Donde menos te lo esperas: Nota sobre “Utopía” de Arturo Infante
«…barroco furioso, impugnador y nuevo (que) no puede surgir
mas que en las márgenes críticas o violentas de una gran superficie
—de lenguaje, ideología o civilización– en el espacio a la vez lateral
y abierto, superpuesto, excéntrico y dialectal de América.»
–Severo Sarduy, La simulación
«…lo que no tiende al barroquismo, tiende al periodismo.»
–José Manuel Caballero Bonald
Me he pasado un semestre explorando gustosa y golosamente este tema con mis alumnos. Lo hemos hecho desde una diversidad de variantes teóricas y hemos empleado múltiples textos, de creación y de crítica (¿no serán lo mismo?). Crípticos poemas, ensayos enjundiosos, pinturas poco examinadas, esculturas réquete bien conocidas (la “Santa Teresa” de Bernini: una y otra y otra vez más la “Santa Teresa” de Bernini), curiosos planos arquitectónicos, recónditas teorías estéticas, aparentemente descartables manifestaciones de cultura popular: ésas han sido las herramientas que hemos manejado mis alumnos y yo para explorar el tema durante un deleitoso semestre de lecturas, meditación y discusión.
En ese contexto hay que colocar el incidente que ahora narro: un día, muy al principio del semestre, recibí un correo electrónico de uno de los alumnos en la clase. Me enviaba la conexión a un video y me decía que creía que me interesaría mucho el envío. Así fue. (Mil gracias, Antonio Cardentey.) Muy respetuosamente, como siempre procedo cuando se trata de un alumno, acepté la invitación y pinché el enlace que venía en su mensaje. El toque me llevó a un cortometraje de sólo unos doce minutos. Pero a mí, el mismo, que vi y volví a ver deslumbrado, me alteró por completo el resto del semestre. Lo proyecté en la próxima clase e intenté hacer que los estudiantes lo discutieran. Tras unas pocas risas disimuladas de unos y unas francas carcajadas sin disimulo de otros, todas provocadas por la trama del video, hubo un silencio profundo, casi sepulcral, para usar el clisé y ser así un poco kitsch, categoría que se puede asociar al neobarroco. Miré con aire de complicidad al alumno que me había recomendado el video. A pesar de las risas y las carcajadas, me parecía que la peliculita no había tenido la recepción que me imaginaba que iba a tener. Creí detectar una mirada de decepción en los ojos del alumno que me la había recomendado. No traté de incitar más discusión sobre la proyección del video, pues me parecía que la obra había inhibido o intimidado a los alumnos. Pero ahora pienso que el mismo tuvo efectos inesperados en los estudiantes, aunque no creo que hayan sido de la misma intensidad que lo tuvo en mí, ni en el alumno que me lo recomendó. El cortometraje marcó para mí el resto del semestre y me hizo replantearme ideas sobre el barroco, el neobarroco y hasta del a veces mal llamado ultrabarroco.
El video al que me refiero se titula “Utopía” y fue dirigido por el cubano Arturo Infante. Es del 2004 y, como ya he dicho, dura apenas unos doce minutos. Está compuesto por tres breves historias que aparentemente no tienen relación entre sí: unos hombres que juegan al dominó en un garaje o una marquesina y quienes, de repente, discuten vehementemente sobre la existencia del barroco latinoamericano; una alumna que ensaya con su profesor la declamación de un poema de Borges para recibir a visitantes o inspectores a la escuela; tres mujeres que en un salón de belleza improvisado discuten sobre “La Traviata”. Las escenas se entrecortan rápidamente haciéndonos saltar de una acción a otra y las tres terminan con música y dos de ellas, en violencia.
«Utopía» es, obviamente, una crítica de ciertos aspectos de la sociedad cubana. Más aun lo es “Gozar, comer, partir”. Algunos, centrando su atención en la segunda trama del video –la escena de la de la niña (actuada por una adulta, muy a propósito) que ensaya el poema para los visitantes– proponen que la obra es un ataque al sistema educativo cubano y, partiendo de las otras dos narraciones, a los esfuerzos de educar al pueblo a través de la televisión. Sea como sea, no cabe duda de que ésta es otra muestra de que el cine cubano ha sido, desde el comienzo de la Revolución, un ámbito donde se ha dado la posibilidad de cierta crítica, crítica que puede ser relativa y hasta mediatizada, pero crítica al fin. La tortuosa y hasta problemática carrera de ciertos directores es prueba de los conflictos que se pueden producir en la industria cinematográfica de ese país cuando las observaciones que sus obras presenta son muy duras o muy evidentes. Por ello una somera revisión de la historia del cine cubano confirmaría que por este medio se ha dado la posibilidad de crítica social, a veces con la bendición del sistema mismo y otras de manera más subrepticia. (De manera barroca, diría yo, porque el barroco propone una forma de crítica indirecta.)
