encima de sus diferencias políticas. ¿Es tan difícil que los educadores de esos partidos —que los hay— se pongan de acuerdo sobre modos y maneras —formas— para administrar la educación en el país? Me parece que no: los más que obstaculizan esos procesos son los que ven la UPR como un gran botín de guerra.

Solo con un tipo de autonomía como la que propongo, se lograría que los asuntos de la universidad se discutan “de forma universitaria”.

Pero, ¿qué es eso de “forma universitaria”?

La frase sugiere que por ser la Universidad una instancia de conocimiento “superior”, la forma “universitaria” de discutir los asuntos debe ser más informada que otras y más respetuosa de los diferentes saberes y opiniones; pues así es que los universitarios investigamos e indagamos para producir nuevos conocimientos en nuestras disciplinas. Al menos, ese sería el supuesto; sabemos que no todo es tan dulce como anuncia la envoltura.

Uno de los aspectos más problemáticos de la UPR es su democracia: en eso coinciden las derechas y las izquierdas. Para las derechas hay un exceso de participación que obstaculiza la gerencia: un “exceso” de democracia; para las izquierdas, la participación es engañosa, pues la alta gerencia oculta información y los cuerpos participativos del profesorado y el estudiantado carecen de poder decisional real. Para estos, la “democracia universitaria” es “falsa”, pues los gobernados no son los que toman finalmente las decisiones, solo recomiendan. Y las ausencias de la Rectora a las reuniones del Senado Académico —cuerpo que preside— contribuyen mucho a este modo de ver la falsa o escasa democracia universitaria.

No obstante, la UPR es la agencia gubernamental —pública— más democrática del país. No conozco ninguna agencia en que los pares decidamos sobre nuestros horarios de trabajo, la asignación de deberes, definamos los perfiles para reclutamiento de personal, evaluemos a nuestros pares, los recomendemos para ascenso, participemos en los procesos de nombramientos de nuestros jefes inmediatos, decidamos la estructura académica de nuestros programas; en fin, participamos en tantas instancias que a veces nos jartamos (así, con jota) de tanta reunión. Además, contrario a la democracia burguesa, el poder en la Universidad es pasajero (en la mayoría de los casos): quien hoy es director/a o [email protected], o sea mi [email protected], mañana será de nuevo, simplemente mi colega. Lo que no ocurre en otras agencias de gobierno ni mucho menos en las empresas privadas, ¿o me equivoco?

Entonces, ¿qué pasa con la democracia?

Mi experiencia en la Universidad me dice que la democracia es cosa difícil, pero que no por ello debemos renunciar a ella como proponen algunos administradores y políticos, y hacen cotidianamente muchos, muchísimos colegas. De hecho, esto último me preocupa más, porque si no hay interés democrático entre los universitarios, ¿para qué solicitar una reforma universitaria que garantice la autonomía y democratice la toma de decisiones dentro de la institución? ¿Acaso no estaríamos solicitando una reforma para que unos pocos decidan y no como un cambio sustancial en las formas universitarias de atender nuestros asuntos? Si no hay un deseo de discutir nuestros asuntos “de forma universitaria”, cualquier reforma puede desembocar fácilmente en más.

Por ejemplo, el Senado Académico del Recinto de Río Piedras intervino en la discusión sobre el “Plan de Seguridad del Recinto” que presentara la Rectora, y decidió enviarlo a las facultades para su discusión y para recibir recomendaciones. Sin embargo, la participación en dichas reuniones es exigua (al menos en Humanidades), no se logra el quórum reglamentariamente requerido para las reuniones, y muy pocos han leído el documento; esto a pesar de que se puede percibir una “fuerte” oposición al mismo, especialmente a la instalación y uso de cámaras de grabación que propone dicho Plan. Me pregunto: ¿cuántos de los que asistirán militantemente a las protestas de oposición a la implantación de dichas cámaras, e incluso serán portavoces en las mismas, NO se preocuparon por leer  ni por discutir dicho Plan con sus colegas en las reuniones de Facultad? Habrá protestas a nombre de la libertad de expresión, que la instalación de dichas cámaras coartará, con personas que no se expresaron en las reuniones entre sus pares: su comunidad de trabajo.

Se puede bien pensar que este escepticismo fue generado por la “falsa democracia”. Bien, entonces qué proponen: ¿que no se discuta ese documento entre los universitarios? ¿o es que simplemente no lo quieren discutir con nosotros, simples mortales? Además, escepticismo o apatía similar la encontramos en tantos otros asuntos sobre los que sí se tiene poder real —como la renovación curricular— o negándose o resistiéndose a participar en reuniones departamentales y sobre los trabajos de sus comités, “porque eso lo hacen mejor sus colegas”.

La democracia universitaria es débil, pero por qué a nombre de una “democracia superior” se desprecia la discusión de asuntos universitarios entre los y las colegas. Y esta actitud la comparten administradores y colegas.

Considero que gran parte de la debilidad de nuestra democracia es consecuencia de la poca o nula educación y práctica democráticas en nuestra sociedad. ¿En cuáles instancias los ciudadanos discuten democráticamente sobre los asuntos que les conciernen? ¿Dónde podemos aprender a discutir sobre nuestros asuntos colectivos para resolverlos democráticamente? Si nuestra democracia es meramente electoral. Pocas escuelas fomentan la discusión democrática de asuntos sociales y educativos entre sus estudiantes. ¿Dónde nos enseñan formas posibles de resolver nuestros problemas familiares y comunitarios que no sea a golpes, a tiros o invocando al “señor”? Esa carencia de práctica democrática incide en el poco interés por atender entre iguales los asuntos que nos conciernen y en la poca agilidad de muchas de nuestras discusiones.

Quizá por eso gran parte de los universitarios —estoy tentado a decir la mayoría— desiste de participar y su “forma universitaria” es acatar o lo que es peor simplemente acomodarse a quien esté en el poder; y hasta a veces para adelantar por el cuarto de atrás sus intereses o boicotear los de sus contrarios. Convirtiendo este cabildeo hipócrita en una de las “formas universitarias” más efectivas en la toma de decisiones. Deformar esa y otras prácticas universitarias similares me parece que sería una revolución mayor que cualquier otra reforma universitaria. A fin de cuentas, mi sueño es que todos los universitarios y universitarias discutamos nuestros asuntos sincera y constructivamente: de forma universitaria.

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Juan Otero Garabís
Autores

Juan Otero Garabís

Es profesor de Literatura Puertorriqueña y Caribeña en la Universidad de Puerto Rico. Ha publicado el libro Nación y ritmo: "descargas" desde el Caribe y ensayos sobre literatura y cultura puertorriqueñas.

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