Antonio José Ponte ha sido de los pocos que ha escrito sobre «Utopia» en “Golem (sic) y utopía”. Vale la pena leer su comentario sobre el cortometraje porque ofrece ideas de interés y porque su opinión sobre el mismo parece ser compartida por muchos. Ponte centra su atención en la segunda trama, la de la niña que practica la declamación del poema de Borges. Tras leer su texto y por curiosidad, busqué en la página de imágenes de Google “Utopía” de Infante y allí sólo aparece un retrato de esa segunda trama. El hecho, creo, confirma mi idea de que para muchos esa narración es la que ha servido para leer todo el filme y que las otras partes del mismo quedan injustamente relegadas a un plano muy secundario. Ponte, como decía, privilegia esa escena y por ello casi reduce todo el video a la crítica de la educación cubana que se evidencia en el mismo. Pero hay que apuntar que éste sí ofrece interesantes atisbos para sustentar su visión. Por ejemplo, se fija detenidamente en las imágenes que decoran el salón de clase donde aparecen el profesor y su alumna y, sobre todo, destaca la selección de un poema de Borges como texto para recibir a los visitantes. Por ello concluye que «Utopía parece apuntar a la equivalencia de la leyenda del Golem (sic) y la del Hombre Nuevo». Esta idea sintetiza lo esencial de toda su lectura del video, que ve como una fuerte crítica a la educación cubana.
Pero, en cambio, poco dice Ponte sobre los otros dos episodios en los cuales sólo ve también una crítica de parte de Infante a “la pretensión (de parte del gobierno) de hacer del pueblo cubano el más culto del planeta”, intento que considera fallido. Pero en ese comentario también viene envuelto un poco de elitismo ya que menosprecia a los personajes que discuten sobre el barroco americano y a los que polemizan sobre ópera. Los llama “gente que utiliza la cultura en sus sempiternos enfrentamientos, corroídos de vulgaridad no importa cuánto arte conozcan”. Y concluye que “la menor diferencia amerita entre ellos el golpe en la cabeza, los arañazos en el rostro, el silenciamiento por la fuerza”.
Creo que toda la lectura que hace Ponte de “Utopía” es demasiado literal o está hecha desde una óptica que podríamos llamar realista o clásica, si seguimos las ideas de Bolívar Echeverría sobre los distintos “ethos”. Pero definitivamente su lectura no es neobarroca. Recordemos las palabras de Sarduy sobre este tema porque vienen muy al caso: “En los clásicos la distancia entre figura y sentido, entre significante y significado, es siempre reducida: el barroco agranda esa falla entre los dos polos del signo”. (“Sobre Góngora: la metáfora al cuadrado”, 1968). En otras palabras, según Sarduy, la lectura que podemos llamar clásica o realista presupone una identidad o, al menos, un acercamiento entre la palabra y su mensaje. Pero, en cambio, el puente entre esos dos conceptos en el neobarroco no es tan claro, ni es tan directo; es, al contrario, indirecto o ambiguo. Por ello llamo clásica la lectura de Ponte, pero la misma, sin dejar de ser válida y sin, por ello, dejar de ofrecer interpretaciones de interés, no es la más apropiada para leer este breve filme. Es que, contrario a Ponte y a otros comentaristas del cortometraje, creo que el mismo hay que leerlo desde la primera narración, no desde la segunda. Así lo propongo porque creo que “Utopía” es una obra neobarroca que hay que entender desde esa misma perspectiva estética. (¿O será que ahora lo quiero ver todo desde la óptica del neobarroco? Autocrítica a la vista…)
Pero, ¿tiene algo de raro que un cineasta cubano centre su obra en el tema del neobarroco? (Recalco: el tratar este tema no quiere decir que a la vez no haga con su obra una crítica social.) Es que en la cultura cubana hallamos una fuerte corriente de comentarios y teorías sobre el barroco y el neobarroco, mucho más fuerte e importante que la que se da en otros países latinoamericanos. José Lezama Lima, Alejo Carpentier y Severo Sarduy forman una tríada de pensadores que formulan propuestas sobre esta corriente estética. A veces su cadena de pensamiento o secuencia de ideas niega o contradice algunas de las propuestas formuladas por otros de sus miembros. Por ejemplo, Carpentier, grandemente impactado por las ideas sobre el barroco del escritor catalán Eugenio d´Ors, propone que el carácter de la cultura latinoamericana desde siempre ha sido y es barroco. Hoy es imposible defender esa propuesta basada en un fiero y absurdo esencialismo. Además hoy sabemos que, al menos en el caso de d´Ors, esa manera de enfrentarse al barroco fue parte de su visión derechista a ultranza de la sociedad y del arte. Caer en esos extremos es uno de los peligros de todo esencialismo. Pero lo curioso es que en Cuba misma se han estudiado y comentado las ideas de Carpentier sin identificar como fascista a este pensador en que se apoya. También se discuten las ideas del barroco y del neobarroco de Lezama y Sarduy, a pesar de que ambos fueron problemáticos en el contexto de la Revolución y que este último abandonó la Isla para vivir en Francia donde tuvo un íntimo contacto con pensadores que poco tienen que ver con el marxismo. Para confirmar ese interés cubano en Lezama y en Sarduy, véase, por ejemplo, el importante libro de los profesores Margarita Mateo Palmer y Luis Álvarez Álvarez, “El Caribe en su discurso literario” (2004), donde se dedica un capítulo entero, el último del libro, al comentario del neobarroco, especialmente a las ideas de Sarduy.
Al ver “Utopía” no pude dejar de pensar en los planteamientos de Sarduy quien, a pesar de desarrollar su ideas sobre el barroco desde París, no dejó de pensar y especular sobre este aspecto de la cultura de su país de origen y sobre toda la cultura latinoamericana. Este establece que “el barroco actual, el neobarroco, refleja estructuralmente la inarmonía, la ruptura de la homogeneidad, del logos en tanto absoluto, la carencia que constituye nuestro fundamento epistémico. Neobarroco del desequilibrio, reflejo estructural de un deseo que no puede alcanzar su objeto, deseo para el cual el logos no ha organizado más que una pantalla que esconde su carencia. (…) Neobarroco: reflejo necesariamente pulverizado de un saber que sabe ya que no está apaciblemente cerrado sobre sí mismo. Arte del destronamiento y la discusión¨”. (“Barroco y neobarroco”, 1972)
Esta visión del neobarroco de Sarduy lo lleva a ver esta estética como una manera, indirecta pero efectiva, de criticar la sociedad. El exceso consciente y la aparente ineficiencia o hasta inutilidad del neobarroco van en contra de la efectividad, la concentración y el rigor que propone el capitalismo. La carga de sexualidad que Sarduy le atribuye al neobarroco es también un arma contra el control social puritano. Para Sarduy, desde su perspectiva supuestamente despolitizada, el neobarroco es una herramienta muy política, hasta radical. Con esas ideas en mente es que me acerco a Utopía de Arturo Infante.
Carpentier decía que “la descripción de un mundo barroco ha de ser necesariamente barroca” (“Lo barroco y lo real maravilloso”, 1975). Arturo Infante parece seguir al pie de la letra la idea carpenteriana: “Utopía” habla del neobarroco con un lenguaje neobarroco. Teatralidad, exageración, y hasta inverosimilitud son los rasgos que dominan en este cortometraje. Que un juego de dominó entre vecinos de un barrio popular habanero termine en golpes porque se discuta la existencia o inexistencia del Barroco de Indias es inverosímil, exagerado y teatral, en el menor de los casos, como lo es que dos doñitas de vecindario pobre se vayan a los puños por la autoría de “La Traviata”: ¿Verdi o Puccini? Pero esa exageración, esa inverosimilitud y esa teatralidad tienen el mismo sentido que un joven casquivano de la alta burguesía puertorriqueña cite un soneto anónimo del Siglo de Oro, como ocurre en “La guaracha del Macho Camacho”. Es que en la estética neobarroca el juego o el choque entre cultura popular y cultura elitista (aunque la popular puede ser tan hermética como la llamada culta) es algo verosímil en ese contexto que la obra misma crea y que no es idéntico al contexto social que conocemos como real. No sólo es verosímil, sino apropiado, efectivo y hasta central para la existencia de esa estética. Y en ese choque de culturas (alta/baja, para usar los términos más comunes, aunque no los más apropiados ni justos) está la más profunda crítica social del video de Infante.
Ponte ve en “Utopía” un ataque a la educación y la televisión cubanas. Y no cabe duda que lo hay. Pero la crítica que se hace en el video es más profunda y radical que la se halla en una lectura como ésta del cortometraje y esa crítica va más allá de la sociedad cubana. «Utopía» no sólo propone una crítica de la educación y la televisión de su país, sino que cuestiona los principios de la modernidad misma. El problema, para mí, se centra en el tipo de lectura que se haga del video y creo que la de Ponte es una lectura que llamo realista o clásica ya que la obra se ve en términos definidos y esquemáticos. Desde su perspectiva el texto indiscutiblemente ataca a la sociedad cubana y no hay más. Pero “Utopía”, como todo buen texto neobarroco, presenta más que una mera perspectiva del mal que se critica; en el video se sostiene una posición mucho más ambivalente, más compleja, más problemática. Es obvio que hay un elemento de crítica y hasta de burla, pero no hay un total distanciamiento de los personajes, seres que Ponte descarta. Por ejemplo, las mujeres que se pelean por una ópera decimonónica que puede verse como el producto de la burguesía decadente y los hombres que llegan hasta la violencia extrema por la existencia del barroco americano no son meras caricaturas descartables. Es que el neobarroco siempre plantea la realidad de manera muy compleja por ser exagerada. A esos hombres que desembocan en la violencia les importa – en el contexto del video, no en la realidad – la existencia del barroco, como a las mujeres, que pueden llegar a la vulgaridad, también les importa profundamente el sentido de la ópera sobre la que discuten acaloradamente. Que todo esto no es verosímil: eso es más que cierto. Pero no estamos examinando una obra realista, ni clásica; estamos en el contexto de una obra neobarroca donde la vulgaridad, lo absurdo y hasta lo grotesco tienen un sentido distinto y muy central para entender la obra plenamente. Son elementos de atracción y odio. En “Utopía” hay crítica social, pero también hay – lo quiera o no el director – un juego de repulsión y de atracción. Los personajes no son reales, no son verosímiles, pero no dejan de tener su atractivo, a pesar de su vulgaridad y hasta a pesar de sus elementos grotescos. Esta complejidad neobarroca se evidencia en el hecho que el hombre negro que, en un marco de verosimilitud que no puede ser realista, defiende la existencia del barroco americano parafrasea a Mariano Picón Salas, el erudito padrino del Barroco de Indias. Ese choque, que contradice el realismo clásico, es el efectivísimo golpe estético neobarroco, como lo es también la contradicción entre el erudito discurso sobre la ópera decimonónica enunciado por la mujer que para recalcar su punto de vista hace el gesto vulgar de agarrarse los genitales provocadora y ofensivamente.
Por ello creo que el segundo episodio es el que indebidamente ha sido el privilegiado por muchos: es el que se presta para entender desde una perspectiva clásica, desde el blanco y el negro de un simple esquema que no cae plenamente en la estética neobarroca. En cambio, la lectura que propongo es más arriesgada, pero más rica que la lectura lineal y dicotómica que otros sugieren. Desde su falta de verosimilitud, desde sus rasgos vulgares o grotescos, desde su ambivalencia neobarroca los personajes del primer y del tercer episodios son mucho más interesante y, en el fondo, más convincentes, a pesar de su falta de verosimilitud que la niña y el maestro del segundo, donde toda la risa reside en la confusión entre judería y jodería.
Sarduy e Infante van mucho más allá de una mera crítica de la realidad social. Ambos, como defensores de una estética neobarroca, saben que la realidad que crean es más compleja y mucho más inestable. Por ello se puede decir que Infante siente atracción por lo mismo que critica. Para explicar y apoyar mi punto de vista cito a Irlemar Chiampi, la gran estudiosa brasileña del neobarroco, quien comenta esta teoría según las formula Sarduy. Las palabras de Chiampi sobre Sarduy se pueden, sin duda y por extensión, aplicar a la reveladora peliculita de Infante:
“Artifico y metalenguaje, enunciación paródica y autoparódica, hipérbole de su propia estructuración, apoteosis de la forma e irrisión de ella, la propuesta de Sarduy … selecciona entre los rasgos del barroco histórico los que permiten deducir una perspectiva crítica de lo moderno.” (“Barroco y modernidad”, 2000)
Arturo Infante critica la televisión y la educación cubanas en su cortometraje, pero hace mucho más: con armas neobarrocas y con mucho humor (una de las herramientas favoritas de esa estética) dinamita los cimientos mismos de la cultura moderna en general, no sólo de la cubana. Es que en cualquier lugar, donde menos uno se lo espera, salta como la liebre del refrán y aparece una obra construida a partir de la estética neobarroca. Y ésas pueden ser si son buenas obras de arte, no me cabe duda de ello, una formulación muy peligrosas, porque la estética neobarroca en general y, sobre todo, el humor neobarroco es “un arma cargada de futuro”, aunque parezca que ataca lo mismo que defiende.
Lo utópico de «Utopía» es que sabe que ese lugar no existe, pero que es, paradójicamente, ambivalentemente neobarroco.